En relación con la famosa  frase  “pienso, luego        existo” es necesario hacer las siguientes precisiones:               
1.Aunque Descartes presenta este conocimiento en forma  inferencial        (“luego...”) no hay que creer que llega a esta verdad a partir  de una        argumentación o demostración. No llega de esta manera porque  la duda        metódica  (particularmente la hipótesis del genio maligno) pone en         cuestión precisamente el valor de la razón deductiva. Además, como  nos        dice el propio Descartes en su “Respuesta a las Segundas  Objeciones” si        esta proposición fuese la conclusión de algún silogismo, habríamos         necesitado conocer previamente la mayor “todo lo que piensa es o  existe”        la cual se fundamenta precisamente en la observación de que uno  mismo no        puede pensar si no existe, puesto que las proposiciones generales  las        obtenemos del conocimiento de las particulares. El “cogito, ergo sum”        es una intuición. El conjunto de reflexiones que propone  Descartes        antes de llegar al cogito sirven para preparar a nuestra mente y        disponerla de tal modo que pueda percibir de forma inmediata y  evidente        dicha verdad. Podemos conseguir que alguien acepte la existencia o         propiedades de un objeto físico sin demostrárselas, basta que le  ayudemos        a dirigir su mirada hacia dicho objeto (que le enseñemos a mirar);  pues        bien, lo mismo hace Descartes, nos enseña a mirar en una  determinada        dirección, dispone nuestro espíritu para que éste capte con  evidencia        dicha verdad.
             2.Es preciso tener cuidado con  la palabra “pienso” (y con la        proposición “pienso, luego existo”) pues con ella nosotros ahora  nos        referimos a la vivencia gracias a la cual tenemos un conocimiento        conceptual e intelectual de la realidad. Sin embargo, en Descartes  tiene        un significado más genérico y viene a ser sinónima de acto  mental,        o vivencia o estado mental o contenido psíquico. El propio  Descartes nos        dice que con la palabra “pensar” entiende “todo lo que se produce  en        nosotros de tal suerte que lo percibimos inmediatamente por  nosotros        mismos; por esto, no sólo entender, querer,       imaginar sino también sentir  es la        misma cosa aquí que pensar”. El rasgo común a entender,  querer,        pensar, sentir, (y pensar en sentido estricto, pensar como razonar  o conceptualizar) es el que de ellos cabe una percepción inmediata, o  en        nuestro lenguaje, que todas estas vivencias tienen el atributo de  la        consciencia, el ser consciente o poder serlo. Todo acto mental        presenta la característica de ser indudable, ninguno de ellos  puede        ser falso, por lo que valdría tanto decir “recuerdo, luego  existo”,        “imagino, luego existo”, “deseo, luego existo”,  “sufro, luego  existo”,        que “pienso luego existo”;
              3.El descubrimiento cartesiano, el cogito, señala,  simplemente, que        la mente es un ámbito privilegiado para la verdad, pues de los  estados        mentales propios no cabe duda alguna cuando dirigimos nuestra  mirada hacia        ellos y los describimos únicamente en la medida en que se muestran  a        dicha mirada reflexiva. En términos actuales diríamos que las        proposiciones que describen la propia vida psíquica son  incorregibles,        mientras que los que se refieren a la realidad exterior a la  propia mente        (incluidos los que se refieren a las mentes ajenas) son falibles o         dudables: cuando vamos al dentista y le decimos que nos duele una  muela el        médico nos puede decir que es imposible puesto que no tenemos tal  muela, y        no nos llamaría la atención su corrección, pero parece absurdo que  si        simplemente le indicamos que sentimos dolor intente corregir  nuestra        descripción indicando que es imposible, que realmente no lo  sentimos.              
              4.Como nota histórica se puede indicar que San Agustín:  en “De        libero arbitrio”, 2, 3, 7 ya  anticipó        esta primera verdad con su “si fallor, sum”, si me equivoco,  existo;        aunque en San Agustín este descubrimiento no tiene la importancia  que        tiene en la filosofía cartesiana.
                           El  cogito se va a convertir en  criterio de        verdad: en la proposición “pienso, luego existo” no hay nada  que        asegure su verdad excepto que se ve con claridad que para pensar  es        necesario existir. Por eso podemos tomar como regla general que  “las cosas        que concebimos más claras y más distintamente son todas  verdaderas”.