La credulidad desmedida desactiva zonas ejecutivas del cerebro
por Glenys Álvarez
2 de mayo de 2010
Napoleón Bonaparte dijo una vez que ningún hombre puede convertirse en ateo simplemente deseándolo; y tenía razón. No es algo que se desea, uno simplemente llega a esa conclusión y después, si te declaras como tal, te pasas la vida defendiéndola. Esta posición de defensa la observo repetidamente en las redes sociales, especialmente en esa rara oportunidad que tengo de merodear por el mundo adolescente en el que vive mi hijo. El otro día, precisamente pensaba, que la mayoría de los jóvenes religiosos en mi país no necesita defender sus creencias; de hecho, las llevan por la vida por omisión; es el ateísmo que necesariamente suscita una postura de vigilancia, el sólo hecho de declarar tu no creencia te hace, por omisión también, una persona mala ante los ojos de muchos. Lo experimenté el otro día con uno de los contactos de mi hijo y la experiencia me abrió los ojos nuevamente ante la intolerancia religiosa.
No es algo que tomo a la ligera. Estoy hablando de mi hijo. De hecho, esta chica en particular consideró un insulto personal aquella afirmación atea que él había escrito en su estado y, por supuesto, al no estar preparada para defender su postura, integrada en su cerebro por sus familiares y nunca discutida, su mejor posición de ataque fue el insulto, usar palabras feas para ocultar su desconocimiento. Una estrategia de cobardes y, precisamente, de ignorantes.
La retórica creyente es como una de esas muñequitas rusas donde una más pequeña viene dentro de la otra, el mismo argumento con otro tamaño; si intentas detener la cadena o profundizar en ella una de estas cosas suele suceder: te sacan otra muñequita al estilo “libre albedrío”, “no cuestiones los misteriosos caminos de Dios” y “la fe no requiere de análisis”; o recurren al insulto o, resignadamente, te aseguran que rezarán por tu alma.
“La fe religiosa depende de un grupo de factores sociales, psicológicos y emocionales que tienen poco o nada que ver con las probabilidades, las evidencias o la lógica”, escribió el autor escéptico estadounidense Michael Shermer. Y es así, las personas que creen, ya sea en dioses o en el horóscopo, sienten que existe un plan divino que ha sido creado sólo para ellos; justamente, por estas ineludibles pero insostenibles características de la fe, es que la ciencia de la neurología continúa buscando respuestas al comportamiento crédulo en el cerebro.
Tomemos, por ejemplo, los resultados del reciente experimento de Uffe Schjødt de la Universidad de Aarhus, en Dinamarca. El equipo utilizó dos muestras de voluntarios: un grupo pentecostal y otro grupo secular, y los sometió a varias pruebas mientras sus cabezas eran examinadas por aparatos de resonancia magnética que permiten la observación de la actividad cerebral. Antes de que los voluntarios oyeran el audio en las pruebas, los científicos les dijeron que escucharían sermones leídos por tres personas distintas: un cristiano, un no creyente y un cristiano a quien le atribuyen poderes para sanar. Los sermones, por supuesto, fueron todos leídos por cristianos comunes y corrientes, en voces con modulaciones similares y los investigadores dispusieron su orden completamente al azar. Pero los voluntarios siempre sabían quién, supuestamente, recitaba el sermón.
Los resultados muestran cómo funcionan los mecanismos que permiten este conflicto de lógica. Fíjense qué cosa más curiosa, para los pentecostales, el cristiano con poderes pronunciaba el mejor discurso y era el más carismático de todos; de hecho, algunos de los voluntarios llegaron a decir que en el discurso del no creyente no sintieron la presencia de Dios (recuerde que ningún discurso fue leído por ateos pero los voluntarios desconocen tal información). En el grupo de los no creyentes, sin embargo, la diferencia no fue significativa y evaluaron los sermones más o menos con la misma intensidad.
Ahora bien, los científicos daneses se preguntaban, ¿a qué se debe esta percepción errada?, ¿cómo y cuándo ocurrió ese estado de hipnosis que los lleva a valorar discursos similares basados en una afirmación previa y en los estereotipos que ésta conlleva?
El silencio en varias áreas cerebrales ofrece la respuesta. Cuando los creyentes escuchaban hablar al que ellos suponían era el no creyente, regiones cerebrales pertinentes a la ejecución se activaban; sin embargo, estas mismas regiones se desactivaban cuando el creyente con poderes hablaba. Estas zonas pertenecen a la parte del cerebro entre cuyas funciones se encuentran monitorear, evaluar y tomar decisiones. No obstante, en los no creyentes esas mismas regiones siempre se activaban con los discursos.
“Cuando escuchamos hablar a alguien en quien implícitamente confiamos apagamos nuestras facultades críticas y dejamos que todo lo que diga nos empape. Es lo mismo que ocurre cuando la gente medita o cuando alguien ha sido hipnotizado, caen estas barreras ejecutivas. Aunque en este escenario los ateos no cayeron en la trampa, esta no es una característica sólo de religiosos”, explicó Schjødt.
Ciertamente, todos podemos caer en la admiración ciega y la idolatría (piense en la persona enamorada) pero el ejercicio del escepticismo y del pensamiento crítico nos protege de la credulidad y la confianza desmedida, impide que perdamos el tiempo persiguiendo patrones ilógicos en laberintos sin salida; y no sólo es importante promover este tipo de pensamiento crítico entre religiosos, de hecho, es dentro del mundo de la investigación científica donde estas cualidades son consideradas absolutamente obligatorias.
Ahora bien, la desactivación de estas áreas no representa nada malo en sí misma. Estos estados de trance pueden ser una buena forma de eliminar el estrés del diario vivir moderno, lo mismo que la meditación y la hipnosis, son vías para aminorar la carga, dejarse llevar. El inconveniente está en permitir que caiga la guardia al elegir tus líderes o durante sus discursos. Peor aún, al tomar decisiones sobre tu vida.
Saber que zonas de tu cerebro se desactivan cuando alguien en quien confías habla es una razón más para promover el pensamiento crítico, especialmente entre niños, hay que enseñarlos a que no tomen ninguna palabra como sagrada y que desconfíen de gente que dice tener autoridad sobre ellos; es preferible dejar que las acciones te digan quién es quién en la vida, recordar siempre aquello de que el hábito no hace al monje. Prepare a su hijo, creyente o no, para defender sus posiciones en la vida sin insultar, utilizando el diálogo racional y, más que nada, prepárelo para que sepa que aún cuando en el mundo todos somos igualmente distintos y en la capacidad para la tolerancia y el respeto es donde habita la paz, no todas las ideas ameritan respeto y comprensión. Si no lo hace, son ellos los que quedarán marginados y olvidados en las isletas de la ignorancia.
Tengo un tío que afirma que el diablo “está en posesión de mi mente”. Cuando le respondo que su afirmación es imposible porque el diablo no existe, me asegura: “Eso es lo que el diablo quiere que creas”.
Voilà!, otra muñequita rusa.