Reconozco que el cine para mí es esencialmente entretenimiento. Me gusta ver películas que me emocionen y/o entretengan, más allá del contenido intelectual o artístico que puedan tener. Sin embargo, me gusta darle
oportunidad a todo, desde comedias hasta el llamado cine de arte. Pero no recuerdo cuando fue la última vez que me sentí verdaderamente impresionado por una película, por lo que en esta ocasión quisiera hacer algo diferente y recomendar una serie de televisión.
Es bien sabido que la televisión ha sido considerada desde siempre como entretenimiento de segundo rango. Nadie busca verdadero arte en la televisión; ese privilegio se le deja al cine. Pero la televisión ha subido de nivel desde hace ya unos diez años, y seguramente habrán escuchado grandes críticas sobre series como
The Sopranos,
Six Feet Under,
The Shield,
Oz y algunas de corte más comercial como
24 y
Lost. Todas ellas son muy buenas, pero merece especial mención la serie
The Wire, que me parece lo mejor que se ha realizado en televisión en décadas, y ¿por qué no?, probablemente jamás.
The Wire es una novela en imágenes, dividida magistralmente en cinco temporadas, cada una de las cuales desarrolla un tema particular dentro de la trama general. Es la vida de un grupo de habitantes de la ciudad de Baltimore a través de varios años, desde diferentes puntos de vista. Es una serie de corte policial, para ubicarla dentro de un género, pero que opera en niveles mucho más altos y diversos. La serie nos ubica y nos muestra el mundo de la política y del crimen, con sus respectivas consecuencias sociales. Todo está contextualizado, no hay respuestas ni perspectivas obvias.
The Wire nos muestra el mundo real, cómo en el mundo no hay buenos ni malos, sino sólo circunstancias. La trama se desarrolla lentamente, como un juego de ajedrez; cada pieza tiene que tomar su lugar antes de poder ejecutar su papel. En una temporada apenas si hay espacio para poder desarrollar la complejidad de la trama, cuyas ramificaciones no se ven hasta varios capítulos después, incluso temporadas completas después.
David Simon, el creador y co-escritor de la serie no tiene ninguna prisa en mostrar sus cartas. El espectador tiene que ser paciente, y hasta le exige que ate él mismo los cabos. Éste tiene que ser muy observador y estar siempre atento para que no se le escape un detalle que pueda develar un misterio o apuntar hacia lo que sucederá después. Cada capítulo dura cerca de una hora, el desarrollo es lento y parece que suceden pocas cosas, pero cada escena se siente esencial, que tiene su lugar y su explicación. No son necesarias incluso las palabras: el observador atento comprende la utilidad y contexto de la escena. Entonces, de repente, sin previo aviso, las piezas se ponen en acción, y todo comienza a tener sentido. Las consecuencias son necesarias; después de haber seguido atentamente el desarrollo de las causas, vemos que los efectos se suceden de manera natural; comprendemos que hay un arte y razón de ser en todo lo que hemos estado viendo. Quedamos atrapados y extasiados con la historia, porque somos testigos de una obra de arte, sabemos muy bien que contemplamos el trabajo de personas que saben lo que están haciendo, y que insensible pero hábilmente nos han llevado al desenlace.
The Wire tiene que ser vista en su totalidad para apreciar su verdadera brillantez; difícilmente apreciaremos o podremos comprender la historia si no sabemos lo que ha pasado o lo que sucederá después. Podemos ver una temporada si ver la siguiente, pero ver una temporada sin la anterior es condenarse a perder no nada más detalles claves para comprender lo que sucede, sino también la esencia de los personajes, esa personalidad que se ha ido construyendo poco a poco para entender sus motivos y proceder y que nos hace sentir que los conocemos como a nuestros vecinos o amigos. En esta serie no importa nada más lo que sucede, esto es incluso trivial, sino
porqué suceden las cosas.
The Wire por lo tanto involucra un importante elemento psicológico que la vuelve todavía más demandante y, al mismo tiempo, también más satisfactoria. No se trata únicamente de entretenimiento, de una buena historia para contar; se trata de una historia de proporciones épicas que utiliza el medio visual de la televisión para ser contada. En muchos sentidos, estamos en presencia de una mega-película, de una novela visual en toda regla.
No hay bellos rostros ni actores muy conocidos; los personajes parecen (y en muchos casos son) gente común, gente de los mismos barrios bajos de Baltimore; por eso la serie es tan realista. Quieren que nos concentremos en la historia y no en los actores; la serie busca ser un retrato lo más realista posible de la vida en Baltimore. Por lo tanto, no hay nada espectacular en el sentido usual al que estamos acostumbrados; no hay grandes escenas de acción ni descenlaces obvios. Sucede lo que sucede por los aciertos y los yerros de los personajes involucrados, por la misma fuerza de gravedad del microuniverso al que pertenecen. La emoción tiene un toque más sutil, más exigente, pero que paga con creces. Conoceremos la idiosincrasia y los problemas internos que tiene que afrontar los departamentos de policía, los efectos de sus intereses y burocracia; conoceremos más a profundidad el crimen organizado, sus modos de organización y jerarquización, sus virtudes y defectos, fortalezas y debilidades, comprenderemos que la línea entre el "bueno" y el "malo" se traza con un gis, y le debe más a las circunstancias que al carácter. Veremos cómo se mueve el mundo de la política, los múltiples intereses que tiene que conciliar, así como las razones de muchos de sus fracasos. Veremos que las buenas intenciones no son suficientes, que el mundo es imperfecto y no podemos hacer nada para corregirlo. Hay demasiadas lecturas que se pueden hacer de esta serie, muchas que incluso yo no he podido hacer. La riqueza conceptual de la serie muestra ser inagotable hasta el momento. No hay reseña que le pueda hacer completa justicia: cinco temporadas y sesenta capítulos contienen demasiado para un corto análisis.
Ésta es de las pocas series que merecen el título de indispensable, de ésas que todo amante del buen cine y televisión TIENE que ver. El mejor halago que he oído sobre la serie y su creador, David Simon, es que mientras los demás quieren emular al mejor escritor policial de moda, Simon quiere emular a Dostoievski en la profundidad y envergadura de su obra. No me atreveré a decir si tiene razón en esto o no, pero
The Wire es una serie monumental en el verdadero sentido de la palabra. Es difícil verla y no ver a las demás series (e incluso MUCHAS películas) como un juego de niños, demasiado obvias, complacientes, imperfectas, que no respetan la inteligencia del espectador.
The Wire está en la cúspide de la montaña televisiva; es la vara con que todas las demás son y serán medidas.
Como es de esperar, esta serie nunca tuvo mucho éxito comercial, y prácticamente de milagro, al formar parte de la programación de HBO, pudo llegar a sus cinco temporadas programadas, que han quedado para la historia. Gracias a internet es posible conseguir estas series, por lo que no hay pretexto para privarse de esta maravilla. Si crees que sólo el cine es capaz de proporcionar verdadero arte y profunidad, es que no has visto
The Wire.
Ésta es mi recomendación.