Algunas cosas que tu médico olvidó contarte
El movimiento antivacunación, como la mayoría de movimientos anticientíficos y pseudorreligiosos se basa en la repetición acrítica de dogmas sin cuestionamiento alguno. Entre esos mantras que se repiten más a menudo está el panfleto llamado “50 things that your doctor forgot to tell you”, que circula en su versión completa o a trozos por los círculos antivacunas de internet. Para alguien con un mínimo de sentido crítico no deja de ser sorprendente que a alguien que lea este decálogo no se le enciendan las luces de alerta y se lo crea sin una mínima comprobación. Veamos una selección de algunas de las afirmaciones más “atrevidas”.
Viruela
Bueno, esta es una de las frases con mayor concentración de mentiras y manipulaciones que puede llegarse a escribir. Para empezar, el pobre Edward Jenner murió en 1823, así que difícilmente se le podría acusar de convencer de nada a ningún Parlamento casi 50 años después, y dudo que ninguno de sus “compinches” viviera en esa época, a menos que el anciano Jenner frecuentara niños de cuna.La afirmación de que la viruela habría desaparecido en 1870 es una afirmación “porque yo lo valgo”. ¿De dónde sacan semejante dato? Nadie lo dice. Simplemente te lo crees y punto. Simplemente hacemos como que no nos enteramos de que en 1837 la epidemia de viruela mató a más del 90% de los indios Mandan, que en el siglo XVIII la viruela se llevaba por delante a 400.000 personas cada año, incluyendo reyes, que en Angola, la epidemia de 1864 mató a 25.000 personas, etc, etc. Nada que haga pensar que en 1870 habría algún indicio no ya de desaparición, sino de atenuación.
Después de la burda manipulación del dato de Jenner, no nos vamos a esperar mucho rigor histórico, así que, a pesar de que no lo dicen, asumimos que el Parlamento del que estamos hablando es el británico y encontramos con que en 1867 aprobó la Vaccination Act que hacía obligatoria la vacunación de todos los recién nacidos. En 1870 se desencadenó un brote de viruela. Lo que los antivacunas “olvidan” mencionar es que el acta de 1867 es una actualización de la de 1853 y que la epidemia se originó en la Europa continental durante la Guerra Franco-Prusiana (y no creo que ni Francia ni Prusia acataran mucho las actas del Parlamento Británico). La incidencia en el Reino Unido fue menor que en el resto de Europa.
Esta es una historia que no he sido capaz de encontrar en ningún sitio independiente del movimiento antivacunación. Seguramente sea un mito que alguien inventó hace años y nadie del movimiento antivacunas se ha molestado en comprobar. Pero incluso aunque fuera verdad, ¿qué prueba eso? Sólo desde el punto de vista ético la “propuesta” es una autentica barbaridad. Hoy día ningún comité de ética aprobaría exponer a individuos no vacunados a una enfermedad altamente contagiosa y potencialmente mortal simplemente “para ver qué pasa”. Y tampoco a personal vacunado, ya que las vacunas no son 100% efectivas, por lo que estaría corriendo un riesgo estúpido.
De nuevo una afirmación con una concentración de falsedades difícil de igualar. No deja de ser curioso que muchos de los antivacunas sean al mismo tiempo negacionistas del sida, pero no tengan empacho en afirmar que el sida sí existe cuando conviene. En cualquier caso, el último caso registrado de viruela “natural” se dio en Somalia en 1977 y la erradicación fue confirmada en 1979, así que difícilmente se le puede achacar una relación con el sida, que no fue identificado como una nueva enfermedad en los Estados Unidos hasta 1981. Los antivacunas seguramente hacen suya una hipótesis presentada por Preston Marx y colaboradores que proponen que la evolución del virus de inmunodeficiencia simia (SIV) hacia el VIH se produjo debido al uso de agujas sin esterilizar en las campañas de vacunación de África de los años 1960-1970. Aparte de que el problema, según esta hipótesis serían las agujas sin esterilizar, y no las vacunas, esta hipótesis se contradice con los estudios moleculares realizados sobre el VIH, que establecen que el virus apareció mucho antes, a finales del siglo XIX.
Fuente: La ciencia y sus demonios
