oxxotan
Bovino adolescente
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- 12 Jul 2008
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la bruja del puerto de Calderón
"Cangahachíi manníi ...Cangahachíi manníi..." (Ahí está la bruja...ahí está). Así exclamaban azorados los indios chichimecas, al contemplar desde sus jacales fuegos rojizos y vagos que se elevaban y cruzaban el espacio.
Aun vive en sus recuerdos la legendaria bruja de "Calderón", la misma que predijo la llegada de los conquistadores por estas tierras, la más temida de la comarca. Ella como todas las demás hechiceras era cruel y malvada; así lo afirma lo sucedido en el naciente poblado de la villa de San Miguel por el siglo XVII.
En ese entonces, un valiente y emprendedor misionero, ansioso de ganar la simpatía de los salvajes chichimecas, llegó acompañando una colonia de otomíes, mandados por el Virrey Don Luis de Velasco, para fortalecer la población. Después de un gran recibimiento, en el que se jugaron por tres días hermosos toros y danzaron los indígenas, se dirigió a descansar una hermosa y fértil hacienda en San Miguel el Grande.
Una noche fría y nublada, al estar meditando de repente contempló asombrado una rojiza lumbre que cayó desde las alturas, fuera de la hacienda. Salió y miró que ardía, levantando azuladas llamaradas que se esfumaban en la oscuridad. Quiso llegar a ella, por lo que caminó y cuando casi la tocaba, subió rápida; a lo que siguió una risa diabólica y burlesca que penetró por su cuerpo, dejándolo bien helado.
Intentó rezar pero sus aterrorizados labios se negaron; temblaba y sentía que el viento se le encajaba en los mismos huesos. Quiso huir y se vio rodeado de nopales y matorrales. Vio una luz amarillenta, pensando que era la farola del portón la siguió. Desapareció la luz y otras más pasaban como visión de ensueño.
Pasaban las horas, comenzó a llover y sus ropas clericales estaban empapadas y hechas jirones por los matorrales. Ya casi fuera de quicio, exclamó Ave María Purísima cuando cayó a sus pies una horripilante y desgreñada vieja, arrojando asquerosa espuma por su boca. Las extrañas frases que la bruja pronunciaba terminaron de espantar al misionero y cayó desplomado.
Al amanecer ceso la lluvia, el sol apareció calentando su cuerpo, sacándolo de su sopor. Se levantó y se dio cuenta que su ropa estaba desgarrada, su sotana había desaparecido y su Cristo, rosario y libro de rezos también.
Había llegado con los otomíes, pero ahora se marchaba del lugar; preguntándose que seres tan extraños volaban en el espacio oscuro, soltando delirantes carcajadas.
Han pasado los años y las visiones de esas lumbres perduran todavía en la fantasía de los lugareños de las rancherias. Huyen y temen cuando ven cruzar en la oscuridad fuegos inexplicables o contemplan azulados destellos sobre las montañas.
"Cangahachíi manníi ...Cangahachíi manníi..." (Ahí está la bruja...ahí está). Así exclamaban azorados los indios chichimecas, al contemplar desde sus jacales fuegos rojizos y vagos que se elevaban y cruzaban el espacio.
Aun vive en sus recuerdos la legendaria bruja de "Calderón", la misma que predijo la llegada de los conquistadores por estas tierras, la más temida de la comarca. Ella como todas las demás hechiceras era cruel y malvada; así lo afirma lo sucedido en el naciente poblado de la villa de San Miguel por el siglo XVII.
En ese entonces, un valiente y emprendedor misionero, ansioso de ganar la simpatía de los salvajes chichimecas, llegó acompañando una colonia de otomíes, mandados por el Virrey Don Luis de Velasco, para fortalecer la población. Después de un gran recibimiento, en el que se jugaron por tres días hermosos toros y danzaron los indígenas, se dirigió a descansar una hermosa y fértil hacienda en San Miguel el Grande.
Una noche fría y nublada, al estar meditando de repente contempló asombrado una rojiza lumbre que cayó desde las alturas, fuera de la hacienda. Salió y miró que ardía, levantando azuladas llamaradas que se esfumaban en la oscuridad. Quiso llegar a ella, por lo que caminó y cuando casi la tocaba, subió rápida; a lo que siguió una risa diabólica y burlesca que penetró por su cuerpo, dejándolo bien helado.
Intentó rezar pero sus aterrorizados labios se negaron; temblaba y sentía que el viento se le encajaba en los mismos huesos. Quiso huir y se vio rodeado de nopales y matorrales. Vio una luz amarillenta, pensando que era la farola del portón la siguió. Desapareció la luz y otras más pasaban como visión de ensueño.
Pasaban las horas, comenzó a llover y sus ropas clericales estaban empapadas y hechas jirones por los matorrales. Ya casi fuera de quicio, exclamó Ave María Purísima cuando cayó a sus pies una horripilante y desgreñada vieja, arrojando asquerosa espuma por su boca. Las extrañas frases que la bruja pronunciaba terminaron de espantar al misionero y cayó desplomado.
Al amanecer ceso la lluvia, el sol apareció calentando su cuerpo, sacándolo de su sopor. Se levantó y se dio cuenta que su ropa estaba desgarrada, su sotana había desaparecido y su Cristo, rosario y libro de rezos también.
Había llegado con los otomíes, pero ahora se marchaba del lugar; preguntándose que seres tan extraños volaban en el espacio oscuro, soltando delirantes carcajadas.
Han pasado los años y las visiones de esas lumbres perduran todavía en la fantasía de los lugareños de las rancherias. Huyen y temen cuando ven cruzar en la oscuridad fuegos inexplicables o contemplan azulados destellos sobre las montañas.