S de Subversivo: El verdadero significado de Supermán en su 75 aniversario

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Bovino Milenario
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Yo conocí a Supermán (así, con acento) más o menos cuando entré a primaria, a finales de los 70. Y como todos los pre-geeks de mi generación, sufrí bullying en primaria por leer comics. Sólo que en mi caso, como mi educación (tanto en la escuela como en la casa) fue abiertamente subversiva, se burlaban no de que leyera monitos, sino de que me dejara enajenar con propaganda cultural imperialista. Pero a mí, que treinta años después me sigo considerando liberal, me sigue gustando mucho Supermán. Procedo a explicar por qué.

Supermán apareció por primera vez en la revista Actiista Action Comics el 18 de Abril de 1938, aunque la revista decía “Junio de 1938” como fecha de portada. O sea, que el personaje acaba de cumplir 75 años del personaje. DC Comics, la empresa que tiene los derechos, planea celebrarlo con bombo y platillo durante todo 2013 (empezando por la película Man of Steel, que se estrenó la semana pasada); me parece una buena oportunidad para hablar del tema.

Se puede argumentar que los primeros superhéroes fueron los mitos heroicos de la antigüedad; personajes de apariencia humana, pero dotados de poder muy superior al del mortal común y capaces de vencer monstruos y salvar a su gente. Desde los semidioses védicos hasta los romanos, desde Hércules hasta Supermán, todos los héroes mitológicos comparten estas características.

Obviamente, la historia de “un grupo que por su poder superior venció a los monstruos y salvó a su gente” sirve fácilmente como eufemismo para narrar anécdotas de conquista y, con frecuencia, genocidio. Estas leyendas son casi siempre “a favor de nosotros” y “en contra de ellos”. Los conquistadores se presentan como héroes victoriosos; los conquistados se vuelven los malos derrotados, con frecuencia deshumanizados como demonios o duendes. Las peores masacres se vuelven sagas nobles e inspiradoras, y quienes las perpetran se vuelven héroes legendarios.

Es decir, que los mitos heroicos son, por definición, herramientas de propaganda cultural imperialista.



La ficción heroica mantuvo esta forma durante casi 5000 años, hasta que en la Edad Media un mito en particular vino a cambiar las reglas para siempre. Me refiero a la leyenda del Rey Arturo, que cuando tomó su forma actual (en el siglo XIII) planteó una clara división entre “bien” y “mal”, no dependiente del pueblo o la cultura sino de la moral. Es verdad que, en las primeras versiones del mito artúrico, “nosotros” se refiere a los bretones celtas, y “ellos” a los “malvados invasores” romanos y/o sajones (según la versión); pero las versiones medievales posteriores, al crear valores morales para el Rey Arturo, definieron lo que hasta la fecha seguimos entendiendo en Occidente como “hacer el bien”: Usar la fuerza para servir.

Este concepto es muy importante, porque combina la estructura del mito heroico con la moral judeocristiana, dándoles un nuevo significado a las dos. Al Rey Arturo ser poderoso (ser un superhéroe) no le permitía conquistar a los demás; lo obligaba a servirles. El poder conlleva responsabilidad. Conquistar “porque podemos” dejó de ser un acto heroico, y ser débil dejó de significar “ser el malo”. Los nuevos héroes eran los que usaban su fuerza para defender, sin importar a qué pueblo pertenecieran, y se inventó la figura de la víctima, del desprotegido, para que los héroes tuvieran por quién luchar más allá de sus propias culturas y conquistas.

Al añadirle este elemento humano, compasivo, a la ficción, el héroe se vuelve, por definición, anti-establishment; su prioridad se vuelve la compasión, no el dominio político o cultural.

Casi mil años después de nacer el mito del Rey Arturo, Friedrich Nietzsche inventó el concepto que hoy se traduce como “superhombre” en su obra Así Habló Zaratustra (1883). El libro habla del “superhombre” como un estado superior, un objetivo al que la humanidad puede y debe aspirar.

Todavía se debate lo que Nietzsche realmente quería decir; yo prefiero la interpretación de que “ser un superhombre” es estar “más allá” del propio entorno sociopolítico (y sobre todo religioso) y guiarse solamente por la realidad física y el amor por la vida. Es decir, el “superhombre” no está “sobre” los demás humanos; es humano y está “sobre” las ideas, los bandos y el concepto de buenos contra malos.

Y este fue, precisamente, el inicio de Supermán.

Es muy probable que Jerry Siegel y Joe Shuster, los creadores de Supermán, usaran el término de Nietzsche sin entender de qué estaba hablando; yo al menos creo que le atinaron sin querer en el sentido de que Supermán es precisamente ese humano que está “más allá” de nuestra sociedad, aunque su guía no es el instinto puro, sino la moral universal de la ficción heroica post-arturiana.

En sus primeros comics, Supermán enfrenta empresarios explotadores, jueces negligentes, maridos abusivos e incluso detiene una guerra entre dos naciones anónimas amenazando con golpear a sus respectivos presidentes (mismos que aparecen con uniformes militares claramente gringos). Aun los supervillanos de esta época eran empresarios sociópatas o mafiosos de cuello blanco.



Así pues, el concepto de Supermán es un personaje que no sólo está al margen de la ley; es casi abiertamente subversivo, como la educación que recibí en mi casa y mi escuela.

Desde sus inicios, el personaje habla de tolerancia, inclusión e integración, y abiertamente en contra de la política de conquista de los héroes míticos originales (y del gobierno gringo mismo): Supermán es un inmigrante de otro planeta, que depende de la aceptación de la sociedad humana (lo cual por cierto incluye un mensaje ecologista, dado que Kriptón es destruido porque sus habitantes abusaron del ecosistema).

Sin embargo, al contrario de prácticamente todos los otros superhéroes, Supermán es naturalmente suprahumano y prefiere ser un humano normal. Viene de una civilización mucho más avanzada que la tierra, pero elige su crianza humana por encima de su cultura nativa. No viene a conquistar a los “humanos débiles”; viene a protegerlos. Es humanista y anti-tradicionalista.

Y por supuesto, al argumentar la postura progresista de Supermán es obligatorio hablar de Lois Lane, el personaje femenino principal de sus aventuras. Lois es una reportera “mujer en un mundo de hombres”, cosa de por sí inusual; pero además, ella es el mejor reportero de ese mundo. Desde el principio no hay duda de que Lois, al contrario del estereotipo femenino de su época, es mucho más capaz que los hombres de su entorno, incluyendo al mismo Clark Kent, a quien siempre minimiza y supera.

Lois Lane fue la primera “damisela en peligro” que participaba regularmente en sus propios rescates, siendo a veces incluso el “cerebro” del dúo formado por ella y Kent. Por supuesto hay que admitir que a fin de cuentas siempre acaba siendo ella (la mujer) la víctima y Supermán (el hombre) su salvador, pero la representación de esta víctima en particular siempre fue indudablemente feminista.

Supermán tuvo, pues, un mensaje contestatario desde su inicio. Y aunque tuvo épocas más conservadoras que otras (los 50s fueron los 50s en todo occidente por igual), sigue conservando buena parte de su espíritu grillero original: Sin ir más lejos, hace un par de años Supermán renunció oficialmente a su nacionalidad estadounidense en una historia publicada en Action Comics #900 (Mayo 2011), decepcionado por la política exterior gringa. La historia fue rápidamente reescrita por un cambio de editores, pero el mensaje fue bastante claro.

¿Por qué, entonces, Supermán se volvió un símbolo tan importante de la supremacía norteamericana?

La respuesta fácil es que vino la Segunda Guerra mundial, durante la cual el gobierno requirió que todos los medios de comunicación y entretenimiento hicieran propaganda pro-bélica; Supermán no fue la excepción, y pronto empezó a aparecer llevando misiles a Alemania o invitando a sus lectores a “cachetear japonazis”. Este fue el origen de la propaganda militarista, y después también anticomunista, que se ha asociado desde entonces con los comics de superhéroes.

Pero hay una explicación más compleja. Aunque el gobierno lo requería oficialmente, Siegel y Shuster – como tantos otros moneros de su generación – hicieron esa propaganda con gusto, sin sentir en ningún momento que hacerlo fuera en contra de sus sensibilidades liberales.
Esto quizá se debe a que, en 1938, el pueblo gringo todavía asociaba patriotismo con liberalismo, y el concepto de American Dream seguía acompañado de promesas de integración, tolerancia y libertad para todos. Nadie se imaginaba que el gobierno norteamericano pudiera ser igual de ambicioso y ambiguo que las dictaduras europeas. La gran decepción con las instituciones políticas de Estados Unidos todavía estaba lejos de ocurrir.

Aquí se puede argumentar que, de todos modos, Siegel y Shuster habían demostrado estar “más allá” de los valores institucionales y hubiera sido más honesto de su parte no participar en la propaganda; sin embargo sus historias, aun trabajando bajo auspicio oficial, conservaron una cierta postura democrática que, aunque ingenua, seguía siendo honesta.

La verdadera razón de que Supermán adquiriera tal fuerza como icono comercial está, yo creo, en los medios masivos.

El mito heroico ha existido desde que el ser humano tiene capacidad de narrar; si podemos imaginar historias, podemos tener fantasías de poder. De ahí los semidioses mitológicos y los superhéroes. Pero la aparición de los comics, la literatura pulp y los dibujos animados trajo consigo la posibilidad, por primera vez en la historia, de producir estas fantasías en masa y convertirlas en un producto; algo fácil de empacar, difundir y vender con nombres sonoros y envolturas de colores brillantes.

A Supermán le tocó una época con mejor mercadotecnia que al Rey Arturo.



Esta mercantilización de los comics o (por poner otro ejemplo) del cine hace que, con mucha razón, desconfiemos del contenido ideológico o artístico del producto, más tratándose de Estados Unidos y su muy antiguo aparato de propaganda.

Pero este no es el único argumento que tienen los detractores de Supermán. Incluso entre los lectores de superhéroes, hay quienes desdeñan a Supermán por ser inverosímil, demasiado poderoso, y portavoz de valores anticuados y retrógradas. Estos mismos detractores suelen admirar a héroes como Wolverine (que como Supermán es indestructible), Batman (cuyos valores son más estrechos y reaccionarios que los de Supermán) o incluso Goku (cuyos niveles de inverosimilitud son más de 9000). Y si descartamos estos argumentos, nos quedamos con que los detractores de Supermán esperan, en realidad, que sus héroes sean más violentos. Más crueles. Nada más.

Esto se puede explicar con el argumento de que, en un mundo violento y engañoso, sólo la violencia es realista, y un héroe de moral ambigua y carácter oscuro refleja mejor la realidad que conocemos.

Frank Miller, quizá el mejor artista vivo de comic, es un ejemplo célebre de esta postura. Sus héroes – los despiadados asesinos de Sin City y los machazos hiperbadass de 300 – viven en un mundo cabrón, y lo resuelven siendo más cabrones que ese mundo. Es el mismo caso con Batman y Wolverine, o con cualquier héroe de acción gringo: la crueldad y la violencia hacen al personaje, en apariencia, más verosímil.

O eso quisiéramos.

El problema es que lo que se consideraban virtudes hasta los 60 – una postura moral incuestionable, un patriotismo a toda prueba, una ideología simple –, de los 70 en adelante se han ido volviendo defectos. El mundo de ideales imperturbables y de promesas utópicas que Occidente trató de vender con sus propagandas probélicas y patrióticas nos ha decepcionado, y hoy, que los gobiernos siguen intentando vendérnoslo, es imposible verlo sin humor negro, sin ironía. Estamos enojados, y con razón. Nos negamos a ser Supermán, porque lo asociamos con ese “mundo perfecto” absurdo en el que nuestros padres y abuelos trataron de creer, y preferimos ser Wolverine y Batman, y poder descargar nuestra furia vengándonos de una realidad que traicionó sus propias promesas de vida en rosa, amor y paz.

Supermán ES una fábula judeocristiana, un personaje simbólico, imposible, de moral intachable, tan inverosímil en esto como en su capacidad de volar. Y los humanos normales le resentimos esa perfección porque nos obliga a considerar lo lejos que estamos de ella. Nos enojamos con Supermán porque parece exigirnos que volemos, o que tengamos una brújula moral perfecta, para salvar un mundo sin salvación.

Pero lo importante de Supermán es que no trata de ser un guardián como Batman o un policía como Linterna Verde (ni un guerrero supersayayín semi-divino); trata de ser un humano normal, con una vida normal (de preferencia casado con Lois Lane), porque se siente un humano normal, porque elige serlo.

No decide ser superior a otros; ve sus poderes como una obligación, y su fuerza como una forma de humildad. Este es el código que se inventó con el Rey Arturo, y en realidad no es más que un reflejo del principio de cooperación que ha permitido a la especie humana subsistir en grupos. Este principio es el que nos hace rebelarnos, no porque sea ridículo o anacrónico, sino por la responsabilidad que implica. Preferimos que la realidad sea terrible, cruel, insoluble, y que no nos toque arreglarla sino sólo enojarnos y vengarnos. En ese sentido Batman no sólo es más “realista” que Supermán; tiene mucho menos responsabilidades.

Y Supermán nos dice que somos libres Y responsables. Responsables de ser humanos, de vivir y convivir en el mundo real. De no ir por ahí pegándole a la gente sólo porque creemos que se lo merece, ni apoyando dictaduras en Latinoamérica o medio oriente mientras fingimos oponernos a las de Europa.

Por eso, aunque aparentemente nos haga enojar con su sonrisa perfecta, su invulnerabilidad y su incapacidad de equivocarse o despeinarse, Supermán nos sigue hablando, 75 años después de su creación, de las más importantes cualidades que nos hacen humanos. Y mientras seamos humanos viviendo en sociedad, lo que Supermán simboliza – la idea (que no es necesariamente fantasía) de que como individuos tenemos poder real, más allá de nuestra nacionalidad, nuestra clase social o nuestro gobierno; y de que ese poder no es otra cosa que nuestra capacidad de ayudar, de servir, de responsabilizarnos de nuestro lugar en el mundo – seguirá siendo relevante.
 
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