Pruebas confirman la muerte de Adriana Morlett

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Bovino de la familia
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Pruebas confirman la muerte de Adriana Morlett



La familia de Adriana Morlett Espinosa, la joven estudiante de la UNAM desaparecida desde 2010, confirmó en un comunicado que los restos óseos encontrados el 19 de diciembre del año pasado en Tlalpan sí corresponden a la chica.
Aquí, el comunicado íntegro:
Con profundo dolor la Familia Morlett Espinosa quiere informar que desafortunadamente tras meses de búsqueda incansable, desesperación y angustia por parte de su familia, amigos y sociedad en general, hoy el Equipo de Antropólogas Forenses Argentinas confirmó que los restos óseos encontrados el 19 de diciembre de 2010 en Tlalpan, corresponden a Adriana Morlett Espinosa, quien desapareció el 6 de septiembre de 2010, último día en que su familia vio con vida a nuestra hija estudiante de Arquitectura de la UNAM.
Las lamentables y violentas circunstancias en las que fueron encontrados una parte de sus restos y el papel de las autoridades, nos llevan a pedir con mucha más rabia e indignación el esclarecimiento de estos hechos. Por lo que la familia Morlett Espinosa solicita a la Procuradora General de la República que sea SIEDO la que continúe con la investigación de los hechos hasta su total esclarecimiento.
Para nosotros, su familia es difícil en estos momentos superar esta pérdida, porque albergábamos la esperanza de recuperar a nuestra hija, pero ahora lanzamos un grito desgarrador que exige justicia para Adri.
Ahora, la sociedad se suma a la lucha para encontrar a los asesinos de Adriana Morlett Espinosa, y exigir a las autoridades castigo a los culpables de este inexplicable y horrendo homicidio, hasta que se haga justicia, se esclarezcan los hechos y se castigue a los culpables.
Se les solicita atentamente a los medios de comunicación su comprensión, ya que por el momento la familia Morlett pide respeto a su duelo y debido a las líneas de investigación que están abiertas, se verán imposibilitados en otorgar entrevistas. Así mismo, solicitamos que la difusión de esta información se haga de manera responsable y con tacto.
Agradecemos todas las muestras de solidaridad que la familia Morlett Espinosa hemos recibido durante estos meses de angustia, y rogamos eleven su oraciones por el eterno descanso de Adri.
El pasado 30 de agosto, el presidente del Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal (TSJDF), Édgar Elías Azar, aseguró que las pruebas de ADN realizadas a los restos óseos encontrados hace unos meses en un paraje del Ajusco coincidían con los de Adriana Morlett.
Sin embargo, Javier Morlett, padre de la joven, explicó que el presidente del TSJDF no contaba con información completa sobre el caso de Adriana, quien de acuerdo con investigaciones de la PGR podría estar con vida. Además aseguró que el Semefo no cuenta con el equipo especializado para hacer análisis de ADN óseo que de resultados precisos, como le han confirmado expertos en la materia, por lo que se dijo molesto por las declaraciones de Elías Azar.

Para el que no sepa del tema...

Caso Morlett,
el vía crucis de la justicia mexicana




La familia Morlett Espinosa no festejará este año la Navidad. Javier, Adriana y su hijo Javier acordaron permanecer en la Ciudad de México, alquilar unas películas y cenar como cualquier otro día. El objetivo es estar ocupados y tratar de no pensar.
Porque ésta será la primera vez en 21 años que estará ausente Adriana Eugenia, la primogénita. Estudiante de tercer semestre de Arquitectura en la Universidad Nacional Autónoma de México, con promedio de 9.7. Adriana fue privada de su libertad el pasado 6 de septiembre al salir de la Biblioteca Central de la UNAM.
Desde entonces, toda la familia Morlett, cuyas raíces se encuentran en el puerto de Acapulco, Guerrero, no ha encontrado paz ni justicia. A partir de ese lunes, sus padres han tenido que sortear la insensibilidad de diversas autoridades universitarias y judiciales, cuya ineficiencia han contrarrestado con sus propios recursos, contactos e incluso servicios de inteligencia, para poder dar con el paradero de su hija.
Esta historia no es sólo de la familia Morlett. También la han vivido miles de personas en este país, cada vez con mayor frecuencia en los últimos 10 años, y cuya máxima exponente por el caso de su hijo secuestrado, Isabel Miranda de Wallace, recibió el pasado miércoles 15 de diciembre el Premio Nacional de Derechos Humanos 2010.
Como doña Isabel, Javier Morlett ha tenido que hacer su propia investigación. Y ha hecho de todo: desde contar con la asesoría de expertos en criminalística hasta acudir con brujos. A eso lo ha orillado la desesperación.
Porque qué puede hacer un padre, se lamenta don Javier, cuando la autoridad responsable de investigar la desaparición sólo atina a decir: “No tenemos nada. Lo único que queda es esperar a que algo suceda”.
Hija de familia
Adriana Eugenia Morlett Espinosa es hija de una familia muy unida. Una joven amiguera, sin novio, dedicada a sus estudios. Hasta el día de su desaparición, compartía con su hermano Javier un departamento en la colonia Copilco, a unos 30 pasos de Ciudad Universitaria.
Llegó a estudiar a la Ciudad de México en agosto de 2009. Su perfil en Facebook la describe como fan del rock, aunque también de la música clásica. Sus películas favoritas son la trilogía de El Padrino, La Princesita y The Cove. Sus series favoritas: Desperates Housewives y The Big Bang Theory. Le gusta esquiar, ir al gimnasio y bailar. Está contra el maltrato a los animales. En esta red social tiene 919 amigos.
Ese lunes 6 de septiembre acudió a las 19:00 horas a la Biblioteca Central de la UNAM. Pidió en préstamo el libro Arquitectura, teoría y diseño de contexto, de Enrique Yáñez, con el número de folio 819419.
Tenía previsto regresar inmediatamente a su departamento, donde había quedado de verse a las 20:30 horas con unos amigos para ver unas películas. En ese intervalo, recibió tres llamadas a su celular de Mauro Alberto Rodríguez Romero, estudiante de quinto semestre de Psicología, también en la UNAM.
De acuerdo al testimonio de Mauro Alberto, ambos se vieron afuera de la biblioteca a las 19:30 horas. Caminaron por “las islas” (la explanada frente a la biblioteca), pasaron frente al departamento de Adriana, se subieron al metro Copilco, se bajaron en Universidad y tomaron una combi rumbo al departamento de él, ubicado en la colonia Santo Domingo. Ahí, Mauro Alberto le mostró un sofá que presuntamente Adriana quería comprar para su departamento, cosa que duró aproximadamente dos minutos. Salieron del departamento y en la esquina de avenida Aztecas y Nezahualpilli, Adriana abordó un taxi y se fue, a las 20:30 horas. Eso es lo último que se sabe de ella.
Mauro Alberto declaró posteriormente a la Fiscalía Antisecuestros (FAS) que -contrario a su costumbre y al código de seguridad que sigue cualquier estudiante, como él mismo admitió- no se fijó qué tipo de auto era el taxi, que no tomó el número de placas ni se fijó en el chofer.
“Se fue con el novio”
Acostumbrada a estar en contacto permanente con su hija, la mamá de Adriana recibió un último mensaje de ella a las 18:30 horas, antes de salir de la Terminal de Autobuses del Sur en la corrida a Chilpancingo, después de haber estado el fin de semana con sus hijos. Al llegar a su destino, a las 22:30 horas, Javier le informó que Adriana no había regresado a la casa.
La familia de Adriana llamó reiteradamente a su celular y a su Nextel, que daban tono pero no contestaban. Los padres decidieron viajar a la ciudad de México, a donde llegaron el martes 7 de septiembre a las 2 de la mañana. A partir de ese momento, inició su vía crucis.
Asesorados por el director general de Asuntos Jurídicos de la UNAM, Alejandro Fernández, a quien acudieron por haber sido la biblioteca el último lugar donde ubicaban a Adriana, los Morlett se presentaron en el Centro de Apoyo de Personas Extraviadas y Ausentes (CAPEA) y posteriormente en la Procuraduría de Justicia del Distrito Federal, en sus oficinas de la Fiscalía Desconcentrada de Coyoacán. Los Morlett fueron acompañados por un abogado asignado por la universidad, Alfredo Estévez.

En ambas dependencias se negaban a recibir la denuncia de los Morlett hasta que no pasaran las 72 horas reglamentarias para considerar a una persona desaparecida.
Además, no había “seguridad” de que se tratara de un secuestro, porque “nadie había solicitado un rescate”. Ante la insistencia del papá, que nunca aceptó el argumento de que su hija “se había ido con el novio” y que pronto regresaría, como “todo mundo”, finalmente consintieron en iniciar el papeleo del trámite. Pero nada más.
Ante la inacción de las autoridades judiciales, los Morlett recurrieron al abogado general de la UNAM, Luis Raúl González Pérez, conocido de la familia, quien les consiguió una cita con el procurador general de Justicia del Distrito Federal, Miguel Ángel Mancera, cinco días después de la desaparición de Adriana. Los recibió una asistente, a quien los padres sólo identifican como la señorita Ángeles y cuya ayuda resultó determinante para que el caso se turnara a la FAS.
Sólo entonces los Morlett perciben cierto interés de la autoridad por hacer su trabajo, muchas horas después de las primeras 48 que los especialistas consideran cruciales para investigar un crimen.
El testigo

En lo que la autoridad tomaba nota del caso, la familia se puso a hacer su propia investigación. Conocedores de las contraseñas de su hija en las redes sociales, como medida de seguridad que habían tomado por acuerdo familiar, su prima Ana María se metió al perfil de Adriana en Facebook y ahí encontró diversos mensajes enviados por Mauro Alberto momentos antes de su desaparición.
Por medio de un contacto personal, los Morlett consiguen el registro de las llamadas recibidas en el celular de su hija y encuentran las tres que resultan ser del teléfono de Mauro Alberto.
Al ponerse en contacto con él para averiguar qué sabía de Adriana, confirman que Mauro Alberto fue la última persona en verla. De acuerdo con la versión de los Morlett, el joven da información con reticencias y preguntando reiteradamente si se había interpuesto una denuncia. Se vuelve ilocalizable los siguientes días y finalmente decide presentarse a declarar, “porque se enteró que lo andaban buscando”. Se presenta el martes siguiente a la desaparición de Adriana, con un abogado y amparado, aún cuando se le considera un testigo.
Los agentes investigadores reconstruyen el recorrido seguido por ambos jóvenes, de acuerdo con la declaración de Mauro Alberto, y llegan hasta el departamento, donde sólo verifican que Adriana no se encontraba ahí en ese momento. No realizan pruebas periciales ni de criminalística que corroboren que la joven Morlett haya estado efectivamente en ese lugar. Se le pregunta al dueño del departamento, quien vive en el mismo edificio y dice no saber nada, al tiempo que un vecino se niega a declarar sobre el tema.
Se solicitan los videos de las cámaras de seguridad del metro y de la esquina donde supuestamente Adriana tomó el taxi, con el inconveniente de que éstos ya habían sido borrados el día anterior. De acuerdo con los responsables de ambas áreas, los videos duran sólo ocho días en el archivo. Algo se habría podido hacer si los hubieran pedido a tiempo.
Ante las dudas sobre la versión que daba, Mauro Alberto se limitaba a declarar que no recordaba nada más o que no sabía la respuesta a lo que se le preguntaba. Los agentes investigadores concluyen que el testigo no tiene nada que ver con la desaparición de Adriana, “aunque su versión suene absurda”, porque no tiene antecedentes penales, no hay llamadas “sospechosas, de la delincuencia organizada” en sus registros de teléfono y “no muestra incongruencia” alguna en su declaración.
En una segunda declaración, tomada por insistencia del padre, Mauro Alberto acepta ayudar a la familia en la difusión del caso (pegando cartulinas en Ciudad Universitaria y llamando a los amigos) pero bajo ciertas condiciones de días y horarios, “porque está muy ocupado”. Ante el cuestionamiento del señor Morlett, de que no le ve disposición por ayudar a encontrar a su amiga, el joven se enoja, le indica que “ya no va a colaborar” y que “le haga como quiera”, y consigue el respaldo de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, quien emite una “advertencia” a la FAS que no lo acosen.
Como despedida, la madre de Mauro Alberto informa a los Morlett que a su hijo le están haciendo estudios psicológicos para demostrar que no puede retener recuerdos y, con ello, anular su calidad de testigo.
En forma paralela, los Morlett consiguen los videos de la Biblioteca Central, ante la insistencia del padre, quien tuvo que hablar de nueva cuenta con el abogado general de la UNAM, para que éstos fueran proporcionados, tres días después de haber sido solicitados. A las autoridades universitarias les tomó entonces unos minutos entregarlos.
En esos videos se corrobora que Adriana acudió a sacar el libro. Solicitan otros videos de las cámaras externas al edificio de la biblioteca para verificar el recorrido contado por Mauro Alberto, pero éstas no funcionan. Las que sí sirven, colocadas prácticamente en el techo de los edificios, tenían tomas abiertas, panorámicas, en las que no se distinguía nada. El caso se empantana de nuevo y las autoridades siguen tratando el caso como “una fuga”.
El libro y la llamada



Sin algo por dónde seguir, la mamá de Adriana se acuerda del libro que retiró su hija y pregunta qué había pasado con él. En la FAS le informan que ya había sido devuelto. En ese momento es el padre quien solicita a la UNAM que sea entregado a las autoridades para que lo analicen.
En compañía del abogado Alfredo Estévez, los Morlett y los agentes investigadores acuden a la Biblioteca Central, donde les entregan el libro. Se encontraban revisándolo, cuando una empleada sindicalizada de la biblioteca los “increpó” por encontrarse en las instalaciones, les quita el libro y los corre. El papá estalla en su desesperación, ante lo cual el abogado le indica que no pueden hacer nada porque se trata de “una empleada sindicalizada y no pueden meterse con el sindicato”.
La FAS tiene que elaborar dos veces un memorándum para solicitar la entrega del libro (la primera vez lo hicieron mal), el cual es entregado tras la firma y el sello correspondiente. La autoridad no encuentra nada revelador, aunque a los padres les parece extraño el simple hecho de que un taxista, presunto secuestrador y violador, regrese un libro de su víctima a la biblioteca.
Mención aparte merece el buen trato que hasta ese momento habían recibido los Morlett del área jurídica de la UNAM. Explican que todo cambió radicalmente, pues dejaron de atenderlos y ahora ni siquiera les toman la llamada.

Por esos días apareció una nueva pista. El 18 de septiembre, un primo de Adriana cuyo número de celular se encontraba en su lista de contactos, recibe una llamada de una mujer, quien le indica que como “ella también es madre y sabe del dolor por el que pasan los Morlett, quiere avisarles que tres estudiantes de la UNAM tienen secuestrada a la joven cerca de CU para dedicarla a la prostitución”.
Los padres solicitan a la FAS que investiguen la llamada y descubren que se hizo de un teléfono público de la delegación Gustavo A. Madero. Como los agentes no localizan la caseta, no se le puede dar seguimiento. Con asesoría de un exagente de la AFI, los Morlett consiguen la ubicación del teléfono público y piden a la fiscalía que investigue las llamadas que se hicieron antes y después de que llamaran a su sobrino. Hace una semana se consiguió este listado y apenas se está analizando.

Un dolor que no acaba

Los tiempos muertos son los principales enemigos de los Morlett. Mientras están ocupados, no piensan. Por eso han solicitado asesoría de Eduardo Gallo, de Isabel Miranda de Wallace, de Alejandro Martí. Han hecho todo lo que les han sugerido y hasta han acudido con cuanto psíquico y brujo les han recomendado. Resignado, el señor Morlett externa su desesperación: “Nos han dicho que está viva, que tiene lastimado el brazo izquierdo, que piensa en nosotros… pero nadie nos puede decir en dónde está”.

Pensó en contratar espectaculares con la foto de su hija, pero los 20 mil pesos mensuales que le cobran están más allá de su presupuesto. Con su despacho de avalúos trabajando al 10% en Acapulco, el dinero escasea, aunque la familia lo apoya.
El padre de Adriana ha tenido que pasar el trago amargo de recorrer ocho servicios médicos forenses en el DF, Estado de México y Morelos, para averiguar si alguno de los cadáveres encontrados es su hija. Ha salido feliz de que no sea y angustiado porque no es. Pero su angustia se potencia cuando se topa con la negligencia e ineficacia del sistema de procuración de justicia del país.
“Gente tonta e ineficiente hay en todos lados. Pero lo que he visto hasta ahora ha sido ineficiencia, incluso negligencia, por falta de recursos y coordinación entre las distintas dependencias, ya no digamos entre los distintos estados”, cuenta Javier Morlett.
“Ya aprendí como funciona: primero ves al jefe, que es empático contigo, te atiende bien, te da café y te dice que tu hija está viva. Al segundo día te atiende el asistente y al tercer día el funcionario de tercera. Terminas atendido por un ministerio público de cuarta, ineficiente e insensible, para quien eres sólo un número y a quien no le interesa
“tu caso”. Los Morlett han pasado por un desgaste emocional, físico y económico del que no saben cuándo saldrán. Dejaron casa, trabajo y vida en Guerrero para instalarse indefinidamente en la Ciudad de México. Hasta que Adriana aparezca. Mientras tanto no pierden la fe y agradecen todas las cadenas de oración.

Caso Morlett: Ver la vida diferente
tras la desaparición de Adriana


No creía en Dios. A lo largo de sus 54 años de vida, el economista Javier Morlett Macho había sido uno de los más grandes escépticos de cualquier tema que no estuviera comprobado por la ciencia. A raíz del vía crucis que ha padecido por la desaparición de Adriana, su primogénita, Morlett no sólo ha presentado sus cartas credenciales frente a Dios, sino que también ha depositado toda su fe en La Virgen de Guadalupe, en los dioses mayas, en los santos y en cualquier fuerza superior que pueda ayudarle a encontrar a su hija.
Está desesperado. Fuma dos cajetillas de Benson & Hedges dorados. Es decir, unos 40 cigarros por día, poco más del doble de lo que consumía en años anteriores. Javier ha bajado siete kilos de peso desde aquel 6 de septiembre de 2010 cuando su hijo Javier, de 18 años, le llamó por teléfono para decirle que su hermana, Adriana, no había regresado a la casa.
Adriana con una de sus amigas.

La joven, de 21 años, cursaba el tercer semestre de la carrera de Arquitectura en la Universidad Nacional Autónoma de México. Tenía fama de buena estudiante. La última vez que se le vio fue en Biblioteca Central de la UNAM a donde acudió para solicitar un libro en préstamo. Después de ahí se reunió con Mauro Alberto Rodríguez Romero –también alumno de la UNAM, pero de quinto semestre de Psicología–, a quien ella acompañó a su departamento ubicado en la colonia Santo Domingo. Luego de un lapso de no más de dos minutos los dos salieron de la casa para que Adriana regresara a su casa. Alrededor de las 20:30 horas la hija de los Morlett abordó un taxi en la esquina de avenida Aztecas y Nezahualpilli. A partir de entonces no se ha vuelto a saber nada de ella.
Otra vida en el mismo cuerpo
Ya han pasado cuatro meses y no hay ningún dato nuevo. Las investigaciones que está realizando la Fiscalía Antisecuestros (FAS) no han aportado elementos que permitan dar con el paradero de Adriana. La difusión que han hecho los Morlett, del caso de su hija, en los medios de comunicación tampoco les ha traído pistas. Hasta el momento no les han pedido rescate y aunque el escenario de secuestro sigue latente, ha perdido fuerza. Sin embargo, entre las muchas hipótesis que se ha planteado la familia se encuentra la de que Adriana fue víctima de una mafia de tratantes de blancas.
Adriana durante sus vacaciones.

“La incertidumbre me quema. A veces es mejor no pensar porque hace mucho daño. De lo único que estoy seguro es que mi hija no se fue porque quisiera, alguien la retiene contra su voluntad y eso nos duele mucho”, dice con voz fuerte y agitada el señor Javier Morlett, quien elige que la entrevista se realice en un lugar al aire libre de la Facultad de Arquitectura para poder fumar.
Adriana, la incertidumbre.

El patriarca narra como desde el primer día que no volvieron a ver a su hija la vida de todos los integrantes de su familia dio un giro de 180 grados. En principio, él y su esposa abandonaron su casa en Acapulco, de donde son originarios, y se mudaron al departamento que, en agosto de 2009, rentaron en la colonia Copilco –a unos cuantos pasos de Ciudad Universitaria– para que sus hijos, Javier y Adriana, vinieran a estudiar sus carreras a la capital. El objetivo era claro: buscar a Adriana en el lugar donde había desaparecido y no descansar hasta encontrarla.
De igual forma el señor Morlett tuvo que dejar su despacho de avalúos, también ubicado en tierra guerrerense, para volcarse de lleno en recuperar a su hija. Aunque esto le ha generado carencia de recursos económicos, ha podido solventar sus gastos gracias al apoyo de familiares y amigos. Por su parte, el hermano de Adriana, también universitario, abandonó sus estudios y cerró filas con sus padres para encontrar ese integrante que le había sido arrebatado a los suyos.
A partir de entonces nada volvió a ser igual. Según el propio Javier, los primeros cuatro días de la desaparición de su hija, él y su esposa no durmieron. Había ratos en que el cuerpo les exigía cerrar los ojos y lo hacían sólo por unos minutos para luego despertar ansiosos, a la espera de alguna llamada que les diera información.
Atrás quedó aquella rutina en que Javier se levantaba a las 7 de la mañana, con el calorcito acapulqueño, y se iba a trabajar a su oficina esperando que dieran las 2 de la tarde para salir a tomarse un café con los amigos, “así se usa allá”. Morlett recuerda que entre semana comía en algún restaurante cerca de su despacho para luego volver a sus labores y, por ahí de las 6 de la tarde, regresar a casa.
Ahora se levanta a las 6 de la mañana. Toma un café y se mete a la computadora a ver si ha datos sobre su hija tanto en las redes sociales como en el blog que ha abierto para recibir información. Su esposa prefiere quedarse en cama unas horas más. En realidad ambos han perdido la noción del tiempo. Saben que hay días y que hay noches, pero no saben qué día es ni qué fecha y mucho menos la hora. Ante eso no sorprende que Morlett no use reloj.
El entrevistado hace una comparación de su vida de antes y la de ahora. “Hasta hace unos años, cuando mis hijos vivían en Acapulco, anhelábamos los fines de semana, sobre todo los puentes, para irnos a la playa, luego a comer a un restaurante y más tarde al cine. Ahora esos días son verdaderamente un tormento. No hay nada que hacer porque las instituciones cierran, no trabajan y son días de angustia impresionante. Es inevitable que uno caiga en depresión”.

Al pie de guerra
Los Morlett no quieren estar solos. En el departamento, que han convertido en su centro de operaciones, se acuestan todos en la misma recámara. Los tres toman pastillas para dormir. “Ya he asimilado que esta batalla puede ser muy larga y que necesitamos fuerzas para luchar. Obligo a mi familia y me obligo a mí mismo a comer y descansar. Hay que recargarse. Lo que realmente me mantiene al pie de guerra es que mentalmente platico con mi hija y siento que ella me dice: ‘papá, sígueme buscando, no descanses, estoy esperándote’, esa autosugestión es la que me da fuerzas porque estoy seguro que ella en algún lugar lo está pensando”.
Adriana, su familia no baja la guardia.

Morlett no titubea en su testimonio. Cuando se refiere a su hija ocasionalmente cierra los ojos y los aprieta mientras sigue hablando. Pero cuando habla de las fuerzas que ha recobrado se acerca más a la grabadora, como quien quiere que no se pierda ni una sola palabra de ese mensaje. De pronto suena su celular. Javier se pone nervioso. Inmediatamente saca sus lentes de aumento de la bolsa de la camisa y deja al descubierto la nula atención que pone a todo lo que no se refiera a su Adriana. Los dos cristales están zafados del armazón negro y pegados con diurex. Se los pone para ver el número que aparece en su BlackBerry. Al otro lado de la línea es su esposa quien tiene una buena noticia. Pero doña Adriana también tiene hambre y le pide que por favor terminando la entrevista lleve algo de comer.
En eso también han cambiado las cosas. Ahora, la mayoría de las veces, Javier es quien se encarga de hacer el desayuno y la comida, pues, como él mismo señala “desafortunadamente mi esposa es más vulnerable a caer en depresión y hay días que no sale de la cama. Ha sufrido desmayos porque en ocasiones nos llega información sobre el posible paradero de nuestra hija y claro que surgen las esperanzas, de pronto nos llama la policía y nos advierte que es una falsa alarma, entonces nos viene un bajón de ánimo terrible. A mí, por ejemplo, se me refleja la ansiedad porque me da mucha comezón en todo el cuerpo. Esto ha sido una montaña rusa de emociones”.
Ante la pregunta de si están tomando alguna terapia sicológica para sobrellevar esta experiencia, Javier asegura que no. Que a pesar de que se la han ofrecido, él considera que cuando suceden casos como este, toda la concentración de fuerzas, de recursos económicos y de tiempo, tienen que estar destinados a encontrar a la persona desaparecida. “Le restamos importancia al tratamiento sicológico sabiendo que sí lo necesitamos, pero yo siento que estoy perdiendo el tiempo cuidándome a mí, en lugar de destinar ese tiempo en encontrar a mi hija”.
Los sueños rotos de una familia.

¿En qué sueña Javier Morlett? “En que todo vuelve a la normalidad. En que Adriana está aquí, con nosotros, para cumplir sus propios sueños. En que ella regresa a su carrera que tanto ama. Mi hija, a sus 21 años, sabe exactamente lo que quiere hacer en un año, dentro de cinco y dentro de 20 años. Ella y yo ya habíamos platicado sobre sus objetivos y el camino que tenía que seguir para lograrlos. Pero no sé cómo regrese, en qué estado y con qué traumas. También estoy consciente que existe la posibilidad de que no regrese, pero yo voy a seguir luchando cada día de mi vida por encontrarla”.
Génesis de un activista
Ya lo tiene claro. Independientemente que Adriana regrese o no con ellos, Morlett quiere contribuir de alguna manera para prevenir el robo y secuestro de niños y jóvenes en las escuelas. Entre sus planes, Javier tiene en mente agrupar a varias personas que se han solidarizado con él y que están dispuestas a crear una fuerza que genere propuestas a las autoridades sobre el tema de la seguridad en las escuelas. “En México estamos muy preocupados por elevar el nivel académico, por la comida chatarra… sin embargo, se están robando a nuestros hijos de las escuelas, los están secuestrando y para las autoridades eso no es prioridad”.
Morlett señala que en las escuelas públicas del país, que son las de mayor número de estudiantes, no existen cámaras de video dentro y fuera de las escuelas, no hay planes de contingencia y en muchas ciudades no existen policías o personal del seguridad cerca de las escuelas para salvaguardar la integridad de los estudiantes.
La propuesta de Javier consiste en que, en la medida que se fortalezca la agrupación, se realicen visitas a las escuelas públicas de país para evaluar cuáles son los puntos vulnerables y, con la ayuda de la iniciativa privada, ayudarles a satisfacerlos.
Otro de los puntos de su iniciativa consiste en que esta misma asociación diseñe un ranking del nivel de seguridad de las escuelas, el cual pueda ser publicado de manera anual en internet, para que cuando los padres vayan a inscribir a sus hijos a las escuelas no nada más tomen en cuenta si la institución está cerca o lejos de su casa o si en nivel académico es bueno o malo. De los puntos más importantes será ver qué escuela es más segura que otra.
Javier Morlett está consciente de lo difícil que estas propuestas puedan materializarse en nuestro país, “donde el sindicato de la educación está más preocupado por sus intereses económicos y políticos que por el cuidado de las escuelas. Yo he visto que las escuelas son del país, de todos los mexicanos porque están hechas con recursos públicos, pero siento que están tomadas por los sindicatos. Los padres de familia hemos abandonado la realidad de que las escuelas son propiedad de los mexicanos y no del sindicato, ellos son empleados de los padres de familia que son quienes llevan a sus hijos a la escuela”. Pero no pierde las esperanzas: “yo voy a hacer todo lo posible para prevenir que a otros niños y jóvenes les pase lo que a mi hija le pasó”.

http://www.animalpolitico.com/2011/...ida-diferentetras-la-desaparicion-de-adriana/
 

king changuis

Bovino Milenario
#2
Cualquier desaparición es un crimen que lastima hasta lo mas profundo a toda nuestra sociedad, pero este asesinato en si mismo ha creado una profunda herida en nuestra comunidad universitaria la cual no se ha recuperado de otros crímenes como el caso de nuestro amigo Pávell Gonzáles.
Pero que algo quede muy claro esto no se termina hasta que nuestros muertos tengan justicia.
 

dogy29130

Bovino adicto
#3
Cualquier desaparición es un crimen que lastima hasta lo mas profundo a toda nuestra sociedad, pero este asesinato en si mismo ha creado una profunda herida en nuestra comunidad universitaria la cual no se ha recuperado de otros crímenes como el caso de nuestro amigo Pávell Gonzáles.
Pero que algo quede muy claro esto no se termina hasta que nuestros muertos tengan justicia.
Exactamente; ella estudiaba en el Taller en el que estudio, unos semestres menor. Lamentables hechos sumados a la historia del viacrucis de sus padres.
 

alkalino

Bovino maduro
#4
Esta chica era mi paisana, la llegue a ver en algunas fiestas... Es una lástima lo que le paso y por todo lo que paso su familia. Ojalá se aclare lo más pronto posible esta tragedia. Q.E.P.D.
 

Joker

Moderador risitas
#5
Que triste, otros padres obligados a hacerle al investigador gracias a la incompetencias de las autoridades. Con esto comprobamos que los sindicatos no son el problema, sino la estupidez, la desidia y la poca empatía hacia las víctimas. Descanse en paz y que el consuelo llegue pronto a los deudos.
 
#6
La impotencia que uno siente al leer por lo que han tenido que pasar sus Padres, hermano y familiares e imaginarse que sucediera algo asi con la familia propia, eriza la piel y te deja una mezcla de sentimientos de tristeza, desolación, coraje, entre otros. Descanse en paz.
 

djix

Bovino adicto
#7
Descanse en paz una joven con toda una vida por delante, y mi acompañamiento para su familia en estos momentos de amarga tristeza. Justicia.
 
#9
Bueno, pero al leer todo el texto, se entiende que no es concluyente el veredicto de su defunción, ya que la fiscalía ni la procu, etc., no tienen equipo para corroborar si en verdad es su ADN, así que aún hay esperanza, probablemente sí haya sido secuestrada para obligarla a ejercer la prostitución, y descarto la idea de que se haya fugado con el novio, es absurdo...
 

3rick

Bovino de alcurnia
#10
Bueno, pero al leer todo el texto, se entiende que no es concluyente el veredicto de su defunción, ya que la fiscalía ni la procu, etc., no tienen equipo para corroborar si en verdad es su ADN, así que aún hay esperanza, probablemente sí haya sido secuestrada para obligarla a ejercer la prostitución, y descarto la idea de que se haya fugado con el novio, es absurdo...
Según se, los restos encontrados en el predio en Tlalpan fueron analizados por un grupo de antropólogas forenses argentinas y enviadas a un laboratorio en Virginia, Estados Unidos (si no me equivoco). Por lo que es casi seguro que las pruebas, lamentablemente, estén en lo correcto.

No me sorprende el ineficiente sistema judicial de nuetro país, pero si me sorprende la falta de disposición por parte de las autoridades universitarias. Vemos a Narro muy feliz celebrando su reelección como rector y ni pío de este asunto de mayor importancia, como lo es la vida de cualquier persona.
 
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