Sí, este post trata de la película, pero no sólo de la película. Por eso es que pedí al mod ubícuo y todopoderoso que me lo permitiera dejar por acá unos días antes de enviarlo al post de recomendaciones cinéfilas. Y es que yo, más allá de recomendar que la vean, quiero invitarles a reflexionar sobre el transfondo y el simbolismo de la peli.
He de comenzar señalando que el cartel sugiere o anticipa una comedia localista, zafia y mediocre. No obstante, por venir la recomendación de alguien que me da garantías, hice un auténtico acto de fe y me puse a verla. Malos prejuicios estos de juzgar una película basándose en su cartel.
La acción se desarrolla en el "México profundo" de mediados de siglo pasado, durante el mandato del PRI (que Vargas Llosa denominara "dictadura perfecta") cuando a un pobre hombre, militante olvidado de ese partido, le ofrecen el puesto de alcalde de un remoto municipio en ruinas en mitad del desierto.
Hasta aquí todo bien; un planetamiento sugerente, una ambientación impecable (lindante con el realismo mágico pero alejada de estereotipos) y unas extraordinarias interpretaciones.
Nuestro nuevo alcalde aterriza en la aldea cargado de buenos propósitos, de ilusiones y abrazado a unas firmes convicciones de traer la prosperidad y la justicia a tan olvidado lugar.
Primer problema: no hay recursos para ello. Todo se lo llevó el anterior y malogrado corrupto alcalde. Y cuando reclama medios a las autoridades sólo consigue un revólver, un ejemplar de la Constitución, y el consejo de que se haga valer con ambos.
Es así como el otrora bueno del alcalde Vargas comienza su particular descenso a los infiernos hasta convertirse en el monstruo de gobernante del que todo el continente (olviden lo de localista) está infestado.
Y es que en esta película se suceden de forma vertiginosa los puntos de inflexión; estamos acostumbrados a que una película tenga un punto culminante, una apoteosis, el pasaje espectacular por la que se le recuerda después. En La Ley de Herodes, dichos puntos culminantes se dan sin dejar apenas aliento al espectador. Y símbolos, muchos símbolos.
Así por ejemplo, el pobre alcalde Vargas, únicamente equipado con su revólver, se ve arrastrado (o se deja arrastrar, eso cada cual que la vea) por los cantos de sirena de la corrupción. Comienza a inventar nuevas leyes para recaudar impuestos y extorsionar a los paupérrimos comerciantes hasta el paroxismo (llegando incluso a re-redactar su propia Constitución) y utiliza el propio ejemplar de la Consitución (arrancadas las páginas interiores) para esconder el dinero que expolia al pueblo.
La situación se hace insostenible para los aldeanos, que empiezan a emigrar del pueblo.
Dando un golpe de efecto, promete traer la electricidad al pueblo y dicho proyecto queda tan solo en plantar un único y solitario poste de la luz; patético e inservible símbolo de la modernidad al que termina aferrado cuando el pueblo enseña los dientes al fin.
El papel del gringo (que le ayuda en un momento de necesidad gracias a sus conocimientos técnicos y ya se queda a vivir gratuitamente en el pueblo con una deuda que día tras día crece a su favor) el papel del cura (que cobra a los aldeanos un peso por cada pecado dicho en confesión y luego se gasta el dinero en el burdel) o el papel de Filemón (el paria del pueblo, alcohólico, excluido, que acaba pagando con su vida la avaricia y los errores del alcalde) son todos puro simbolismo.
Pero el personaje que más me impresionó fue el de Pek, el secretario del alcalde; inteligente, discreto,honrado, prudente, humilde, sencillo, eficiente y con fe en el sistema, que no duda ,llegado el momento, en agarrar la antorcha. Es el personaje que, de imponerse en la sociedad mexicana, garantizaría su futuro.
El final no os lo cuento, sólo comentaré que es sorprendente pero únicamente los segundos necesarios para que uno se dé cuenta de que en realidad no tiene nada de sorprendente.
En definitiva, todo un canto a la corrupción como principal obstáculo al desarrollo de los pueblos. Una sátira no ácida, sino directamente corrosiva, de aquellos gobiernos que se desvinculan de las necesidades del pueblo, alejándose cada vez más de las gentes, y del Estado concebido no como servicio público sino como botín.
Una peli con mucho de realismo y nada de mágico.
Véanla.
Abrazotes.
He de comenzar señalando que el cartel sugiere o anticipa una comedia localista, zafia y mediocre. No obstante, por venir la recomendación de alguien que me da garantías, hice un auténtico acto de fe y me puse a verla. Malos prejuicios estos de juzgar una película basándose en su cartel.
La acción se desarrolla en el "México profundo" de mediados de siglo pasado, durante el mandato del PRI (que Vargas Llosa denominara "dictadura perfecta") cuando a un pobre hombre, militante olvidado de ese partido, le ofrecen el puesto de alcalde de un remoto municipio en ruinas en mitad del desierto.
Hasta aquí todo bien; un planetamiento sugerente, una ambientación impecable (lindante con el realismo mágico pero alejada de estereotipos) y unas extraordinarias interpretaciones.
Nuestro nuevo alcalde aterriza en la aldea cargado de buenos propósitos, de ilusiones y abrazado a unas firmes convicciones de traer la prosperidad y la justicia a tan olvidado lugar.
Primer problema: no hay recursos para ello. Todo se lo llevó el anterior y malogrado corrupto alcalde. Y cuando reclama medios a las autoridades sólo consigue un revólver, un ejemplar de la Constitución, y el consejo de que se haga valer con ambos.
Es así como el otrora bueno del alcalde Vargas comienza su particular descenso a los infiernos hasta convertirse en el monstruo de gobernante del que todo el continente (olviden lo de localista) está infestado.
Y es que en esta película se suceden de forma vertiginosa los puntos de inflexión; estamos acostumbrados a que una película tenga un punto culminante, una apoteosis, el pasaje espectacular por la que se le recuerda después. En La Ley de Herodes, dichos puntos culminantes se dan sin dejar apenas aliento al espectador. Y símbolos, muchos símbolos.
Así por ejemplo, el pobre alcalde Vargas, únicamente equipado con su revólver, se ve arrastrado (o se deja arrastrar, eso cada cual que la vea) por los cantos de sirena de la corrupción. Comienza a inventar nuevas leyes para recaudar impuestos y extorsionar a los paupérrimos comerciantes hasta el paroxismo (llegando incluso a re-redactar su propia Constitución) y utiliza el propio ejemplar de la Consitución (arrancadas las páginas interiores) para esconder el dinero que expolia al pueblo.
La situación se hace insostenible para los aldeanos, que empiezan a emigrar del pueblo.
Dando un golpe de efecto, promete traer la electricidad al pueblo y dicho proyecto queda tan solo en plantar un único y solitario poste de la luz; patético e inservible símbolo de la modernidad al que termina aferrado cuando el pueblo enseña los dientes al fin.
El papel del gringo (que le ayuda en un momento de necesidad gracias a sus conocimientos técnicos y ya se queda a vivir gratuitamente en el pueblo con una deuda que día tras día crece a su favor) el papel del cura (que cobra a los aldeanos un peso por cada pecado dicho en confesión y luego se gasta el dinero en el burdel) o el papel de Filemón (el paria del pueblo, alcohólico, excluido, que acaba pagando con su vida la avaricia y los errores del alcalde) son todos puro simbolismo.
Pero el personaje que más me impresionó fue el de Pek, el secretario del alcalde; inteligente, discreto,honrado, prudente, humilde, sencillo, eficiente y con fe en el sistema, que no duda ,llegado el momento, en agarrar la antorcha. Es el personaje que, de imponerse en la sociedad mexicana, garantizaría su futuro.
El final no os lo cuento, sólo comentaré que es sorprendente pero únicamente los segundos necesarios para que uno se dé cuenta de que en realidad no tiene nada de sorprendente.
En definitiva, todo un canto a la corrupción como principal obstáculo al desarrollo de los pueblos. Una sátira no ácida, sino directamente corrosiva, de aquellos gobiernos que se desvinculan de las necesidades del pueblo, alejándose cada vez más de las gentes, y del Estado concebido no como servicio público sino como botín.
Una peli con mucho de realismo y nada de mágico.
Véanla.
Abrazotes.