La jungla y el paraíso

seishas

Bovino adicto
#1
Presentación


Windows es como un paraíso, todo bonito, colinas de campos verdes, cielo azul, preciosas nubes blancas, el sol brillando... y justo detrás del horizonte, oculto tras una colina, un gran muro de piedra de cuatro metros de alto con alambre espino y guardias con orden de tirar a matar.



Linux es como una jungla, al entrar no acabas de saber dónde está el suelo y dónde el cielo, todo son árboles y lianas. Ves pasar unos monos saltando de árbol en árbol, y de repente unos loros multicolores pasan volando a escasos centímetros de donde estás. Todo son árboles, y más árboles, y más árboles... y cuando terminan (cosa que no llegas a ver desde donde estás) se extienden miles de kilómetros cuadrados de terreno fértil. Algunas leyendas dicen que hay sitios donde este terreno termina, pero nadie se consigue poner de acuerdo ni dónde ni cómo.

Primer día


En el paraíso windows en el momento en que entras ya tienes Tu Casa, Tu Radio, Tu Nevera, y todo lo que te hace falta para entrar a vivir. Algunas cosas puede que no terminen de gustarte, pero piensas que con el tiempo ya aprenderás a cambiarlas. Has pagado tu primer año de alquiler de Tu Casa, y esperas que a cambio de eso dentro de unos años el propietario te arregle las goteras del tejado y te cambie la lavadora cuando se estropee.



En linux al cabo de un momento ves que los árboles tienen unas escaleras de mano, y algunos hasta ascensores de poleas. Ves gente yendo de un lado a otro entre las copas, algunos cuidando de los árboles, otros recogiendo frutos, otros simplemente disfrutando del paisaje. También ves que algunos se llevan frutos y ramas no se sabe a dónde, pero en seguida crecen nuevos en su lugar. Un poco más lejos ves un árbol viejo que ha caído y ha arrastrado delante de sí a otros más pequeños, y un grupo de gente está alrededor de él cortándolo a trozos para usarlo de abono, mientras otros vienen con plantitas pequeñas intentando ponerlas encima del tronco, o al lado, o donde haya espacio libre.

Primer día: anochece
En el paraíso mientras tanto has podido cortar el césped, sacar de paseo a tu perro, ir a la heladería,leer el periódico, y estás pensando en si sentarte en el porche a disfrutar o poner la tele a ver qué echan. Todo parece perfecto y estás contento. No sabes que el porche donde te vas a sentar es de cartón-piedra, o que la tele en realidad no está conectada a la antena,pero todo está en su sitio y es perfecto.


En la jungla estás empezando a tener miedo. Está oscureciendo y todavía no has encontrado un sitio donde dormir, ni has comido nada. Preguntas a alguien que pasa a tu lado, pero como respuesta sólo señala con un dedo hacia arriba y sigue su camino. No sabes qué hacer, pero al final te decides, agarras una de las escaleras al lado de la que hay un letrero que pone “Comunidad” y empiezas a subir. Llegas a una superficie tejida de lianas entre árboles donde hay mucha gente. Te acercas a uno, y sin decir mucho en cinco minutos te muestra cómo se teje un castillo con lianas. Crees que es magia, pero al cabo de una hora consigues tejerte una burda
chabola usando lianas y ramas secas. Preguntas si puedes comer algo, y sólo te señalan con un dedo a un árbol. Cuando te acercas ves que está lleno de todos los frutos posibles. No te lo terminas de creer, pero coges un par y te los llevas a la chabola. Oyes música sonando y preguntas cómo es eso. Te enseñan un árbol cuyos frutos tienen forma de radio, y al lado otro que da frutos con forma de televisión. No entiendes mucho, y temes que si entendieses podrías volverte loco, pero al menos esta noche verás el telediario y después alguna película (todavía no sabes dónde está el árbol que da frutos con forma de vídeo).



Empieza a oscurecer en el paraíso. Las farolas de la calle se encienden, salvo algunas que están fundidas. Son cosas que pasan, te dices. Vas a casa, intentas poner la televisión, pero sólo la ves estática y al lado encuentras una pegatina que pone “llame al xxx-xxxx-xxxx para contratar el servicio de televisión”. Quieres poner la radio, pero sólo salen anuncios, concretamente sólo dos o tres que se repiten una y otra vez, uno de ellos informándote del número para contratar el servicio de radio. Resignado piensas que debiste haber pensado antes en contratar el servicio de televisión, y te vas a la cama del segundo piso de tu casa, te tomas un vaso de agua que estaba junto a la cama, y te quedas dormido.

En la jungla es de noche. Algunos han encendido unas hogueras y se ponen a contar cuentos sobre frutos de oro y frutos con forma de nave espacial. Muchos no se lo creen ni ellos, tú desde luego no te crees nada, aunque debes admitir que la película del canal 142 de la fruta-televisión era interesante. Tienes algo de frío, pero sigues el ejemplo de algunos que ves alrededor tuyo y terminas durmiendo bajo una fruta-manta sobre un fruta-colchón. Sueñas con que “todo son árboles, todo son frutas...” y tú eres un árbol...

Segundo día: amanece
Es media mañana en el paraíso, el despertador no ha funcionado y te has quedado dormido. Debiste haber comprado pilas. Bajas a prepararte el desayuno pero sólo encuentras leche y galletas. Debiste haber comprado comida. Quieres leer el periódico de hoy, pero sólo ves el de ayer. Debiste haber contratado el servicio de periódico. Vas a poner la tele, pero recuerdas lo que pasó ayer. Coges el teléfono y... exacto: debiste haber contratado el teléfono. Enfadado con tu propia estupidez sales a la calle y caminas los diez kilómetros que te separan de la oficina donde contrataste la casa. Desde luego nadie te lleva en coche; nadie lleva a extraños, no has visto a nadie conocido, y los taxis se contratan por teléfono... Es por la tarde cuando llegas a la oficina, entras y lo primero que haces es pedir un contrato de teléfono. Te presentan dos o tres diferentes, coges el primero, lo firmas, y empiezas a respirar más tranquilo. No has visto que el contrato es por un año mínimo y al final saldrá más caro que la casa en sí. No importa: ¡ya tienes teléfono! De paso aprovechas para contratar el servicio de televisión. Decides que la radio en realidad tampoco te interesa tanto. Contento vas a la parada de taxi y en diez minutos estás de vuelta en casa.



Mientras, en la jungla te has despertado con los primeros rayos de sol (todos los pájaros se pusieron a cantar juntos), has aprendido a hacerte un baño con jakuzzi usando sólo lianas y ramas, estas planteándote seriamente el número de torres que va a tener tu castillo cuando aprendas a hacerlos, y sigues sin creer los cuentos de los frutos-nave espacial de la noche anterior, pero empiezas a pensar que con unas pocas lianas y alguna que otra rama... quién sabe. Ves que alguna gente tiene plantas en sus casas (o castillos) y que cuando crecen algunos las sacan de casa y las plantan en el suelo de la jungla, donde otros se les unen para cuidarlas
y no es raro ver a gente que pasa al lado y echa un puñado de abono o algo de agua. Piensas que debe ser grande tener un árbol de esos, aunque en realidad no sabes muy bien para qué podrías quererlo. Pasas el día explorando la jungla y viendo los diferentes árboles y frutos que dan: radio, televisión, vídeo (¡por fin!), frigorífico, silla, mesa, e incluso un árbol que da ¡frutos-tejado!. Crees que ya has visto mucho, pero al fijarte te das cuenta de que apenas te has apartado de tu árbol inicial, que por cierto es una enorme secuoya de doscientos metros de alto y como poco cincuenta de ancho con las ramas llegando a cientos más. Oyes hablar de otras secuoyas, más o menos altas y más o menos anchas, que están en otras partes de la jungla, pero oyes comentar que ninguna es tan alta y tan ancha. Claro, por eso la has visto en primer lugar.

Mejorando la calidad de vida


El paraíso vuelve a la normalidad. Con un par de llamadas has contratado un repartidor de periódicos, un repartidor de comida, encargas la cena en una pizzería, y después de que el técnico tardase dos horas en conectarte el cable de antena a la televisión (ya le vale, ¡si solo era un cable!), por fin ves la película de la noche. El chico de los periódicos también se ha encargado de traerte unas pilas para el despertador, aunque a un precio un poco más alto que en la tienda. La vida es bella y no sabes qué más puedes pedirle. Te acuestas contento de lo que has conseguido a lo largo del día.



En la jungla, hablando con la gente descubres que “linux” no es el nombre de la jungla sino sólo el de tu secuoya. Aprendes que hay otras secuoyas que se llaman BSD, Hurd, y alguna más, y que la zona donde vives la llaman GNU/Linux y está formada por parte de la secuoya y muchos árboles alrededor, mientras que la jungla entera es algo de Unix aunque lo llaman “*NIX”, no sabes muy bien por qué. Esta noche duermes en una cama mullida en el segundo piso de tu casa con balcón (ya sabes cómo hacer paredes con ramas del “árbol de paredes”) y estás pensando si te hace falta una chimenea o no. De todas formas no te preocupa; sabes que puedes cambiar de idea en cualquier momento sin mayores problemas. Incluso si la casa se termina cayendo, sólo has tardado un par de horas en montarla, y sigues dándole vueltas a lo del castillo, así que una casa más o una menos no te importa demasiado. De cenar has cogido un empacho de frutas-tarta, estaban buenas pero ya sabes que debes decir que no cuando alguien te reta a que comas más rápido de lo que tardan en volver a salir las que coges (salen casi al instante).

Primer lunes por la mañana


Suena el despertador en el paraíso. Te levantas, bajas a la cocina. Por fin puedes prepararte unos huevos con bacón y lo haces. El telediario anuncia la próxima llegada de Paraíso Nueva Versión. Dicen que las camas serán el doble de blandas, las televisiones el doble de grandes y los sofás el doble de cómodos. Te parece interesante. Por primera vez ves el muro alrededor del paraíso cuando enseñan las compuertas de seguridad que separan tu parte del paraíso de donde se está construyendo Nueva Versión. Sin embargo tienes otras preocupaciones: hoy empiezas a trabajar. Llamas a un taxi que te lleva a la oficina, aunque eres el último en llegar; todos han venido en su propio coche. Decides que necesitas un coche.



El sol brilla a través de las hojas de los árboles de la jungla. Has encontrado trabajo llevando frutas de un lado a otro y enseñando a los recién llegados cómo se teje una casa con lianas. Se te ocurre que podrías usar un carrito para llevar las frutas, así que juntas un par de frutas rueda, unas ramas, lo atas todo con lianas y consigues llevar el doble de frutas en la mitad de tiempo. Alguien que pasa al lado lo ve, le gusta, y planta un árbol que hace frutas-carrito diciéndote que si quieres puedes grabar tu nombre en la corteza junto al suyo. Lo haces y te sientes orgulloso: ¡una fruta con tu nombre (entre otros)!

Toca ir al trabajo


La amable vendedora del concesionario El Paraíso te ofrece distintos tipos de coches. Todos están encerados, tienen líneas curvas, colores vivos, y llegan de 0 a 10 en cinco segundos, parte de tener una velocidad máxima de 40Km/h. Para controlarlos sólo tienes que sentarte, pulsar un botón, y con mover el volante para los lados es suficiente. Nada de marchas, pedales, ni otros controles. Cuando quieres apagar el coche pulsas otro botón y listo. Te parece muy sencillo, pero comentas que no estás seguro de eso de “mover el volante”. La amable señorita te responde que no tienes por qué preocuparte, para cualquier problema vas a tener un instructor de autoescuela sentado en el asiento del copiloto. Pagas por el coche (más de lo que te esperabas, pero al fin y al cabo es muy simple de controlar) y vas contento a casa. Cuando llegas... te das cuenta: ¡¡no tienes garaje!! Vuelves al concesionario y comentas que no tienes garaje. Te responden que ellos no aceptan devoluciones, que una vez que has sacado el coche del concesionario es cosa tuya, y que si tienes algún problema llames al número de atención al cliente. Vuelves a casa, dejas el coche aparcado en la acera y llamas al número de atención al cliente. Te informan que eso no es problema del concesionario sino del vendedor de la casa. Llamas a la oficina de construcción y te informan que las casas no tienen garaje, pero si te interesa puedes llamar a una empresa amiga suya que se encarga de hacer garajes. Empieza a marearte un poco el problema, pero llamas a la empresa de garajes, donde te informan de que el precio del garaje, construido a medida, es de... y durante un minuto no consigues coger el aliento de la impresión. Cuelgas sin despedirte, hoy no tendrás garaje.



A tu casa de la jungla le falta algo. Pasas medio día pensando qué puede ser hasta que caes en la cuenta: ¡un helicóptero! Coges una fruta-helicóptero, tiras medio tejado para hacer la plataforma de aterrizaje, y ya tienes tu casa de los sueños. En realidad el helicóptero no te sirve de mucho (a todos lados puedes llegar a pié o tirándote en una liana) pero... ¿a que queda bonita una casa con un helicóptero encima? ¡Claro que queda bonita! Tu vecino, el del castillo de tres torres, al ver tu helicóptero pone una lanzadera de cohetes haciendo de cuarta torre. Te parece que está loco, pero muy adentro piensas que te gustaría tener una lanzadera de cohetes... El carrito para llevar fruta ya va solo (le has añadido una fruta- autopiloto de las que usan en los aviones) y ahora tu trabajo consiste en planificar rutas para que varios carritos no choquen entre sí. Empiezas a pensar que estaría bien saber plantar árboles y no tener que depender de otros, como lo que te pasó con la fruta-carrito. Estás pensando en adaptar el árbol de autopilotos para hacer una variedad especial de fruta-autopiloto-de-carrito. Algunos te comentan que también puedes hacerlo como un añadido al árbol de autopilotos, cuidar de una de las ramas para que produzca la variedad que necesitas, que alguien a quien también le interese cuide de ella, o incluso pagar a alguien para que lo haga. No estás seguro de cuál elegir, te gusta la idea de tener “tu propio árbol”...



Hablando al día siguiente con tus amigos del paraíso (¡ah, bendito teléfono...!) te enteras de que hay otras empresas que construyen garajes. No son garajes de tanta calidad como los de la compañía “recomendada” pero son algo más baratos y dicen que pueden llegar a funcionar igual. Te pones en contacto con ellos y llegas a un acuerdo. El garaje será algo más pequeño, no estará pintado, pero tendrás dónde guardar el coche. Ese mismo día te traen un garaje que no encaja del todo en las medidas (sospechas que puede estar prefabricado) y no te termina de gustar la idea de no tenerlo pintado, pero piensas que la diferencia de precio lo vale. También piensas que, ya puestos, no debería ser difícil pintar el garaje... llamas a la tienda y pides un bote de pintura. Te dicen que necesitas licencia y un acuerdo firmado de modificación para poder comprar pintura. No tienes ninguno de ellos, claro. Llamas a la constructora y te proponen venderte un lote de excavadora, apisonadora, grúa, etc. que incorpora un conjunto de herramientas de pintura. Cuando te dicen el precio casi te da la risa y cuelgas. El vecino de enfrente te dice que te deja un bote de pintura y un pincel si prometes no decírselo a nadie y tienes cuidado de que nadie te vea pintando y si te cogen él no te conoce. Con mucho cuidado, de noche, dejas pintado el garaje, que descubres que en realidad está hecho de cartón- piedra. No importa, tienes tu garaje pintado y aparcas tu nuevo coche dentro. Ha sido un día productivo.

Tormenta


El día siguiente la jungla está llena de una espesa niebla. A media mañana oyes un ruido en lo alto de las copas de los árboles y te das cuenta de que está lloviendo. Por suerte las hojas recogen casi todo el agua, ahora entiendes por qué algunos cuidaban árboles con frutas-hoja. Ves cómo otros se hacen unos sombreros con hojas y te haces uno también. La lluvia se convierte en tormenta, y caen algunos rayos sobre la jungla. Un árbol ha sido alcanzado y algunas ramas se han incendiado. Rápidamente un grupo de gente se lanza unos a cortar las ramas ardiendo, otros a apagar el fuego que ha saltado a otros árboles. Sobre tu casa ha caído una rama ardiendo que ha rebotado de la pared del castillo de tu vecino, pero no te preocupa demasiado. Todavía no tienes cosas de valor dentro, y siempre puedes volver a reconstruirla. Por suerte lo que vendes manuales para construir carritos con autopiloto) está en un castillo a cambio de un pago que usan para mantenerlo fortificado. Al final te has despreocupado demasiado y tu casa se ha caído a trozos. Te quedas mirando desolado lo que queda, pero tu vecino, el del castillo, decide ayudarte y con sólo un par de frutas nuevas para sustituir las paredes que se habían quemado, te la deja prácticamente como estaba. Piensas que has tenido suerte, y que deberías aprender a hacer esas cosas, sólo por si acaso.



Nubes de tormenta se ciernen sobre el Paraíso. El cielo se vuelve negro, y empieza a llover. Ahora te das cuenta de la cantidad de goteras que hay en tu casa. Incluso hay una en el salón, en el piso de abajo. La televisión deja de funcionar, aparentemente sin motivo. Tampoco es que supieses encontrarlo, claro, eso es “cosa de técnicos”, y así llamas al técnico a que te la arregle. Tras unas horas de espera llega, y en sólo un par de horas te la vuelve a conectar, pero te cobra ¡como si fuese una instalación nueva! Estás indignado, sólo un par de horas para arreglar esa tontería... te sientes estafado, por el técnico, desde luego. Hace horas que habías llamado a la constructora por el tema de las goteras, pero todavía no sabes nada. El problema se está agravando, el dormitorio parece una piscina. Un rayo cae en medio de la casa y empieza a arder. Ves que casi todo el barrio está ardiendo también.



En ese momento te llega un envío: un mensajero con un paquete de la constructora; te mandan una palangana para las goteras. Estás indignado, ¡ya le vale al mensajero! ¡cómo ha podido tardar tanto! Pones la palangana debajo de la gotera del salón... y medio tejado se hunde bajo las llamas. Ahora puedes ver de qué está hecho: cartón-piedra reforzado con acero. Indignado llamas a la constructora, que te informa de que eso es normal, que cuando te cae un rayo en la casa esta se quema, que simplemente tienes que volver a poner la casa. Claro que tú no sabes poner la casa, y se lo dices. Te responden que ese no es su problema, que llames al albañil que te la puso. Llamas al albañil y este acepta el encargo, aunque tardará unas horas.

Ya entrada la noche llega el albañil, quita los escombros de lo que era Tu Casa, pasa con una apisonadora sobre la parcela (“si no se allana, la nueva casa no se aguanta”, te dice) y en un par de horas vuelve a montar Tu Casa con los elementos prefabricados que ha traído. Te cobra como por una instalación nueva. Cuando intentas protestar te dice que no es cosa suya que te cayese un rayo, que es cosa de la constructora que se quemase la casa porque él sólo monta las piezas que le mandan, y que ha tardado como una instalación nueva y así te la cobra. Eso sí, si quieres un pararrayos él te lo puede instalar, pero tendrás que comprarlo en la tienda y volver a llamarle para que lo instale.

Estás furioso, menuda cara tiene el albañil. Encima, cuando entras en la casa te das cuenta de que ya no tienes garaje, la televisión no funciona, sólo hay leche y galletas en la cocina, el despertador no tiene pilas y sólo funciona el teléfono (claro, el albañil lo habrá puesto para poder llamarle, piensas). Pero ya es entrada la noche y no puedes hacer nada hasta el día siguiente, así que te tumbas en la cama... y te levantas al mediodía; tarde, como era de esperar.

Nueva Versión


Hay conmoción en la jungla. Se rumorea que una de las ramas nuevas de la secuoya ya está suficientemente madura como para empezar a coger frutos decentes (hasta ahora algunos salían amargos). Piensas que podría ser interesante, así que construyes un piso más en tu casa para llegar al nivel de la rama esa. La mayoría de las cosas siguen igual, y puedes pasar de un piso a otro cuando quieras, pero en el piso superior todavía hay algunas cosas que no encajan. Por ejemplo una lámpara de araña tiene uno de los brazos flojos, y hay una silla que no encaja del todo con el resto de la tapicería. De todas formas pasas algún tiempo al día en ese piso para disfrutar de la lámpara (antes no tenías, y había que montarlas uno mismo). Acabas experimentando con la silla y encuentras el color que debería ser. Se lo comentas a los que mantienen la rama de frutas-silla y estos la cambian un poco para que sea más fácil adaptar el color de las sillas (alguno propone introducir un sistema militar de camuflaje adaptativo para que el color se cambie solo, pero los demás le hacen callar). Te vas acostumbrando cada vez más a la nueva rama y vas pensando en ir abandonando los pisos inferiores de tu casa y trasladarlo todo arriba, donde mientras tanto has ido probando frutas-cosa de nuevas ramas de otros árboles y tu casa ya empieza a parecer una palacio.



Es el día después de la tormenta. Muchos vecinos tuyos del paraíso están también indignados con sus albañiles. Casi nadie tiene tele, pero por la radio se oye un nuevo anuncio: ¡Paraíso Nueva Versión abre sus puertas hoy!. Es una gran noticia, por fin habrá grandes cambios y grandes mejoras. Ya con mejor ánimo decides aprovechar el tiempo para mejorar tu casa. Piensas que si estuviese hecha de piedra en vez de cartón aguantaría mejor las tormentas. Llamas a la constructora para preguntar qué puedes hacer y te informan amablemente de que en el Paraíso no hay piedras, las tienes que traer con un equipo de construcción desde una cantera fuera del muro donde puedes comprarlas en función del tipo de piedra. Claro que para eso necesitas un equipo de construcción...

Por suerte te enteras de que un vecino tuyo tiene una excavadora y una grúa que ha conseguido de no se sabe dónde y, después de negociar un rato, consigues que te la deje unas horas. Te encaminas con la excavadora hacia una de las compuertas del muro exterior, pero cuando te dispones a salir te piden la documentación, y te informan de que no se puede ir a comprar piedra sin tener los papeles en regla. Tu estratagema con la excavadora no ha servido para nada. Para cuando la devuelves ya es bien entrada la tarde, y llegas a casa justo a tiempo de oír el anuncio definitivo: ¡Nueva Versión está abierto!

Te apresuras a coger el coche y te diriges hacia la compuerta que da paso a Nueva Versión. Cuando ya casi has llegado te piden los papeles. No tienes autorización para entrar, debes hablar con tu albañil o con la constructora para tener derecho a entrar en Nueva Versión. Das media vuelta y vas a la oficina de la constructora. Ahí te enteras de que en Nueva Versión las casas estarán reforzadas con titanio en vez de acero (obviamente no te dicen que seguirán siendo de cartón-piedra), habrá el doble de sillones en el salón, y las televisiones serán el doble de grandes. Además podrás pintar la casa de tres colores diferentes. Estás convencido de que es lo que necesitas, así que decides actualizarte. Te recomiendan una de sus compañías amigas, y estás a punto de decidirte cuando ves lo que tendrías que pagar... y te paras a pensar un largo momento. Entonces ves que un amigo tuyo te está haciendo señas. Te acercas a él y te dice que puede pasarte de incógnito a Nueva Versión, pero que no se lo digas a nadie y que él no te conoce y todo eso. Decides probar a ver, y aceptas. Te lleva por una puerta de servicio a través del muro a una parcela de tierra donde te monta una casa con los elementos de Nueva Versión, aunque sin teléfono (para que nadie se entere), ni televisión, ni radio, y te recomienda encarecidamente que no contrates ningún servicio oficial para la casa. Todo parece muy bonito, la cama es el doble de mullida y es verdad que hay el doble de sillones en el salón, pero no sabes qué puedes hacer sin todos los servicios que solías usar, así que decides volver un momento a tu antigua casa en la versión anterior.

Al intentar pasar por la puerta de servicio te encuentras con tu amigo que te dice que no seas loco, que obviamente al cambiar de versión tu antigua casa ha desaparecido, así de simple, y que si quieres poder usar las dos tendría que quitarte primero la casa nueva, poner la vieja, y luego volver a poner la nueva pero en otro lugar. Te parece excesivo, así que le agradeces todo el esfuerzo, y simplemente vuelves a buscarte un albañil que te monte una casa en la versión vieja. Vuelves a poner Tu Garaje, Tu Coche, Tu Televisión y Tu Despertador, y estás contento.

Desenlace, o no



Pasa el tiempo y en la jungla acabas consiguiendo una mezcla de palacio y castillo, has dejado la rama vieja y estás probando partes de una más superior todavía, aunque algunas frutas salen amargas y muchas veces sigues usando una de las anteriores. Desde que sabes reconstruir tu casa ya no tienes problemas con las tormentas, si se quema, no pasa nada. Es más, incluso has aprendido a tener más de una casa, tender puentes, plantar árboles, y de vez en cuando ayudas a novatos que apenas saben tejer su primera casa, aunque te miren con cara extraña cuando simplemente les indicas con el dedo dónde tienen que ir.


El paraíso va decayendo. Cada vez más gente se ha pasado a Nueva Versión y tu barrio está casi desierto. La constructora ya apenas hace caso de las goteras que tienes en casa, y ya ni te acuerdas de cuándo ha sido la última vez que te mandaron una palangana. Incluso el albañil pone cada vez peor cara cuando le llamas, claro, él ya vive en Nueva Versión. Al final llega el día en que te cortan la luz. Llamas a la constructora y sólo te encuentras un mensaje grabado informando de que el soporte para Paraíso Normal ha terminado, y te recomiendan pasarte a Paraíso Nueva Versión o Paraíso Versión Definitiva. Desesperado decides pasarte a Nueva Versión. Con todos los papeles en regla pasas por la compuerta en el muro, que se cierra detrás de ti, y vas a tu nueva casa. Sin coche, sin garaje, y donde en la cocina sólo hay leche, galletas y un plátano...
 

adriano4950

Bovino adolescente
#5
rifado he!! aunque me tarde un poco en terminar de leerlo, pero esta muy bueno.

ojala que todos vieran los veneficios de linux.

salu2
 
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