La historia del maestro

#1
Camaradas bakunos:


Aquí les traigo otra historia que me contaron. Sin ponerme a discutir si son verdaderas o falsas, me gusta recopilar historias y, cuando se salen del molde habitual, compartirlas. Ésta me la narró un maestro de secundaria hace como cinco años y me pareció tan extraña que no sabía bien cómo presentarla, hasta ahora. En fin, ya me dirán:



Esto nos ocurrió cuando trabajamos como jefes de enseñanza. Era una labor que nos exigía visitar distintas escuelas secundarias y, en casos extremos, asumir totalmente las funciones de docencia y dirección cuando los problemas exigían renovar totalmente a la planta de maestros. Fue en uno de esos casos extremos donde tuvimos que hacernos cargo de una escuela situada en un barrio "bravo" del Estado de México. El lugar estaba bastante lejos de nuestras casas, por lo cual teníamos que salir antes de las seis de la mañana y regresábamos después de la medianoche.

Para evitar ese extenuante ritmo de trabajo decidimos rentar una casa en las inmediaciones de la escuela, sin embargo pronto nos dimos cuenta de que había que ser muy cuidadoso al momento de elegir vivienda, pues parecía que el barrio –una zona muy próxima a una “ciudad perdida”– estaba dividido de una manera imperceptible para el recién llegado, pero férrea e inflexible para quienes se familiarizaban un poco con ella: las distintas calles de la colonia se organizaban según “profesiones”: vendedores de droga, prostitutas, casas que funcionaban como bodegas de mercancía ilegal y casas dedicadas a la venta de partes de automóviles robados. Cuando fuimos conscientes de esa distribución, decidimos quedarnos en esta última zona, pues, a pesar de todo, nos parecía menos peligrosa que las demás.
La casa nos la rentó una señora cuyo esposo vendía estéreos robados. La parte de la casa que daba a la calle era donde su marido tenía su “negocio” y teníamos que pasar por ahí necesariamente para llegar a la casa, lo cual era un poco molesto porque teníamos la sensación de no tener privacidad, pues el esposo y sus ayudantes sabían a qué hora entrábamos y a qué hora salíamos. Sin embargo, nos acostumbramos poco a poco, pues la otra mitad de la planta baja y todo el piso superior eran completamente para nosotros y, a pesar de los temores (más que fundados dado el rubro del negocio), nunca tuvimos pérdidas o contratiempos.

Sólo había una dificultad: el espantoso hedor que provenía del terreno baldío a espaldas de la casa. Era un terreno abandonado en el cual la mala hierba se abría paso entre las bolsas de basura que iban a tirar ahí los vecinos de la otra calle. “Son esas prostitutas, son esas viejas sucias las que van a echar su basura a ese baldío”, nos contaba la dueña de la casa a manera de explicación y de resignación, pues al recordarnos que ese basurero era territorio de las prostitutas veladamente nos hacía saber que no podíamos esperar que ella o su esposo fueran a quejarse, y menos por unos señores ajenos al lugar, como eéamos nosotros.
Pasaron un par de meses sin contratiempos, nos habíamos acostumbrado a la llegada de “mercancía” en las madrugadas, a la pestilencia del baldío de atrás y en la escuela los problemas administrativos poco a poco se habían ido solucionando. Esto último significaba que nuevos profesores definitivos llegaban a ocupar su plaza, lo cual fue haciendo que nuestra presencia ya no fuera tan necesaria. Yo mismo me empecé a quedar en la casa sólo un par de noches por semana, y al poco tiempo ocurrió lo mismo con mis otros compañeros. Excepto con Ciro, mi mejor amigo. La secundaria aún no conseguía maestro de música y como esa era su especialidad tuvo que encargarse de esa asignatura, así como de otros asuntos de la subdirección de la escuela. Llegó un momento en que prácticamente Ciro era el único que se quedaba en la casa, aunque por solidaridad el resto de nosotros seguía aportando su parte de la renta. Pero la ayuda económica no era todo lo que le importaba a Ciro, pues siendo una persona muy alegre y vital extrañaba nuestra compañía aquellas noches en las que él tocaba su guitarra y nosotros cantábamos o cuando jugábamos cartas hasta bien entrada la madrugada. Trató de hacer amigos con las personas del negocio, pero ellos se mostraban recelosos de los extraños que no habían nacido en el barrio, así que Ciro se quedó solo.
Tal vez esa soledad fue lo que lo motivó aquella noche a buscar una prostituta. “Ellas están en la calle de atrás”, pensó. “Será rápido ir a buscarla, la puedo traer a la casa, aquí hay un poco de brandy y podemos pasar un buen rato”. Así que salió a buscarla, aunque por un momento pensó en regresar, pues eran más de las dos de la mañana y temía que ya ni siquiera estuvieran ellas, pero el frío de la madrugada y la desagradable perspectiva de regresar a una casa sola lo mantuvieron en su decisión. Cuando llegó a la calle de atrás se sintió muy decepcionado porque no había más que sombras y perros perdiéndose en la niebla, pero de pronto se dio cuenta de que enfrente del terreno baldío había una muchachita. Se acercó y, en efecto, ahí estaba ella: tendría unos veinticinco años, pero era tan delgada que por momentos parecía aún menor, su cabello era negro y su piel morena, sus rasgos eran más bien toscos, pero Ciro pensó que dadas las circunstancias eso no importaba. Sólo había un rasgo que le desagradaba: mascaba chicle y Ciro odia que las mujeres masquen chicle. Sin embargo, él consideró que también podía dejar pasar ese detalle, así que acordaron un precio y echaron a andar hacia la casa. Al llegar, Ciro se sintió un tanto apenado, pues había gente en el negocio, quienes se percataron perfectamente de que llegaba con una prostituta e hicieron algunos comentarios burlones aunque sin hostilidad. Ese fue el único momento en el que Ciro pudo ver con claridad a la prostituta, usaba un vestido corto de una tela verde, raída y corriente, no llevaba medias que disimularan sus piernas peludas y el cabello lucía seboso y descuidado y tenía esa delgadez producto de años de mala alimentación. Pero, y digo esto porque creo conocer a mi amigo, a Ciro no le importaba, no quería una reina de belleza, sólo quería alguien con quien reír y pasar un buen rato, así que entraron a la casa y, quizá un poco abochornado, Ciro no encendió las luces.
–“¿Cómo te llamas?” –preguntó él.
– “Bindy”– Contestó ella de manera tosca y seca. A todas luces un nombre falso. Y todo sin dejar de mascar su chicle con desesperante parsimonia, lentamente, de un lado a otro, como si le fuera una tarea enorme.
– “¿Quieres una copa?” – preguntó Ciro tratando de animar la situación.
– “No. Prefiero que vayamos a lo que venimos”– contestó Bindy sin dejar de mascar su chicle.
Ciro no tuvo más remedio que obedecerla. Subieron al dormitorio principal, iluminado por el resplandor de la madrugada (pues nunca se nos ocurrió poner cortinas). Ella se desnudó rápidamente y se tendió en la cama mientras Ciro comenzó a desvestirse con todo cuidado, doblando su camisa y su pantalón.
–”Al menos podrías sonreír un poco. ¿No crees?” dijo un poco molesto por la actitud indiferente de aquella prostituta tan fea. Ella se limitó a mirarlo de reojo, como si hubiera pasado zumbando una mosca.
–“Al menos podrías dejar de mascar chicle. Si nos vamos a acostar yo no quiero que estés mascando de esa forma. Sácate eso de la boca”.
Entonces la prostituta se metió los dedos a la boca, sacó algo diminuto y lo dejó en la cama, y lo volvió a hacer y lo hizo una vez más, y otra más, de una manera mecánica y callada. Al principio Ciro se sintió enojado y asqueado, pensó que la tal Bindy se estaba sacando trozos de comida y sintió deseos de correrla, pero la curiosidad le llevó a agarrar una de esas cosas que se sacaba de la boca y se dio cuenta de que no era comida, era algo sólido y poroso al tacto. La volteó a ver y ella seguía ahí metiéndose los dedos a la boca, cada vez más adentro, y sacando esos palos cada vez más largos y más gruesos, y entonces Ciro supo que eran huesos, y ella empezó a reírse en un tono quedo, quedito.
Hasta ahí es lo que hemos podido reconstruir de la narración de Ciro. Él dice que no tiene conciencia de lo que ocurrió después. Todo lo que hay es el testimonio del señor del negocio, sus ayudantes y los vecinos que salieron a ver a un hombre que gritaba y corría desnudo. Los hombres que estaban en el negocio entraron a la casa y dicen haber encontrado lo mismo que nosotros encontramos el día siguiente que fuimos a recoger a Ciro: un vestido verde, raído y maloliente, unas zapatillas totalmente desgastadas y un amasijo de huesos sobre la cama.


Los hombres del negocio dicen que no vieron salir a nadie, que la casa no tiene otras salidas y que necesariamente cualquier persona que hubiera salido habría tenido que pasar por el negocio. La señora sacó los huesos junto con el vestido, las zapatillas y la ropa de cama y los quemó en la calle, y después rociaron la casa con agua bendita y lavaron el piso con cloro. Ella fue la única que se animó a aventurar algo: “En ese terreno de atrás a veces echan cuerpos de gente que ellos mismos matan. Si sacaran toda la basura y desbrozaran el terreno les juro que encontrarían varios muertitos. Nunca habíamos visto nada, quién sabe qué le toco ver a su compadre.”



:) Y eso fue lo que me contó el maestro
 

Remy Zero

Bovino Milenario
#4
Oooorale, pues no hay mucho que decir, sólo que la soledad es mala consejera, pobre cuate se ha de haber quedado traumado.
Gracias por tu aporte!!
 

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Bovino maduro
#16
No mames!! que pocaaa ahahahha asi menos me daran ganas de contratar una de esas chicas...
Muy buen relato espero mas aportaciones tuyas
 

C4rL05

Bovino Milenario
#17
Al princpio pensé que era mucho texto que leer, pero fue una gran redaccion y la curiosidad te va envolviendo.

Buen relato.

Salu2.
 
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