Se despertó sobresaltado y volvió a verla acurrucada en la esquina de su habitación. Allí estaba, sentada en el piso, abrasando sus rodillas, ocultando su rostro entre sus brazos. Su cabello era canoso. Su ropa antigua. Su voz era un silencioso susurro, incluso más silencioso que la noche, oscura y tenebrosa como la muerte misma.
Al igual que las veces anteriores, sintió miedo. Notó como se le agudizaban los sentidos. Sus ojos se cristalizaban y un nudo se apoderaba de su garganta. Quería llorar. No de alegría, no de tristeza, sino del miedo que le provocaba aquella anciana en su habitación. ¿Qué debía hacer? ¿Ocultarse bajo las sabanas? ¿Buscar refugio bajo su cama? ¿Salir corriendo? ¿Atacarla? ¿Gritar? Ya lo había probado todo, sin embargo nada había funcionado. Ella seguía ahí. Silenciosa. Susurrante.
De repente, levanto su mirada y dejó al descubierto un rostro marcado por el paso de los años. Poseía pronunciadas arrugas y profundos ojos. Lo miro fijo, como esperando una pregunta.
<< ¿Quién eres? >> atinó a preguntar el horrorizado chico.
<< No tengo nombre >> contestó aquella anciana con una voz ronca, parecida a la de un hombre << Soy el que lleva pasajeros al barquero del río Aqueronte. El que compaña a los niños no bautizados al limbo. El mismo que condujo a Judas hasta el noveno circulo infierno. El fantasma de las navidades pasadas. >>
El chico sintió que un escalofrío le recorría la espalda, pues entendió muy bien lo que aquella anciana le quería decir.
<<Entonces, ¿estoy muerto?>> sentía de antemano que la respuesta sería positiva ya que hace días que se encuentra en esa blanca habitación.
<< Todavía no >> contestó ella
<< ¿¡Entonces para qué viniste!? >>
<< Simplemente espero a que no despiertes del coma >> y diciendo esto, volvió a ocultar su rostro entre sus brasos
Saludos
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