Historia de Terror 5 - El Tercer Ojo

maurix

Bovino adicto
#1
Hace algún tiempo se contaba la historia de una joven puertorriqueña que había nacido con una anomalía extremadamente rara, había nacido con un tercer ojo justo debajo del derecho.
Este relato se remonta a principios del sigo XIX, justo seis años después de que se promulgara la Real Cédula de Gracia y un grupo de inmigrantes franceses se asentaran cerca de Arecibo.
La joven Catalina Pelletier, descendiente de franceses, desde toda su vida fue una mujer muy vivaz, poseedora de una risa escandalosa que espantaba a todo el mundo. A los treinta y siete años la mujer Catalina no había logrado la gracia de quedar embarazada, a pesar de haber despachado a seis hombres que no lo lograron a lo largo de toda su vida; sin embargo fue en 1821 cuando por fin logró quedar encinta por un capitán de un barco pesquero de origen español, quien jamás supo que había sido padre. Durante el embarazo, Catalina supo de la llegada de un grupo de franceses negros cerca de su posada. Pronto se empezaron a escuchar rumores acerca de extrañas prácticas de origen ritual por parte del grupo de franceses que jamás daba la cara al público, exceptuando la salida al mercado o a tirar los desechos, dichas prácticas se decía eran efectuadas durante las noches de luna nueva, cuando salían en extraños ropajes al patio de su residencia iluminados por la luz de los faroles que duraban encendidos toda la noche, acomodándose en círculos perfectos en torno a un extraño objeto que parecía danzar al son de los alaridos y cánticos que efectuaban en lenguas africanas. Una noche de luna nueva y ya con siete meses de embarazo, Catalina salía de su posada al patio de sembradíos contiguo a recoger algunas cebollas para la cena cuando escucho el ritual de los franceses, hipnotizada se dirigió sin saberlo a la tétrica mansión en penumbra eterna. Con una curiosidad que parecía comerle las entrañas, asomó medio cuerpo por sobre la rejilla del portón, y frente al pórtico de la rústica morada yacía la secta de negros vestidos en harapos de obrero sentados en torno a una extraña figura, pequeña y de color marrón que parecía tener forma de demonio. Al inicio del ritual se tomaron las manos, alzándolas conjuntamente; la luz de los faroles de las calles pronto empezó a ceder y como pequeños aventurándose a descubrir el significado de las cosas, los hombres empezaron a tantear entre sus manos la extraña estatuilla de barro mientras cantaban uno a la vez en lenguas extrañas. Al terminar cada uno de examinar el objeto, lo colocaron en el centro y los gritos se intensificaron; Catalina mesmerizada por los cantos, contemplaba horrorizada como la pequeña estatua empezaba a moverse de formas perturbadoras, rebotando en el suelo. Entonces se interrumpió el ritual al darse cuenta de que estaban siendo observados. Despavorida, Catalina intentó huir, pero fue alcanzada por la increíble velocidad de uno de los enormes negros, que la sujetó del antebrazo y la miró con unos enormes y amarillos ojos. Entonces, con sus enormes manos de simio la sujetó de la cabeza mientras los demás la rodeaban poco a poco en círculo; los vecinos aterrados no se atrevieron a interrumpir mientras los enormes nigromantes imponían un sortilegio de muerte sobre la pobre y sometida mujer que no se atrevía a luchar ante la imponencia de ellos.
Al día siguiente, Catalina despertó agraviada por el olor a azufre que penetraba hasta su alma. Se encontraba tendida boca abajo en su cama, débil, confusa y con un dolor de estómago que parecía quemarle las vísceras. Una curandera de la localidad entró a la habitación y le contó que después de caer rendida, varios vecinos se armaron de cualquier objeto y salieron de manera tempestiva a rescatarla, matando en el acto a los nigromantes a excepción de uno que logró huir del azote. Pasaron los días y Catalina se sentía cada vez mas grave de los dolores de estómago, temiendo que pudiese perder al bebé, fue a ver a Dolores Escovar, la partera de la localidad. Al escuchar la historia que ya era conocida por todos, de la boca de ella, se dio cuenta que antes de ser salvada de los brujos, le fue impuesto un sortilegio de origen africano, el cual causaba sus malestares. El único remedio según Dolores, sería sacarle a la criatura y cortarle la cabeza antes de que diese el primer suspiro, de lo contrario la maldición se extendería a Catalina; por supuesto ni siquiera lo consideró y tachó de loca a la vieja. Un mes pasó y ya se encontraba en trabajo de parto, a pesar de las advertencias de la matrona sobre el inminente infortunio que provocaría la llegada del bebé. La desgracia se hizo evidente cuando los participantes en el parto observaron lamentados como el bebé, que resultó ser una niña, poseía una horrible deformidad en su rostro. Poco después de que naciera, Catalina continuó haciendo uso de todas sus fuerzas, porque resultó que aún no había terminado; justo en el momento en que la joven bebé soltó su primer llanto, un segundo bebé había salido al mundo, pero se encontraba muerto y también poseía una marca en su rostro, solo que esta era diferente, le faltaba un ojo.
Pasaron los meses y los años, y la joven Rocío Pelletier trataba de llevar una infancia normal, a pesar de la evidente cicatriz que tenía en su rostro, que al paso del tiempo se fue reduciendo. Dicha cicatriz se encontraba justo debajo de su ojo derecho y hasta la fecha ningún médico o cualquiera había logrado saber con certeza de que se trataba o porque había estado ahí. Justo la noche de su cuarto cumpleaños, cuando Rocío se disponía a dormir, la cicatriz se empezó a abrir, proporcionándole una visión perturbadora de seres irreales que parecían atormentarla sin hacerle daño; aterrada abrió sus ojos y logró ver su habitación como siempre, su tercer ojo se encontraba ya cerrado. Con la respiración agitada se convenció a si misma de que se trató de una pesadilla, volvió a dormir plácidamente.
Al paso del tiempo las pesadillas le ocurrían con mas frecuencias; episodios de muerte, de tortura, de demonios que terminaron por apartarla de la realidad en que vivía, se volvió sólida y reservada, lo contrario al carácter alegre y vivaz que heredó de su madre; ya no hablaba con nadie y jamás se atrevió a contarle a su madre lo sucedido, hasta una noche en que sin dormir realmente, sintió algo raro en su rostro y volvió a ver las imágenes, solo que esta vez se dio cuenta que no estaba teniendo ninguna pesadilla, ya que no abrió sus ojos. Se toco el rostro y aterrada sintió con sus dedos una superficie babosa en lo que solía ser su cicatriz. Sin pensarla dos veces corrió con sus dos ojos abiertos a la habitación de su madre y entre llantos le contó lo sucedido; su madre la abrazó tranquilamente y le contó al oído lo sucedido, le contó sobre los nigromantes franceses, sobre el extraño ritual que le efectuaron y sobre las advertencias de la matrona y que a pesar de ello había decidido tenerla. También le contó sobre su gemelo muerto, el cual había nacido sin un ojo. Entonces ambas comprendieron que en realidad, la deformidad del rostro de Rocío se trataba del medio sentido que su hermano había perdido durante el desarrollo del embarazo.
La noche fue larga y ninguna había logrado dormir. Al salir el alba, ambas fueron a ver a la matrona Dolores que era quien había hablado de la maldición en primer lugar. La flácida mujer de aspecto acabado y con achaques en todo su cuerpo le examinó minuciosamente la herida a la joven, se la abrió y le pidió a su asistente que contuviera a la joven que se negaba a volver a ver las imágenes del infierno. Al ver de cerca el ojo, pudieron observar el reflejo de demonios y almas en pena, torturadas sin cesar por seres enormes y violentos que carecían de razón. Aterrados lo cerraron y la vieja matrona le coció el ojo para que jamás pudiese abrirlo de nuevo.
Muchos años mas tarde se hizo pública la leyenda de la joven de tres ojos y su madre, quienes trágicamente se habían suicidado, años después de que una bruja le cociese su ojo a la niña para no ver las imágenes del infierno; y tiempo después de que los sentidos de su gemelo muerto se extendieran hacia sus oídos, con los cuales escuchaban los alaridos infernales de los demonios que atormentaban a los pecadores y a los maldecidos, a su nariz, con la que percibían el olor a azufre y descomposición de los que habían muerto por asesinato y hacia su piel, donde sentían el insoportable dolor de los azotes de los demonios.
 

Rafaldafa

Bovino Milenario
#6
Que EXCELENTE relato mi amigo. Es la primera vez que leo algo en este foro que me deja con ganas de saber más! Felicidades
 
Arriba