El intempestivo tsunami de Karen - La Pagina Final - septima y ultima parte

dito de best

Bovino adicto
#1
Los amigos, hospedados en Phuket en el Hotel Metropol, le dieron a Karen vestimenta y cobijo. Intentaban que descansara, ya había padecido demasiado. Con enorme dificultad, trató de darse un baño. Tenía heridas profundas, sangrantes, algunas sin costura. Sus dedos rebanados le impedían lavarse y le resultaba imposible que el agua penetrara su cabello, saturado de ramas, arena, nudos y hojas. Se vistió con la ropa de sus amigos, inclusive con sus enormes trusas.

Trató de dormir. Fue imposible. Las imágenes de la ola, la despertaban agitada, no sabía dónde estaba. Temía estar cerca del mar, que todo recomenzara otra vez. Un joven chileno alto y flaco, bien parecido, tocó con insistencia a su puerta. Le contó a Karen que conoció a los mexicanos en el hospital. Se llamaba Aurelio Montes, venía de Phi Phi, del PP Princess.

Desde la montaña, mientras rapeleaba, vio cómo la ola se fue tragando a la isla, arrasando con todo. También él estaba de luna de miel. Su esposa, Francisca Cooper, nadaba en la alberca. Fue ése el único momento de su viaje en que se separaron. Se resistía a creer que estuviera muerta. Lloraba desconsolado.

Compañeros del mismo dolor, Aurelio y Karen regresaron al hospital para seguir buscando a sus respectivas parejas. Llevaban ya muchas horas sin sueño ni alimento. Supieron que un barco con 700 personas venía de Phi Phi, con los últimos sobrevivientes. Los heridos irían al Hospital Vachira, el resto al City Hall. Los cadáveres estaban siendo concentrados en la isla de Krabi.

Karen tenía tanto frío, que no percibía el agobiante calor. Sus heridas estaban infectadas, tenía fiebre. Desganada, apoyada en un sillón que inundó de arena, buscó a Jacobo entre los nuevos damnificados. De su nariz, pelo y orejas salían minerales y lodo. Ya no escuchaba, sentía presión en los oídos, estaban taponados. Le dolía todo el cuerpo, desde el dedo gordo hasta el último músculo del torso y los brazos. Los moretones se extendían, las heridas seguían sangrando.

Ninguno de los nuevos damnificados había sobrevivido a la ola, eran heridos con rajadas leves. ¿Cuántos muertos habría?, pensaba Karen. Comenzó a perder la esperanza. A ratos, regresaba al internet. Sus amigos de México la criticaban, no la podían entender. Insistían que Jacobo estaba vivo y que ella se equivocaba en dudarlo. Entre más los escuchaba, más culpable se sentía.

A las afueras del City Hall, ella y los cuatro fantásticos se subieron de camión en camión. Llevaban la fotografía de Jacobo, se la mostraban a todos los pasajeros para preguntarles si alguien lo había visto. Sí, respondió un hombre, viene en otro camión. Se subieron a más de una veintena de ellos. Era falso, Jacobo no estaba ahí.

Los reporteros y las antenas de todo el mundo comenzaron a llegar. Asimismo los representantes de embajadas. Karen ya contaba con el apoyo de México. Quiso también hablar con el Embajador de Israel, su madre es israelí. Le pidieron signos particulares de identidad de Jacobo. Fue recordando: cicatriz en forma de I latina en la rodilla, tornillos y placa de metal en la muñeca izquierda, cicatriz en forma de Z en esa misma muñeca, rayas en la frente, cicatriz de lunar en el cachete derecho, cicatriz en la nalga, circuncidado. Le solicitaron asimismo las placas de los dientes, pediría que se las enviaran sus familiares desde México.

El gobierno tailandés comenzó a pegar en una pared las fotografías de los muertos. Eran irreconocibles. Estaban deformes e hinchados por los golpes y el agua; las narices infladas, los ojos saltones, el rostro verdoso y en algunos casos morado, negruzco o putrefacto. No podía ni siquiera definirse a ciencia cierta, si la víctima había sido oriental u occidental, joven o viejo, hombre o mujer. Los expertos aconsejaban enfocar la atención sólo en la forma de las cejas, en las entradas del cabello. El número de fotos de cadáveres era creciente. Algunos, con los ojos bien abiertos parecían sorprenderse ante el mundo que dejaban.

¿Cómo podía uno soportar tanto dolor, tanto stress, tanta frustración? Pasaban los días revisando los hospitales de Phuket, las fotografías de muertos, y hasta la morgue en Krabi. Jacobo no aparecía. ¿Podía aún estar inconsciente?

En México, la fotografía de Karen y Jacobo aparecía en las primeras planas de los diarios y en todos los noticieros de televisión. Ella no imaginaba que todo el país sabía de su tragedia, ella se había convertido en una figura pública. Gente que tenía años de no ver, le mandaba mensajes. Le insistían que tenía que ser fuerte -cómo si no lo fuera-, que todo volvería a la normalidad. Una persona inclusive le relató que habló con una vidente, le aseguró que a Jacobo, aún inconsciente, lo estaban cuidando unos nativos en una isla cercana. Se recuperaría. Todos se sentían con la capacidad de insuflarle esperanza a Karen, y ello, paradójicamente, la quebraba. Deseaba encontrarlo; deseaba también poder empezar a vivir su duelo aceptando la verdad.

El miércoles temprano llegaron los papás de Karen y de Jacobo a Phuket. En el camino al aeropuerto, sonó el celular. Era un reportero de la Revista Proceso. Karen no quiso atenderlo, sentía violada su intimidad.
Al ver a su madre, buscó su abrazo. Estaba Karen serena, fuerte, no derramó una sola lágrima. Los reporteros y corresponsales de agencias comenzaron a acosarla, los flashazos no paraban. Buscaban víctimas y Karen, cuya fotografía estaba en todos los rincones de Phuket, era ya vieja conocida.

Me sentía invadida, me acosaban como si fuera estrella de Hollywood caminando sobre la alfombra roja. Les pedí una y otra vez que me dejaran en paz. No querían escuchar. Harta y desesperada, me levanté a gritarles con una furia incontenible que ya era suficiente dolor, que no soportaba más. Perdí el control. Esa imagen de franca desesperación, fue la que recorrió el mundo. Los periodistas, con gran cinismo, se aprovecharon de mí, buscaron exasperarme y obtuvieron su premio: la toma morbosa que tanto anhelaban.

Karen, que estudia comunicación, comenzó a cuestionar la irresponsabilidad, la falta de ética de tantos periodistas. Hubo reporteros que llegaron a declarar que estaban informados porque eran "los mejores amigos de la familia". De la noche a la mañana, Karen se llenó de "nuevos amigos", gente chismosa que se engalanaba con su tragedia. Ese mismo miércoles, en México se anunció en la radio que Jacobo había ya aparecido. Era una mentira más.

Las heridas de Karen estaban muy infectadas y su salud mermaba. Su madre la llevó a un hospital privado donde descosieron y rasparon. Esa dolorosa tortura de someterse a arañazos para evitar que las heridas supurantes así cicatrizaran, fue inevitable durante más de una semana.

Los padres de Jacobo y el papá de Karen, después de recorrer los hospitales de Bangkok, Patong y Phuket, de revisar las interminables listas de cadáveres, y de visitar la morgue, tomaron la decisión de viajar en lancha a Phi Phi. Sólo encontraron montañas de cadáveres en bolsas azules. Era un pueblo fantasma, pestilente.

El papá de Karen quiso llegar al PP Princess. Ya no existía más. Al estar ahí, se dio cuenta que su hija había vuelto a nacer. El desconsuelo de aquella isla era devastador, no había ya ninguna señal de vida. Un sueco, que también buscaba a algún familiar, les pidió aventón de regreso en la lancha. Traía consigo una bolsa de plástico que encontró en la isla. Estaba llena de pasaportes. Él no había hallado nada, pero a la mejor ellos corrían con mejor suerte. Milagrosamente apareció el pasaporte de Jacobo.

Le preguntaron a Karen si Jacobo traía su pasaporte consigo. Ella respondió que no, ni siquiera supo por qué se lo preguntaban. Horas después, al hilar los cabos, recordó que Jacobo había regresado al cuarto para buscar su pasaporte, quería cambiar traveler checks porque ya no tenían dinero.

Ante la desesperanza y la incapacidad de buscar más, ambas familias regresaron a México el 2 de enero. Unos días antes, Karen recibió en el hotel las dos petacas que ella y Jacobo habían dejado en custodia en el muelle de Phuket. Los encargados, al ver su fotografía y constatar que ella sobrevivió, la buscaron. Karen ni se acordaba de aquel equipaje, pero los agentes marítimos sí. No querían quedarse con lo que no les pertenecía. Le regresaron inclusive el dinero que ella y Jacobo habían pagado para el taxi que los llevaría del muelle de Phuket al aeropuerto.

En México, Karen comenzó a dormir con la pijama que Jacobo había dejado en la maleta olvidada. En sueños le rogaba que le mandara alguna señal, necesitaba saber si estaba vivo. La madrugada del 5 de enero, en la morgue de Krabi, los israelíes de Zaka, con la ayuda de un detector de metales, encontraron la placa en la muñeca de Jacobo. Todas las señas de identidad coincidían. Curiosamente, él esperaba a regresar de su luna de miel para retirar los clavos y la placa de esa fractura antigua.

El cuerpo había sido hallado en Phi Phi el 31 de diciembre, a la hora en que sus padres recorrieron la isla. En una de aquellas bolsas azules acababa de ser introducido Jacobo. El equipo que limpiaba los cadáveres, con irresponsabilidad, quitó los pasaportes y las señas de identidad de los cuerpos. Por eso, el pasaporte de Jacobo estaba ahí.

Jacobo llegaría a México el día 8, para ser enterrado el domingo 9 de enero. El cuerpo estaba ya tan descompuesto y desfigurado que nadie se atrevió a abrir la caja. Así se le dio sepultura. Karen llegó a dudar que hayan enterrado a Jacobo. Sólo se convenció cuando unas semanas después, Julián Ventura, Director para Asia-Pacífico de la Secretaría de Relaciones Exteriores, le llamó para decirle que por un error del equipo tailandés, el cuerpo llegó a México sin una bolsa que debía haberlo acompañado. Él la tenía en su poder, quería entregárselas. La bolsa contenía el reloj que Jacobo llevaba puesto y su argolla matrimonial con el nombre de Karen y la fecha de su matrimonio, 4 de diciembre del 2004, grabados en el interior. No había duda, era Jacobo Hassan Cassab. El ciclo logró cerrarse. En México, descansaría en paz.

Después de la pesadilla, mi futuro aún es incierto, dice Karen. No olvidaré jamás aquel 26 de diciembre del 2004, no olvidaré nunca a Jacobo. He dejado de ser chillona e insegura. Yo también me sorprendo de lo que pasé y de la fuerza con la que lo enfrenté. Quizá sobreviví porque tengo una misión en la vida. Aún no la conozco, pero estoy segura que lograré cumplirla.





pues asi es como "termina" esta historia y lo pongo entre comillas porque para esta chica la vida sigue y es tan increible como la vida puede cambiar en un solo instante pasar de la alegria a la tragedia de un segundo a otro saludos bakun@s



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