Demencia (Coleccion de pequeños cuentos, Capitulo II)

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NO conceviria el final de la historia sin el capitulo 2 y 3, algo bajo de susupenso pero relatan el por qué del final. Espero que les guste; como dije explica el por qué de el final...
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Capitulo II
El cuarto blanco

Cuando Juan abrió los ojos, lo primero en que se percato es que estaba en un lugar desconocido; el brillo del sol reflejado en el suelo, le molestaban y la blancura del cuarto era excesivamente pulcra; era lo que tanto odiaba, por eso su cuarto carecía de ventanas y estaba pintado en tonos obscuros. Intento moverse, pero algo no se lo permitía libremente; en su mente se pregunta donde estaba y como había llegado ahí mientras intentaba liberarse de la cama que lo mantenía prisionero. Con ansias continuaba en sus intentos por liberarse, cuando fue interrumpido por el sonido metálico que hizo la puerta al abrirse.
“Espero que esta vez este dispuesto a realizar la entrevista”, se escuchaba una conversación atrás de la puerta. La puerta metálica se abrió con un chirrido y la primera persona en acceder al cuarto fue una enfermera; en sus manos tenia un portapapeles de madera, el cual leía cuidadosamente; portaba un vestido blanco, y en el pecho colgaba un gafete; su cabello obscuro estaba recogido y oculto bajo la cofia blanca con forma de boina que portaba sobre su cabeza; su rostro era delicado, ojos cafés claros y nariz pequeña, sin duda tendría unos veintisiete años. Giro la vista a la cama y observo al paciente.
- Buenas tardes Sr. ¿Cómo se siente?
- ¿Por qué estoy atado a la cama?- Grito Juan.
- Es por su seguridad…
- ¿Seguridad?... jaa… exijo que me libere.
La enfermera ignoro lo que Juan le había dicho, se dirigió a la puerta e invito a pasar a otras cuatro personas. Dos de ellas portaban una bata con la que cubría un traje color obscuro y otro color ocre y hablaban entre si, mientras se dirigían a la mesa del centro donde colocaron sus documentos; las dos personas restantes se limitaban a hablar y se posicionaron a los extremos de la salida, su playera, pantalón y zapatos eran blancos; sus apariencia era dura y su físico fuerte, sin duda eran los auxiliares o los vigilantes. El doctor de traje obscuro se aclaro la garganta y se dirigió al paciente que seguía diciendo que lo liberaran.
- Buenas tardes señor….- dirigió su vista al papel sobre la mesa y continuo –…Juan… Usted se encuentra en el hospital de salud mental “CITLALTEPETL”.
Juan dejo de forcejear por un momento y guardo silencio, para meditar aquello que acaba de escuchar. Estaba en un hospital de salud mental, eso quería decir que estaba loco; su mente generaba idea tras otra, todas girando alrededor del mismo concepto “locura” y empezó a exteriorizarlo.
- Yo no estoy loco… No lo estoy…- Gritaba mientras con todas sus fuerzas trataba de liberarse- ¡Libérenme ahora! ¡Ahora¡- Parecía un niño pequeño que pataleaba en el piso cuando no se cumple su capricho.
- ¡Tranquilo señor Juan¡… Si lo libero promete contestar y actuar de manera tranquila.
Con un movimiento de cabeza y un leve “si” Juan contesto y el doctor dio la orden de que lo liberaran. Los auxiliares se acercaron a la cama, levantaron la sabana y aflojaron las cintas que lo mantenía a la cama, lo incorporaron y lo dirigieron a la mesa donde le ofrecieron un asiento frente a los doctores; mientras tanto la enfermera introducía un pequeño carro a la sala y ponía sobre la mesa un plato con comida. Juan miro su brazo izquierdo cubierto con una gasa que tenia una leve mancha de sangre; hizo un movimiento de mano y reacciono, movió sus dedos pero solo el pulgar, el índice y el medio respondían, los otros dos se quedaban estáticos.
- Tuvimos que atarlo a la cama porque no dejaba de abrirse esa herida; lleva cinco días y no ha cerrado; por eso estaba atado a la cama- Explico la enfermera- Coma algo le hará bien.
- Gracias- Dijo Juan mientras pensaba “Cinco días… No los recuerdo”; pero si recordaba el suceso por el cual había herido su brazo - Solo beberé agua – dijo mientras tomaba el vaso de plástico frente a el.
- Como decía… Mi nombre es Alejandro y quiero hacerle unas preguntas- Dijo el doctor de traje obscuro mientras Juan reaccionaba a lo que le decían- Él es el doctor Gabriel García y evaluara nuestra conversación- señalo a su acompañante.
- ¡Listo doctor! – La enfermera le dio el portapapeles al doctor Gabriel y él preparo su bolígrafo dándole un golpe con el portapapeles.
- ¿Tiene algún familiar cercano a quien podamos contactar? – Pregunta Alejandro
- No, vivo solo, mi familia esta en otro estado. – Juan movía la cabeza para expresar la negativa.
- ¿Cuánto tiempo tiene que su psiquiatra le receto el “Risperdal”?- Señalando el frasco que sostenía en su mano derecha.
- Unos dos meses… más o menos, no recuerdo muy bien.
Las preguntas era para conocer un poco del paciente y poder hacer un diagnostico previo, pero la siguiente pregunta era el nervio en que se apoyaba todo y el doctor lo había tocado.
- ¿Por qué se hizo esa herida?- pregunto a la par que señalaba la gasa que cubría el brazo de Juan.
- Ehh…
Juan dudo por un momento, si decía la verdad seria catalogada de loco; pero que tenía que decir, no lo sabia. Mientras el doctor miraba a su colega e intercambiaban miradas, y en un disimulado movimiento le dio una afirmación con la cabeza.
- Yo no estoy loco… no lo estoy- Dijo Juan al interpretar aquella información.
- Yo no he dicho que usted esta loco, jamás lo mencione.
- Pero no merezco estar aquí, ¡No estoy loco!
- Tranquilo, lo se; ¡Solo responda!
- No estoy loco, créame.
- Entonces respóndame.
Su paciencia parecía agotarse pero continuo haciendo la misma pregunta y recibió la misma respuesta por cinco minutos. Hasta que llego a su límite.
- Solo limítese a responder a mi pregunta, si no daré por terminada la entrevista. – Dijo el doctor con timbre alto.
Y Juan que también había llegado a su limite y con una desesperación por no quedar preso en es hospital, contesto con toda sinceridad a la pregunta.
- Porque la música no se detenía, esa maldita música…- trago saliva –estaba destruyendo mi cabeza, mi mente, tenia que silenciarla.- Miro fijamente al Doctor Alejandro y con su puño cerrado golpeo la mesa- ¡Ahora déjenme salir… ya!
Los auxiliares lo sostuvieron por los brazos, los doctores y la enfermera salieron de la habitación; después de una maniobra de parte de los auxiliares, ellos salieron y cerraron la puerta tras de si.
Ahora que estaba libre de la cama, Juan caminaba alrededor del cuarto como un león enjaulado y de vez en cuando observaba lo poco que se veía por la ventana; culpaba la protección excesiva de la ventana por no dejarlo ver todo el paisaje de afuera. Siempre mirando hacia afuera, siempre esperando el momento en el que le permitieran salir de aquel cuarto. La comida llegaba dos veces al día, en la mañana y en la tarde siempre acompañada de su acostumbrado medicamento; pero a cada día que pasaba la esperanza parecía desvanecerse.
Pasaron cinco días que parecieron una eternidad para Juan; pero en ese quinto día de encierro por fin lo dejaron salir de su aislamiento. Le hablaron de su buen comportamiento y que podría convivir con los demás pacientes, lo condujeron al final del pasillo y al final del mismo se hallaba una puerta.
- Aquí es la sala de reunión, puede convivir con los demás- y la enfermera abrió la puerta y le insistió a pasar.
Al entrar lo primero que vio lo perturbo demasiado; una persona se reía sola, otro se estaba comiendo la tela que cubría el sillón y una pareja tenia relaciones sexuales en medio del salón. Lo dejaron en la entrada y por su cuenta Juan se dirigió a una de las mesas que se hallaban distribuidas en el salón, se sentó y medito. ¿Su estrategia había sido la correcta?, había actuado de manera pacifica y sin alteraciones; pero continuaba encerrado y ahora estaba conviviendo con personas que realmente estaban locas. Inspecciono el lugar para encontrar algo con que entretenerse y vio a un viejo frente a un televisor, sentado en una mecedora el viejo cambiaba el canal del televisor a frecuencias diferentes por lapsos de veinte segundos; era frustrante no podía apreciarse nada, repetía una y otra vez lo que escuchaba de los comerciales. Cambiarle manualmente al televisor era una perdida de tiempo e intentar apoderarse del control seria inútil ante un loco.
Su herida en el brazo se curaba exitosamente, pero su convivencia con aquellas personas parecía abrirle una brecha en su mente que poco a poco cedía a su locura interna. Cada tarde iba a la sala de vigilantes y pedia hablar con el doctor pero su respuesta era la misma “No esta, se encuentra atendiendo otros asuntos”.
 
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