Demencia (Colección de cuentos cortos:capitulo final )

#1
Bueno por fin acabe mi historia para un libro que venden en los camiones de a 10 pesos
Links por si no leistes los anteriores
capitulo uno: http://ba-k.com/showthread.php?t=3278645
capitulo dos: http://ba-k.com/showthread.php?t=3286757
capitulo tres: http://ba-k.com/showthread.php?t=3286907

Capítulo IV: Sobreviviente
El hospital estaba en silencio, ningún grito, ninguna carcajada salió de aquellos contenedores de locura que los doctores llamaban cuartos. Los auxiliares avanzaban por el pasillo en busca del cuarto donde estaba Juan; llegaron y se asomaron con mucha precaución, el paciente estaba recostado en el suelo; dieron un golpe a la puerta, pero el sujeto no reacciono. Tomaron las llaves y abrieron la puerta; entraron, un olor a podredumbre llenaba el cuarto y observaron el muro manchado de sangre, pero aquellas personas estaban acostumbradas a ver cosas mucho peores. Un muro manchado era tan común para un enfermo que para ellos paso desapercibido. Tomaron el cuerpo de Juan; el cual parecía un cadáver, lleno de sangre y con una blancura casi fantasmal. Lo condujeron por lo largo del pasillo, el silencio era contaminado por el ruido que hacían sus pies al hacer fricción con el suelo.
- ¿Tanto tiempo sin verlo, Alejandro?- Dijo un viejo amigo de Alejandro, que era cirujano en un hospital
- La vida tiene momentos dulces, pero a veces hay que regresar un poco para poder ver otra vez días felices.- Respondió con sarcasmo Alejandro.
- Ya me hace falta algo de efectivo, para mantener mi vida placentera.
- No se preocupe, tenemos un cordero; pero dígame… ¿Tiene algún comprador?
- ¿Crees que vendría si no fuera así?... claro que sí tengo, pero solo un comprador.
- Entonces ¿Debemos mantenerlo vivo?
- Claro, cualquiera vive con solo un riñón.
El doctor Alejandro y el cirujano se preparaban para la extracción; era un proceso que realizaban desde años atrás con los pacientes olvidados, pero dejaron de hacerlo al recibir dinero de manera más sencilla y sin peligros. Ambos se lavaban las manos y se ponían sus batas para el proceso. Se oyó la puerta y entraron los dos auxiliares arrastrando a Juan al quirófano. Desde un pequeño cuarto con un enorme cristal se podía ver como el doctor les daba una señal a los auxiliares, y estos ejecutaron lo que el gesto del doctor había mandado.
Con unas cintas de seguridad uno de los auxiliares ato el pie y la mano izquierda de Juan a la fría plancha, las apretó con fuerza. El otro auxiliar separo las cintas del lado derecho, haciendo un sonido parecido a desgarrar una tela, tomo la cinta y ato su pie derecho. Mientras el otro preparaba los utensilios, un bisturí y otros objetos metálicos; todos brillantes y relucientes, que su filo parecía cortar el silencio; aquello no parecía un quirófano, si no una carnicería.
El auxiliar era lento, apenas iba asegurar la mano derecha cuando una astilla de porcelana fue al encuentro con su ojo derecho. La astilla penetro el ojo y broto sangre, el auxiliar se llevo las manos a su cara intentando parar el sangrado mientras dejaba escapar un leve gemido de dolor. Su compañero atendiendo un asunto a sus espaldas, volteo para averiguar el por qué de aquel sonido; rápidamente intento reaccionar, pero era demasiado tarde, Juan estaba sentado en la plancha con una mano libre. Aquel hombre frente a Juan no daba crédito a lo que veía; en su pecho se encontraba insertado un instrumento quirúrgico empuñado por el hombre sentado en la plancha, Juan le sonrió y giro el arma; el auxiliar soltó un grito tan fuerte que inundo con su eco la sala, “Música para mis oídos” dijo Juan y soltó el arma. En la sala continua se vio salir a los dos doctores gritando “¿Que pasa?, cuando vieron la escena no tuvieron otra reacción que salir rápidamente del quirófano.
El auxiliar apuñalado cayo al suelo, Juan desato sus pies y mano izquierda, tomo un frasco de alcohol y lo estrello en la cabeza del que seguía en pie quejándose de la herida en su ojo; con el impacto de la botella al chocar en su cabeza perdió el equilibrio y cayo al suelo, el alcohol baño su rostro y el auxiliar se revolcaba de dolor. El auxiliar dejo de gritar y se hizo un silencio lúgubre en el quirófano, Juan se agacho para ver a su segunda victima; pero con una apuñalada que atravesó su pecho era imposible que se mantuviera consiente, aun así se acerco lo suficiente para escuchar su respiración; el silencio confirmo su muerte, tomo el arma y la saco del pecho de aquel cadáver, no era un cuchillo o navaja, era simplemente una tijeras de metal de unos treinta centímetros de largo. Se dirigió al auxiliar que se encontraba con las manos en la cara tirado en el piso, se agacho y acerco su oído a la cara de la victima, negó con la cabeza; bajo un poco la cabeza a la altura del pecho e intento escuchar algo, negó con la cabeza; siguió bajando y se detuvo en el vientre, escucho y grito “Ahí esta”; levanto las tijeras y las hundió en el vientre del auxiliar, este gritaba, pero Juan no se detenía, apuñalaba una y otra y otra vez a su victima, hasta que en un charco de sangre esta fue silenciada por el manto de la muerte.
Los dos doctores corrieron a la puerta, pero esta estaba cerrada con llave; así lo marcaba el reglamento, siempre debía estar bajo llave; y las llaves las portaban los auxiliares. Estaban encerrados en el pabellón junto a un psicópata asesino, intentaron abrir la puerta empujándola con todas sus fuerzas pero esta no cedía; gritaron en busca de auxilio pero lo alejado de ese pabello mantenía prisionero hasta el sonido. Pero con la desesperación de encontrarse a su verdugo, continuaron intentando salir de aquel pabellón.
Juan se levanto y limpio sus manos y brazos manchados de sangre, lentamente limpio su brazo derecho a causa de la inutilidad de dos de sus dedos, el proceso duro varios minutos y el izquierdo con tan solo una rápida pasada; observo su antebrazo izquierdo, la herida esta infectada, había cambiado el tono de su carne de rojo a un tono obscuro pero no le importo, solo lo contemplo por unos segundos y salió de la sala apagando detrás de el la luz del quirófano. En el suelo quedaron inmóviles los cadáveres de los auxiliares; uno con los ojos abiertos y una herida en el pecho; y el otro totalmente destrozado del estomago, reluciendo todas sus entrañas; con sus manos cubriendo su rostro donde continuaba brotando un hilo de sangre.
Cuando escucharon el cerrar de una puerta, Alejandro y el cirujano corrieron a esconderse a la sala más cercana. Juan vio a lo largo del pasillo, solo vio paredes, puertas y una vitrina cuadrada y roja pegado a la pared derecha, en el cristal estaba escrito “Rómpase en caso de incendio”; se dirigió a esta y rompió el cristal, dentro había un traje, una manguera y uh hacha de bombero; él eligió lo más apropiado para su propósito, el hacha.
Alejandro al escuchar el sonido de los cristales al romperse entro al cuarto de servicio, abrió la puerta del armario y entro, puso el seguro y ocultándose detrás de las escobas y trapeadores espero. El cirujano entro tras de él vio el cuarto y vio la puerta, intento abrirla pero esta no se abrió, toco la puerta y suplico que lo dejaran entrar, pero no se abrió. El silencio reino en el cuarto, Alejandro oculto en el armario escuchaba lo que pasaba afuera; su colega, desesperado se movía como una rata acorralada. De repente se escucho un portazo, el silencio volvió a llenar el cuarto; Alejandro intento no escuchar, pero el miedo agudizo sus sentidos. Se escuchaban pasos lentos, acompañados de un sonido metálico que rosaba en el suelo, los pasos avanzaban mientras se escuchaban las suplicas de su colega, “Por favor, ten piedad…. Por favor… podemos curarte, solo deja eso.” Mientras los pasos y el sonido metálico se detenían a la par Juan hablo “Hoy no hay piedad” y se escucho el sonido del hacha al cortar la carne y huesos acompañado de un desgarrador grito, una vez más se escucho el sonido sordo del hacha al cortar la carne y los gritos de su colega; los gritos que Alejandro le congelaban el alma. “Que hermoso agudo” y con último golpe el silencio reino la sala.
Alejandro solo se limito a oír, sabia que su colega había muerto; pero, él ¿Estaba seguro allí? su pregunta fue contestada inmediatamente. Las pisadas y el sonido metálico se dirigían a la puerta del armario, uno a uno se escuchaba los pasos acercarse a la puerta y Alejandro solo se mantenía sentado y oculto, rogando que no abriera la puerta. El sonido metálico lo paralizaba, lo que traía arrastrando su asesino era demasiado grande y pesado que tenia que jalarlo. Estaba solo, lo único que los separaba era la puerta que el doctor había asegurado. Los pasos se detuvieron frente a la puerta, un ultimo jalón de lo que venia arrastrando toco la puerta; Alejandro soltó un gemido; se escucho el movimiento de la perilla, no se abrió, se escucho que trato abrirla con más fuerza pero no cedió. Se hizo una leve pausa, Alejandro se preparo para ver a su verdugo destrozar la puerta, pero no sucedió nada; continuo sentado esperando el desenlace de su final, la espera lo torturaba más que el pensamiento de que moriría. Se mantuvo en la espera, los pasos se alejaron y se escucho el caer del objeto que portaba Juan al piso, otra vez el silencio, ese maldito silencio. Pasaron tan solo un par de minutos, que Alejandro le pareció toda una vida; pues la misma le pasaba ante sus ojos. Los pasos otra vez se escucharon, se alejaron y salieron del salón, Alejandro parecía quedarse solo; pero inseguro se quedo sin comprobarlo.
Alejandro no durmió, se quedo a la expectativa; el asesino podía regresar. Oyó voces y personas que se comunicaban por radio, la policía había llegado. Alejandro se levanto e intento salir, el ruido alerto a los policías que desfundaron sus armas, uno se dirigió a la puerta sin dejar de apuntar su arma y la abrió. Alejandro salió del armario y cayo a los brazos del policía; “Atiéndalo… atiéndalo” grito el policía mientras en el radio se comunicaba… “unidad móvil tenemos un sobreviviente”. El doctor Alejandro vio la escena, dos sabanas cubrían tres bultos tirados en el suelo, era su colega; enfrente de la pared había un hacha color rojo manchada de sangre, a unos centímetro había un crayón rojo; lo reconoció era el que había dado a Juan. Ya iba a salir cuando subió la vista y vio el mensaje, “Con cariño para el creador…. Nosotros no debemos matar al creador”; su sangre se helo, entendía el mensaje, el había creado a aquel monstruo.
- ¿Que paso con el asesino?- Pregunto Alejandro esperando que la respuesta aliviara el peso de su alma. Pero la respuesta no lo hizo.
- Escapo, le quito las llaves a los auxiliares y sin seguridad huyo fácilmente.- El policía hizo una pausa y termino con una pregunta que no obtuvo respuesta- Dígame, ¿Por qué estaban las cámaras apagadas?
 
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