De la inexistencia teológica del infierno

lrcaos

Bovino maduro
#41
Muy interesante los debates.

Pero al final de cuentas. Se cae en la típica guerra de DEMOSTRAR QUE YO TENGO LA RAZÓN.


Al final de cuentas. NINGUNO HUMANO SABE SI EXISTE EL CIELO Y EL INFIERNO.


Porque hasta donde TODOS SABEMOS NINGÚN HUMANO HA REGRESADO A LA VIDA DESPUÉS DE MUERTO.
Tienes razon en que nadie lo sabe amigo pero tambien debes comprender que cada quien tiene su punto de vista y cuando se es objetivo buscas intercambiar ideas, quiza alguien te puede demostrar que estabas equivocado y es grandioso descubrir algo nuevo, lo triste es cuando pensamos que tenemos la razon solo por que nosotros pensamos tenerla y no presentar ningun argumento solido, yo tambien acabo de leer todos los hilos y comenzo muy bien pero ya que se acabaron los argumentos y se comienza con criticas personales esto se volvio aburrido.
 

Cabo Hicks

Bovino de alcurnia
#42
Tienes razon en que nadie lo sabe amigo pero tambien debes comprender que cada quien tiene su punto de vista y cuando se es objetivo buscas intercambiar ideas, quiza alguien te puede demostrar que estabas equivocado y es grandioso descubrir algo nuevo, lo triste es cuando pensamos que tenemos la razon solo por que nosotros pensamos tenerla y no presentar ningun argumento solido, yo tambien acabo de leer todos los hilos y comenzo muy bien pero ya que se acabaron los argumentos y se comienza con criticas personales esto se volvio aburrido.
Saludos.........
 

antonmance

Bovino adicto
#43
Cuando hablo de Nietzsche, sé muy bien de lo que estoy hablando, he leído su obra completa y a muchos de sus intérpretes como Savater y Diego Sánchez Meca, vaya, incluso he leído "Los Idilios de Messina", hace 14 años que leí "El Anticristo" y "Así habló Zaratustra" por primera vez, y desde ésa época, aún revisito su obra continuamente. Lee por ti mismo, yo no tengo porque venir a hacerte la tarea y explicarte con "peras y manzanas".
Triste en verdad tu postura man, ya que es una de purísima EVASIÓN, casi todas las argumentaciones que te he dado se basan en las investigaciones antropológicas de la "Genealogía de la Moral" y en los aforismos que tratan sobre el "libre albedrío" en "El Caminante y su Sombra". La inexactitud de los conceptos vacíos como "esencia", "ser", "estar", "cosa en sí" son expuestas en "El Ocaso de los Ídolos" y con mucho más rigor y más detalle en "Ciencia y Cordura" de Alfred Korzybski. Este es un foro intelectual, no una parvularia filosófica para venir a enseñarte todo lo que ignoras. Ahí están las referencias, estúdialas por ti mismo si en verdad tienes interés en salir del marasmo de dogmatismo desde el cual viertes tus opiniones, y si no pues, simplemente no lo hagas .

En virtud de lo anteriormente expuesto te aviso que NO RESPONDERÉ NINGÚN POST TUYO, a menos que salgas de ese círculo vicioso de aseverar DOGMAS y luego que te los refuto, PEDIRME QUE TE DÉ CLASES DE FILOSOFÍA.
Gracias.
Si de recomendar obras se trata, te recomiendo que leas "Tus Zonas Mágicas" del psicólogo norteamericano Wayne W Dyer. Verás que todos esos conceptos "vacíos" que dices son en realidad LA REALIDAD. Tampoco esperes te haga la tarea, si te interesa lee esa magistral obra y descubre el mundo "subyacente" por ti mismo.

La mia hasta ahora había sido una "evasión" a propósito. Y digo a propósito porque en realidad no has justificado tu posición, estaba esperando que lo hicieras, tampoco Nietszche lo hace. La postura del alemán es dogmática en otro sentido, pero dogmática al fin. Ahi te va la tarea y con manzanitas.

Tomado de "El Ocaso de los Idolos". Pag 13-14.

4
Hay otra cosa que pertenece a la idiosincrasia del filósofo, no menos
peligrosa: la de confundir lo último con lo primero. Ponen al principio, como
principio, lo que viene al final —por desgracia, porque no debería venir nunca—:
los «conceptos supremos», es decir, los más generales, los más vacíos, el último
humillo de la realidad que se evapora. Esto no es, una vez más, sino una
manifestación de la forma que tienen de venerar. Lo superior no puede provenir de
lo inferior, no puede provenir de nada... Moraleja: todo lo que es de primer orden
tiene que causarse a sí mismo
. Se considera que provenir de algo distinto constituye
una objeción, algo que pone en entredicho su valor. Todos los valores supremos son
de primer orden; ninguno de los conceptos supremos, como el ser, lo absoluto, el bien,
la verdad, la perfección, puede provenir de algo; en consecuencia, tiene que causarse a
sí mismo. Pero todas estas cosas no pueden ser desiguales entre sí, ni estar en
contradicción consigo mismas. Con esto, los filósofos disponen de su estupendo
concepto de «Dios»... Lo último, lo más liviano, lo más vacío es situado como lo
primero, como lo que se causa a sí mismo, como el ente realísimo. ¡Qué triste es que la
humanidad haya tenido que tomar en serio los dolores de cabeza de esos enfermos
fabricantes de telarañas! ¡Y a qué precio lo han hecho!
5
Terminemos contraponiendo a esto la forma tan diferente como nosotros
entendemos el problema del error y de la apariencia
(y hablo en plural por pura
cortesía). Antaño se consideraba que la variación, el cambio, el devenir en general
constituía una prueba de que lo que está sometido a ello es algo aparente, como el signo de que en ello hay algo que nos induce a error. Hoy, por el contrario, en la medida
exacta en que el prejuicio de la razón nos impulsa a conceder unidad, identidad,
permanencia, sustancia, causa, coseidad, ser, nos vemos de algún modo atrapados en el
error; necesitamos el error; aunque, en base a una rigurosa comprobación estemos
íntimamente convencidos de que ahí radica el error. Con esto sucede igual que con los
movimientos de las grandes constelaciones: en éstos el error tiene a nuestros ojos como
constante defensa; en lo otro, el abogado defensor es nuestro lenguaje. Por su origen el
lenguaje pertenece a otra época de la forma más rudimentaria de la psicología: caemos
en un fetichismo grosero cuando tomamos conciencia de los supuestos básicos de la
metafísica del lenguaje
, o, por decirlo más claramente, de la razón. Ese fetichismo ve
por todos los lados a gentes y actos: cree que la voluntad es la causa en general; cree en
el «yo», que el yo es un ser, una sustancia, y proyecta sobre todo la creencia en el yo
como sustancia. Así es como crea el concepto de «cosa». El ser es añadido mediante el
pensamiento y se le introduce subrepticiamente en todas las cosas como causa; el
concepto de «ser» se sigue, deductivamente, del concepto de «yo»... A la base está ese
enorme y fatídico error de que la voluntad es algo que produce efectos, de que la
voluntad es una facultad. Hoy sabemos que no es más que una palabra... Mucho más
tarde en un mundo mil veces más ilustrado, los filósofos tomaron conciencia muy
sorprendidos de la seguridad y de la certeza subjetiva en el manejo de las categorías de
la razón; sacaron entonces la conclusión de que tales categorías no podían proceder de
algo empírico; todo lo empírico, decían, está efectivamente en contra de ellas...
¿De dónde proceden, pues? Tanto en la India como en Grecia se cometió el
mismo error: «debemos haber vivido ya antes en un mundo superior (en lugar de decir
en un mundo inferior, lo que habría sido cierto); debemos haber sido seres divinos, ya
que tenemos la razón.» Realmente, nada ha tenido hasta hoy un poder de convicción
más ingenuo que el error relativo al ser, tal y como fue formulado por los eleatas, por
ejemplo. Cuenta a su favor con cada palabra, con cada frase que pronunciamos. Incluso
los adversarios de los eleatas se rindieron al hechizo del concepto de ser que defendían
aquellos: entre otros, Demócrito, cuando inventó su átomo. ¡Esa vieja embustera que es
la razón se había introducido en el lenguaje! Mucho me temo que no conseguiremos
librarnos de Dios mientras sigamos creyendo en la gramática..
Muy intrincado pero sin dejar de ser dogmático al mismo tiempo. Me gustaría saber donde está la justificación de lo siguiente:

¿cómo se confunde lo último con lo primero?
¿cómo todo lo que es de primer orden tiene que causarse a si mismo?
¿cómo debiera entenderse el error y la apariencia?
¿Es un fetichismo grosero el lenguaje?...

Al final de cuentas veo que hablamos diferente "lenguaje" y para lo cual te preguntaría: ¿Cuál debería ser el punto de partida para hablar de lo mismo? Digo esto porque entiendo la libertad, por ejemplo, como la facultad de elegir; sin embargo, Nietszche la entiende como:

Porque, ¿qué es la libertad? Tener voluntad de responder como
individuo, mantener las distancias que nos separan, hacerse más indiferente ante el
cansancio, la dureza, las privaciones e incluso la vida. La libertad significa que los
instintos viriles, los instintos que disfrutan luchando y venciendo, predominan sobre
otros instintos como el de la felicidad, por ejemplo. El hombre, o, mejor aún, espíritu
que ha llegado a ser libre pisotea esa forma despreciable de bienestar con la que sueñan
los tenderos, los cristianos, las vacas, las mujeres, los ingleses y demás demócratas. El
hombre libre es guerrero. El Ocaso de los Idolos Pag. 52
Bajo esta perspectiva todos los grupos guerrilleros de nuestros días son muy, pero muy libres. Hay que ser guerrilleros y matarnos todos contra todos para no vivir esclavizados (/sarcasmo)

Hablando del tema, el verdadero infierno es el estado que generan visiones distorsionadas de la realidad. Nietszche es un ejemplo de lo distorsionado que se puede llegar a ser.
 

micro2gb

Bovino maduro
#44
.

Refutación fácil de invalidar. Imagina que dicho musulmán es un PSICÓPATA y por ende carece de EMPATÍA, en tal caso él sería incapaz de identificarse con el malestar de una mujer al tener que compartir a su pareja con otras esposas.
ciertamente mis ejemplos los baso en personas que no tienen
enfermedades psicológicas y tal como tu dices un enfermo
mental no podría hacer esos juicios de valor correctos, mas sin embargo, te repito de nuevo que esta persona se equivoque o no en sus juicios de valor no cambian intrinsecamente ni al bien ni al mal, el bien y el mal que tu solo puedes percibir como concepto humano, existe aun sin esta conceptualismo humano.
 

Onironauta

Bovino Heliólatra
#45
El Infierno desde la perspectiva de un Ilustrado

Los siguientes conceptos fueron tomados del famoso "Diccionario Filosófico" de Voltaire, uno de los pensadores más insignes de la Ilustración. Para leerlos con propiedad debe hacerse entre líneas, ya que hay cierta dosis de sarcasmo en ellos. No obstante, creo que tienen algún valor para ampliar la discusión del tópico con el que se originó este hilo.

INFIERNO. Inferum significaba subterráneo, que era donde los pueblos de la Antigüedad enterraban a los muertos, quedando así el alma con ellos. Tal fue la primitiva física y metafísica de los egipcios y griegos.

Los hindúes, que son más antiguos e idearon el dogma ingenioso de la metempsicosis, nunca creyeron que las almas de los muertos estuvieran en el subterráneo. Los japoneses, coreanos, chinos y los pueblos que ocupaban Tartaria oriental y occidental, tampoco creyeron semejante cosa.

Con el paso del tiempo los griegos convirtieron el subterráneo en un vasto reino que entregaron liberalmente a Plutón y a su esposa Proserpina. Le asignaron tres consejeros de Estado, tres amas de llaves que llamaron las Furias y tres Parcas para hilar, devanar y cortar el hilo de la vida del hombre, y como en la Antigüedad cada héroe tenía un perro para que vigilara la puerta de su casa, concedieron a Plutón un perrazo de tres cabezas llamado Cancerbero. En ese reino todo se contaba por tres. Los consejeros de Estado eran Minos, Eaco y Radamanto; uno juzgaba Grecia, otro Asia Menor y el tercero Europa.

Los primeros que se burlaron del infierno fueron los poetas. Virgilio tan pronto se ocupa de él seriamente en la Eneida —porque el tono serio era a propósito para su asunto—, como se burla en las Geórgicas. Igual hicieron Lucrecio y Horacio, Cicerón y Séneca. El emperador Marco Aurelio lo toma más filosóficamente que los mentados escritores y dice: «Quien teme la muerte lo que teme es verse privado de sus sentidos o experimentar otras sensaciones, pero el que pierde los sentidos no sufre ninguna pena ni miseria, y el que tiene sentidos de otra clase se convierte en otra criatura». Nada podía objetar a este argumento la filosofía profana. Sin embargo, como la contradicción es inherente a la especie humana y al parecer sirve de base a nuestra naturaleza, al mismo tiempo Cicerón decía públicamente: «No hay ninguna vieja que crea esas tonterías». Lucrecio aseguraba que esas ideas causaban gran impresión en la imaginación del pueblo y se proponía destruirlas. Lo cierto es que en las últimas capas sociales, unos se reían del infierno y a otros les hacía temblar; unos tildaban de fábulas ridículas al Cancerbero, las Furias y Plutón, y otros ofrecían continuamente ofrendas a los dioses infernales. Ocurría entonces lo mismo que ahora.

Algunos filósofos que no creían en la fábula del infierno deseaban que esa creencia refrenara al populacho. Entre esos filósofos había Timeo de Locres y el político e historiador Polibio, que decía: «El infierno es inútil para los sabios, pero necesario para la plebe insensata».

Sabemos que la ley del Pentateuco no anuncia en ninguna parte la existencia del infierno. Los hombres estaban inmersos en un caos de contradicciones e incertidumbres cuando Jesucristo apareció en el mundo: confirmó la doctrina antigua del infierno, pero no la doctrina de los poetas paganos, ni la de los sacerdotes egipcios, sino la que adoptó el cristianismo. Jesucristo anunció un reinado que debía venir y un infierno que no tendría fin.
Dice categóricamente en Cafarnaún: «Todo el que llame a su hermano raca será condenado por el sanedrín, pero el que le llame loco será condenado a la gehenet eimon, gehena (Gehena es el nombre que da la Sagrada Escritura al infierno) del fuego».

Esto prueba dos cosas: que Jesucristo no quería que se injuriara a nadie, porque sólo le incumbía a él, como Señor, llamar a los fariseos prevaricadores y raza de víboras, y que quienes injurian al prójimo merecen el infierno, porque la gehena del fuego situada en el valle de Ennom era donde quemaban a las víctimas que sacrificaban a Moloc, y esa gehena simboliza el fuego del infierno.

Jesucristo dice en el Evangelio de Marcos: «Si alguno sirve de piedra de escándalo para los débiles que no creen en mí, sería mejor para él que le ataran al cuello una muela de molino y le arrojaran al mar».

«Si tu mano te sirve de piedra de escándalo, córtatela, es preferible estar manco en la vida, a ir a la gehena del fuego inextinguible, donde el gusano no muere y el fuego no se extingue.»

«Y si el pie te sirve de piedra de escándalo, córtate el pie; es preferible entrar cojo en la vida eterna a que te arrojen con dos pies en la gehena inextinguible, donde», etc.

«Si el ojo te sirve de piedra de escándalo, arráncate el ojo; vale más ser tuerto en el reino de Dios, que abrasarte con los dos ojos en la gehena del fuego», etc.

En el Evangelio de san Lucas, dice Jesucristo, mientras caminaba hacia Jerusalén: «Cuando el padre de familia haya entrado en casa y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis, diciendo: Señor, abridnos. Y desde dentro una voz os contestará: No os conozco. Entonces diréis: Hemos comido y bebido contigo, y tú nos has enseñado las encrucijadas. La voz os replicará: No os conozco. ¿De dónde sois, obreros de iniquidades? Y lloraréis y rechinaréis los dientes cuando veáis dentro de la casa a Abrahán, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas, y vosotros seáis expulsados de ella».

Pese a estas y otras declaraciones del Salvador del género humano, que aseguran la condenación eterna a todo el que no pertenezca a nuestra Iglesia, Orígenes y otros autores no creen en la eternidad de las penas. Los socinianos también rechazan esta doctrina, pero están fuera del gremio de la Iglesia. Los luteranos y los calvinistas, que también lo están, admiten, sin embargo, la eternidad del infierno.

Tan pronto como los hombres vivieron en sociedad debieron apercibirse de que muchos culpables burlaban la severidad de las leyes: castigaron los crímenes públicos y necesitaron establecer un freno que impidiera perpetuar crímenes secretos; creyeron, pues, que solamente la religión podría ser este freno. Los persas, caldeos, egipcios y griegos imaginaron que debía haber castigos después de la vida, y de los pueblos antiguos que conocemos sólo los hebreos admitieron que hubiera castigos temporales, como hemos dicho en otros artículos. Es ridículo creer o aparentar que se cree apoyándose en pasajes incomprensibles, que admitían el infierno las antiguas leyes hebraicas en el Levítico y en el Decálogo, cuando el autor de las mencionadas leyes no dijo palabra que tuviera la mínima relación con los castigos de la vida futura. De ser así tendríamos derecho a reconvenir al que redactó el Pentateuco, diciéndole: Sois un inconsecuente, carecéis de probidad y sois indigno del nombre de legislador que os arrogáis. ¿Conocéis un dogma capaz de reprimir tan necesario para el pueblo como es el dogma del infierno y no lo proclamáis sin ambages? Mientras lo admiten en todas las naciones que os rodean, os dais por satisfecho con que puedan adivinar ese dogma algunos comentaristas que nacerán cuatro mil años después que vos y distorsionarán algunas de vuestras palabras para encontrar en ellas lo que no habéis dicho. Pues bien, o sois un ignorante que no sabéis que existe esa creación universal en Egipto, Caldea y Persia, o un hombre poco agudo si conociendo dicho dogma no habéis hecho de él la base de vuestra religión. A este ataque, los autores de las leyes hebraicas únicamente podían contestar: Confesamos que somos excesivamente ignorantes, que hemos aprendido a escribir demasiado tarde y que nuestro pueblo era una horda salvaje y bárbara que vagó errante cerca de medio siglo por el desierto inhóspito, hasta que al fin se apoderó de un país pequeño por el saqueo y reprobables crueldades. Y como no teníamos trato con las naciones civilizadas, ¿cómo pretendéis, pues, que nosotros fuéramos capaces de idear un sistema tan espiritual? Sólo empleábamos la palabra alma para significar vida y no conocimos a Dios ni a sus ministros y ángeles más que como seres corporales: la distinción entre el alma y el cuerpo, la idea de otra vida después de la muerte, pueden ser el fruto de larga meditación y de sutil filosofía.

Preguntad a los hotentotes y a los negros, que pueblan un territorio cien veces más extenso que el nuestro, si tienen idea de la vida futura. Creímos hacer bastante convenciendo a nuestro pueblo que Dios castiga a los criminales hasta la cuarta generación, ya aquejándolos de lepra, ya dándoles muertes repentinas, ya ocasionándoles la pérdida de los bienes que podían poseer.

Podemos replicar a esta justificación: Habéis inventado un sistema muy ridículo, y el criminal que gozara de buena salud y cuya familia disfrutara de prosperidades tendría motivos para burlarse de vosotros. El apologista de la ley hebraica no diría entonces: Estáis equivocado por la sencilla razón de que por cada criminal que razona hay ciento que no saben. Quien después de cometer un crimen no recibiera castigo en su cuerpo, ni en el de su hijo, temería que su nieto lo recibiera. Siempre ocurren desgracias en todas las familias, y fácilmente haríamos creer que la mano divina las enviaba. Sería fácil contestar a esta respuesta, diciendo: Vuestro argumento es falso, pues vemos todos los días que hombres muy honrados pierden la salud y su fortuna, y aunque no haya familia que no tenga desgracias, si éstas son castigos de Dios, todas deben ser familias de truhanes.

Los hebreos, fariseos y esenios admitieron la creencia de un infierno a su manera. Este dogma lo habían transmitido los griegos a los romanos y lo adoptaron los cristianos.

Varios padres de la Iglesia no creyeron en la eternidad de las penas y les pareció absurdo que un pobre hombre estuviera quemándose toda la eternidad por haber robado una cabra.

No hace mucho tiempo, un teólogo calvinista conocido por Petit-Pierre predicaba y escribió que los condenados obtendrían un día la divina gracia. Los demás ministros de su credo se opusieron a tal proposición. Discutieron acerca de ello acaloradamente, y se supone que el rey, su soberano, les dijo que ya que preferían condenarse eternamente le parecía bien, pero debían darse las manos y dejarse de discusiones. Los condenados de la Iglesia de Neufchatel depusieron al pobre Petit-Pierre por haber equivocado el infierno con el purgatorio. El Pedagogo cristiano es un excelente libro debido al padre Felipe Outreman, de la Compañía de Jesús, del que se han hecho cincuenta y una ediciones, pero en el cual no hay una página que tenga sentido común. Pues bien, ese reverendo padre dice que un ministro de la reina Isabel, el barón de Honsden (que nunca existió), predijo a Cecil, secretario de Estado, y a seis consejeros que se condenarían, lo cual ocurrió porque así les va a todos los herejes. Es probable que Cecil y los consejeros no creyeran al barón de Honsden, pero si éste lo hubiera vaticinado a seis fanáticos ignorantes indudablemente lo hubieran creído. Hoy día, que ningún habitante de Londres cree que exista el infierno, ¿qué debemos hacer? ¿Qué freno podremos ponernos? El del honor, el de las leyes y el de la Divinidad, que desea que seamos justos, exista o no el infierno.

INFIERNOS. El colega que escribió en la Enciclopedia el artículo Infierno no habla del descendimiento de Cristo a los infiernos, que es artículo de fe importantísimo y está expresamente especificado en el Credo, como hemos dicho. Algunos se preguntan de dónde han sacado este artículo de fe que no se encuentra en los cuatro evangelistas, y el símbolo titulado de los apóstoles no data, como hemos dejado constancia, más que desde los tiempos de los sabios sacerdotes Jerónimo, Agustín y Rufino. Créese que el descendimiento de Cristo a los infiernos se tomó del evangelio de Nicodemo, que es uno de los más antiguos.

En dicho Evangelio, el príncipe del Tártaro y Satán, después de conversar largamente con Adán, Enoc, Elías y David, «oyen una voz de trueno y de tempestad. David dice al príncipe del Tártaro: "Villano y sucio príncipe del infierno, abre inmediatamente tus puertas para que el rey de la gloria entre". Pronunciadas estas palabras, el Señor aparece en forma de hombre, ilumina las tinieblas eternas y rompe los lazos indisolubles, y por medio de su virtud invencible fue a visitar a los que estaban sentados en las profundas tinieblas de los crímenes y en la sombra de la muerte de los pecados» (Véase el párrafo XXI del Evangelio de Nicodemo).

Jesucristo apareció con el arcángel Miguel y venció a la muerte; tomó a Adán de la mano y el buen ladrón le seguía llevando su cruz. Todo esto aconteció en el infierno en presencia de Carinus y Lentius, que resucitaron con el fin de servir de testimonio a los pontífices Anás y Caifás y al doctor Gamaliel, que entonces era maestro de san Pablo.

El Evangelio de Nicodemo hace muchísimo tiempo que carece de autoridad, pero encontramos la confirmación del descendimiento de Cristo a los infiernos en la primera carta de san Pedro, que hacia el final del capítulo III dice: «Porque también Cristo murió una vez por nuestros pecados, el justo por los injustos, a fin de reconciliarnos con Dios, habiendo sido a la verdad muerto según la carne, pero vivificado por el Espíritu de Dios, en el cual fue también a predicar a los espíritus encarcelados». Los padres de la Iglesia interpretan de diferente modo este pasaje, pero en el fondo todos convienen en que Cristo bajó a los infiernos después de su muerte. Para creerlo así sólo hay una liviana dificultad.

Clavado en la cruz, Jesús dijo al buen ladrón: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso». No le hizo, pues, honor a la palabra yéndose al infierno, pero esta objeción se destruye con facilidad diciendo que primero le llevó al infierno y luego al Paraíso.

Eusebio de Cesárea dice (Evangelio, cap. II) que «Jesús abandonó su cuerpo sin esperar que la muerte fuese a apoderarse de él; por el contrario, cogió a la muerte, que temblaba, le besaba los pies y trataba de huir. El la detuvo, rompió las puertas de los calabozos que encerraban las almas de los santos los sacó de allí y los resucitó; se resucitó a sí mismo, llevándoselos en triunfo a la Jerusalén celeste, que descendía del cielo todas las noches y san Justino lo presenció».

No tardó en suscitarse una disputa cuando trataron de averiguar si esos santos resucitados murieron otra vez antes de subir al cielo. Santo Tomás, en la Summa, asegura que volvieron a morir, opinión que comparte dom Calmet. «Sostenemos —dice— que los santos que resucitaron después de la muerte del Salvador murieron otra vez para resucitar un día.»

Antes de esa época plugo a Dios que los paganos se anticiparan a realizar esas verdades sagradas. Sus dioses resucitaron a Pélope, Orfeo sacó a Eurídice de los infiernos, al menos unos instantes, Hércules sacó de él a Alcestes, Esculapio resucitó a Hipólita, y un largo etcétera. No obstante, debemos distinguir entre la fábula y la verdad y someter a ésta nuestra inteligencia en todo lo que la asombra, lo mismo que en aquello que comprende.
 

Onironauta

Bovino Heliólatra
#46
Una refutación a la doctrina católica del Infierno

El siguiente es un capítulo del libro "Mentiras Fundamentales de la Iglesia Católica" de Pepe Rodríguez. Espero no se tome a mal el que lo haya reproducido en un nuevo post, sin embargo, debido a la extensión del anterior y a la de este, creo que es mejor así, espero que lo lean quienes en verdad tienen interés de informarse y debatir con seriedad.

Las notas están al final del texto.

La doctrina católica del infierno le fue tan desconocida al Dios del Antiguo Testamento como al propio Jesús

Según el relato del Génesis, «Viendo Yavé cuánto había crecido la maldad del hombre sobre la tierra y que su corazón no tramaba sino aviesos designios todo el día, se arrepintió de haber hecho al hombre en la tierra (...) y dijo: "Voy a exterminar al hombre que creé de sobre la faz de la tierra; y con el hombre, a los ganados, reptiles y hasta aves del cielo, pues me pesa de haberlos hecho." Pero Noé halló gracia a los ojos de Yavé» (Gén 6,5-8).

Este pasaje nos dice, como mínimo, tres cosas: que Yahveh no fue infinitamente sabio ya que fue incapaz de prever que su creación se le iría de las manos; que fue infinitamente injusto ya que castigó también a todos los animales y vegetales vivos por una maldad que sólo era obra de los humanos; y que, al no tener otra forma de castigo posible, tuvo que recurrir al famoso diluvio universal. Parece obvio pensar que Yahveh, en esos días, aún no podía disponer del infierno —que es el lugar natural a donde debe mandarse a los malvados— y que, según cabe suponer, debía ser ya en esa época la residencia de Satanás, ese ángel caído que había truncado el destino feliz de toda la creación divina cuando, disfrazado de serpiente parlanchina, sedujo a Eva con una manzana.

Si repasamos el capítulo 26 del Levítico y el 28 del Deuteronomio, donde se describen con minuciosidad todos los premios y castigos (Lev 26,14-45 y Dt 28,15-45) de Dios para quienes cumplan o no sus mandamientos, veremos que Yahveh amenazó al pecador con toda suerte de enfermedades y canalladas conocidas en aquel entonces —incluso con la de convertirle en cornudo: «tomarás una mujer y otro la gozará»—, le garantizó un sufrimiento continuo, insidioso y torturante en su vida terrenal... que acabaría, al fin, con su muerte. No hay una sola palabra acerca de ningún infierno —tampoco de ningún cielo— en el que seguir padeciendo el resto de la eternidad (377) ¡Yahveh ignoraba una amenaza tan maravillosa como el infierno!

Tampoco dijeron ni mú acerca del infierno los patriarcas hebreos; y, más sintomático todavía, el mismísimo Moisés no mencionó jamás la existencia del infierno a pesar de que hablaba familiarmente con Dios y había sido educado en Egipto, tierra donde hacía ya siglos que creían en la vida después de la muerte y en los premios y castigos de ultratumba.

Es evidente que el Dios del Antiguo Testamento, que era sanguinario y vengativo, que condenaba a quienes se apartaban de sus preceptos o atacaban a su «pueblo fiel» a sufrir todo tipo de muertes, plagas, catástrofes naturales... y castigaba las faltas de los padres hasta la cuarta generación (Ex 20,5), sólo podía recurrir a los suplicios mundanos porque desconocía cualquier otro tipo de castigo para después de la muerte.

Con el Nuevo Testamento nos encontramos ante un Dios que ya no es aficionado a los degüellos masivos sino que, por el contrario, propugna el amor al prójimo, aunque éste sea el mismísimo enemigo.

Pero también damos un salto cualitativo hacia alguna parte cuando nos encontramos con la Gehenna. ignis o Gehenna del fuego. Así, en Mateo leemos: «Todo el que se irrita contra su hermano será reo de juicio; el que le dijere "raca" (378) será reo ante el Sanedrín y el que le dijere "loco" (379) será reo de la gehena del fuego» (Mt 5,22) o, algo más adelante, «Si, pues, tu ojo derecho te escandaliza, sácatelo y arrójalo de ti, porque mejor te es que perezca uno de tus miembros que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna...» (Mt 5,29).

También en Marcos aparece el fuego eterno o ignis inextinguibilis cuando se dice: «Si tu mano te escandaliza, córtatela; mejor te será entrar manco en la vida que con ambas manos ir a la gehenna, al fuego inextinguible, donde ni el gusano muere ni el fuego se apaga...» (Mc 9,43-49). Pero lo cierto es que la palabra gehenna —a la que en la traducción latina de la Biblia, se le añade la anotación «al fuego inextinguible», que no figura en el original— no se refería sino a una metáfora basada en los vertederos de basura que, en tiempos de Jesús, ardían en el valle de Ge-Hinnom, en las afueras de Jerusalén. Y la frase que le sigue procede de Isaías y tiene un sentido muy diferente en el original: «Y, al salir, verán los cadáveres de los que se rebelaron contra mí, cuyo gusano nunca morirá y cuyo fuego no se apagará, y serán horror a toda carne» (Is 66,24).

El vocablo gehenna, que aparece tanto en la traducción latina de la Biblia, como en su anterior versión griega, es un término hebreo (escrito como Ge-Hinnom, Jehinnom, Jinnom, Ginnom o Hinnom) que se refiere a un emplazamiento geográfico. Si miramos cualquier mapa detallado de la ciudad de Jerusalén y sus alrededores —muchas biblias lo incluyen, marcando así mismo los límites de las murallas en tiempos de Jesús— encontraremos en el sudeste el valle Hinnom, fuera murallas y conectado hacia el sudoeste con el valle Cedrón, identificado en época barroca con el valle de Josafat, lugar en el cual debía tener lugar el Juicio Final.

Ya mencionamos con anterioridad, al tratar la leyenda de la «persecución de inocentes», que en los altozanos del valle de Hinnom los antiguos cananeos habían celebrado esporádicos sacrificios de niños —a quienes se quemaba vivos en piras— con el fin de intentar aplacar a sus dioses ante el anuncio de alguna futura amenaza o catástrofe pronosticada por los adivinos; los hebreos habían guardado memoria de tales sucesos hasta el punto de que cuando alguien actuaba mal era corriente —en tiempos de Jesús y aún hoy día— significarlo con la expresión «merece que le arrojen a las llamas del Hinnom» o equivalente.

Las referencias al valle de Hinnom son abundantes en el Antiguo Testamento; así, por ejemplo, en II Re 23,10 se dice: «El rey [Josías] profanó el Tofet (380) del valle de los hijos de Hinón, para que nadie hiciera pasar a su hijo o hija por el fuego en honor de Moloc»; o en la cita de Jer 7,31 cuando se describe: «Y edificaron los altos de Tofet, que está en el valle de Ben-Hinom ["Ben" significa "hijo de"], para quemar allí sus hijos y sus hijas, cosa que ni yo [Dios Yahveh] les mandé ni pasó siquiera por mi pensamiento.»

Cuando se tradujo gehenna por infernus (381) no sólo se corrompió el verdadero sentido de los textos originales sino que se sentaron las bases para construir la invención dogmática que más ha aterrorizado a la humanidad del último milenio... y que más beneficio le ha producido a la Iglesia católica siempre amenazante.

Para los hebreos, según el Antiguo Testamento, los muertos se reunían —tanto los buenos como los malos— en el she'ôl, donde llevaban una existencia sombría tanto unos como otros; pero entrada ya la época helenística, según puede verse a través del II Libro de los Macabeos, apareció la creencia en un doble estado tras la muerte, uno de felicidad, para los justos, y otro de falta de ella (que no implicaba tormentos físicos) para los malvados. Durante los cinco primeros siglos de cristianismo, doctores y santos padres de la Iglesia tan importantes como Orígenes, Gregorio de Nisa, Dídimo, Diodoro, Teodoro de Mopsuestia o el propio Jerónimo, defendieron que la pena del infernus era sólo algo temporal, pero en el concilio de Constantinopla (Año 543) se declaró que los sufrimientos del infierno eran eternos.

El primer concilio de Letrán (1123) impuso como dogma de fe la existencia del infierno, amenazando con la condena a prisión, el tormento y hasta la muerte a quienes lo negasen. Se abría así camino a uno de los negocios más saneados y descarados de la Iglesia católica cuando, obrando en consecuencia, se anunció a los aterrorizados clientes del infierno, eso es todos los creyentes católicos, que podían comprar el rescate de sus almas pecadoras si antes de morir legaban riquezas a la Iglesia y contrataban la celebración de misas de difuntos en su honor. (382)

La escolástica medieval inventó dos tipos de penas infernales, las de daño o ausencia de la visión de Dios, y las de sentido, que eran los diferentes suplicios —en especial relacionados con el fuego— a que se hacía merecedor cada especie de pecado. La iconografía católica de esta época, inspirada en textos apócrifos (declarados oficialmente falsos), como el Evangelio de Nicodemo, fue la encargada de popularizar las horrendas imágenes de un infierno que ha aterrorizado a decenas de generaciones hasta el día de hoy.

En este contexto, en el siglo XIII, se inventó una de las claves del negocio eclesial: el purgatorio (383), que es un estado de expiación temporal en el que supuestamente se encuentran las almas de todos cuantos, aun siendo pecadores, han muerto en gracia de Dios. Este sofisticado subterfugio, que permitía el rescate del alma de cualquier pecador que hubiese sido previsor y generoso para con la Iglesia, fue la clave para la venta masiva de indulgencias entre los católicos, un escandaloso negocio que alcanzó su cota de máxima corrupción en el siglo XVI (384) y desencadenó la reforma protestante de la mano de Lutero. Antes de este desenlace, por si había alguna duda, el concilio de Florencia (1442) había declarado que cualquiera que estuviese fuera de la Iglesia católica caería en el fuego eterno.

Con la invención del infierno y el purgatorio, la Iglesia católica dio otro de sus habituales y rentables saltos teológicos sobre el vacío, construyendo un eficaz y demoledor instrumento de extorsión basándose en unos pocos versículos que no significan lo que se pretende y que, con mucha probabilidad, son interpolaciones muy tardías —quizá realizadas durante el concilio de Laodicea (Año 363) — y ajenas al discurso de Jesús.

En cualquier caso, tal como sostiene el gran teólogo católico Hans Küng, «Jesús de Nazaret no predicó sobre el infierno, por mucho que hablara del infierno y compartiese las ideas apocalípticas de sus coetáneos: en ningún momento se interesa Jesús directamente por el infierno. Habla de él sólo al margen y con expresiones fijas tradicionales; algunas cosas pueden incluso haber sido añadidas posteriormente. Su mensaje es, sin duda alguna, ev-angelion, evangelio, o sea, un mensaje alegre, y no amenazador». (385)

En cualquier caso, todo turista que visite Jerusalén puede descender hasta la gehenna o infierno católico, pasearse tranquilamente por él, broncearse (no asarse) bajo un sol de justicia (cósmica, no divina), y salir indemne por su propia voluntad, sin necesidad ninguna de comprar indulgencias (si exceptuamos la propina que hay que darle al guía). Después de tamaña hazaña ya se estará en condiciones de poder presumir, ante los amigotes, de «haber descendido a los infiernos», tal como el Credo católico obliga a creer que hizo Jesús.

Pero el lector, con sobrada razón, podrá argüir: bien, pero si no existe el infierno, ¿cómo es que Jesús fue tentado por el diablo y se pasó una buena parte de su vida pública «expulsando demonios» del cuerpo de la gente?

Para responder a esta cuestión hay que tener en cuenta varias cosas: la idea del diablo y sus legiones de demonios procede de la religión pagana persa y penetró en el judaismo —y en el Antiguo Testamento— en la época de dominación persa (siglos VI-IV a.C.); la creencia en los demonios siempre fue secundaria para el judaismo, aunque en determinadas épocas de crisis sociopolítica —como lo fue la de Jesús y lo es, también, la época actual— se produjeran fenómenos de intensa creencia popular en esos seres malignos (386); a pesar de que Jesús compartió con sus coetáneos la creencia en los demonios, en su mensaje no les concedió la menor importancia ni preponderancia, salvo la de ser un imagen de contraste para su evangelio o «buena nueva»; y, finalmente, en los días de Jesús, muchas enfermedades como la epilepsia o diversidad de trastornos psiquiátricos eran atribuidos a la posesión demoníaca.

El Jesús del Nuevo Testamento no creyó para nada en la existencia del infierno católico —ni siquiera en la del persa, origen de los «demonios» que tanta fama le dieron al ser expulsados de algunos de sus seguidores— y la razón es bien simple: «Es una contradicción admitir el amor y la misericordia de Dios y al mismo tiempo la existencia de un lugar de eternas torturas.» (387)

Notas:

377 - Si tomamos al pie de la letra la palabra de Dios que se supone es la Biblia, resulta evidente que Yahveh no cree para nada en la eternidad post-mortem de los humanos. Así, cuando maldijo a Adán (y a nosotros con él) le conminó: «Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra; pues de ella has sido tomado; ya que polvo eres, y al polvo volverás» (Gén 3,19). El mensaje es claro, con la muerte se acaba todo. Palabra de Dios.

378 -
Raka, que en arameo significa «canalla» o «sinvergüenza».

379 - La palabra original es
moré, que en arameo significa «rebelde contra Dios».

380 - El Tofet era un gran instrumento de percusión, tipo tambor, que los sacerdotes de Moloc hacían sonar para evitar que fuesen oídos los gritos de las víctimas humanas (niños y adultos) al ser quemadas vivas.


381 - Que etimológicamente procede de
inferus —inferior—, puesto que se creía que ese mundo de los muertos estaba por debajo de la tierra y que el fuego de los volcanes era una evidencia clara de los antros del infernus. Cuando se elaboró el modelo del infierno católico se copió el ya existente infernus pagano y sus múltiples departamentos especializados, por eso en el Credo aún se afirma que Jesús descendió a «los infiernos» (en plural, no a uno solo, como finalmente adoptaría la Iglesia). Al confundir la gehenna (eso es el valle de Ge-Hinnom y sus leyendas antiguas) con el infierno, también acabó por transformarse a los viejos dioses paganos como Moloc en el mismísimo Satán, y a los cananeos en adoradores de demonios.

382 - La supuesta eficacia de las oraciones por los muertos se basa en el pasaje de II
Mac 12,39-45, cuya interpretación católica ha sido fuertemente discutida por los expertos.

383 -
Purgatorium significa «lugar de limpieza». En ningún versículo bíblico se menciona nada que se le parezca siquiera.

384 - Véase como muestra la
Taxa Camarae del papa León X que figura en el anexo final de este libro.

385 - Cfr
. Küng, H. (1994). Op. cit., p. 174.

386 - Y francamente útiles, ya que cargaban con la culpa de las desgracias sociales y personales, dejando a salvo la responsabilidad que debe tener cada ser humano con respecto a sus actos y las consecuencias que se les deriven.


387 - Cfr
. Küng, H. (1994). Op. cit., p. 176.
Fuente: "Mentiras fundamentales de la Iglesia Católica" por Pepe Rodríguez.
 

ArchlordZerato

Bovino Milenario
#47
creo que este tema es muy polemico y aunque generalmente se pide respeto para todos, a veces se prestan las respuestas a malas interpretaciones, he leido algunas y en unas se sienten caldeados los animos... Ojala mejor que cada quien crea lo que quiera, seguramente sí hay un lugar a donde van los muertos, seguramente algo debe haber por ahí, si no de donde salen todas esas ideas que muchos creemos son locuras? digo, quiza no hay un cielo como nos lo pintan, quiza sea una dimension diferente que solo alberga un tipo de energía diferente, por llamarle de una manera y que atraiga la energía negativa... tambien podría haber una dimensión que atraiga la energía positiva y sea como lo que nosotros llamamos cielo... no lo se, por mas que leo me quedan más dudas y dudas...
 
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