Y los casinos... ¡llenos!
Ayer se observó un flujo continuo de clientes, como en el Caliente Gonzalitos, ubicado cerca del Casino Royale.
Pese a la tragedia, casas de juego siguen abiertas y sin seguridad
Daniel de la Fuente
Monterrey, México (26 agosto 2011).- "¿Aquí sí está todo seguro?", pregunta tímida una mujer al llegar al Caliente, casino ubicado sobre Avenida Gonzalitos.
De blusa tejida y edad madura, tras la pregunta arquea las cejas y sonríe.
"¿Por qué?", pregunta extrañado y sin perder la sonrisa un guardia, chaparrito, de chaquetín y chícharo en la oreja.
"Ya ve lo que pasó acá...", eleva el pulgar derecho y apunta hacia atrás.
"No se preocupe: adelante", invita cortés.
Han pasado apenas unas horas del ataque más grande en el país: Casino Royale, 15:30 horas, por lo menos 61 muertos.
Desde el estacionamiento, a la mitad de su capacidad, unos empleados niegan con la cabeza al ver entrar personas: "¿Pa' qué vienen?".
"Es por demás, la gente no entiende", dice uno de ellos, irónico. "A la hora de los bombazos sí se salió gente, pero unos regresaron pa'l rato y otros ni se movieron. Aquí han estado.
"Yo ya me hubiera ido", sentencia.
Incluso, aun y cuando se sigue observando la columna de humo sobre la casa de apuestas atacada en la Avenida San Jerónimo, los asiduos clientes continúan llegando.
No, este casino monumental no ha recibido ataques. No por lo menos de la magnitud del Royale.
"Estamos en alerta", afirma otro guardia. Se le pregunta qué significa eso. El tipo alega medidas confidenciales.
"Naa, estos mismos cabr... han dicho que si se da la balacera, avientan los chaquetines y corren", sonríe otro empleado.
"Unos andan hasta vestidos de civil".
Adentro, muchos asientos están ocupados y las pantallas de los juegos de azar, decoradas con figuras infantiles y sonidos incómodos al oído, parpadean con gente bebiendo tragos, fumando.
Un par incluso está cenando unos cortes.
"Estuvo bien jod...", dice uno sin dejar de masticar. "Todavía hace rato había chin... de humo".
El otro lo mira como si le contaran de algo nada grave, hasta tedioso.
En verdad se esperaría que los casinos estuviesen vacíos. En lo absoluto.
La misma situación en el Caliente se observó en el Galería del Gourmet, que se encuentra en la misma zona de la tragedia; en el Paradise, que se localiza sobre Morones Prieto; en el New York, ubicado en Vista Hermosa, y en el Hollywood, sobre Constitución. Gente que, visiblemente, arriba a toda velocidad proveniente de su trabajo o de dejar a los niños encargados.
Otra casa de apuestas que lució con muchos jugadores fue el Casino Revolución, sobre la avenida del mismo nombre, donde los clientes no parecían ni siquiera inmutarse por lo sucedido en el casino de San Jerónimo.
Apenas en abril, el casino del sur de la Ciudad sufrió un granadazo y balacera, dejando un herido y daños materiales.
"Estamos en alerta máxima", afirma muy serio un guardia que no para de atender clientes, en tanto un anciano golpea y maldice a la máquina por su mala suerte. Cuando se le pregunta si los que la hacen de vigilantes andan armados, el joven niega con la cabeza.
Uno pide vocear a su familiar. El empleado dice que no, que no se puede. El recién llegado pregunta por qué y obtiene enredos. Es imposible no concluir que el voceo implica distracción de los jugadores. Menos billetes para la casa, pues.
Dada su actitud esquiva y pocas palabras, pareciera que los guardias de los casinos custodian algo ilegal. Algo prohibido.
Los clientes, sin embargo, no parecen desconcertados.
"Mamá, ya vámonos", le dice una joven a una mujer que no deja de observar con ojos como platos la pantalla de su juego.
"¡Chin!, pérame", le responde y la muchacha dice que entonces ella también va a jugar un poco más.
Ambas se habrán quedado con las primeras cifras de muertos del Royale, quizá no se enteraron.
Así le pasó a Sandra, quien llegó al Krystal Palace por la tarde. El único cerrado en el corredor de casinos de la zona sur.
"Vengo saliendo del trabajo, ¿pasó algo?", pregunta y unos guardias informan a gritos que ni se baje. Que desde las cinco y por seguridad cerraron puertas.
Cuando se le cuenta de la masacre, la mujer hace un "¡uy!" como si no creyera el suceso, sube enseguida a su auto e ingresa al Jubilee, casino ubicado metros más adelante y que apenas el 15 de febrero pasado fue tiroteado dejando heridos leves.
"Aquí ni cuando balacearon cerramos", ríe un guardia, quien reconoce que no hay tanta gente como la acostumbrada.
"Aquí tú ves lleno todos los días. Todos los días y a toda hora".
Al interior de aquella mole alfombrada y sobre la que circulan empleadas que reciben con besos a clientes viejos, entre la humareda y la musiquita de las decenas de máquinas, la gente, la mayoría sola, pierde el dinero en un azar que no le dará buena fortuna en caso de un ataque como el del Royale.
"Y le dije a papá: ¿qué ganas con quedarte en la casa? Vente", le cuenta una señora a otra que le da largas fumadas a un mentolado, y un anciano enjuto hace como que sonríe, sentado en una silla de ruedas, mirando sin mirar la pantalla en la que juega la hija.
Frente a la emergencia en la Ciudad, no se aprecia cerca de estos casinos algún elemento de seguridad pública. En cualquier momento, la suerte se les podría voltear a estos clientes que no paran de golpear botones, comer nachos con queso, beber cerveza y fumar.
No se ven extintores. Tampoco salidas de emergencia. Cosas que hacen que la gente, en aquel mundo flamable, salve la vida.
La casa, sin embargo, nunca pierde.
Con información de Verónica Ayala
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