Algunos Relatos Y Leyendas

bettamaster

Bovino adolescente
#1
Es mi primer aporte espero que les guste, hace un tiempo encontre un libro con algunos relatos y leyenas asi que los transcribi y otros los encontre en la red y aclaro que no son experiencia propia sino de otras personas. Espero les guste:

1.- El duende que jugaba con canicas

Una noche fui a una fiesta con mis amigos y estuve bailando un buen rato, luego me aburrí y decidí irme
para mi casa. Iba yo caminando por la calle cuando llegué a un terreno baldío cercado con alambre de púas, una cerca muy alta. Apenas lo pasé que veo en el corredor de una casa a un niño jugando a las canicas; eran como las dos de la mañana y pues me pareció raro, ¡muchacho canijo, qué haces a estas horas!
—le dije. El chamaco nada más se me quedó mirando. ¿No oyes? te estoy hablando, ahorita no son horas para jugar. Dime dónde vives para llevarte —le pregunté. El niño: en silencio. ¿Adónde vives? ¿Qué no sabes hablar? Nada más negó con la cabeza. Pues si no sabes hablar, me vas a decir en qué casa vives. Y que me dice sí con la cabeza, se agarró de mi mano y me fue jalando. Entonces empezó lo feo, porque el chamaco me llevaba hacia el solar cercado. ¡No hombre, allí no vamos a entrar! ¡No hay paso! —le dije. Pero el niño me jalaba, tenía mucha fuerza. Llegamos al alambrado y que lo traspasa, sin arañarse siquiera. ¡Ay, yo quería soltarlo pero no me dejaba!, entonces que le veo los ojos
y los tenía como brasas, rojos y brillantes.
¡Ave María purísima! ¡Dios mío!, empecé
a gritar y que se desvanece el chamaquito. Luego me agarró un frío, un temblor y me eché a caminar hasta llegar a mi casa. No, con eso no me quedaron ganas de volver a ningún baile.


2.- El Perro De Cera

Se cuenta que cerca de Uxmal, en Yucatán, hay montículos que tienen vida. Uno de ellos se llama Mulitkak, donde está encerrado un perro de cera. Dicen que antes había muy pocos perros. La gente anhelaba poseer uno porque daba seguridad en los lugares que inspiraban temor. Hasta la calavera de un perro alejaba a los malignos. Mientras labraba su milpa cerca del cerro Mulitkak, un campesino de nombre X-Batlis Chan encontró un enjambre de abejas del que cogió la miel y con la cera hizo un perrito para que le acompañara. Un día, este milpero se cortó la mano y puso una gota de sangre en el hocico del animalito y vio que la tragaba. Desde entonces, todas las noches se hería la mano para darle de su sangre al can. El perro empezó a crecer y salir por las noches. También comenzó a ladrar. Todas las mañanas dejaba un venado a la puerta de la casa de su amo. Cuando creció más, el perro devoraba por su parte un venado todos los días. Al escasear los venados el perro comenzó a devorar a los milperos.

Al observarlo X-Batlis Chan gritó a sus compañeros: ¡Huyamos o seremos aniquilados! Salieron todos corriendo y el animal aullaba cerca de ellos diciendo: Espérenme, ¿por qué corre X-Batlis Chan de su propia sangre? ¿No me la dio él noche tras noche? En el camino hallaron a un viejo, a quien le dijeron: ¡Ay, papito!, corre con nosotros porque nos persigue el maligno. Pero el anciano respondió a X-Batlis Chan: Hijo del diablo, ¿por qué huyes de tu compañero, hijo del diablo también? Hoy eres responsable de la muerte de los que fueron devorados. Detente y mira cómo atrapo a este compañero del maligno. El viejo se arrancó nueve pelos de su cabeza y con ellos formó un lazo, y lo puso como trampa. Apareció el perro de cera, metió su cabeza en la cuerda y quedó lazado. Por orden del anciano, X-Batlis Chan desató al can y lo llevó al cerro Mulitkak; allí quedaron aprisionados el perro de cera y X-Batlis Chan.



3.- La Vieja chichima

Dicen que duerme recostada sobre un palo, porque si se echa no puede levantarse. Ya está vieja y tiene tan tremendas chiches, que puede estirárselas y ponerse una en cada
hombro; tiene dos colmillos muy largos y es fea además de fiera.
Es muy mañosa, se pone a freír plátanos para que el dulce olor de la fruta dorada atraiga a los niños, quienes creyendo que es una abuela se acercan a pedirle. Entonces la vieja los encierra y luego se los come vivos.
Cuentan que un día, la Chichima se paseaba por la orilla del mar, cuando encontró a una familia de tuxtlecos que había ido a buscar cangrejos. La mujer y el hombre se habían metido entre las rocas, mientras los niños jugaban en la playa.
—¡Ay, qué buenos chamaquitos están aquí sentados! —dijo la Chichima, saboreándose.
Los niños se asustaron al ver que la vieja se estiraba las chiches mientras les enseñaba unos colmillos enormes. Uno de ellos corrió a buscar a sus padres pero el otro, del miedo se quedó sentado y la vieja se lo llevó arrastrando.
—¡Papá, papá! —gritaba el niño.
El hombre salió de entre las piedras con su carabina y comenzó a dispararle a la Chichima, pero las balas no le entraban, rebotaban y caían al suelo. El hombre se le dejó ir a golpes, pero la vieja era tan fuerte que de un empujón lo derrumbó.
Así, se llevó a toda la familia, sólo se escapó uno de los niños, quién corrió a pedir ayuda. La vieja arrastró la familia a la cueva y empezó a comérselos. Primero se comió al papá:
—¡Por canijo...! —decía. Luego siguió la mamá, pero le supo feo y nada más la dejó medio mordida. Prefirió comerse al niño. Estaba tan a gusto, come y come, que no escuchó al pueblo entero llegar hasta su refugio. La gente puso en la entrada de la cueva dos cajas de pólvora con una mecha muy larga y la encendieron. ¡Uta...!, fue una gran explosión, el tronar se escuchó hasta muy lejos. Sólo se oían los bramidos de la vieja entre la candela. Así se acabó con ella, bueno, eso se cree...


4.- Los hijos de Eva

Un domingo nos fuimos al rancho de mi compadre Manlio Solís, habían matado un puerco porque su hijo Tito cumplía seis años. La fiesta empezó a eso del mediodía, todos estábamos felices y los chamacos andaban jugando entre ellos. Como a eso de las cinco de la tarde, uno de los niños fue a decirnos que unos señores se habían llevado al festejado:
—Nos llamaban a todos, pero el único que los siguió fue Tito.
—¡Cómo que se lo llevaron! —preguntó mi compadre, muy preocupado.

—Sí —respondió el niño— se fue con los guamudos, unos que traían sombreros grandes y faldetas hasta los pies.
Entonces se acabó la fiesta, ensillamos unos caballos y salimos a buscar al niño: ¡Tito...! ¡Tito...! —le gritábamos— pero nada. Ya era de noche y mi compadre lloraba de la desesperación. Se fue la oscuridad y nos amaneció, llegamos a una arboleda muy tupida, junto a un arroyo. A esas horas ya no aguantábamos los ojos y la garganta nos ardía de tanto gritar, de repente los caballos se pusieron bravos, se paraban de manos y relinchaban, tenían miedo. En eso escuchamos la voz de Conrado Díaz:
—¡El niño... el niño! —gritaba.
Y allí estaba Tito Solís: metido entre la maleza y amarrado con los bejucos de los árboles. Mi compadre corrió a rescatarlo.
—¿Quién te amarró, hijo? —le preguntaba Manlio, pero el niño no respondía, estaba mudo del mal aire, así que mi compadre se lo llevó derecho a la iglesia, porque el vaho de los chaneques es malo; si respiran cerca de uno, lo pueden enfermar, le entorpecen la mente.
Según dice la historia, Dios pidió a Eva que le llevara todos sus hijos para darles su bendición. Ella los mandó llamar, pero cuando vio que aún no llegaban todos y ya tenía una plaza llena de hombres, ya no los llamó a todos, le dio vergüenza tanto hijo.
—¿Estos son todos tus hijos? —le preguntó Dios.
—Sí señor... —le mintió Eva.
Dios bendijo a los que estaban allí, mientras que los otros se quedaron perdidos en el monte. Por eso son cosas malas, malos aires... y cuando ven a los niños se los llevan para perderlos en el monte como a ellos les hicieron.


5.- La piernas de felipa

Por las noches se oían rasguños en las láminas del techo, como si un pájaro anduviera brincando; y seguidito los gritos de Felipa, ¡ay! nos hacía levantar a todos. La encontrábamos llorando, toda desgreñadita y con unos enormes moretones en las piernas. ¿Qué será? —nos preguntábamos— porque veíamos un caminito de manchas de sangre que iba desde su hamaca hasta afuera de la casa.
—Alguien te debe estar haciendo un mal, Felipa —le dije.
Fuimos con un brujo, quien nos dio un frasco con agua bendita, teníamos que regarla en el techo para que el mal se quedara allí atrapado. La pusimos y esperamos la noche. Como a eso de las doce oímos los rasguños,
ni movernos quisimos. Al otro día vamos encontrando a una mujer en el techo, desgreñada y sin piernas.
Resultó que era una señora bruja que vivía en un rancho llamado "La Victoria". Esta señora era muy mala, por las noches se convertía en no sé qué pájaro y venía a chuparle la sangre a Felipa. Estaba casada, pero esperaba a que el marido se durmiera para hacer sus

brujerías; utilizaba un brasero, no sé cómo, pero el marido allí encontró las piernas, en medio de la ceniza.
¡Ay, el pobre hombre! Vino con una cara de pena a llevarse a su bruja... Dicen que le destruyó las piernas y que la mujer no volvió a caminar, que así la encontró la muerte.


6.- La cochina

En San Andrés Tuxtla vivía un señor muy macho que no dejaba que su esposa se asomara siquiera a la puerta. —¡Aquí mando yo! —le decía— ¿Dónde está tu quehacer? ¿Aquí o en la calle?
La señora era medio bruja y se reía de las palabras de su marido porque de noche, apenas se dormía el hombre, ella salía a darse sus vueltas. Para que el marido no la descubriera se transformaba en cochina; así podía andar caminando por todas partes, hasta que se aburría y se regresaba a su casa.
Una noche, la cochina estaba merodeando la casa de un hombre muy gruñón, que al verla se molestó muchísimo:
—¡Cochina mañosa! ¡Ora, sáquese de aquí! —le gritó. Y que agarra su machete y le rebana una nalga.
—¿Ahora cómo llego a mi casa? —se decía la cochina. Pero así tuvo que irse.
Al otro día, el marido despertó y lo primero que hizo fue tocar a su esposa:
—¿Hombre, qué te pasó, mujer?
—Nada, luego me curo —le respondió.
Ese día el marido se va encontrando al gruñón en un crucero del pueblo, porque eran muy conocidos.
—¿Qué crees? —le dijo el gruñón— ¡Que anoche dejé sin nalga a una maldita cochina, que cómo daba lata!
El hombre no esperó más, salió corriendo para su casa, a sonarle a su mujer, pero ¡uuy! jamás la volvió a encontrar.




7.- El Perro Prieto

En Alvarado vivía un señor muy grosero al que le gustaba hacer maldades.
Un día desapareció, todo el pueblo se decía: "Ay qué bueno que se fue, ya vamos a descansar de ese mal hombre". Así pasaron los días y cuando menos se lo esperaban apareció un perro prieto muy grande que resultó peor que el mal hombre, pues asustaba a la gente, se metía en las casas cuando las mujeres estaban solas; correteaba a los hombres con sus enormes colmillos; ay, maldad y media que hacía el condenado animal.

Una noche, un señor se armó de valor y enfrentó al perro con una vara de pirul. Le puso una golpiza hasta que el animal ni resollar pudo.
El hombre iba a matarlo cuando el animal se puso de pie y comenzó a quitarse los cueros que lo cubrían: ¡abajo estaba el desaparecido, quien se había disfrazado de perro para hacer sus sinvergüenzadas!




8.- El Resplandor

Una noche pescábamos a media laguna, muy cerca de Alvarado; serían como las siete de la noche cuando vimos pasar una luz grandísima, larga como un rayo, pero no en el cielo sino sobre la tierra, era como una flecha de fuego sobre las palmeras.

A los pocos días volvió a salir, parecía como si se levantara de la orilla de la laguna y se fuera hacia el cielo. Era una luz juguetona, se hacía pequeñita y luego crecía hasta dejarlo a uno ciego de tanto brillo.
En la barca estábamos mi primo Israel y yo:
—¡Vámonos, si no, nos va a perder! —me dijo mi primo, pero yo me la quedé mirando y, ¡ay! esa luz lo fascina a uno, le dan ganas de seguirla.
—¡Te hablo, hombre! —me testereó Israel para que volviera en mí. Lo bueno es que él no la miraba, si no, los dos hubiéramos perdido el sentido, fascinados por la luz.




9.- Los Chaneques

Siempre he trabajado en mi camioneta. Llevo y traigo materiales adónde me llamen. Una vez me encargaron unas láminas de asbesto, las tenía que traer al poblado de Tuzales, para los techos de unas casas. Venía yo en la camioneta por el camino, muy en paz, cuando me hicieron la parada unos hombres chiquitos. Apenas me detuve, que corren para el monte, yo no quería seguirlos pero me llamaban, como que me atraían y me fui siguiéndolos entre los árboles. De pronto pensé que aquellos hombrecitos no eran de verdad, no —me dije— éstos son chaneques. Me quité la camisa y me la puse al revés, porque si uno se voltea la camisa, los chaneques no se acercan. Y así sucedió, se fueron, me regresé para la carretera y cuando llegué a la camioneta: ¡ah su...! ¡las láminas de asbesto estaban ardiendo!, era un incendio grandísimo, no supe qué hacer, me quedé mirando ¿adónde iba a ir?


10.- La Serpiente

A una señora le gustaba darle de comer a su niño debajo de unos árboles de amate. Allí, la mujer se quedaba dormida mientras le daba el pecho al niño.
Al despertar siempre encontraba al niño llorando, pero no le hacía caso.
—¿Qué le pasa al niño? —le preguntaba su marido.
—No sé, yo le doy de comer. Será que le dan cólicos.
Pero nada, la señora le daba de comer y el niño seguía llorando, lo extraño es que ella siempre se dormía mientras amamantaba al niño.
Un día, el marido preocupado por el llanto de su hijo, fue a espiar a la mujer. El susto que se llevó el hombre: ¡la encontró dormida bajo los amates con una serpiente mamándole la teta!, a un lado estaba el niño chupando la cola del malvado animal. El hombre tomó su machete y partió a la víbora por la mitad, al momento despertó la esposa. Tomaron a su hijo y no volvieron a buscar la sombra de los amates.


11.- Los sombrerudos

De niña yo no encontraba con quien jugar, tenía tres hermanos pero con todo y eso siempre andaba sola. Mi hermana Susana estaba muy chiquita y mis dos hermanos, Sebastián y Jesús, preferían jugar solos.
Mi papá se iba al campo a trabajar o a Tlacotalpan a comprar algún encargo, así que mientras mi mamá hacía su quehacer yo me entretenía sola o de plano cuidando a mi hermanita.
Una noche, mi hermano Chuy se despertó gritando de miedo:
—¿Qué te pasa? —le preguntó mi mamá. Pero mi hermano no podía hablar, todo su cuerpo temblaba; cuando se calmó, nos dijo que una mano salía de abajo del catre y lo pellizcaba muy fuerte. Mi mamá lo abrazó hasta que se quedó dormido. Al otro día estábamos comiendo y que empiezan a caerse los platos, solitos, uno tras otro.
—¡Ora sí! ¿Pues qué será? —gritó mi papá.
Luego de eso, pasaron los días y nada. Hasta que mi mamá nos platicó que un mediodía que acabó de lavar, tendió la ropa y se sentó a la puerta de la casa a descansar de la resolana; cerró los ojos mientras se abanicaba, cuando escuchó que llegábamos de la escuela y le decíamos "Buenas tardes, mamá..." que hasta le besábamos la mano. Pero al rato, llegamos nosotros y... ¡uy! mi mamá se asustó.
—¡Son esos condenados chaneques! —gritó. Y que corre a ver a mi hermanita Susana, pero la niña estaba dormida en su hamaca.
A mí no me daba miedo, porque no me había pasado nada. Pero un día que estaba comiéndome un chayote, escuché silbidos a mi alrededor, "algún maldoso ha de ser" me dije y no hice caso, pero al rato que veo acercarse a unos sombrerudos, lo raro es que yo estaba sentada en el suelo y los señores ésos estaban a mi nivel, muy sonrientes me miraban, ¡que me levanto y corro para la casa!
Ya no quise salir, me la pasaba dentro de la casa cuidando a mi hermanita. Un día mis papás se fueron para el mangal y nos dejaron solas, estaba jugando cuando veo los sombrerudos entre la yerba; me puse a gritar y que se van. Mis papás llegaron y yo ¡ay! ni hablar podía, estaba muda de miedo.
—¡Los sombrerudos...! —les dije.
—¡Ay, hija! —me dijo mi papá—. Han de estar enamorados de ti. Mira, si vuelven a aparecer, no grites, agarra una cuchara y golpea el cántaro que está sobre la mesa, con eso tenemos para venir a ver quienes son. Y así lo hice, apenas vi asomarse a los sombrerudos, me puse a golpear el cántaro, hasta que se rompió. Mi papá llegó pero no vio a nadie.
Pasó el tiempo y un sábado que estaba jugando en el mangal, que veo a los sombrerudos, eran como cinco. Y no me acuerdo de más, mi papá dice que me perdí dos días, durante los cuales me anduvieron buscando en todo el monte.
—¡Epifanía... Epifanía...!, —me gritaban.
Me fueron a encontrar entre unas matas, yo no me acuerdo, pero dice mi mamá que había muchas cáscaras de plátano, que seguramente éso me daban de comer los sombrerudos. Yo estaba bien, pero... como perdida, que ya luego regresé en mí.
No volví a ver a los sombrerudos, hasta que una noche nos despertó un rechinido. Era la hamaca donde dormían a mi hermanita durante el día.
Los condenados duendes se mecían de lo lindo en ella. Mi papá agarró y puso sobre la hamaca su sombrero boca arriba y santo remedio, se acabaron las visitas de los espíritus ésos.


12.- Las risas

Antes de llegar al pueblo de Santiago Tuxtla, hay un montecito de donde brota un ojo de agua fresca.
Cuando yo tenía como diez años iba con mi primo Tomás a jugar en ese lugar, el agua era tan limpia y transparente que nos gustaba estar por mucho rato. Un día vimos a unos jóvenes bañándose, pero con el sombrero puesto y sobre éste su ropa.
—¿Oye, por qué traes la ropa en la cabeza? —le pregunté a uno.
—Si no, se la llevan los chaneques. ¡Te dejan en cueros! —nos dijo. Ni caso le hicimos, nos quitamos la ropa y nos metimos a jugar.
Brincamos y nos revolcamos en la orilla del agua hasta que quedamos arrugados como gusanos; al rato, decidimos irnos
a la casa, pues ya teníamos hambre. Nos salimos.
—¿Dónde dejaste la ropa, Tomás? —me preguntó mi primo.
—Pues allí, en esas piedras.
—No, no está, —le dije.
—¡Cómo no! —me contestó. Y ahí andamos busque y busque, pero nada, ni los zapatos.
—Pues vámonos así... —me dijo mi primo. Íbamos cuidando que nadie nos viera, en cueros como andábamos lo que iban a pensar...
A medio monte escuchamos risas entre las plantas.
—¡Los chaneques! —gritó Tomás. Y nos echamos a correr, pero entre más aprisa íbamos, más risas oíamos. Ya llevábamos la carne chinita del miedo, pero ni modo, así llegamos a la casa y mi mamá nos regañó, porque según ella, nos habían robado.


Aun tengo unos cuantos, se los pondre en otra parte un segundo post.

Espero les guste, la verdad no encontre imagenes pero con palabras se imaginan bien las cosas.
 
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