jarochilandio
Bovino de la familia
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La Prensa Gráfica (El Salvador)
Óscar Picardo Joao
7 de Octubre de 2015
Mark Zuckerberg ingresó a Harvard en 2003, un año después abandonó su carrera; Steve Job comenzó sus estudios en Reed College, solo cursó formalmente seis meses y asistió de oyente durante 18 meses, luego abandonó sus estudios.
Bill Gates al año de haber entrado a Harvard (1975) deja sus estudios. La lista es mucho más larga, desde Evan Spiegel al escritor y premio Nobel John Steinbeck. Pero también mucha gente exitosa se ha graduado de las universidades, muchos más que los exitosos que han abandonado; sin embargo, debemos preguntarnos: ¿para qué ir a la universidad y obtener un título?
En países desarrollados, particularmente la educación superior ha incrementado su costo a cifras descabelladas; en Estados Unidos, de 1980 a 2010 el “tuition” y costos asociados (alimentación, dormitorios, seguros, etc.) se ha incrementado 1,120 %. Los campus, sus equipos, edificios y recursos deportivos son realmente majestuosos, pero cada vez más la gente se pregunta: ¿Conseguiré empleo al graduarme? ¿Es pertinente la educación y coherente con el mundo laboral? ¿Podré trabajar en lo que he estudiado? ¿Lograré con el sueldo la tasa de retorno de lo invertido?
Muchos de los estudiantes “freshman” o de primer año ya tienen hipotecados 20 o 30 años de su vida para pagar la universidad, es increíble pero cierto.
Parece que el concepto “universidad” se ha dañado; al menos así lo propone el documental “Ivory Tower” de Andrew Rossi presentado en Sundance 2014. En este material se cuestiona en valor y estatus de la educación superior (en todas sus modalidades) sobre la base real de sus elevados costos y su eficiencia.
Obviamente obtener un título universitario –más que las competencias y conocimientos– es demostrar que uno tiene una meta y la pueda cumplir, pasando el calvario de no menos de 40 materias y un tortuoso proceso de graduación, con una variedad de profesores universitarios desde los más afables a los más arrogantes; y todo esto pagado. Aunque suene curioso, en Estados Unidos hasta la universidad pública es cara, y las becas cada vez son menos y más exigentes.
La universidad también es un proceso en la madurez humana, pasar por estas aulas y compartir con cientos de jóvenes; debatir, discutir, escribir, defender, frustrarse y celebrar son algunas de las emociones que moldean nuestro carácter.
En nuestro medio ser universitario es un privilegio. Solo uno de cada 10 estudiantes de educación básica termina la universidad; tenemos una población estudiantil cercana a 160,000 estudiantes. La universidad sigue siendo vista como “ascensor social” (Martín Baró), y la mayoría de estudiantes se inclinan por aquellas carreras que no tienen materias matemáticas, mientras que la oferta responde a la simplicidad de carreras sin mayores inversiones ni laboratorios —como, por ejemplo, Derecho—. Obviamente hay excepciones.
La universidad como “puente” hacia la industria o al sector productivo es hoy en día un puente pero “colgante”, débil, peligroso, inestable y riesgoso. Hay desconfianza mutua entre los sectores académicos y empresariales; en efecto, la realidad académica es como un espejismo y sus espacios son muy artificiales, y cuando un joven se gradúa y llega a la empresa tiene que volver a aprender, ya que hay una brecha entre la teoría y la práctica, entre los laboratorios y el puesto de trabajo.
Algunas universidades han optado por impulsar modelos de emprendimiento, para evitar que sus graduados sean buscadores de trabajo, e impulsen así sus iniciativas empresariales propias.
Como hemos apuntado en anteriores ocasiones —siguiendo el modelo de Michael Crow—, la creatividad y la innovación son caminos para construir proyectos de conocimiento que transformen a la sociedades; y si los estudiantes participan en este proceso desde las universidades, ¡tendrán ya la mitad de su empleo conseguido!
Fuente
Nota: Ojo, esta es una nota de la prensa salvadoreña, por lo que los datos sobre la eficiencia y población estudiantil son de ese país. Quiten esas cifras e imaginen las de nuestro país. Es el único ajuste (mínimo) que creo sería necesario hacer.
Óscar Picardo Joao
7 de Octubre de 2015
Mark Zuckerberg ingresó a Harvard en 2003, un año después abandonó su carrera; Steve Job comenzó sus estudios en Reed College, solo cursó formalmente seis meses y asistió de oyente durante 18 meses, luego abandonó sus estudios.
Bill Gates al año de haber entrado a Harvard (1975) deja sus estudios. La lista es mucho más larga, desde Evan Spiegel al escritor y premio Nobel John Steinbeck. Pero también mucha gente exitosa se ha graduado de las universidades, muchos más que los exitosos que han abandonado; sin embargo, debemos preguntarnos: ¿para qué ir a la universidad y obtener un título?
En países desarrollados, particularmente la educación superior ha incrementado su costo a cifras descabelladas; en Estados Unidos, de 1980 a 2010 el “tuition” y costos asociados (alimentación, dormitorios, seguros, etc.) se ha incrementado 1,120 %. Los campus, sus equipos, edificios y recursos deportivos son realmente majestuosos, pero cada vez más la gente se pregunta: ¿Conseguiré empleo al graduarme? ¿Es pertinente la educación y coherente con el mundo laboral? ¿Podré trabajar en lo que he estudiado? ¿Lograré con el sueldo la tasa de retorno de lo invertido?
Muchos de los estudiantes “freshman” o de primer año ya tienen hipotecados 20 o 30 años de su vida para pagar la universidad, es increíble pero cierto.
Parece que el concepto “universidad” se ha dañado; al menos así lo propone el documental “Ivory Tower” de Andrew Rossi presentado en Sundance 2014. En este material se cuestiona en valor y estatus de la educación superior (en todas sus modalidades) sobre la base real de sus elevados costos y su eficiencia.
Obviamente obtener un título universitario –más que las competencias y conocimientos– es demostrar que uno tiene una meta y la pueda cumplir, pasando el calvario de no menos de 40 materias y un tortuoso proceso de graduación, con una variedad de profesores universitarios desde los más afables a los más arrogantes; y todo esto pagado. Aunque suene curioso, en Estados Unidos hasta la universidad pública es cara, y las becas cada vez son menos y más exigentes.
La universidad también es un proceso en la madurez humana, pasar por estas aulas y compartir con cientos de jóvenes; debatir, discutir, escribir, defender, frustrarse y celebrar son algunas de las emociones que moldean nuestro carácter.
En nuestro medio ser universitario es un privilegio. Solo uno de cada 10 estudiantes de educación básica termina la universidad; tenemos una población estudiantil cercana a 160,000 estudiantes. La universidad sigue siendo vista como “ascensor social” (Martín Baró), y la mayoría de estudiantes se inclinan por aquellas carreras que no tienen materias matemáticas, mientras que la oferta responde a la simplicidad de carreras sin mayores inversiones ni laboratorios —como, por ejemplo, Derecho—. Obviamente hay excepciones.
La universidad como “puente” hacia la industria o al sector productivo es hoy en día un puente pero “colgante”, débil, peligroso, inestable y riesgoso. Hay desconfianza mutua entre los sectores académicos y empresariales; en efecto, la realidad académica es como un espejismo y sus espacios son muy artificiales, y cuando un joven se gradúa y llega a la empresa tiene que volver a aprender, ya que hay una brecha entre la teoría y la práctica, entre los laboratorios y el puesto de trabajo.
Algunas universidades han optado por impulsar modelos de emprendimiento, para evitar que sus graduados sean buscadores de trabajo, e impulsen así sus iniciativas empresariales propias.
Como hemos apuntado en anteriores ocasiones —siguiendo el modelo de Michael Crow—, la creatividad y la innovación son caminos para construir proyectos de conocimiento que transformen a la sociedades; y si los estudiantes participan en este proceso desde las universidades, ¡tendrán ya la mitad de su empleo conseguido!
Fuente
Nota: Ojo, esta es una nota de la prensa salvadoreña, por lo que los datos sobre la eficiencia y población estudiantil son de ese país. Quiten esas cifras e imaginen las de nuestro país. Es el único ajuste (mínimo) que creo sería necesario hacer.
otro problema problema es que igual así buscan los trabajos, donde no hagan casi nada, ganen mucho y salgan temprano,
