Alej17
Bovino de la familia
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Si te arrancan las piernas
Cómo debe de ser ir a felicitar a tu novia, tras correr 42 kilómetros y sus 195 difíciles últimos metros y, en un instante funesto, sentir cómo te arrancan las piernas a la altura de los muslos. Por la necedad de un loco. Por la arrogancia de otro intransigente. Por unos ideales fanáticos y violentos, inútiles. Por la locura de esta vida tan imperfecta que, a veces, cuando menos lo esperas, estalla, literalmente estalla, y te arranca las piernas.
Pensé, al ver al joven con las piernas arrancadas, en el horror que le espera. En el dolor. El de ese momento, en el de esa noche, oscurísima y heladora; en el de esta semana, igual de fría, y la siguiente; en el dolor de este año, y en el del próximo. Todo frío, todo helado. Pensé en el dolor que le invadirá en muchos de todos los momentos posteriores.
Sentí pena; mucha. Pero más rabia. Y tristeza. Ese joven, no debía tener más de 25 años, debía haber estado en ese momento celebrando la victoria de su compañera. Cuatro horas, cuarenta y tantos kilómetros. Ella debía sentir el agotamiento feliz que a uno le invade cuando logra una gesta, cuando hace trabajar a su mente y a su cuerpo por encima de las expectativas. Cuando, afrontado un reto, uno exigente, éste acaba por rendirse ante la perseverancia, ante el carácter. Ante la osadía de resistir cuando ya no se puede resistir.
En ese momento, el joven debía ayudar a su chica a estirar muy bien, que tras una maratón la mayoría de los músculos no para de gritar. Pero no pudo. Sólo sintió el dolor; sólo le invadió el asombro. La locura de la felicidad sublime por la hazaña de su compañera, un instante, y el espanto y el terror por la tragedia propia, el siguiente. La vida en su esplendor, cuando es cruel.
Junto a la línea de meta, esa meta que ella se había puesto, y que tanto anheló las horas anteriores, a él se le precipitó un estruendo; luego otro, y lo cambió todo. Su vida, y la de tantos otros.
Pensé en su futuro. Ya no tanto en el dolor, sino en las consecuencias trascendentes y definitivas. Superado el impacto y los primero tiempos ¿Se podrá reconciliar con la vida? ¿Será capaz de decir, en una década tal vez, que ha superado la mutilación?
No solo eso, pensé en algo más profundo, o más liviano, según se mire: ¿Podrá decir que es un hombre feliz? ¿Podrá incluso argumentar que ese fatídico segundo que le arrebató las piernas en realidad constituyó un cambio para bien en su vida?
Hemos conocido casos así. Ojalá el joven aparte el dolor metafísico, esquive el rencor y asuma la tremenda imperfección que nos rodea desde el aprendizaje; porque, dicen, nos arrojan a la vida para aprender y nadie, aseguran, nos garantizó nunca la felicidad. Ojalá todos procedamos así, desde la sabiduría y la aceptación, cuando nos golpee, inesperada y sanguinaria, por razones que nunca sabremos, la existencia.
Sólo un consuelo para este joven. Uno que no lo es, en realidad. Que te arranquen las piernas es mejor a muy pocas cosas, pero lo es, y mucho mejor, a que le quiten la vida a tu hijo de ocho años.
http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/elcuadrilatero/2013/04/20/si-te-arrancan-las-piernas.html
Saludos

Cómo debe de ser ir a felicitar a tu novia, tras correr 42 kilómetros y sus 195 difíciles últimos metros y, en un instante funesto, sentir cómo te arrancan las piernas a la altura de los muslos. Por la necedad de un loco. Por la arrogancia de otro intransigente. Por unos ideales fanáticos y violentos, inútiles. Por la locura de esta vida tan imperfecta que, a veces, cuando menos lo esperas, estalla, literalmente estalla, y te arranca las piernas.
Pensé, al ver al joven con las piernas arrancadas, en el horror que le espera. En el dolor. El de ese momento, en el de esa noche, oscurísima y heladora; en el de esta semana, igual de fría, y la siguiente; en el dolor de este año, y en el del próximo. Todo frío, todo helado. Pensé en el dolor que le invadirá en muchos de todos los momentos posteriores.
Sentí pena; mucha. Pero más rabia. Y tristeza. Ese joven, no debía tener más de 25 años, debía haber estado en ese momento celebrando la victoria de su compañera. Cuatro horas, cuarenta y tantos kilómetros. Ella debía sentir el agotamiento feliz que a uno le invade cuando logra una gesta, cuando hace trabajar a su mente y a su cuerpo por encima de las expectativas. Cuando, afrontado un reto, uno exigente, éste acaba por rendirse ante la perseverancia, ante el carácter. Ante la osadía de resistir cuando ya no se puede resistir.
En ese momento, el joven debía ayudar a su chica a estirar muy bien, que tras una maratón la mayoría de los músculos no para de gritar. Pero no pudo. Sólo sintió el dolor; sólo le invadió el asombro. La locura de la felicidad sublime por la hazaña de su compañera, un instante, y el espanto y el terror por la tragedia propia, el siguiente. La vida en su esplendor, cuando es cruel.
Junto a la línea de meta, esa meta que ella se había puesto, y que tanto anheló las horas anteriores, a él se le precipitó un estruendo; luego otro, y lo cambió todo. Su vida, y la de tantos otros.
Pensé en su futuro. Ya no tanto en el dolor, sino en las consecuencias trascendentes y definitivas. Superado el impacto y los primero tiempos ¿Se podrá reconciliar con la vida? ¿Será capaz de decir, en una década tal vez, que ha superado la mutilación?
No solo eso, pensé en algo más profundo, o más liviano, según se mire: ¿Podrá decir que es un hombre feliz? ¿Podrá incluso argumentar que ese fatídico segundo que le arrebató las piernas en realidad constituyó un cambio para bien en su vida?
Hemos conocido casos así. Ojalá el joven aparte el dolor metafísico, esquive el rencor y asuma la tremenda imperfección que nos rodea desde el aprendizaje; porque, dicen, nos arrojan a la vida para aprender y nadie, aseguran, nos garantizó nunca la felicidad. Ojalá todos procedamos así, desde la sabiduría y la aceptación, cuando nos golpee, inesperada y sanguinaria, por razones que nunca sabremos, la existencia.
Sólo un consuelo para este joven. Uno que no lo es, en realidad. Que te arranquen las piernas es mejor a muy pocas cosas, pero lo es, y mucho mejor, a que le quiten la vida a tu hijo de ocho años.
http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/elcuadrilatero/2013/04/20/si-te-arrancan-las-piernas.html
Saludos
