Hola, es mi primera visita y publicación.
Aclaro primero que aunque no me disgustan los hombres, hasta el momento he disfrutado más con mujeres. Y precisamente, el secreto de alcoba que contaré tiene que ver con un descubrimiento que hice respecto a mis gustos... eh... privados.
Durante mi internado, compartía como todos una habitación con otra compañera. Lo ignoraba entonces, pero ella era lesbiana. Yo había tenido escarceos con un par de novios, pero nada serio. Con quien más lejos había llegado habíamos estado dándonos el lote en las escaleras de su edificio. Él llegó a meter las manos bajo mi falda y mis panties, acariciándome el trasero, y yo sólo le había agarrado la pija a través del pantalón. No más.
Como estudiante de medicina aprendí mucho sobre la anatomía de los órganos reproductores masculino y femenino, pero sólo teoría. Y en esa falta de práctica me tocó con mi compañera de habitación Lucy. Tenía ella una figura voluptuosa. Cintura breve, que hacía resaltar unos pechos de campeonato, y un pandero que flipas. Cuando salía de ducharse, siempre la espiaba y me excitaba sólo de imaginar qué se sentiría acariciar esos senos, o ese culete paradito.
Una noche tuve que atravesar los patios en medio de una tempestad, y cuando llegué mojada como rata a la habitación, ella se apresuró a pasarme una toalla, y luego me ayudó a irme despojando de la ropa empapada. Yo aprecié el gesto como señal de amistad, pero luego descubrí que por momentos algunos roces parecían más bien caricias. No me disgustaron, y no dije nada. Pronto me encontré envuelta en un albornoz mullido y seco, pero totalmente desnuda debajo.
Lucy me entregó una taza de café caliente para que entrara en calor, y me hizo sentarme en su silla, ofreciéndome un masaje de cuello mientras tomaba mi bebida. No necesito decirles (ya lo habrán adivinado), que el masaje de cuello terminó sobándome los pechos, y cuando me volví para reclamarle, me encontré con los suyos desnudos y pegados a mi cara. Mi sorpresa y ¿enojo? se extinguieron de inmediato, y sin pensarlo dos veces, me metí uno de sus pechos en la boca, y después el otro. Antes de darme cuenta, ya mis brazos rodeaban su cintura y acariciaban sus tersas nalgas.
En un santiamén terminamos desnudas en la cama, acariciándonos con suavidad, con calma. Quedando frente a frente, noté que me miraba y comprendí lo que deseaba. Así que posé mis labios sobre los suyos y pronto compartíamos fogosos besos de pasión. Sólo se interrumpieron cuando bajó sus labios hasta mis pechos, y los fue besando y mordisqueando con suavidad, hasta que un gemido me traicionó y le hizo ver que me había puesto a 100.
Así, no fue sorpresa que al bajar su mano a mi vulva, la retirara húmeda y fragante. Empezó a frotar su monte de venus contra el mío, luego me enseñó cómo amoldarnos, y me llevó por mi primer orgasmo. Inolvidable, debo añadir. Momentos después ella me alcanzó en la cúspide de ese placer compartido, en medio de gemidos y alaridos sin contener. Entonces me dijo que no me contuviera, que el sexo debe fluir, sin trabas. Porque se había percatado que yo ahogué exclamaciones de placer, pero para lograrlo había hasta fruncido el ceño y gruñido en tono grave y comedido.
Cuando se levantó de la cama, pensé que habíamos terminado y me dispuse a componer mi albornoz, pero ella me pidió que siguiera acostada. De su cajón sacó primero un preservativo y me pidió que lo abriera. Mientras lo hacía, noté que en su mano sostenía un consolador de vivo color rojo, maleable y de tamaño... Adecuado.
Se lo entregué así como lo saqué del empaque, y al ver cómo lo colocaba, aprendí que no se pone como un calcetín, sino que se va desenrrollando hacia abajo del... Pues del aparato. Gentilmente pero sin dar cuartel, me hizo ponerme de espaldas, y comenzó a darme masaje de nuevo. Cuello, espalda, y luego me amasó mis nalgas, que no son prominentes como las de ella pero, estoy segura, también arrancan suspiros.
Luego me hizo elevar la grupa, y desde atrás comenzó a lamerme el clítoris y a besarme la vulva, hasta que tuve otro orgasmo, que siguiendo sus consejos, no callé. Tenía razón, se disfrutó más. Luego sentí que pasaba una y otra vez el dildo por entre mis labios, pero sin introducirlo en la vagina. Noté que se estiraba y abría un cajón de su escritorio, pero estaba tan perdida en mi deleite personal, que ni me importó mirar qué hacía, mientras me acercaba a mi tercer orgasmo, frotando mis partes íntimas con el consolador.
De pronto sentí un líquido que escurría desde la parte baja de mi espalda hasta penetrar por la hendidura entre mis nalgas, y seguía así hasta confundirse con mis jugos vaginales. Las manos de Lucy comenzaron a esparcirlo en mi trasero, y sentí que me separaba las nalgas para que enfilara sin problemas hacia el dildo y las partes a las que estaba atendiendo tan bien.
Al cesar las contracciones de mi tercer orgasmo, y apenas recuperando el aliento, sentí que retiraba el dildo de entre mis labios vaginales y un momento después lo sentí en mi orificio posterior.
--Espera, por ahí también soy...
Pero ella me tranquilizó y me dijo que si no me sentía a gusto, se detendría. Comenzó a acariciarme en círculos el clítoris, volviendo a remontarme a otra ola de placer, mientras comenzaba a empujar con mucho cuidado el dildo en mi interior. Yo empecé a sentir una presión extraña en mi bajo vientre, molesta pero no dolorosa. Entonces escuché que me decía suavemente, mientras su mano izquierda continuaba dándome un placer indescriptible:
--Puja un poco, como si quisieras defecar.
Comprendí lo que quería decir y lo hice. Entonces mi ano se abrió y suavemente el dildo penetró poco a poco, y pasada la resistencia inicial, bañado como estaba en lubricante y jugos vaginales, se deslizó hasta más de la mitad de su largo de 22 centímetros.
Enloquecí. No puedo recordar cuántas veces más me vine en orgasmos encadenados, y lo que empezó con un gruñido contenido en mi primera venida, terminó en alaridos de placer. Por fin me derrumbé agotada sobre la cama, y sentí como poco a poco Lucy retiraba el dildo de entre mis nalgas. Sentí delicioso cómo las paredes de mi recto volvían a recuperar su estrechez normal conforme el artilugio me abandonaba.
Intenté levantarme para devolver el favor, pero Lucy me detuvo y me ayudó a acomodarme bien en la cama, diciendo que otro día sería su turno. Y así fue, aunque esa será otra confesión de alcoba.
Lo único que puedo decir para concluir, es que Lucy fue muy cuidadosa y detallista, y por ello mi iniciación anal fue muy excitante y maravillosa. Tanto, que ahora no siento que haya tenido una sesión completa de sexo, si no recibo mi ración de caña por el culo. Pero siempre que sea con el debido respeto y cuidado.
Dos días tuve alguna molestia cuando tenía que hacer del cuerpo, pero poco a poco mi culo se fue acostumbrando a esas atenciones, y ahora no hay molestia que dure.
Perdón, creo que me extendí demasiado. Gracias a los que leyeron hasta el final.