Slgfrid
Bovino maduro
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Les dejo un tema, acerca de los programas sociales, llamese mucho ahorita la famosa campaña de hambre por mexico y muchisimos otros, y como los partidos se juegan cada uno de ellos a su favor. TOTAL como siempre lo he pensado es un CIRCO y SHOW muy bien montado y conciente de todos los partidos. ES GANAR Y GANAR(aunque parezcan que pierden). Siempren salen ellos ganando. Saludos.
Nuestro país padeció durante décadas un sistema autoritario en el que los partidos políticos de oposición no funcionaron como contrapesos reales al poder del partido hegemónico. Sin embargo, estos partidos opositores siempre tuvieron alguna moneda de cambio para negociar modificaciones al sistema político. Por ejemplo, el PAN pudo corroborar que podía presionar al PRI al no presentar candidato a la Presidencia de la República durante la campaña de José López Portillo. La existencia de un candidato único daba una mala imagen de la “democracia mexicana” al exterior, por lo que el PRI tuvo que ceder y realizar algunas reformas para emparejar un poco el terreno electoral y, de paso, garantizar la participación del PAN en futuras elecciones.
Desde 1997, México empezó a experimentar el funcionamiento de gobiernos divididos, los partidos opositores empezaron a funcionar, cada vez más, como auténticos contrapesos al poder presidencial. Este papel se intensificó a partir del año 2000, cuando hubo -por primera vez- alternancia en la Presidencia de la República, con lo que el partido hegemónico que había gobernado durante décadas pasó a ser oposición.
En este artículo sostengo que en los inicios de la democracia electoral las principales fuerzas políticas de nuestro país vivieron en un escenario poco colaborativo que se traducía en un estado permanente de guerra sin cuartel. En una situación de este tipo todos los partidos aplican el principio de que “en la guerra todo se vale”. El objetivo final era conservar o incrementar los territorios controlados políticamente. Para conservarlos, los partidos podían ser capaces de cualquier cosa, por ejemplo, de utilizar los recursos de los programas sociales para construir clientelas políticas.
Para garantizar el control sobre los territorios políticos, en especial sobre presupuestos, todos, absolutamente todos los partidos, construyeron redes clientelares a partir de los recursos destinados a combatir la pobreza. Se llegó entonces a un equilibrio en el que todos usaban estos recursos sociales de forma política, pero nadie se atrevía a acusar formalmente a otro partido por miedo a ser acusado también. Este equilibrio perverso en el que todos malversan con los recursos públicos se ha mantenido por años y ha sido un obstáculo para que podamos abatir los vergonzosos niveles de pobreza que padecemos.
Sin embargo, ese equilibrio se rompió en las pasadas elecciones presidenciales. Uno de los jugadores más importantes, el PAN, perdió una gran cantidad de sus territorios políticos, y con ello los presupuestos que controlaba. De entrada, perdió la bolsa más grande de recursos, la Presidencia de la República, además de Jalisco, Morelos, junto con muchos municipios importantes. Para el PAN el equilibrio previo ya no es rentable, sabe que no puede competir de esta forma con las otras fuerzas políticas. No es casualidad que sea el PAN el actor más estridente en este tema, mientras que el PRD ha hecho una presencia más discreta, después de todo sigue conservando la Ciudad de México sobre la cual mantiene una vasta red clientelar afincada en programas sociales.
En este sentido, el Pacto por México es de gran importancia para el PAN. El nuevo entorno colaborativo en el que se han insertado los principales partidos políticos no es sólo producto de sus buenos deseos para el país. Las circunstancias los están obligando a ingresar en este escenario colaborativo para sobrevivir políticamente. Tanto el líder nacional del PRD como el del PAN tienen un débil control de sus partidos, por lo que su presencia en el Pacto les permite acaparar reflectores, ganar legitimidad, e incluso tener una moneda de cambio con la cual negociar con el gobierno federal. El PAN está usando ahora mismo dicha moneda para garantizar su supervivencia. En estos momentos no puede competir en un esquema de guerra sin cuartel contra los otros dos partidos, pues no tiene presupuestos de los cuales echar mano.
En este escenario, considero que pueden ocurrir tres cosas. La primera es que el PAN endurezca su postura para exigir que se blinden los programas sociales, reitero, no porque sean santos de la política, sino porque con esto lograrían emparejar la competencia en el terreno electoral. Si esto sucede tendríamos un efecto colateral del pacto sumamente positivo en el que los actores políticos, en la búsqueda de su propio interés, acabarían autorregulándose, atándose las manos.
El segundo escenario es que el PAN endurezca su postura, sólo hasta que pueda recuperar algunas posiciones políticas que le den acceso nuevamente a presupuestos de los que pueda hacer uso para defender sus territorios políticos. Una vez que logre estas posiciones se podría volver nuevamente al equilibrio añejo en el que todos utilizan los programas a su favor.
Finalmente, puedo imaginar perfectamente un tercer escenario en el que el PRI busque compensar de alguna forma al PAN, con delegaciones estatales o con el control de algunos programas para que puedan seguir alimentando algunas redes clientelares que construyeron durante sus gobiernos.
Quisiera pensar que los actores políticos de este país tendrían la madurez para despolitizar los recursos destinados a la política social, desafortunadamente, mi pronóstico no es alentador. Si no existe un involucramiento enérgico de la sociedad civil organizada para aprovechar este momento único en el que se han roto viejos equilibrios, las viejas prácticas, como un río seco que recobra vida, volverán a encontrar sus cauces.
Tenemos la oportunidad de blindar los recursos para el desarrollo social que hasta ahora han estado capturados por todas las fuerzas políticas. Los partidos han cimentado su efectividad política en estos recursos por lo que estarán dispuestos a perderlos tan fácil. Ojalá que los actores de la sociedad civil interesados en el tema puedan leer esta oportunidad y aprovecharla.
Publicadas por Miguel Guajardo a la/s 09:01
Nuestro país padeció durante décadas un sistema autoritario en el que los partidos políticos de oposición no funcionaron como contrapesos reales al poder del partido hegemónico. Sin embargo, estos partidos opositores siempre tuvieron alguna moneda de cambio para negociar modificaciones al sistema político. Por ejemplo, el PAN pudo corroborar que podía presionar al PRI al no presentar candidato a la Presidencia de la República durante la campaña de José López Portillo. La existencia de un candidato único daba una mala imagen de la “democracia mexicana” al exterior, por lo que el PRI tuvo que ceder y realizar algunas reformas para emparejar un poco el terreno electoral y, de paso, garantizar la participación del PAN en futuras elecciones.
Desde 1997, México empezó a experimentar el funcionamiento de gobiernos divididos, los partidos opositores empezaron a funcionar, cada vez más, como auténticos contrapesos al poder presidencial. Este papel se intensificó a partir del año 2000, cuando hubo -por primera vez- alternancia en la Presidencia de la República, con lo que el partido hegemónico que había gobernado durante décadas pasó a ser oposición.
En este artículo sostengo que en los inicios de la democracia electoral las principales fuerzas políticas de nuestro país vivieron en un escenario poco colaborativo que se traducía en un estado permanente de guerra sin cuartel. En una situación de este tipo todos los partidos aplican el principio de que “en la guerra todo se vale”. El objetivo final era conservar o incrementar los territorios controlados políticamente. Para conservarlos, los partidos podían ser capaces de cualquier cosa, por ejemplo, de utilizar los recursos de los programas sociales para construir clientelas políticas.
Para garantizar el control sobre los territorios políticos, en especial sobre presupuestos, todos, absolutamente todos los partidos, construyeron redes clientelares a partir de los recursos destinados a combatir la pobreza. Se llegó entonces a un equilibrio en el que todos usaban estos recursos sociales de forma política, pero nadie se atrevía a acusar formalmente a otro partido por miedo a ser acusado también. Este equilibrio perverso en el que todos malversan con los recursos públicos se ha mantenido por años y ha sido un obstáculo para que podamos abatir los vergonzosos niveles de pobreza que padecemos.
Sin embargo, ese equilibrio se rompió en las pasadas elecciones presidenciales. Uno de los jugadores más importantes, el PAN, perdió una gran cantidad de sus territorios políticos, y con ello los presupuestos que controlaba. De entrada, perdió la bolsa más grande de recursos, la Presidencia de la República, además de Jalisco, Morelos, junto con muchos municipios importantes. Para el PAN el equilibrio previo ya no es rentable, sabe que no puede competir de esta forma con las otras fuerzas políticas. No es casualidad que sea el PAN el actor más estridente en este tema, mientras que el PRD ha hecho una presencia más discreta, después de todo sigue conservando la Ciudad de México sobre la cual mantiene una vasta red clientelar afincada en programas sociales.
En este sentido, el Pacto por México es de gran importancia para el PAN. El nuevo entorno colaborativo en el que se han insertado los principales partidos políticos no es sólo producto de sus buenos deseos para el país. Las circunstancias los están obligando a ingresar en este escenario colaborativo para sobrevivir políticamente. Tanto el líder nacional del PRD como el del PAN tienen un débil control de sus partidos, por lo que su presencia en el Pacto les permite acaparar reflectores, ganar legitimidad, e incluso tener una moneda de cambio con la cual negociar con el gobierno federal. El PAN está usando ahora mismo dicha moneda para garantizar su supervivencia. En estos momentos no puede competir en un esquema de guerra sin cuartel contra los otros dos partidos, pues no tiene presupuestos de los cuales echar mano.
En este escenario, considero que pueden ocurrir tres cosas. La primera es que el PAN endurezca su postura para exigir que se blinden los programas sociales, reitero, no porque sean santos de la política, sino porque con esto lograrían emparejar la competencia en el terreno electoral. Si esto sucede tendríamos un efecto colateral del pacto sumamente positivo en el que los actores políticos, en la búsqueda de su propio interés, acabarían autorregulándose, atándose las manos.
El segundo escenario es que el PAN endurezca su postura, sólo hasta que pueda recuperar algunas posiciones políticas que le den acceso nuevamente a presupuestos de los que pueda hacer uso para defender sus territorios políticos. Una vez que logre estas posiciones se podría volver nuevamente al equilibrio añejo en el que todos utilizan los programas a su favor.
Finalmente, puedo imaginar perfectamente un tercer escenario en el que el PRI busque compensar de alguna forma al PAN, con delegaciones estatales o con el control de algunos programas para que puedan seguir alimentando algunas redes clientelares que construyeron durante sus gobiernos.
Quisiera pensar que los actores políticos de este país tendrían la madurez para despolitizar los recursos destinados a la política social, desafortunadamente, mi pronóstico no es alentador. Si no existe un involucramiento enérgico de la sociedad civil organizada para aprovechar este momento único en el que se han roto viejos equilibrios, las viejas prácticas, como un río seco que recobra vida, volverán a encontrar sus cauces.
Tenemos la oportunidad de blindar los recursos para el desarrollo social que hasta ahora han estado capturados por todas las fuerzas políticas. Los partidos han cimentado su efectividad política en estos recursos por lo que estarán dispuestos a perderlos tan fácil. Ojalá que los actores de la sociedad civil interesados en el tema puedan leer esta oportunidad y aprovecharla.
Publicadas por Miguel Guajardo a la/s 09:01