Según uno de los estudios, hecho por el científico Peter Jonason, de la Universidad de Nuevo México, las mujeres se sienten atraídas por los hombres que son vanidosos y egoístas, que buscan a diario nuevas experiencias y son impulsivos (una característica que también se asocia con sicópatas) y que les gusta engañar y manipular (conocido también como maquiavelismo).
¿Por qué? Según el doctor Jonason, las mujeres confunden estas características con masculinidad, y -ahí es donde entra el darwinismo- por eso piensan que tienen más posibilidades que los hombres del común para engendrar hijos sanos.
Eso quiere decir que una buena parte de las mujeres busca a ese tipo de hombres por puro instinto, pero ¿qué pasa cuando por fin le metemos cabeza a la cosa? Porque sería comprensible si la leona escoge al león más melenudo, el que ruge más duro, el que le gana a los otros leones en una pelea, para procrear con él, pero las mujeres tienen algo más que hormonas rondando por ahí, y en algún momento hay que pensar se preguntan al final: ¿Será que este vago mechudo bueno para nada, celoso y maltratador, es el hombre de mi vida? ¿Estoy haciendo lo correcto por mí y por mis futuros hijos?
Las respuestas también están en otro estudio gringo, esta vez del profesor David Schmitt, de la Universidad de Bradley, en Illinois. Schmitt hizo una investigación con 35.000 personas de 57 países, y si bien encontró que los hombres que exhibían las características de la "triada oscura"(narcisista, arriesgado y manipulador) en general tenían más éxito con las mujeres, también encontró que ese éxito se traduce en cortos romances y no en relaciones a largo plazo.
Para aprender eso, la mayoría de las mujeres no necesitan estudios sino experiencia. Los malos son divertidos, sí, pero hay un punto en el que tanta aventura cansa. Lo de uno es permanecer.
Llámenlo también instinto, pero las mujeres, tarde o temprano, se aburren de tantas sorpresas y prefieren a los hombres predecibles, buenos, tranquilos, así sean un poco sosos.
Lo que los gringos llaman el "nesting", o sea, el hacer el nido, requiere un compañero que también ponga de su parte y no de un demente errático con quien no sabemos qué encontrar cada noche: ¿una fiesta?, ¿una pelea?, ¿una cena romántica?, ¿un juego de póquer?
O sea, que los tipos buenos se quedan con las mujeres al final del día. No con todas, claro. Existe el tipo de boba que se deja maltratar y vuelve con el rabo entre las piernas, como aquella historia de una mujer en la costa cuyo marido casi la mata, y luego de abandonarlo y aparecer con la cara deforme en todos los medios de comunicación, volvió con él. ¿Por qué? Ahí tal vez son ellas las del problema.
Lo cierto es que, si quieren levantar viejas, hay que dejar de abrir puertas, de regalar flores, de decir piropos y de pagar la cuenta. Hay que dejar de llamarlas al día siguiente, nunca expresar sus sentimientos, dejar de sonreír y de ser predecibles, y empezar a manejar como corredores de F1.
Un hombre que quiera enloquecer a las mujeres debe olvidar las reglas básicas de la caballerosidad. Debe hacerlas sufrir en pequeñas dosis con peleas inventadas, celos infundados y espectáculos teatrales en los que él hace el papel de deprimido y ella intenta a toda costa consolarlo, hasta que por fin él descubre que lo único que lo haría feliz sería un regalo costoso.
Si quiere que una mujer se enamore de uno hay que componer una canción bien triste, empezar a fumar como chimenea y a emborracharse como un pirata, tatuarse algo misterioso y jamás contar la vida personal, colocarse un arete en la ceja o en la lengua y dejarse crecer el pelo.
Pero al mismo tiempo, si uno quiere conservarla, hacer justamente todo lo contrario. Como los hombres dicen, ¿quién entiende a las mujeres? Todas tienen el diablo adentro.
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