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- #1
Hola Bak-unos esta es mi primera colaboración por aquí, me encanta venir a leer sus historias y quiero compartirles algo real que me sucedió hace varios años, cuando aquí por mis rumbos no estaba tan peligroso:
En aquellos días yo tenía 14 años, y los amigos con los que más me juntaba eran los que vivían cerca de mi casa, allá por los rumbos de la refinería de Cd. Madero. En una de nuestras tardes de "papitas y nintendo" se nos ocurrió la idea de irnos a acampar al terreno de los abuelitos de uno de mis vecinos. Dicho terreno estaba en Congregación Anáhuac, Veracruz. (Para los que no sepan, es cerca del río Pánuco, que divide los estados de Veracruz y Tamaulipas).
Después de obtener el permiso correspondiente de nuestros padres y de preparar nuestras cosas, llegó el fin de semana en que nos iríamos de campamento. Esa tarde mis amigos Hugo, Sergio, Adrián, Gonzalo, Jacinto y yo cruzamos el río en lancha y llegamos hasta el terreno donde Don Felipe, el abuelito de mi amigo Sergio tenía su casa. El lugar estaba enorme, era un terreno que colindaba con varios solares baldíos donde algunas personas apenas empezaban a edificar sus casas, algunas construcciones estaban bastante avanzadas mientras que otras, que solo estaban en obra negra, con techos de lámina oxidada, lucían abandonadas desde hacía meses. Mientras preparábamos nuestras cosas para levantar el "campamento" recibimos ayuda de Don Felipe y uno de sus vecinos, quienes amablemente nos explicaron que el terreno ya había sido debidamente fumigado el día anterior y que además, dejarían cerca de allí a los perros que siempre les avisaban de las víboras, por lo que no habríamos de preocuparnos por alimañas. Después de armar la enorme casa de campaña (que nos había prestado el papá de Hugo, otro de nuestros vecinos y hermano de Carla, el amor platónico de casi todos los demás) nos dispusimos a relajarnos y disfrutar del cielo estrellado, un espectáculo que pocas veces podíamos apreciar en la ciudad. El vecino de Don Felipe llegó con una carga de leña y nos encendió una fogata donde cocinamos salchichas para cenar. Nos la estábamos pasando a todo dar cuando el señor nos dijo con una voz muy seria:
-No se les vaya a ocurrir acercarse a la casa abandonada de allá atrás, ¿eh?
Todos volteamos a mirar hacia donde el anciano había dicho. Se trataba de la casa más alejada de la zona.
-Allí se juntan muchas alimañas -explicó Don Felipe- a veces hemos encontrado perros muertos cerca de ese lugar. No se arriesguen.
Le dijimos que si y continuamos con la cena. Don Felipe nos contó algunas anécdotas de cuando había trabajado de pescador y de algunas cosas "raras" que había visto en altamar, lo que nos emocionó mucho a tal grado que nos dieron las dos de la madrugada sin que nos diéramos cuenta. Después de despedirse de nosotros y de revisar que había suficiente leña para que el fuego aguantara algunas horas, nos dejó a solas para que nos durmiéramos. Claro que dormir fue lo último que hicimos, pues así como estábamos nos pusimos a contar cosas de miedo, y así estuvimos largo rato hasta que nos quedamos dormidos ahora sí. Por alguna extraña razón, yo, que tengo el sueño MUY pesado, me desperté de improviso como si alguien me hubiera sacudido. Miré mi reloj (en aquel entonces aún no estaban de moda los celulares) y ví que eran las 5:00 de la mañana en punto (aunque puede que la hora no haya sido exacta, pues siempre acostumbro traer la hora 5-6 minutos adelantada para no llegar tarde a ningun lado). Después de ponerme mis tenis, me levanté para ir a orinar. Al regresar a la casa de campaña, noté que faltaban dos de mis amigos (Hugo y Gonzalo). Jacinto, que también se acababa de levantar también se había dado cuenta y ya estaba despertando a los otros. Después de que se despabilaran, empezamos a buscar por todos lados hasta que a Jacinto se le ocurrió apuntar su lámpara en dirección a la casa abandonada. Allí, a lo lejos, miramos a nuestros amigos tratando de entrar al lugar a través de una de las ventanas, la cual había quedado abierta al quitarle la madera con la que estaba clausurada. No lo pensamos mucho y corrimos para alcanzarlos, con el miedo de que los fuera a morder una víbora o algo peor. Sergio, el que corrió más rápido de nosotros, alcanzó a agarrar a Hugo de la pierna para evitar que se metiera a la casa (Gonzalo lo estaba ayudando a subirse a la ventana). Cuando los demás llegamos, le ayudamos a quitarse de encima a Gonzalo, quien lo empujaba para evitar que jalara a Hugo. Jacinto se enojó al ver como nuestro amigo parecía no escucharnos y le dió un puñetazo en pleno rostro, enviándolo al suelo, tras lo cual le ayudamos a Sergio para jalar a Hugo y bajarlo de allí. Entre los tres batallamos mucho para hacerlo, pues parecía que nuestro amigo se había atorado o estaba agarrado a algo. Cuando al fin logramos apoyarnos para bajarlo, alcanzamos a escuchar un grito desgarrador que decía "NO! NO SE LO LLEVEN, ES MÍO!" seguido de un aullido que nos puso los pelos de punta. Como pudimos, cargamos a Hugo y levantamos a Gonzalo para llevárnoslo a jalones (parecía que estaba en trance, como si no pudiera hablar) nos alejamos de allí y llegamos hasta la casa de Don Felipe, quien (después supimos) había escuchado los gritos y había salido con su pistola para ver que sucedía. Al vernos acercarnos a la casa, corrió a nuestro encuentro, pero en vez de ayudarnos a cargar a Hugo (quien estaba desmayado) apunto a ALGO que estaba detrás de nosotros, disparándole varias veces mientras nos gritaba que nos apuráramos a meternos a la casa, lo cual hicimos sin mirar atrás. Cuando entramos, escuchamos dos disparos más, tras lo cual Don Felipe entró a la casa y atrancó. Después de encender todas las luces de la sala-comedor, nos arrojó un paquete de servilletas.
-Límpienle a su amigo. -Nos dijo.
Cuando miramos a Hugo, sentí ganas de vomitar. Su brazo estaba todo arañado y tenía marcas de que algo...o alguien, lo había estado sujetando fuertemente para jalarlo al interior de la casa abandonada, aparte de que estaba cubierto por una especie de lama verde-negruzca apestosa. Tras limpiarle el brazo lo mejor que pudimos, la esposa de don Felipe (y abuelita de Sergio) llegó con una botellita de agua la cual le echó encima de las heridas.
-Es agua bendita, ¿verdad? -Preguntó Sergio.
-NO, mijito, es agua oxigenada. -Respondió la anciana con gesto serio.
Tras limpiarle bien las heridas, pudimos verlas bien. Eran arañazos sin duda alguna, y no parecían de algún animal, sino que parecían hechos por uñas humanas. Gonzalo se había quedado dormido, así que decidimos dejarlo descansar antes de interrogarlo para saber que había pasado. Los demás no pudimos dormir por los nervios, a pesar de que don Felipe se quedó de guardia frente a la puerta, pistola en mano, hasta que ya había amanecido. Después de que dieran las siete de la mañana, Don Felipe salió de la casa y nos dijo que descansáramos. Nos asomamos por la ventana y alcanzamos a ver como la casa de campaña estaba hecha jirones, y que no había señas de ninguno de los perros que habían estado alli apenas unas horas antes. Después, vimos como Don Felipe y varios hombres más se dirigían a la casa abandonada llevando algunas garrafas. No pude aguantarme la curiosidad y me salí a ver que sucedía, seguido por Sergio y por Jacinto, quienes también se habían armado de valor. Alcanzamos a los señores cuando arrojaban dentro de la casa una de las garrafas (la cual estaba llena de gasolina) y después le arrojaban una bola de tela y periódicos con fuego para que ardiera, tras lo cual se alejaron. Al parecer habían rociado gasolina alrededor de la casa, púes ésta se vió envuelta en llamas en pocos instantes. Mis amigos y yo nos asustamos al escuchar chillidos que provenían del interior, pero ninguno de los señores que estaban allí parecía nervioso, sino al contrario, parecían demasiado tranquilos. Pasó casi una hora hasta que las llamas por fin se extinguieron y dos de los vecinos de Don Felipe entraron a los restos humeantes de la casa, armados con sendos machetes. Después de varios minutos, salieron y le dijeron algo al anciano, quien volteó a mirarnos.
-Váyanse a la casa a desayunar. Al rato los alcanzo.
Obedecimos y nos regresamos a la casa, donde la abuelita de Sergio ya nos tenía listo el desayuno. Después de saciar nuestra hambre, nos dió sueño y nos quedamos dormidos en la sala. Cuando desperté, eran casi las cuatro de la tarde. El único que seguía dormido era Sergio, quien roncaba plácidamente en el sillón de la sala. Decidí no despertarlo y fuí afuera, donde Don Felipe y los demás estaban hablando.
-¿Mi nieto sigue dormido? -Me preguntó el anciano.
Asentí y me invitó a sentarme al lado de mis amigos, quienes parecían muy atentos a lo que el señor les había estado diciendo.
-Les decía a tus amigos que más de rato viene mi hija para llevárselos de regreso a su casa. No creo que sea seguro que se queden aquí otra vez con tanto animal salvaje suelto.
-Lo de anoche no fue un animal, señor...
-Fue un animal salvaje, y si tu o tus amigos creyeron haber oído o visto otra cosa fue por el cansancio y por la poca luz que hay de noche. ¿está bien?
Los demás asintieron mientras me miraban fijamente. No me quedó de otra mas que aceptar que eso es lo que había pasado la noche anterior. Cuando intenté ir a ver en que estado se encontraba la casa abandonada, Don Felipe me gritó y me regañó para que regresara a la casa. Esa fue la última vez que lo ví, pues casi a fin de año, falleció de un infarto mientras esperaba su turno de consulta en el seguro social. Su esposa falleció dos meses después y el enorme terreno de su casa fue vendido por sus hijos. Hasta el día de hoy, sigo pensando que eso que escuché NO era un animal salvaje. Las marcas en el brazo de Hugo desaparecieron con el tiempo, aunque ni él ni Gonzalo pudieron dormir sin una luz encendida en sus cuartos por mucho tiempo. Hace unos meses, visité el lugar por curiosidad y encontré que habían construído varias casitas, una de las cuales estaba casi en el lugar donde hacía más de veinte años estaba la casa abandonada. Es la única casa del lugar que parece que no esta habitada y luce descuidada, aunque esto puede ser solo una coincideincia. Lo que es verdad es que una conocida que vive en la zona me cuenta que a los niños que viven por allí no los dejan salir a jugar muy tarde, porque hay rumores de una bruja que se lleva a los niños, aunque esto también puede ser solo una leyenda urbana. Yo, por si acaso, no me quedé hasta muy tarde por allí, me regresé a mi ciudad antes de que atardeciera, por si acaso alguien....o algo, siguiera por allí y pudiera reconocerme. Uno nunca sabe, ¿verdad?
En aquellos días yo tenía 14 años, y los amigos con los que más me juntaba eran los que vivían cerca de mi casa, allá por los rumbos de la refinería de Cd. Madero. En una de nuestras tardes de "papitas y nintendo" se nos ocurrió la idea de irnos a acampar al terreno de los abuelitos de uno de mis vecinos. Dicho terreno estaba en Congregación Anáhuac, Veracruz. (Para los que no sepan, es cerca del río Pánuco, que divide los estados de Veracruz y Tamaulipas).
Después de obtener el permiso correspondiente de nuestros padres y de preparar nuestras cosas, llegó el fin de semana en que nos iríamos de campamento. Esa tarde mis amigos Hugo, Sergio, Adrián, Gonzalo, Jacinto y yo cruzamos el río en lancha y llegamos hasta el terreno donde Don Felipe, el abuelito de mi amigo Sergio tenía su casa. El lugar estaba enorme, era un terreno que colindaba con varios solares baldíos donde algunas personas apenas empezaban a edificar sus casas, algunas construcciones estaban bastante avanzadas mientras que otras, que solo estaban en obra negra, con techos de lámina oxidada, lucían abandonadas desde hacía meses. Mientras preparábamos nuestras cosas para levantar el "campamento" recibimos ayuda de Don Felipe y uno de sus vecinos, quienes amablemente nos explicaron que el terreno ya había sido debidamente fumigado el día anterior y que además, dejarían cerca de allí a los perros que siempre les avisaban de las víboras, por lo que no habríamos de preocuparnos por alimañas. Después de armar la enorme casa de campaña (que nos había prestado el papá de Hugo, otro de nuestros vecinos y hermano de Carla, el amor platónico de casi todos los demás) nos dispusimos a relajarnos y disfrutar del cielo estrellado, un espectáculo que pocas veces podíamos apreciar en la ciudad. El vecino de Don Felipe llegó con una carga de leña y nos encendió una fogata donde cocinamos salchichas para cenar. Nos la estábamos pasando a todo dar cuando el señor nos dijo con una voz muy seria:
-No se les vaya a ocurrir acercarse a la casa abandonada de allá atrás, ¿eh?
Todos volteamos a mirar hacia donde el anciano había dicho. Se trataba de la casa más alejada de la zona.
-Allí se juntan muchas alimañas -explicó Don Felipe- a veces hemos encontrado perros muertos cerca de ese lugar. No se arriesguen.
Le dijimos que si y continuamos con la cena. Don Felipe nos contó algunas anécdotas de cuando había trabajado de pescador y de algunas cosas "raras" que había visto en altamar, lo que nos emocionó mucho a tal grado que nos dieron las dos de la madrugada sin que nos diéramos cuenta. Después de despedirse de nosotros y de revisar que había suficiente leña para que el fuego aguantara algunas horas, nos dejó a solas para que nos durmiéramos. Claro que dormir fue lo último que hicimos, pues así como estábamos nos pusimos a contar cosas de miedo, y así estuvimos largo rato hasta que nos quedamos dormidos ahora sí. Por alguna extraña razón, yo, que tengo el sueño MUY pesado, me desperté de improviso como si alguien me hubiera sacudido. Miré mi reloj (en aquel entonces aún no estaban de moda los celulares) y ví que eran las 5:00 de la mañana en punto (aunque puede que la hora no haya sido exacta, pues siempre acostumbro traer la hora 5-6 minutos adelantada para no llegar tarde a ningun lado). Después de ponerme mis tenis, me levanté para ir a orinar. Al regresar a la casa de campaña, noté que faltaban dos de mis amigos (Hugo y Gonzalo). Jacinto, que también se acababa de levantar también se había dado cuenta y ya estaba despertando a los otros. Después de que se despabilaran, empezamos a buscar por todos lados hasta que a Jacinto se le ocurrió apuntar su lámpara en dirección a la casa abandonada. Allí, a lo lejos, miramos a nuestros amigos tratando de entrar al lugar a través de una de las ventanas, la cual había quedado abierta al quitarle la madera con la que estaba clausurada. No lo pensamos mucho y corrimos para alcanzarlos, con el miedo de que los fuera a morder una víbora o algo peor. Sergio, el que corrió más rápido de nosotros, alcanzó a agarrar a Hugo de la pierna para evitar que se metiera a la casa (Gonzalo lo estaba ayudando a subirse a la ventana). Cuando los demás llegamos, le ayudamos a quitarse de encima a Gonzalo, quien lo empujaba para evitar que jalara a Hugo. Jacinto se enojó al ver como nuestro amigo parecía no escucharnos y le dió un puñetazo en pleno rostro, enviándolo al suelo, tras lo cual le ayudamos a Sergio para jalar a Hugo y bajarlo de allí. Entre los tres batallamos mucho para hacerlo, pues parecía que nuestro amigo se había atorado o estaba agarrado a algo. Cuando al fin logramos apoyarnos para bajarlo, alcanzamos a escuchar un grito desgarrador que decía "NO! NO SE LO LLEVEN, ES MÍO!" seguido de un aullido que nos puso los pelos de punta. Como pudimos, cargamos a Hugo y levantamos a Gonzalo para llevárnoslo a jalones (parecía que estaba en trance, como si no pudiera hablar) nos alejamos de allí y llegamos hasta la casa de Don Felipe, quien (después supimos) había escuchado los gritos y había salido con su pistola para ver que sucedía. Al vernos acercarnos a la casa, corrió a nuestro encuentro, pero en vez de ayudarnos a cargar a Hugo (quien estaba desmayado) apunto a ALGO que estaba detrás de nosotros, disparándole varias veces mientras nos gritaba que nos apuráramos a meternos a la casa, lo cual hicimos sin mirar atrás. Cuando entramos, escuchamos dos disparos más, tras lo cual Don Felipe entró a la casa y atrancó. Después de encender todas las luces de la sala-comedor, nos arrojó un paquete de servilletas.
-Límpienle a su amigo. -Nos dijo.
Cuando miramos a Hugo, sentí ganas de vomitar. Su brazo estaba todo arañado y tenía marcas de que algo...o alguien, lo había estado sujetando fuertemente para jalarlo al interior de la casa abandonada, aparte de que estaba cubierto por una especie de lama verde-negruzca apestosa. Tras limpiarle el brazo lo mejor que pudimos, la esposa de don Felipe (y abuelita de Sergio) llegó con una botellita de agua la cual le echó encima de las heridas.
-Es agua bendita, ¿verdad? -Preguntó Sergio.
-NO, mijito, es agua oxigenada. -Respondió la anciana con gesto serio.
Tras limpiarle bien las heridas, pudimos verlas bien. Eran arañazos sin duda alguna, y no parecían de algún animal, sino que parecían hechos por uñas humanas. Gonzalo se había quedado dormido, así que decidimos dejarlo descansar antes de interrogarlo para saber que había pasado. Los demás no pudimos dormir por los nervios, a pesar de que don Felipe se quedó de guardia frente a la puerta, pistola en mano, hasta que ya había amanecido. Después de que dieran las siete de la mañana, Don Felipe salió de la casa y nos dijo que descansáramos. Nos asomamos por la ventana y alcanzamos a ver como la casa de campaña estaba hecha jirones, y que no había señas de ninguno de los perros que habían estado alli apenas unas horas antes. Después, vimos como Don Felipe y varios hombres más se dirigían a la casa abandonada llevando algunas garrafas. No pude aguantarme la curiosidad y me salí a ver que sucedía, seguido por Sergio y por Jacinto, quienes también se habían armado de valor. Alcanzamos a los señores cuando arrojaban dentro de la casa una de las garrafas (la cual estaba llena de gasolina) y después le arrojaban una bola de tela y periódicos con fuego para que ardiera, tras lo cual se alejaron. Al parecer habían rociado gasolina alrededor de la casa, púes ésta se vió envuelta en llamas en pocos instantes. Mis amigos y yo nos asustamos al escuchar chillidos que provenían del interior, pero ninguno de los señores que estaban allí parecía nervioso, sino al contrario, parecían demasiado tranquilos. Pasó casi una hora hasta que las llamas por fin se extinguieron y dos de los vecinos de Don Felipe entraron a los restos humeantes de la casa, armados con sendos machetes. Después de varios minutos, salieron y le dijeron algo al anciano, quien volteó a mirarnos.
-Váyanse a la casa a desayunar. Al rato los alcanzo.
Obedecimos y nos regresamos a la casa, donde la abuelita de Sergio ya nos tenía listo el desayuno. Después de saciar nuestra hambre, nos dió sueño y nos quedamos dormidos en la sala. Cuando desperté, eran casi las cuatro de la tarde. El único que seguía dormido era Sergio, quien roncaba plácidamente en el sillón de la sala. Decidí no despertarlo y fuí afuera, donde Don Felipe y los demás estaban hablando.
-¿Mi nieto sigue dormido? -Me preguntó el anciano.
Asentí y me invitó a sentarme al lado de mis amigos, quienes parecían muy atentos a lo que el señor les había estado diciendo.
-Les decía a tus amigos que más de rato viene mi hija para llevárselos de regreso a su casa. No creo que sea seguro que se queden aquí otra vez con tanto animal salvaje suelto.
-Lo de anoche no fue un animal, señor...
-Fue un animal salvaje, y si tu o tus amigos creyeron haber oído o visto otra cosa fue por el cansancio y por la poca luz que hay de noche. ¿está bien?
Los demás asintieron mientras me miraban fijamente. No me quedó de otra mas que aceptar que eso es lo que había pasado la noche anterior. Cuando intenté ir a ver en que estado se encontraba la casa abandonada, Don Felipe me gritó y me regañó para que regresara a la casa. Esa fue la última vez que lo ví, pues casi a fin de año, falleció de un infarto mientras esperaba su turno de consulta en el seguro social. Su esposa falleció dos meses después y el enorme terreno de su casa fue vendido por sus hijos. Hasta el día de hoy, sigo pensando que eso que escuché NO era un animal salvaje. Las marcas en el brazo de Hugo desaparecieron con el tiempo, aunque ni él ni Gonzalo pudieron dormir sin una luz encendida en sus cuartos por mucho tiempo. Hace unos meses, visité el lugar por curiosidad y encontré que habían construído varias casitas, una de las cuales estaba casi en el lugar donde hacía más de veinte años estaba la casa abandonada. Es la única casa del lugar que parece que no esta habitada y luce descuidada, aunque esto puede ser solo una coincideincia. Lo que es verdad es que una conocida que vive en la zona me cuenta que a los niños que viven por allí no los dejan salir a jugar muy tarde, porque hay rumores de una bruja que se lleva a los niños, aunque esto también puede ser solo una leyenda urbana. Yo, por si acaso, no me quedé hasta muy tarde por allí, me regresé a mi ciudad antes de que atardeciera, por si acaso alguien....o algo, siguiera por allí y pudiera reconocerme. Uno nunca sabe, ¿verdad?