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La fila de los mendrugos.
Mario, sentado en el sillón de la sala mira la televisión mientras como si fuera en segundo plano escucha que su primo Oscar, un chico de 19 años, le presume que él sí trabaja y además estudia. Que él si apoya al presidente y está colaborando para sacar adelante a “la patria”. Mario lo escucha casi sin inmutarse. Oscar no para de llamarlo “nini” mientras se arregla para salir rápido pues se le hace tarde para tomar el transporte que lo llevará a la universidad que le queda a dos horas de camino de su casa. Oscar fue a parar sin quererlo a esa “universidad tecnológica“ y ahí estudia una carrera que no le gusta pero los filtros que se impusieron para la selección y acomodo estudiantil en el proceso no le permitieron quedarse inscrito en la facultad de administración que está a 15 minutos de su casa y que fuera su primera opción como escuela para estudiar. Resignado y reasignado, Oscar sale corriendo pues se le hace tarde mientras sigue mascullando cosas contra su primo… ¡fracasado!, ¡mediocre!, “¡nini!” le grita como despedida. Mario ni se inmuta y se acomoda en otra vez en el sillón.
José es un empleado cuyo trabajo consiste en atender un pequeño puesto en una plazoleta del centro de la ciudad. En ese puesto callejero José se dedica a ofrecer tarjetas de crédito a los transeúntes. La gente pasa de largo casi siempre. José pasa muchas horas de pie. Sus ingresos dependen en buena medida de las tarjetas que logre “acomodar” pues su sueldo apenas es el mínimo legal. Con un hastío interno por esta situación José debe presentar siempre su mejor sonrisa a los potenciales clientes. En la misma plazoleta hay un puesto de periódicos a donde José se detiene un poco a leer los encabezados. Le llama la atención uno que dice “Presidente desmantela sindicato por altos costos”. Ya después la nota ahonda, sobre todo, en los “altos salarios” que cobraban los agremiados de dicho sindicato y de cómo esto afecta, supuestamente, la economía y finanzas del país y por lo tanto, la economía finanzas del resto de trabajadores y asalariados. Por lo tanto, las acciones del presidente son benéficas para todos. José se repliega por un momento en su situación… se repliega en su sueldo que apenas le alcanza para los gastos familiares. Compara José sus ingresos con lo que la nota dice que ganaban los sindicalizados y su conclusión es que se lo merecen. Que merecen haber sido despedidos pues en este país no se puede, no se debe, ser uno un trabajador que gane tanto. Luego de leer de rápido la nota José se convence de que no se puede ser trabajador de base y tener un salario “tan alto” pues eso afecta la economía de todos entonces es bueno que “por fin se haga algo al respecto” . En eso está José cuando ve que se acerca un hombre de traje y portafolios a quien lo ve como potencial cliente y decide abordarlo. Mientras se encamina a él va pensando. “qué bueno que alguien los metió en cintura”… buenas tardes señor permítame hablarle de los beneficios de “nuestra” tarjeta de crédito… No gracias, llevo prisa. En menos de cinco minutos podrá ver cuántos beneficios “manejamos”…
Lourdes se acomoda en el pesero que la ha de llevar a su casa esa noche y le toca sentarse justo en la ventanilla. Es tarde, son más de las once. Ella es la asistente del gerente de producción en una planta de costura y deslavado de pantalones de mezclilla. Ella se encarga, entre otras cosas, de coordinar el proceso de manufactura en el que por cierto se ocupa mucha agua para el proceso de deslavado de los pantalones. Sin ésta agua los pantalones no pueden salir con ese aspecto de usado que tan de moda está hoy en día. Lourdes debe encargarse de las gestiones para que el suministro de agua esté garantizado para la planta. A donde Lourdes se dirige ahora apenas sale agua del grifo pero eso a ella no le preocupa desde que tiene cisterna en casa, “que se jodan otros” es su filosofía. Después de trasbordar el metro dos veces, cansada, Lourdes recarga su cabeza sobre el cristal. Por haberse acomodado en el asiento de ventanilla del lado del ascenso y descenso de pasaje a Lourdes le toca ver cuanta persona sube luego de ella. Ve que se acerca un hombre de unos 55 años, carga al hombro una mochila con herramientas de albañilería. La piel del viejo curtida por el sol. Viene comiendo algo el hombre aquel, alguna botanilla de esas que venden por la calle. Se mete algo diminuto a la boca y escupe luego otra cosa que parecen ser cáscaras. A Lourdes le provoca un poco de asco el ver al viejo comiendo de esa manera. Empeora el asunto cuando el viejo escupe un gargajo al suelo mientras mete la mano a la bolsa de su chamarra como buscando el cambio para pagar el pesero. Lourdes lo observa con atención, se convierte por unos minutos el viejo y lo que hace, en su obsesión. Saca el cambio el viejo. Para contarlo ocupa el viejo las dos manos. Le estorba el envoltorio de la botanilla que aun traía con él así que decide botarlo al suelo. Eso termina de impacientar a Lourdes que decide que le va a recriminar su acto al viejo. El viejo ni cuenta se da que está siendo observado. Aborda el transporte, avanza apoyándose en el tubo fijado al techo del pesero. Medio oscuro el interior que se ilumina, por así decirlo, con una luz ultravioleta que el conductor de la unidad en algún momento decidió que era buena para su pesero. Lourdes no le quita al viejo la vista de encima. El viejo descubre un asiento vacío y se deja caer sobre el. Justo le toca compartir el asiento con Lourdes quien no tarda en reclamarle. ¿Por qué escupe en el piso señor? ¿Por qué tira basura en la calle? ¿Qué no ve que con eso contamina usted? ¿Por qué es usted tan inconsciente? El viejo voltea a verla pero haciendo una mueca de hartazgo decide ignorarla. Ella se molesta y le reconviene. ¡Por eso estamos como estamos! ¡Eso si! luego quieren que el gobierno les resuelva la vida cuando se inundan las calles. El viejo no está para pleitos a esa hora de la noche luego de una jornada larga de trabajo así que decide seguirla ignorando. Saca el viejo un segundo paquetillo de botanas, lo abre y empieza otra vez a comer y a escupir las cáscaras, está vez, al piso del pesero. Lourdes se molesta aún más y empieza a mascullar de cosas para sí misma pues se ha dado cuenta que de nada le sirve reconvenir al viejo y en vez de eso prefiere revisar en su cabeza los planes para el día siguiente en su trabajo. ¿Lo que más le preocupa? Que no le ha dicho a su jefe que el encargado de aguas del municipio ha pedido se le suba la “mochada” mensual, el soborno que hay que darle pues, ya que los vecinos del barrio donde se ubica la planta han empezado a organizarse para reclamar y conseguir tener más agua. Lourdes cavila cómo abordar el tema con su jefe mientras de su boca sale una frase “¡pinches vecinos jodidos!”…
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