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La devaluación del tiempo.
Blog del empleo.com
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Si se devalúa nuestro tiempo, ¿qué tanto se devalúa nuestra calidad de vida?
Dan justo las diez con catorce de la noche y apenas abre las puertas el vagón del metro, Ricardo sale como disparado recorriendo los pasillos de la estación buscando la salida. En sus audífonos empiezan a escucharse los primeros acordes de otra canción que recién comienza lo cual le aligera la labor de moverse casi a empujones entre tanta gente que busca la salida con una desesperación tan caóticamente ordenada y silente que desconcierta. Llega a los torniquetes de seguridad y comienzan otra vez las filas; por fin los pasa justo detrás de un ciego de cuya habilidad para moverse sin vista entre tanta gente nunca termina de sorprenderlo. Observa todo esto sin dejar de moverse y avanzar junto con los otros que como él caminando avanzan como insertados en una coreografía de aparente caótica pero de una coordinación que asombra y es digna de admirars. Apurado sube las escaleras que conducen a la salida de la estación; tan apurado como los otros tantos capitalinos que se apresuran por alcanzar lugar en el transporte público pero también para no verse expuestos a delincuentes comunes o a la lluvia que empieza a caer leve pero constante. Es la lluvia moja pendejos dirían algunos por ahí. Todo transcurre en las colindancias del Distrito Federal con el estado de México. Mientras camina rumbo al paradero de peseros y combis de transporte público; mete la mano a su bolsillo y palpa las monedas clasificándolas y discriminando las que no sean de 5 pesos. Toma una que se sentía como desgastada de los bordes y piensa que sí, que si toma el pesero le cobrará eso, cinco pesos, pero que si toma la combi le cobrará ocho pesos, su pensamiento se devanea entre las implicaciones de ahorrarse tres pesos entre uno y otro transporte. La combi le cobra más pero los tres pesos extras con respecto del pesero le implican hasta quince minutos de ahorro en el trayecto pues para los que las han visto éstas camionetas o para los que han viajado en ellas no es novedad su legendaria audacia y velocidad para conducirse entre la marabunta de coches de las calles y avenidas de la zona metropolitana. En el pesero se tarda más en llegar a casa para y le asaltan las mismas dudas que la noche anterior. Si toma el pesero de cinco pesos ¿le alcanzará el tiempo a ver a su hija que para esas horas en que llega, casi las once, ya debe estar dormida pues la escuela no acepta retrasos? Y si toma la combi ¿no servirían mejor esos tres pesos para que su hija se tome una golosina extra al salir de clases? En cuanto a su mujer, ella de siempre lo espera para la última charla del día con él. La duda debe ser resuelta en breve pues los chalanes voz en cuello y con musicalidades personalísimas arengan a subir que el transporte “¡se va, se va, se va!” Se decide por el pesero de cinco pesos. Ya arriba, más empujones, le tocó ir parado y observa los rostros, algunos cansados, otro hastiados pocos serenos. La música cortesía del chofer del camión apenas le permite escuchar que en sus audífonos termina otra canción. Decide mejor apagarlos pues no tiene caso competir con el volumen del sonido del pesero. Mientras apaga el aparato reproductor se pregunta si en realidad los quince minutos que pudo ganarle al reloj en la combi valen los tres pesos que se ahorra en el pesero. Ve los rostros de sus compañeros de viaje y ahora se pregunta muchas cosas ¿cuántos de los dueños de esos rostros cansados y hastiados estarán en su misma situación? ¿Cuántos han decidido valorar quince minutos de sus vidas en apenas tres pesos? ¿Si viniera alguien a querer contratarles por quince minutos de sus vidas le dirían que la tarifa por el cuarto de hora es de tres pesos? ¿Realmente quince minutos de un mexicano valen tres pesos? ¿Pudieran valer más? ¿Cómo? ¿Para qué? ¿Por qué los noticieros y diarios hablan de la devaluación del oro, del dólar pero nunca de la devaluación del tiempo de los seres humanos? Siendo el tiempo el único recurso realmente no renovable que tenemos las personas ¿Por qué nunca le damos el verdadero valor que debe tener? ¿Quién termina beneficiándose del tiempo que nosotros malbaratamos? ¿Quién o quiénes son los acaparadores de la plusvalía que generamos de quince minutos en quince minutos? ¿Se nos va la vida en tiempos de quince minutos y tarifas de tres pesos? Preguntas y más preguntas se comprimen y descomprimen en su cabeza mientras aprieta las manos sobre el tubo frío puesto en el techo del mueble para se sostengan de éste los pasajeros y no caigan al piso en uno de esos frenados o arranques bruscos y poco delicados que suelen dar los choferes de transporte público. Un empujón y el grito de “¡recórrase para atrás!” lo saca de su cavilar y como el pesero ha decidido compadecerse del hastío de sus pasajeros o vaya usted saber por qué pero le ha bajado el volumen a su música; Ricardo vuelve a ubicar los auriculares en posición y retoma su recital privado con la música de su reproductor. El camión arranca, se siente la primera de muchas sacudidas que sucederán desde aquí hasta llegar a su destino que es un parabús a tres cuadras de su casa. La canción en sus oídos reinicia y las dudas se disuelven aun sin respuesta pero van dejando un sedimento en el pensar de Ricardo.
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Si se devalúa nuestro tiempo, ¿qué tanto se devalúa nuestra calidad de vida?