jarochilandio
Bovino de la familia
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Matt Bai
Abril 10, 2017
Jared Kushner e Ivanka Trump llegan en el Air Force One para acompañar al presidente Trump a una visita a las instalaciones de Boeing en Carolina del Sur, el 17 de febrero (Foto: Kevin Lamarque/Reuters).
El pasado mes de septiembre, después de que la diseñadora de bolsos Ivanka Trump declarase que su prioridad número uno en términos políticos sería el cuidado de los niños de las clases trabajadoras si su padre llegaba a presidente, escribí una columna sobre lo que pensaba que pasaría si Donald Trump ganaba.
Mi miedo era que Trump dirigiera la Casa Blanca como lo hizo con su imperio en el mundo de los negocios, es decir, regido por la máxima del derecho de herencia. La convención de Cleveland le dejaba claro a cualquiera que prestara un poco de atención que Trump no se estaba presentando como republicano, sino más bien como el patriarca de un clan de famosos. Titulé la columna “Ivanka Trump, la zarina de la Casa Blanca”.
Estaba equivocado. En una administración en la que las mujeres juegan únicamente un papel de apoyo, Ivanka ocupa el lugar de asistente del zar de la Casa Blanca. El trabajo más arduo es el de su marido de 36 años, Jared Kushner, entre cuyas tareas se incluyen la intermediación para la paz en Oriente Medio, la negociación de acuerdos comerciales, la reconfiguración del Gobierno federal, el establecimiento de lazos con China y México, y ‒desde esta semana‒ evaluar nuestra estrategia en Irak.
Supongo que lo único que falta es ponerlo a cargo de la regulación financiera y de los enjuiciamientos criminales, y así todos los miembros más viejos del gabinete pueden pasarse los próximos tres años nadando y bailando swing en Mar-a-Lago, igual que los personajes de Cocoon.
Después de que Jared e Ivanka hayan dicho recientemente que no saben nada de política (ciertamente) y que tienen muchos dilemas éticos (como diciendo que esoimporta), han recibido un montón de críticas. Aunque el problema es que la nueva pareja de poderosos en Washington es más grande y ubicua que cualquier otra, e ilumina la oscuridad que envuelve a esta administración.
Antes de llegar a eso, no obstante, entremos en contexto. No es raro que los presidentes le confíen el liderazgo a sus esposas u otros parientes. Todos lo hacemos, pero para encontrar algo siquiera comparable al núcleo de poder en la Casa Blanca de Trump, habría que remontarse a principios de los años 60.
Acabo de leer un fantástico libro titulado The Revolution of Robert Kennedy, escrito por el historiador John R. Bohrer, que me ha recordado el descaro con el que los Kennedy convirtieron la Casa Blanca en un asunto familiar. Fue Joseph Kennedy, el padre del presidente, quien decretó que uno de sus hijos, Robert, fuese fiscal general. Nadie hablaba tanto con John Kennedy, ni tenía tanta influencia sobre todo el espectro político, como su hermano.
Fue algo tan flagrante que, de hecho, en 1967 el Congreso aprobó una ley que impedía que cualquier presidente pudiera nombrar a un familiar para el gabinete o para la dirección de cualquier agencia federal (esto también se aplica a los cargos del gobierno del distrito de Columbia, en caso de que Trump esté pensando en anexionar la ciudad y convertir a Tiffany en su gobernadora provincial). Esa es la única razón por la que Jared no puede tener todos los trabajos de los secretarios a los que está desplazando.
Jared Kushner, a la derecha, durante un traslado en helicóptero sobre Bagdad el pasado lunes (Foto: suboficial de marina de segunda clase Dominique A. Pineiro/DoD/Handout a través de Reuters).
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