Completamente terrible y desolador! Esto le da una dimensión más humana a la tragedia, ojalá se dieran el tiempo de leerlo.
Yo soy culpable
Ésta es la historia de Roberto Zavala Trujillo, papá del niño  Santiago de Jesús, uno de los 49 niños que hace un año murieron en el  incendio de la Guardería ABC en Hermosillo, Sonora.
 El viernes 5 de junio de 2009 Roberto Zavala Trujillo y su  esposa Martha Dolores Lemas Campuzano dudaban sobre la conveniencia de  practicarle la circuncisión a su hijo. En Sonora lo más común es  circuncidar a los niños por motivos de higiene y prevención de  enfermedades. Sin embargo, Roberto no estaba del todo convencido y había  pedido permiso en su trabajo para salir un momento a acompañar a su  esposa a una plática que les daría sobre el tema un médico del IMSS.  Roberto había entrado a laborar a las seis de la mañana. A las ocho se  desprendió de la careta, el chaleco, los guantes y los lentes del equipo  de seguridad que requiere para moverse en el área de mantenimiento de  PGG Industries, entre tanques gigantes de ácido sulfúrico y calderas que  hierven y emanan vapor.
Cuando el sol todavía no calienta en Hermosillo, a las nueve en punto,  Roberto estacionó su coche Chevy afuera de la casa. Su esposa y su hijo  recién se habían levantado. La idea era ir a dejar en ese momento a  Santiago en la ABC, una guardería cerca de la casa, en donde tenía más  de un año de estar inscrito. Pero al llegar, Roberto tomó nota de que ya  había sido servido el desayuno. Decidió llevarse a Santiago a que  comiera algo con él, mientras su esposa entraba a la cita programada con  el médico. El doctor explicaba a Martha los pros y contras de la  circuncisión del bebé mientras Roberto y Santiago bebían jugo de naranja  y comían pinguinos y gansitos en el coche. Al terminar la charla, los  tres volvieron a casa. Roberto tenía que regresar a su empleo y Martha  debía entrar al suyo en un Call Center, donde trabajaba haciendo  llamadas. Cerca del mediodía salieron y pasaron a la Guardería ABC.  Roberto bajó y entregó en la puerta principal a su hijo, se despidió de  él, y luego volvió al coche para llevar a su esposa al trabajo.
Aunque su hora de salida era a las dos de la tarde, Roberto decidió  quedarse más tiempo para estar en una de las juntas de análisis que se  hacían con frecuencia, a fin de mejorar el ambiente laboral. Poco antes  de las tres de la tarde Roberto salió apresurado de la planta. Mientras  caminaba a su coche distinguió en el cielo soleado de la ciudad una  torre de humo.
- Mira, fíjate allá. ¿Qué se estará quemando?- dijo a un compañero.
A bordo de su coche, Roberto tuvo un presentimiento extraño y cambió su  rutina. La ropa con la que salía del trabajo solía estar impregnada de  olores y sustancias químicas, por lo que primero iba a su casa, se  duchaba y cambiaba y luego se iba por su hijo a la guardería ABC. Esa  tarde decidió ir directo a la estancia infantil. Conforme se acercaba en  el Chevy a la guardería, notaba que la torre de humo salía precisamente  de ahí, una zona ubicada al poniente de la ciudad. Cuando estuvo a dos  kilómetros de distancia, se topó con el sonido del tráfico detenido y  las calles de acceso bloqueadas por patrullas con las torretas  encendidas. Desconcertado, decidió brincarse el camellón e irse en  sentido contrario por una avenida que también daba a la guardería. Al  llegar estacionó el Chevy cerca de una llantera vecina. Lo primero que  vio fue que el humo salía de un almacén del gobierno de Sonora que  compartía paredes con la guardería. Eso lo alivió. Supuso que el  incendio estaba ocurriendo ahí, y que los niños estarían resguardados en  alguna casa vecina.
Pero al dar vuelta para llegar a la entrada principal de la guardería se  topó con una escena de caos. Una vieja camioneta pick-up estaba  ensartada en la pared, con su conductor desmayado sobre el volante,  rodeado por una nube de humo que salía del hoyo que el vehículo había  logrado hacer en la construcción, para improvisar una salida de  emergencia que nunca tuvo funcionando la estancia infantil. Roberto  corrió hacia el caos y agarró de los hombros a una de las maestras que  estaba gritando cosas poco entendibles con la vista al cielo.
- ¿Dónde está Santiago, Santiago Zavala?- la increpó.
- Allí están unos niños, en aquella casa- respondió señalando una  vivienda a 100 metros de distancia en la cual había cerca de veinte  niños tirados en el suelo, llorando desesperadamente mientras eran  consolados por educadoras y desconocidos. Roberto corrió hacia allá,  miró con detenimiento pero no encontró a su hijo entre el grupo de  pequeños rescatados.
- ¿Y dónde está Santiago?- preguntó a la siguiente maestra con la que se  topó.
- No sé, no sé qué pasó.
Sin pensarlo más, Roberto entró a la guardería en la que aún había áreas  incendiándose. Caminó entre el humo buscando la sala en la cual había  dejado horas antes a su hijo, pero no alcanzaba a ver nada. Tras cinco  minutos de desvarío salió. Se topó con la maestra que había visto al  llegar. Ella estaba cada vez más desesperada.
- Oye, tranquila ¿en qué sala está Santiago Zavala?
- En el B-1
- ¿Dónde está el B-1?
- Allá junto al baño al fondo.
Roberto ingresó de nueva cuenta y se metió a lo que hasta esa mañana  había sido la sala B-1. El humo se hacía más denso conforme se acercaba  al sitio indicado. Cuando llegó a la sala,  Roberto tuvo que empezar a  caminar de cuclillas, tocando con las manos el suelo con la esperanza de  toparse con su hijo en medio del ambiente sofocante. Al poco tiempo el  humo lo asfixió. Salió de la guardería, se quitó la camisa que llevaba y  la mojó con agua de un garrafón que un vecino había llevado para las  labores de auxilio. Se amarró la camisa humedecida a la boca y entró de  nuevo. Para entonces, ya había más personas que también estaban buscando  niños en la penumbra. El grupo de rescatistas, conformado lo mismo por  bomberos que por cholos del barrio, se topó con un plafón, mochilas y  colchonetas, pero no encontró a ningún niño. En otro de los cuartos de  la guardería, una silueta con voz avisó que estaban sacando a los niños  que faltaban de la última sala.
Al salir, Roberto vio con desesperación a un par policías estatales en  posición de guardia, con ametralladoras en mano.
- ¿Qué pasó aquí?- les cuestionó.
- No sé.
- Entonces ¿porqué traes enseñando esa arma?
- No, no sé qué pasó.
Sobre la banqueta de enfrente de la guardería había varios niños  tendidos. Un grupo de socorristas con los cuerpos sudorosos trataban de  revivirlos con respiración de boca a boca. Roberto se acercó con  esperanza y temor para ver si entre ellos estaba Santiago. Ninguno era  su hijo, quien ese día cumplía dos años, un mes y diez días de nacido.  Un policía le puso la mano en el hombro y le dijo que fuera al Cima, un  hospital privado de las cercanías a donde habían sido llevados la  mayoría de los niños lesionados. Roberto se subió de nuevo a su Chevy y  comenzaron los pitidos, los acelerones, las mentadas de madre de ventana  a ventana vehicular y los atajos por colonias perdidas. Pasó antes por  su esposa, pero ella no estaba en su trabajo. Martha se había enterado  de lo sucedido y había ido a buscar por su cuenta a Santiago.
Roberto fue uno de los primeros padres en llegar al área de urgencias  del hospital Cima. El recepcionista aún no se daba cuenta de la gran  tragedia que estaba ocurriendo en la ciudad y actuaba con el desdén que  suelen actuar los fastidiados empleados de hospital.
- ¡Eh, eh, reacciona! Estoy buscando un niño, a Santiago de Jesús  Zavala, de la Guardería ABC- gritó Roberto.
- Ah, sí, mire, pásele por allá.
Otro empleado de la clínica le confirmó que las salas de terapia  intensiva estaban atiborradas de niños de la guardería con quemaduras de  fuego e intoxicaciones en su cuerpo. Por el momento no podía dar más  detalles. Al poco tiempo llegó Martha y otros padres. El director del  hospital se acercó a ellos y les dijo en tono pausado que habían  fallecido algunos pequeños y que otros se encontraban muy graves. A las  cinco de la tarde, Roberto decidió irse a buscar a su hijo en otros  hospitales. Fue al DIF, en donde a las siete de la tarde le permitieron  entrar a ver a un bebé que había ahí y que aún no había sido  identificado. Roberto entró y vio a un pequeño envuelto en un montón de  vendas que apenas permitían que se le mirara el rostro. Preguntó el tipo  de sangre y el doctor le dijo que era A positivo, lo cual descartaba  que fuera Santiago, cuya sangre era O negativo. En las siguientes horas,  Roberto recorrió sin suerte todos los hospitales de la ciudad. El  último que le faltaba por visitar era el del ISSSTE, donde acababan de  reportar que había otro niño sobreviviente que hasta el momento no había  sido identificado por sus familiares. Al llegar a la recepción, Roberto  vio colgada una camisetita que le recordó una de las que solía ponerle a  Santiago. Para agilizar el reconocimiento de los pequeños pacientes, en  las entradas de los hospitales del Hermosillo, el 5 de junio se  colocaron tendederos de ropa infantil con los cuales se tenía la  intención de que los padres ubicaran más fácilmente a sus hijos. Tras  toparse con la camisetita, Roberto albergó la esperanza de que su hijo  estuviera ahí. Esa era la última oportunidad que tenía de encontrarlo  con vida.
Una vez que la enfermera lo condujo a la sala de terapia intensiva se  paró delante de una cuna. Había un bebé con la piel enrojecida y un  tosco aparato respirador en su diminuto rostro. Lo vio durante un minuto  con los ojos ya cansados y luego dijo: “Sí, él es mi hijo”. Su hermana  Jessica entró después para mirar también al bebé.
-¿Estás seguro de que es él, Roberto?
- Sí, Jessica. Velo bien. Es él, pero pues está quemado.
Luego entró Martha.
- No es- dijo contundentemente la esposa de Roberto.
- Sí es, Martha.
Las dudas de la pareja acabaron cuando supieron el tipo de sangre del  bebé.
El servicio médico forense era el siguiente lugar al que debían ir. En  la entrada de la morgue, un empleado con rostro serio les mostró varias  fotografías de los niños que estaban ahí. En una de ellas aparecía su  hijo Santiago. Tras darles el pésame, el empleado forense los llevó a  una oficina del sitio en donde estaban el procurador de justicia de  Sonora, Abel Murrieta, y el Arzobispo de Hermosillo, José Ulises Macías.  El prelado le tomó la mano a Martha y empezó a hablarle de resignación.  Roberto había pasado de la tristeza a la furia.
-No diga nada- pidió.
- Es que hijo...
- No, no diga nada, quédese callado, ¡cállese!
- Pero hijo, comprende que...
- ¿No entiende lo que es quedarse callado?
El arzobispo calló por completo.
- ¿Cuántos niños van?- preguntó Roberto volteando la cara hacia el  Procurador.
-No le puedo decir. Es una información confidencial.
-¿Cómo chingados va a ser confidencial?
Después de unos minutos, ante la insistencia de Roberto, el funcionario  estatal le dijo que doce.
Era medianoche y, en realidad, la cantidad de muertes era mucho mayor de  las reconocidas públicamente. Las autoridades, en medio de la  confusión, trataban de controlar el impacto que el incendio tendría en  el cambio de gobierno estatal, previsto para dentro de un mes.
Esa noche, Roberto y Martha no regresaron a su casa. Estaban destrozados  y la mamá de Roberto los convenció de que durmieran en la de ella.
Al día siguiente por la tarde, mientras el cuerpo de su hijo era llevado  a una funeraria local, donde sería velado y después trasladado a un  nicho de la Iglesia de Fátima, Roberto decidió ir a su casa con el  pretexto de acarrear algo de ropa. Al llegar al número 30 de la calle  Moctezuma, en la colonia Perisur, Roberto se quebró. Bajó del coche,  abrió la cerradura del barandal y dudó en seguir en dirección a la  puerta principal. Cuando estuvo frente a la puerta se armó de valor y  entró. Convivió un rato con algunas cosas de Santiago: un triciclo marca  Apache, un camioncito amarillo de la construcción Tonka, ropa de  Batman, una sillita para comer, fotos colgadas en la pared, juguetes de  la película Cars y una playerita de las Chivas del Guadalajara. La  sensación de soledad era inmensa.
Al poco rato Roberto estalló. Comenzó a patear objetos y a pegarle de  puñetazos a las paredes. Apretaba sombras con la mano. El nacimiento de  Santiago había representado un cambio radical en su vida. Su muerte  anunciaba otro. Tiempo después, Roberto se asustaría de la cantidad de  ideas locas que pasaron por su cabeza ese sábado 6 de junio, mientras  contemplaba la cuna donde su hijo dormía antes de morir en una de las  mayores tragedias en la historia reciente de México. 
 El lunes 8 de junio a las nueve de la mañana Roberto Zavala fue a la  imponente oficina del procurador. Abel Murrieta lo recibió  inmediatamente. Algunos funcionarios tenían la orden del gobernador de  Sonora, Eduardo Bours Castelo, de atender a las familias de los 49 niños  muertos para tratar de aminorar el impacto inevitable de la tragedia  hacia su administración, responsable del almacén en donde había  comenzado el incendio. Roberto le preguntó quién era el culpable del  incendio. El funcionario le respondió que no lo sabía pero le pidió que  le tuviera confianza, que iban a hacer las cosas bien.
- ¿Cómo chingados crees que podemos tener confianza en ti, cómo,  dímelo?- respondió Roberto, tempestuoso.
El funcionario le aseguró que llegarían tres peritos independientes en  las siguientes horas, para que el esclarecimiento del incendio se  hiciera de forma transparente. Roberto regresó a la casa de su madre y  se encerró ahí con su esposa Martha.
El miércoles 10 de junio, un pequeño grupo de dirigentes sociales, así  como operadores tanto del PRI como del PAN que respectivamente  pretendían manejar la tragedia con fines electorales, convocaron a una  marcha para exigir castigo a los culpables del siniestro. Más de una  veintena de padres y familiares respondieron a la convocatoria. Roberto y  Martha no. Todavía no podían salir a la calle.
Pero una posterior conferencia de prensa que dio el procurador Murrieta   provocó el enojo de Roberto y lo convenció de que debía hacer algo.  Murrieta anunció ante reporteros locales, nacionales e internacionales  llegados para dar seguimiento al acontecimiento que, de acuerdo con la  indagación de los peritos independientes, el responsable del incendio  era un cooler, como se llama en Sonora a los aparatos de aire lavado.  Además, el Gobernador Bours Castelo, político de aires napoleónicos,  había tenido que reconocer en una entrevista con Carmen Aristegui, que  Marcia Matilde Altagracia Gómez del Campo Tonella, una de las socias de  la guardería subrogada del IMSS, era prima de él y de Margarita Zavala,  la esposa del presidente Felipe Calderón. También aceptó que dos  funcionarios de alto nivel de su administración eran accionistas de la  estancia infantil siniestrada, junto con sus respectivas esposas. Luego,  investigaciones de los diarios Milenio y El Universal habían demostrado  que la estancia infantil subrogada por el IMSS operaba pese a no  cumplir con las medidas de seguridad básicas e incluso, que se le había  otorgado la renovación del contrato a los dueños al inicio de la  administración del presidente Calderón, mediante un oficio firmado el 29  de diciembre de 2006 por el entonces director del Seguro Social, Juan  Molinar Horcasitas.
“Que su puta madre. Ahora sí, vamos a la marcha”, le dijo Roberto a  Martha una noche luego de ver en la televisión las noticias sobre la  tragedia.
El segundo acto de protesta por el siniestro de la guardería ABC fue el  sábado 13 de junio. Cerca de 10 mil personas caminaron desde las  trastocadas instalaciones de la estancia infantil hasta las puertas del  palacio de Gobierno de Sonora. Mientras marchaba en silencio por las  calles de Hermosillo con una fotografía de su hijo en las manos y los  hombros heridos, Roberto pensaba y pensaba sobre quién era el culpable  de lo que había ocurrido en la guardería. En los medios se habían dado a  conocer evidencias de negligencia por parte de los influyentes dueños  de la guardería, del IMSS, del gobierno estatal que rentaba el almacén  aledaño donde se inició el incendio y de protección civil municipal que  había otorgado el aval para que la guardería siguiera operando pese a  tener una lona flamable que disimulaba el techo de lámina y no contar  con una salida de emergencia adecuada. “Todos somos culpables de esta  pinche tragedia”, se dijo Roberto.
Al llegar a la plaza Zaragoza, algunos padres empezaron a lanzar sus  reclamos. Martha exigió justicia por la muerte de Santiago y después le  pasó el micrófono a Roberto, quien no tenía la intención de decir algo  en público pero encaró la situación. Roberto ni siquiera sabía cómo  agarrar correctamente un micrófono. Una vez que acomodó el aparato  comenzó a hablar con voz baja, usando un cierto tono pedagógico.
- Entre el IMSS -arrancó- los socios de la guardería y la persona que  rentaba la bodega a Hacienda, ninguno ha aceptado su parte de culpa,  pero hay un responsable que sí está aceptando la culpa y la lleva en las  espaldas: ése soy yo.
- ¡Tú no lo eres, son esos corruptos los que tienen la culpa!-gritó  contradiciéndolo alguien de entre la muchedumbre.
- Sí, dicen, son esos corruptos... Pero yo soy el principal responsable,  por ser una persona honrada que tiene un empleo, por tener que cumplir  con un horario de trabajo, por tener la Seguridad Social que me dio la  oportunidad, y me dio la elección de que mi hijo entrara a esa guardería  donde me dijeron que contaban con todas las medidas de seguridad. Yo  tengo la culpa por confiar, yo tengo la culpa por pagar mis impuestos,  yo tengo la culpa por ir a votar. ¡Yo soy el responsable de la muerte de  mi hijo!
Para ese momento, la plaza Zaragoza había estallado. Los gritos a favor y  en contra de lo que decía Roberto se confundían. Roberto detenía un  poco su reflexión hecha con voz tranquila y subía el tono. Empezaba a  gritar, temblando de coraje.
“Señor Gobernador: ¡Aquí está uno de los responsables que está buscando!  ¡Venga por mí! ¡Aquí lo estoy esperando! ¡Venga por mí! ¡Estoy harto!  ¡Es demasiado que se estén burlando de todos nosotros! Que nos digan que  todo está bien, cuando sabemos que México es una basura. Todo en las  noticias: corrupción, narcotráfico. ¡Ellos se burlan de nosotros! ¡Yo  soy culpable por dejarlos!”
 A principios de los ochenta, cuando Roberto cumplió los cuatro años  de edad, su padre fue trasladado de Hermosillo a un destacamento de la  policía Federal de Caminos en Guadajalara, donde la familia Zavala  Trujillo se amplió al nacer Jessica, la única hermana que tiene Roberto.  Tres años después, el padre de Roberto fue comisionado a Ciudad Guzmán,  para que vigilara el camino de ésta a Guadalajara.  En 1992, en medio  de un ambiente de guerra por la disputa de los sicarios de los hermanos  Arellano Félix con los de Joaquín “El Chapo” Guzmán, el padre de Roberto  recibió un tiro en la espalda mientras enfrentaba un convoy del narco  en la carretera. El padre de Roberto sobrevivió pero perdió movilidad en  las piernas. Por su acción, fue ascendido de capitán a segundo  comandante.
Semanas después, la familia Zavala Trujillo regresó a Hermosillo. Su  padre empezó a hacer labores de oficina en la comandancia de la policía  federal de caminos, mientras que la madre de Roberto ocupó de nuevo el  puesto de secretaria administrativa en el cual había conocido a su  esposo.
Los constantes cambios de residencia hacían que Roberto tuviera  problemas para adaptarse en las escuelas, donde sus compañeros lo veían  con extrañeza por ser el nuevo del salón de clases. Al volver a  Hermosillo, sus padres lo inscribieron en una escuela de Las Isabeles,  un barrio bravo de la ciudad, donde las peleas a golpes fueron diarias  durante las primeras semanas. Ya después pasaría a la Escuela Técnica  número 6, en la que la vida escolar resultó más tranquila.
Al salir de la secundaria ingresó al Colegio de Bachilleres norte, donde  sólo estuvo hasta el cuarto semestre, cuando tuvo que darse de baja a  causa de malas calificaciones. Una vez que dejó los estudios inició su  vida laboral trabajando en La Macedonia, una de las pizzerías más  antiguas de Hermosillo, ubicada en la colonia Granjas y famosa no solo  por sus pizzas sino también por sus raspados de hielo con jarabes  dulces, tan necesarios como deliciosos en los calurosos veranos de la  ciudad. En cuestión de horas aprendió a conducir una motocicleta y al  día siguiente ya recorría en ella las calles, entregando pizzas y  spaguettis. Aunque los accidentes viales eran comunes entre sus  compañeros, él nunca tuvo ninguno.
De La Macedonia se fue a trabajar a una agencia de viajes como  mensajero. Ahí se dio cuenta de lo difícil que sería la vida realizando  arduos trabajos a cambio de livianos sobres de sueldos. Con el apoyo de  sus padres, reanudó a los 18 años sus estudios de preparatoria, solo que  esta vez se inscribió en una escuela privada llamada Preparatoria  Regional del Noreste, donde tuvo que iniciar cursos desde el primer  semestre. Un maestro de ahí notó que Roberto era un árbol torcido: tenía  poca disciplina para estudiar y mucha rebeldía a la hora de las clases.  Cierta mañana, el profesor abordó a Roberto.
- ¿Qué es lo que buscas?
- Es que yo no estoy de acuerdo cómo se hacen las cosas.
A esa edad, Roberto se consideraba asimismo un anarquista ya que siempre  tenía una postura en contra de las reglas. Su influencia anarquista,  más que política o literaria, era musical. Oía a bandas españolas como  Escape, Sin Dios y Reincidentes. Entró en contacto con estos grupos poco  difundidos en las estaciones comerciales del país mediante una radio  hermosillense: La Bemba, con la cual años después volvería a tener un  lazo muy especial. Después de oír las bandas anarquistas en la estación  comunitaria, Roberto empezó a buscar más música de este género en  internet, a través de youtube.com y programas especiales de descarga de  música.
El maestro le respondió a Roberto.
- Mira, entonces ¿tú vas en contra del sistema, verdad?
- Pues la verdad sí.
- Entonces, ¿tú quieres cambiar las cosas verdad?
- Sí, a mí me gustaría mucho, o sea, vivir en un país distinto.
- Pues métete al sistema. Cuando estés dentro del sistema, cámbialo; si  tú estás afuera del sistema nunca vas a poder hacer ningún cambio,  solamente te vas a quedar gritando; si quieres hacer algo realmente,  métete al sistema, interactúa con él y cuando tengas suficientes  herramientas, entonces empieza a cambiar las cosas de verdad.
La charla conmovió a Roberto. Siguió siendo rebelde, pero hacía las  tareas y había conseguido un trabajo de medio tiempo en Dominos Pizza  como repartidor y meses después llegó a ser el encargado de una sucursal  ubicada en la zona Satélite de Hermosillo. En esos años, tenía el pelo a  rape, usaba ropa de colores oscuros, zapatos de casquillo y dejaba que  candados y cosas de metal colgaran de su cinturón. Sin embargo, no le  gustaron nunca los piercings. La relación con su padre, un heroico  policía federal, fue difícil por esos años, y una de las razones era  precisamente el tipo de ropa que Roberto usaba.  La mamá de Roberto  solía decirle: “Si te vistes como la gente normal, te compro un carro”.  Roberto no tuvo coche a esa edad. Su vestimenta era un código que  proclamaba: “Soy un indomable”.
La persona que sí pudo cambiarlo fue Martha, una vieja amiga de la prepa  con la cual se reencontró tiempo después para hacerse novios. A causa  de su enamoramiento, Roberto empezó a usar de vez en cuando una que otra  camisa de colores claros y dejó de usar los zapatos de casquillo todos  los días, hasta para dormir. Cuando estaba por terminar la preparatoria,  Martha le dio la noticia de que estaba embarazada. Roberto le pidió que  se casaran. Los papás de él acababan de mudarse de casa y habían dejado  sola la otra, a donde terminaron mudándose para esperar el nacimiento  de su hijo. Roberto dejó después su trabajo en Dominos, donde ganaba  solo 1 mil 700 pesos por quincena, pese a que ya era encargado de una  sucursal. Por fortuna había conseguido un mejor empleo ganando el doble  de sueldo en Henkel, empresa de químicos que hacía jabones para la Ford.  Ahí Roberto se encargaba de cambiar filtros, limpiar tanques y checar  la presión de la línea de producción.
El 21 de octubre de 2005 nació su primer hijo, en una clínica  particular. El doctor que lo recibió, cuando vio lo grande que era,  bromeó: “De aquí se va mañana derechito al kínder”. Unas horas más  tarde, el bebé comenzó a tener fiebre y días después falleció a causa de  un paro cardiaco. Roberto y  Martha prefieren no hablar mucho de Daniel  Guadalupe, el nombre que le pusieron a su primer hijo.
Al año siguiente, en 2006, Henkel, la empresa donde trabajaba Roberto,  perdió su contrato con la Ford y tuvo que cerrar su planta en  Hermosillo. PPG Industries, la compañía a la cual la trasnacional  automotriz había decidido darle ese año el nuevo contrato, reclutó a  Roberto. Unos días después, Martha le dio la noticia de que estaba  embarazada de nueva cuenta. Con el cheque de la liquidación de Henkel,  Roberto le compró un seguro de gastos médicos mayores a su esposa y pagó  el nacimiento de su hijo en la clínica Licona, donde un ginecólogo  revisaba cada mes a su esposa y en donde constantemente le hacían  estudios médicos y ultrasonidos de cuarta dimensión para ver cómo iba  creciendo su hijo en el vientre de su madre. “Este lo vamos a esperar  como si fuera niño rico”, le anunció Roberto a su esposa.
El 26 de abril de 2007 nació Santiago de Jesús Zavala Lemas, sin ninguna  complicación. Tras una noche en la clínica, Martha y el niño arribaron a  la casa de la colonia Perisur, donde la pareja había colocado una cuna  junto a su cama y había pintado las paredes de la habitación con colores  brillantes. Pusieron juguetes, pañales y ropita en unas repisas  especiales que permitían tener todo a la mano rápidamente. El nacimiento  de Santiago hizo que Roberto decidiera estudiar en la Universidad de  Sonora por las tardes, para tener en el futuro una mejor situación  económica que ofrecerle a su hijo. Después de los primeros cinco meses  en los que Santiago despertaba constantemente en las madrugadas, Roberto  inició las clases. Esos días de Roberto comenzaban a las cinco de la  mañana, cuando abría los ojos para alistarse e irse al trabajo.  Terminando la jornada, a las dos de la tarde, se iba directo a la  escuela. Acababa poco antes de que cayera la noche, cuando se  reencontraba con su esposa y su hijo en casa.
Pero al poco tiempo surgieron complicaciones en las finanzas familiares.  La casa en la que vivían los Zavala Trujillo era propiedad de los  padres de Roberto. Ellos pagaban al banco una mensualidad, que  intempestivamente ya no pudieron seguir cubriendo a causa de una  enfermedad que dejó incapacitado nueve meses al papá de Roberto, para  ese entonces comandante de la Policía Federal en Nayarit. Roberto acudió  al banco en nombre de sus padres y arregló para cubrir el adeudo de la  casa con su crédito laboral del Infonavit. A final de cuentas, el banco  aceptó y cuando empezaron a aparecer los descuentos en el salario,  Roberto decidió suspender sus estudios. Para mejorar la alicaída  economía de la casa, Martha se empleó en un Call Center. Durante esos  días comenzaron a buscar un lugar seguro donde dejar a Santiago mientras  ambos trabajaban. Primero, encargaron a su hijo con una hermana de  Martha. Luego, una amiga le recomendó a Martha que inscribiera a  Santiago en la ABC, que se encontraba cerca de la casa. Roberto dudó  inicialmente, pero después aceptó. Le tranquilizaba saber que la  estancia infantil tenía muchas recomendaciones y que además le darían en  realidad poco uso, ya que Martha trabajaba solamente los fines de  semana, por lo que de lunes a jueves, el niño no tendría que ir  necesariamente a la guardería. Para que no perdiera su lugar a causa de  inasistencia, Roberto llevaba a Santiago tres horas a la guardería, tres  días a la semana. El viernes era el único día en que Santiago pasaba el  día completo en la estancia infantil, donde había otros 200 niños  inscritos.
Por la tarde, al salir del trabajo, Roberto recogía a Santiago y como no  estaba su mamá en casa, solían pasar toda la tarde juntos. Si se  quedaban en casa, Roberto le ponía canciones como Basket Case, del grupo  Green Day, o alguna otra de The Offspring. En el menú de actividades  posibles estaba también ver el canal Discovery Kids. Cuando salían, su  lugar favorito era el zoológico de la ciudad. La primera vez que fueron,  ni los leones ni los monos ni las jirafas cautivaron tanto a Santiago  como los cuervos. En cuanto llegaron a la jaula en la que estaban,  Santiago empezó agitarse y a hacer señales para que su padre mirara las  aves con la misma emoción que él. Roberto le dijo esa noche a su esposa  Martha, que era posible que Santiago se tratara en realidad del pequeño  Demian, amigo de los cuervos.
La convivencia con Santiago había cambiado radicalmente a Roberto, quien  antes de que naciera, no era raro que se agarrara a golpes por  cualquier pretexto. Santiago le hizo nacer un sentido de protección  desconocido. Trató de meterse en menos problemas, no discutir de coche a  coche e incluso, se puso a leer con sumo detalle las indicaciones de  seguridad de los productos que tenía que manejar en su trabajo en PPG  Industries.
 Después de la marcha en la que Roberto se culpabilizó a si mismo, los  padres comenzaron a hablar de la necesidad de organizarse para impedir  que la muerte de sus hijos quedara impune. La Emiliana de Zubeldía, una  plaza pública que huele a hot-dogs y está frente a la zona  universitaria, se convirtió en el sitio donde familiares de los niños  fallecidos y espontáneos ciudadanos construyeron un altar en honor de  las pequeñas víctimas. Tras varios días de discusiones, en las cuales  llegaron a participar hasta 40 parejas de padres, nació ahí el  Movimiento Ciudadano por la Justicia 5 de junio. No todos los deudos de  los niños fallecidos se incorporaron a él. Cuatro parejas decidieron  tratar de olvidarse por completo de lo sucedido y encomendaron a dios el  destino de las investigaciones y la impartición de justicia. Otros  pocos prefirieron establecer una negociación económica con las  autoridades a cambio de no protestar.
Cada día 5 de mes, los padres del movimiento emprenden algún tipo de  acción de protesta. Lo mismo marchas que mítines, o bien juicios  ciudadanos en contra de los dueños de la guardería o de los funcionarios  involucrados. Por lo común, sus manifestaciones tienen un aire de  peregrinación espiritual. Son silenciosas y al frente van mamás y  familiares con las carriolas vacías de sus hijos fallecidos, para dar  pie después a un contingente de familiares que llevan fotos de los niños  de la guardería como si llevaran jirones de luz en las manos. Se usan  tambores que marcan el ritmo de la caminata de una multitud bañada en  sudor, y ocasionalmente se oye a través de un celular, la voz grabada de  alguno de los bebés de la guardería. Canciones de cuna como Pin pon es  un muñeco, son entonadas repentinamente y se oyen como implacable canto  de protesta.
Roberto Zavala, al igual que otros padres, modificó su manera de ver las  cosas en el país tras la muerte de su hijo. Cuando Roberto veía en las  noticias que había una protesta en Oaxaca o en el Distrito Federal, le  decía a su esposa: “Ay, pinche gente como la hace de pedo, así estamos  en México, no se puede arreglar nada así vamos a seguir siempre de  jodidos”. Nunca imaginó que estaría delante de hasta 20 mil personas  pronunciando un discurso de protesta. La muerte de Santiago le quitó  cualquier tipo de pena a hacer el ridículo o de miedo a alguna  represalia. Tras varios meses de compañerismo y lucha al lado de los  otros padres del Movimiento por la Justicia, empezó a tener nuevos  sueños. Uno de ellos es que luego de conseguir que vayan a la cárcel  todos los responsables de la muerte de sus hijos y se modifique el  actual sistema de guarderías subrogadas, el Movimiento siga vigente  ayudando a otras personas cuyos derechos también hayan sido  atropellados. Roberto anhela que dentro de 50 años siga existiendo el  Movimiento Ciudadano por la Justicia 5 de junio, con gente completamente  nueva, jóvenes que ni siquiera hayan nacido cuando ocurrió la tragedia  de la Guardería ABC. 
 La tarde de un sábado de marzo de 2010, Roberto miraba a Diego, el  hijo de su hermana Jessica, mientras éste jugueteaba con la hija de  Julio César Márquez y otros niños, en el patio de la preparatoria Paulo  Freire, donde se celebraba un baby shower, al cual asistían la mayoría  de los familiares que conforman el movimiento por la Justicia. Aquellos  padres tenían un ánimo de satisfacción. Sus acciones habían logrado que  la suprema Corte de Justicia de la Nación pusiera a investigar el caso a  un grupo de magistrados, quienes en su informe preeliminar, concluían  violaciones graves a las garantías individuales por parte de los más  altos funcionarios del IMSS, y de los gobiernos estatal y municipal, así  como la ilegalidad del esquema de subrogación mediante el cual operaba  la ABC y otras mil 400 estancias infantiles del Seguro Social.
Roberto estaba recargado en una pequeña fuente mientras miraba con  detenimiento a su sobrino Diego, quien pese a ser el más pequeño de edad  y estatura del grupo de niños, era el que los lidereaba. Veía a Diego y  recordaba, con esa fugitiva tristeza que va y viene, cómo a veces el  pequeño hijo de su hermana menor llegaba y desordenaba los juguetes que  su hijo Santiago trataba de acomodar en el suelo, cuando jugaban juntos.  Pese a las buenas noticias, era inevitable que a Roberto lo agarrara  ese enardecerse y derrumbarse, ese esfuerzo permanente de intentar salir  adelante. Para esas alturas, el grupo de padres en lucha había  conseguido, además del informe preeliminar de la Suprema corte de  Justicia a su favor, el apoyo de miles de personas en todo el país.  Actos de respaldo a su causa se habían celebrado lo mismo en el Distrito  Federal, que en Monterrey, Guanajuato, Villahermosa, Guadalajara y  Tijuana. Comunicadores respetados a nivel nacional como Katia D  Artigues, León Krauze, Ricardo Rocha, Olivia Zerón y Epigmenio Ibarra,  entre otros, daban seguimiento puntual a sus acciones. El reconocido  activista Daniel Gershenson, impulsor de la incorporación de las  acciones colectivas a las leyes nacionales, se había convertido en un  activo integrante del Movimiento, participando en eventos públicos y a  través de la red social twitter, donde convocó con éxito a diversas  acciones de apoyo a los padres. En Sonora, Mari G Escalante, propietaria  de la preparatoria donde se celebraba el baby shower, era una de las  personas que se habían adherido con más pasión al movimiento de los  padres, al igual que Claudia Díaz Symonds, el profesor Rubén Duarte, la  periodista Silvia Nuñez y el abogado Lorenzo Ramos.
Y lo más importante, Roberto estaba viviendo a nivel personal un momento  de gran ilusión. El baby shower que se celebraba en la preparatoria  Paulo Freire era en honor de su esposa Martha, quien estaba a punto de  dar a luz a una niña, la tercera hija del matrimonio, la cual nacería  unos cuantos días después, el 29 de marzo, en el Hospital San José y  sería nombrada Ana Victoria Zavala Lemas. Roberto estaba contento, pero  tenía una íntima cicatriz. Pensaba en una fecha próxima: el 26 de abril  de 2010, cuando su hijo hubiera cumplido los tres años de edad. Para esa  fecha, junto con su esposa Martha, Roberto pensaba realizarle un  homenaje especial a Santiago. Este consistía en colocar una foto gigante  de su fallecido hijo en un anuncio panorámico del transitado boulevar  Rodríguez, cerca de unas oficinas del IMSS y a unos metros del despacho  privado del ex gobernador Eduardo Bours. Junto a la enorme foto, Roberto  y Martha pedirían que se colocara el siguiente mensaje: “La corrupción  no me dejó cumplir 3 años este 26 de abril. Santiago de Jesús Lemas. 26  de abril de 2007-5 de junio de 2009. ¡JUSTICIA!”. 
 El 30 de abril de 2010, en medio de las celebraciones del Día del  Niño, el presidente Felipe Calderón Hinojosa recibió a padres que  perdieron a sus hijos en el incendio de la guardería ABC pero que no  forman parte del Movimiento Ciudadano por la Justicia 5 de junio. Al  término de la cita no hubo anuncio de compromiso alguno para dar  justicia en un caso por el cual hay 49 niños muertos y ningún  funcionario o particular en la cárcel. Lo único que hubo fue una  fotografía del mandatario con familiares de los niños.  Roberto estaba  ese día en la ciudad de México, junto con otros padres que habían sido  citados un día antes por Arturo Zaldívar Lelo de Larrea, el soprendente  Ministro de la suprema Corte de Justicia de la Nación que llevó de forma  muy comprometida y renovadora el caso valorado por el pleno del máximo  tribunal de justicia del país el verano de 2010. Tras confirmar la  noticia, Abraham Fraijo, papá de Emilia, escribió en su cuenta de  twitter: “Que pena por las familias que se prestan a ser objeto de burla  por parte del presidente”, mientras tanto, Julio César Márquez, padre  del pequeño Yeyé, escribió: “Jamás vuelvo a llamarlo presidente. ¿No le  da verguenza? Ha acabado usted con la poca fe de muchos mexicanos con su  cobardía escudada”.
Roberto no tiene cuenta de twitter, pero el comentario que pensó en 140  caracteres sobre el presidente Calderón no era más suave que el de sus  compañeros.  
 El 6 de mayo de 2010, un día después de un acto de protesta del  movimiento en la plaza Zaragoza de Hermosillo -un juicio ciudadano  contra los funcionarios responsables del siniestro-, Roberto fue al  hotel Kino para reunirse con el fotógrafo Rodrigo Vázquez, con quien  había acordado encontrarse para que éste le hiciera un retrato. Cuando  llegó, el fotógrafo de la Ciudad de México estaba viendo en su  computadora unas imágenes que había captado horas antes en el almacén de  la secretaría de Finanzas del gobierno de Sonora donde comenzó el  incendio que se propagó a la vecina Guardería ABC. El fotógrafo,  acompañado por un colega local, Jorge Moreno, había logrado burlar la  vigilancia de las dos patrullas que aún se encuentran resguardando el  edificio calcinado y había logrado captar una serie de imágenes del  interior. Roberto se acomodó junto a la computadora y miró un rato las  fotos sin mostrar ninguna emoción en especial. En algún momento de la  pasarela de imágenes, dijo: “Ese es el pinche cooler”, mientras señalaba  unos fierros sin forma, achicharrados por el fuego.
Roberto y el fotógrafo salieron del hotel unos minutos después.  Visitaron la antigua casa de Roberto, en la cual había vivido su hijo  Santiago y donde aún se encontraban algunas cosas de éste, como su cuna y  juguetes. Tras la sesión de fotos, salieron con rumbo a las  instalaciones de la guardería ABC. Mientras Rodrigo hacía nuevas  imágenes del exterior, aprovechando la luz de la tarde, Roberto se  acomodó enfrente y se quedó mirando el bodegón improvisado como  guardería. Para Roberto, el lugar donde murió su hijo y otros 48 niños,  no es un lugar sagrado, como sí lo es para cierta gente en Sonora.
Lo que Roberto quisiera es que este horroroso sitio fuera derribado lo  más pronto posible y pusieran en su lugar una cosa bonita.