luthar
Bovino de la familia
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A Carlos Monsiváis
“Desquítate, desahógate, echa de tu ronco pecho ahora que hay modo. Es el 15 de septiembre, la noche de todos los mexicanos, el aniversario del día en que somos libres entre pura campanada. Órale a darle, a matar gachupines, a aventar cohetes (si te lo permiten), a tomarte otra cerveza frívola (si logras atravesar ese caos pegajoso, el espacio húmedo, las voces que se dejan caer como mentadas en la turbiedad de los sentidos, nieblas animadas por fuegos artificiales, alaridos de júbilo a espaldas de cualquier desastre histórico). Estás en el Zócalo con tu palomilla brava, estás frente a una fogata en la esquina, estás en el patio de la vecindad con tu familia, estás en el cuarto de tu carnal con el resto del grupo. Estás en la Rinconada, sin intentar aclararte las cosas, muy lejos de todo, lejos del te-juro-que-ora-sí, a mucha distancia del cambio, ni a quien pedirle chance, ni a quien rogarle por la última oportunidad” (Carlos Monsiváis, 1970, Días de Guardar, pág. 286).
México no es un país independiente. El ideal francés de “… igualdad y libertad, protección a la propiedad privada y el derecho al trabajo” (Robles, 1996; pág. 25) que nutrió la Guerra de Independencia en 1810 en el territorio de aquella entonces Nueva España, no se ha consumado en la actualidad. Sí, es verdad que el inicio de esta guerra independentista nos trajo, hasta 1821, la liberación del dominio de la Corona Española, pero no así la restructuración bajo los principios que la Francia revolucionaria hereda a los criollos. Pero la independencia de un país no es por decreto, debe existir una construcción social alrededor de este concepto. En el caso de México no es así; muy al contrario, sigue prevaleciendo la idea de saqueo proveniente de la colonia: “un territorio de rapiña” como la afirma Montemayor (2008, pág. 61).
Esta supuesta independencia bajo la mirada de una falta de estructuración social es uno de los puntos fundamentales de argumentación para la afirmación de que México no es independiente, la lucha continúa a lo largo del siglos XVIII, XIX, XX y nos llega hasta el siglo XXI, donde a unos pocos días de la celebración del Bicentenario de la Independencia de México hay cierta duda si en realidad estas fiestas son válidas en las condiciones sociales del país.
El mexicano tiene memoria de corto plazo, olvida su historia y teje alrededor de ella un misticismo que no le permite observar con detenimiento que el avance propuesto por la Guerra de Independencia no se ha consolidado por cerca de 200 años; que los ideales de libertad e igualdad se mantienen bajo formas simuladas, que la supuesta independencia no es más que dependencia.
“No es cierto”, dicen muchos. Esa es una de las afirmaciones comunes que se escuchan principalmente en los medios de comunicación alineados con aquellas estructuras de poder basadas en el saqueo.
Los que afirmamos que no hay que celebrar una fiesta así, somos acusados de mezquindad, sin importar que los grandes problemas del pueblo del siglo XVIII se encuentren vigentes inclusive 200 años después. Esta actitud es muestra de una falta de visión de los problemas sociales de México, no por los gobiernos que tienen muy claro su objetivo: el saqueo; sino de los pueblos de México, porque nuestro país es pluricultural, un aspecto que no consideraron los independentistas al adoptar los ideales franceses, manteniendo sólo la herencia de la cultura prehispánica, al pasado “… pero discriminando a los indios de carne y sangre” (Montemayor, 2008, pág. 65).
De estos problemas, datos hay muchos; aquí hay algunos cuantos: La pobreza extrema en México frente a los ricos mexicanos; sin capacidad educativa; el racismo 200 años después; el costo de la corrupción; la exclusión indígena; la descomposición social; entre otros problemas históricos.
Después de todo esto, sólo uno puede llevarse las manos al rostro y preguntarse: ¿Qué se ha hecho en 200 años? Tal vez algo, poco o mucho, pero no suficiente. El Bicentenario de la Independencia de México, el día 15 de septiembre es un día de guardar (Monsiváis, 1970, págs. 276-294) y como tal, más que una celebración es un momento de reflexión de lo que somos los pueblos de México y la forma como forjaremos esta Nación de Naciones; no el Estado.
Una fiesta no basta para lograr la unidad, hace falta la transformación social, el hacer memoria, es decir, conmemorar no la libertad simulada, sino aquella que se construye día a día combatiendo la pobreza, la falta de educación, el racismo, la corrupción, la discriminación y la descomposición social, eso es lo mínimo por donde comenzar. Para ello habrá que educarnos, porque “sin espíritu crítico, visión histórica y revisión de las condiciones políticas, es imposible emprender una obra de cambio social” (Robles, 1996, pág. 23).
Estimado lector, la reflexión está puesta sobre la mesa de los debates. Ya no podemos esperar a la próxima generación para plantear soluciones pues han pasado 200 años y si se continúa con esta postura serán más y posiblemente, muchos más. El aquí y el ahora es fundamental.
Bibliografía
Monsiváis, C. (1970). Días de guardar. México: Ediciones Era.
Montemayor, C. (2008). Los pueblos indios de México: Evolución histórica de su concepto y realidad social. México: Random House Mondadori.
Robles, M. (1996). Educación y Sociedad en la Historia de México. (14a ed.). México: Siglo XXI.
“Desquítate, desahógate, echa de tu ronco pecho ahora que hay modo. Es el 15 de septiembre, la noche de todos los mexicanos, el aniversario del día en que somos libres entre pura campanada. Órale a darle, a matar gachupines, a aventar cohetes (si te lo permiten), a tomarte otra cerveza frívola (si logras atravesar ese caos pegajoso, el espacio húmedo, las voces que se dejan caer como mentadas en la turbiedad de los sentidos, nieblas animadas por fuegos artificiales, alaridos de júbilo a espaldas de cualquier desastre histórico). Estás en el Zócalo con tu palomilla brava, estás frente a una fogata en la esquina, estás en el patio de la vecindad con tu familia, estás en el cuarto de tu carnal con el resto del grupo. Estás en la Rinconada, sin intentar aclararte las cosas, muy lejos de todo, lejos del te-juro-que-ora-sí, a mucha distancia del cambio, ni a quien pedirle chance, ni a quien rogarle por la última oportunidad” (Carlos Monsiváis, 1970, Días de Guardar, pág. 286).
México no es un país independiente. El ideal francés de “… igualdad y libertad, protección a la propiedad privada y el derecho al trabajo” (Robles, 1996; pág. 25) que nutrió la Guerra de Independencia en 1810 en el territorio de aquella entonces Nueva España, no se ha consumado en la actualidad. Sí, es verdad que el inicio de esta guerra independentista nos trajo, hasta 1821, la liberación del dominio de la Corona Española, pero no así la restructuración bajo los principios que la Francia revolucionaria hereda a los criollos. Pero la independencia de un país no es por decreto, debe existir una construcción social alrededor de este concepto. En el caso de México no es así; muy al contrario, sigue prevaleciendo la idea de saqueo proveniente de la colonia: “un territorio de rapiña” como la afirma Montemayor (2008, pág. 61).
Esta supuesta independencia bajo la mirada de una falta de estructuración social es uno de los puntos fundamentales de argumentación para la afirmación de que México no es independiente, la lucha continúa a lo largo del siglos XVIII, XIX, XX y nos llega hasta el siglo XXI, donde a unos pocos días de la celebración del Bicentenario de la Independencia de México hay cierta duda si en realidad estas fiestas son válidas en las condiciones sociales del país.
El mexicano tiene memoria de corto plazo, olvida su historia y teje alrededor de ella un misticismo que no le permite observar con detenimiento que el avance propuesto por la Guerra de Independencia no se ha consolidado por cerca de 200 años; que los ideales de libertad e igualdad se mantienen bajo formas simuladas, que la supuesta independencia no es más que dependencia.
“No es cierto”, dicen muchos. Esa es una de las afirmaciones comunes que se escuchan principalmente en los medios de comunicación alineados con aquellas estructuras de poder basadas en el saqueo.
Los que afirmamos que no hay que celebrar una fiesta así, somos acusados de mezquindad, sin importar que los grandes problemas del pueblo del siglo XVIII se encuentren vigentes inclusive 200 años después. Esta actitud es muestra de una falta de visión de los problemas sociales de México, no por los gobiernos que tienen muy claro su objetivo: el saqueo; sino de los pueblos de México, porque nuestro país es pluricultural, un aspecto que no consideraron los independentistas al adoptar los ideales franceses, manteniendo sólo la herencia de la cultura prehispánica, al pasado “… pero discriminando a los indios de carne y sangre” (Montemayor, 2008, pág. 65).
De estos problemas, datos hay muchos; aquí hay algunos cuantos: La pobreza extrema en México frente a los ricos mexicanos; sin capacidad educativa; el racismo 200 años después; el costo de la corrupción; la exclusión indígena; la descomposición social; entre otros problemas históricos.
Después de todo esto, sólo uno puede llevarse las manos al rostro y preguntarse: ¿Qué se ha hecho en 200 años? Tal vez algo, poco o mucho, pero no suficiente. El Bicentenario de la Independencia de México, el día 15 de septiembre es un día de guardar (Monsiváis, 1970, págs. 276-294) y como tal, más que una celebración es un momento de reflexión de lo que somos los pueblos de México y la forma como forjaremos esta Nación de Naciones; no el Estado.
Una fiesta no basta para lograr la unidad, hace falta la transformación social, el hacer memoria, es decir, conmemorar no la libertad simulada, sino aquella que se construye día a día combatiendo la pobreza, la falta de educación, el racismo, la corrupción, la discriminación y la descomposición social, eso es lo mínimo por donde comenzar. Para ello habrá que educarnos, porque “sin espíritu crítico, visión histórica y revisión de las condiciones políticas, es imposible emprender una obra de cambio social” (Robles, 1996, pág. 23).
Estimado lector, la reflexión está puesta sobre la mesa de los debates. Ya no podemos esperar a la próxima generación para plantear soluciones pues han pasado 200 años y si se continúa con esta postura serán más y posiblemente, muchos más. El aquí y el ahora es fundamental.
Bibliografía
Monsiváis, C. (1970). Días de guardar. México: Ediciones Era.
Montemayor, C. (2008). Los pueblos indios de México: Evolución histórica de su concepto y realidad social. México: Random House Mondadori.
Robles, M. (1996). Educación y Sociedad en la Historia de México. (14a ed.). México: Siglo XXI.