Hola!

Registrándote como bakuno podrás publicar, compartir y comunicarte en privado con otros bakuos :D

Regístrame ya!

El intempestivo tsunami de Karen - Las despedidas - segunda parte

dito de best

Bovino adicto
Desde
8 May 2008
Mensajes
813
esta es la segunda parte......


Las despedidas - segunda parte


Silvia Cherem S.
Cd. de México (27 diciembre 2005).- Karen odia el mar, es marinera de tierra firme. Al llegar al puerto de Phuket la mañana del 25 de diciembre, Jacobo y ella se informaron que el viaje a Phi Phi en lancha particular, con no más de quince personas, duraba una hora y media; a diferencia del ferry, más barato y para 200 pasajeros, que demoraba tres horas en recorrer los 48 kilómetros de distancia entre ambas islas.

Contabilizando el tiempo de posibles mareos, decidieron limitar el viaje al mínimo. Optaron por la lancha, aunque en ella no cabría todo su equipaje. En el muelle dejaron encargadas un par de maletas para el regreso. Ahí en Phuket se quedó lo poco que sobreviviría a la luna de miel y que hoy Karen guarda con un celo profundo: un llavero en forma de corazón, souvenir de China, baratísimas copias de bolsas de marca que compraron en Hong Kong, las filacterias de rezo de Jacobo, la única foto que sobreviviría de la luna de miel y que les tomaron en Shangai, chamarras invernales y un par de pijamas.

La lancha en la que viajaron, pequeña e inestable, se movió mucho más que el ferry. Karen pasó el viaje vomitando. Al llegar, quizá anticipando lo que hubiera podido decirle a Jacobo la siguiente mañana, ella pronunció una frase lapidaria: "Creo que hoy es el peor día de mi vida".

La lectura de los sucesos, irremediablemente está condicionada por lo que luego sucedería. Karen piensa, por ejemplo, que Jacobo se despidió de todos sus seres queridos.

Unos días antes, desde Shangai, sólo él pudo comunicarse a México y curiosamente encontró a su familia reunida. Habló con todos. Luego, el día 24 de diciembre, en un café internet en Phuket, se sentó a escribirle un mail amoroso a Karen y un cariñoso recuento del viaje a sus amigos, mensajes que, en casi todos los casos, fueron recibidos cuando Jacobo ya había muerto.

A diez destinatarios, entrañables y cercanos, les escribió: "Hola a toda la banda, como están, espero que bien, nosotros estamos en Phuket, Tailandia, y mañana salimos hacia Phi Phi island esta todo de poca madre, la estamos pasando increíble, la huevita esta sabrosa, espero que me contesten este mail con buenas nuevas de todos y mándenle mis saludos a sus esposas y novias y a todos los demás que no tienen mail. Saludos cuídense Jacobo y Karen Hassan P.D. feliz hanuka, navidad, año nuevo".

En ese mismo café internet, al abrir su correo electrónico se enteró de algo que, piensa hoy Karen, quizá hubiera podido modificar su destino. Guillermo, el agente de viajes, le escribió que temiendo que los hoteles de Phi Phi no respetaran las reservaciones porque la isla estaba atiborrada, pagó las noches de hotel en el PP Princess. Señalaba que tuvo el atrevimiento de usar el número de la tarjeta de crédito de Isaac, el hermano de Karen. Esperaba que no se molestaran por no haberlos consultado. Jacobo entró en cólera.

¿Con qué derecho había cargado su habitación en una tarjeta ajena? Karen lo calmó: "No te enojes, nos garantizó el cuarto".

Es posible que si no hubieran pagado de antemano, dice ella, hubieran tenido que regresar a Phuket la noche previa al devastador tsunami.

Hoy, todo son suposiciones. La cita con el destino estaba ya pactada.

EL PARAÍSO PHI PHI

Phi Phi, cuyo nombre deriva del término malayo para isla, es el término con el que se designan seis minúsculas islas declaradas Parque Nacional en 1983, colmadas de manglares y en su mayoría deshabitadas: Phi Phi Don, Phi Phi Ley, Bida Nok, Bida Noi, Koh Yung y Koh Phai. El desarrollo turístico se limita sólo a Phi Phi Don, una isla de no más de 8 kilómetros de largo y 2.5 de ancho que, vista desde las alturas, asemeja una voluminosa pesa, como las que usan los fisicoculturistas. Dos circunferencias de verdes colinas arrugadas, tapizadas de exuberante vegetación, están unidas por un estrechísimo istmo de arena blanca, que abraza por el norte la bahía Loh Dalum, y por el sur la bahía Tonsai, formando dos playas privadas con piletas de transparente agua esmeralda y preciados arrecifes de coral.

Esa franja de arena, denominada "el village", donde había una decena de hoteles con bungalows a pie de playa, es tan angosta que, si se pateara con fuerza un balón de futbol, éste podría llegar de una costa a la otra. Cuando el tsunami entró por ambas bahías, primero por la del sur, y luego rematando con otra monumental ola por el norte, arrasó con casi todas las construcciones de esta franja paradisiaca. Inclusive con el mercado central y algunas de las flexibles palmeras.

Sólo sobrevivieron los escasos hoteles en las altas colinas, donde había cabañas salpicadas entre la lujuriante vegetación tropical, sobre densas plantaciones de cocoteros y árboles de caucho. Algunos de quienes ahí se hospedaron, ni siquiera se enteraron que en las costas acababa de suceder un infierno.

EL ARRIBO

Karen y Jacobo llegaron a Phi Phi alrededor de las cinco de la tarde del 25 de diciembre. Al arribar al muelle, constataron que no había coches, bicicletas, ni ningún medio de transporte público. Arrastrando las maletas, caminaron al PP Princess. El calor era insoportable, alcanzaba los 40 grados celsius.

A Karen, por ser compradora compulsiva de baratijas chinas y tailandesas, copias de lo inimaginable, era a quien más le tocaba cargar.

El recepcionista del hotel les contó que Phi Phi, por vez primera en su corta historia, estaba a reventar: seis mil turistas se sumaban a los seis mil tailandeses locales. Caminaron cerca de diez minutos para llegar a su bungalow. De entre la centena de cabañas que tiene el hotel, les tocó la número 18, la última del lado norte. Curiosamente, 18 significa vida en hebreo, y ellos, al llegar, así lo constataron.

El paisaje era tan espectacular que se congratularon de estar en Phi Phi. Para admirar la puesta de sol, se tiraron en la playa y desempolvaron sus libros: ella, uno de Sidney Sheldon, él una novela de Danielle Steel. Junto a ellos, unos jóvenes jugaban gozosos al futbol. La marea parecía bajar; el atardecer era sublime.

De repente, sin mayor preámbulo, Jacobo empezó a filosofar.

Era insólito, no era su estilo. Le cerró el libro a Karen y le dijo: "Sabes, bebush, si algo a ti te pasara, yo me moriría". A Karen la desconcertó. "¿De qué hablas?" "No sé -continuó-, pero quisiera morirme junto a ti". "Ya Jacobo. No me eches ese rollo, sabes que hablar de la muerte me da pánico. Yo también estoy feliz contigo". "No importa Karen, escúchame -insistía él-, quiero que te cuides, no podría soportar el dolor de perderte".

Era una conversación que pudo pasar al olvido. Era fruto del gozo, de la paz de estar juntos, de amarse y festejar la suerte de coincidir en el tiempo, de estar vivos en un paisaje magnificente. Era finalmente producto del temor al futuro incierto.

Tan incierto que tan sólo a la mañana siguiente, Karen, haciendo uso de la memoria, caprichosa y selectiva, empalmaría nuevamente los capítulos para darle sentido a su vida.
 
Volver
Arriba