Saphiro
Bovino adicto
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- 20 Mar 2009
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[FONT="]Quizá alguna noche en el campo hayas visto una chispa de luz que brilla y se mueve de un lado a otro; esa luz la produce el cocay, que es el nombre que le dan los mayas a la luciérnaga. Ellos saben cómo fue que este insecto creó su luz, esta es la historia que cuentan: [/FONT]
[FONT="]Había una vez un Señor muy querido por todos los habitantes de El Mayab, porque era el único que podía curar todas las enfermedades. Cuando los enfermos iban a rogarle que los aliviara, él sacaba una piedra verde de su bolsillo; después, la tomaba entre sus manos y susurraba algunas palabras. Eso era suficiente para sanar cualquier mal. [/FONT]
[FONT="]Pero una mañana, el Señor salió a pasear a la selva; allí quiso acostarse un rato y se entretuvo horas completas al escuchar el canto de los pájaros. De pronto, unas nubes negras se apoderaron del cielo y empezó a caer un gran aguacero. El Señor se levantó y corrió a refugiarse de la lluvia, pero por la prisa, no se dio cuenta que su piedra verde se le salió del bolsillo. Al llegar a su casa lo esperaba una mujer para pedirle que sanara a su hijo, entonces el Señor buscó su piedra y vio que no estaba. Muypreocupado, quiso salir a buscarla, pero creyó que se tardaría demasiado en hallarla, así que mandó reunir a varios animales. [/FONT]
[FONT="]Pronto llegaron el venado, la liebre, el zopilote y el cocay. Muy serio, el Señor les dijo: [/FONT]
[FONT="]—Necesito su ayuda; perdí mi piedra verde en la selva y sin ella no puedo curar. Ustedes conocen mejor que nadie los caminos, las cavernas y los rincones de la selva; busquen ahí mi piedra, quien la encuentre, será bien premiado. [/FONT]
[FONT="]Al oír esas últimas palabras, los animales corrieron en busca de la piedra verde. Mientras, el cocay, que era un insecto muy empeñado, volaba despacio y se preguntaba una y otra vez: [/FONT]
[FONT="]—¿Dónde estará la piedra? Tengo que encontrarla, sólo así el Señor podrá curar de nuevo. [/FONT]
[FONT="]Y aunque el cocay fue desde el inicio quien más se ocupó de la búsqueda, el venado encontró primero la piedra. Al verla tan bonita, no quiso compartirla con nadie y se la tragó. [/FONT]
[FONT="]—Aquí nadie la descubrirá —se dijo—. A partir de hoy, yo haré las curaciones y los enfermos tendrán que pagarme por ellas. [/FONT]
[FONT="]Pero en cuanto pensó esas palabras, el venado se sintió enfermo; le dio un dolor de panza tan fuerte que tuvo que devolver la piedra; luego huyó asustado. [/FONT]
[FONT="]Entre tanto, el cocay daba vueltas por toda la selva. Se metía en los huecos más pequeños, revisaba todos los rincones y las hojas de las plantas. No hablaba con nadie, sólo pensaba en qué lugar estaría la piedra verde. [/FONT]
[FONT="]Para ese entonces, los animales que iniciaron la búsqueda ya se habían cansado. El zopilote volaba demasiado alto y no alcanzaba a ver el suelo, la liebre corría muy aprisa sin ver a su alrededor y el venado no quería saber nada de la piedra; así, hubo un momento en que el único en buscar fue el cocay. [/FONT]
[FONT="]Un día, después de horas enteras de meditar sobre el paradero de la piedra, el cocay sintió un chispazo de luz en su cabeza: [/FONT]
[FONT="]—¡Ya sé dónde está! —gritó feliz, pues había visto en su mente el lugar en que estaba la piedra. Voló de inmediato hacia allí y aunque al principio no se dio cuenta, luego sintió cómo una luz salía de su cuerpo e iluminaba su camino. Muy pronto halló la piedra y más pronto se la llevó a su dueño. [/FONT]
[FONT="]—Señor, busqué en todos los rincones de la selva y por fin hoy di con tu piedra —le dijo el cocay muy contento, al tiempo que su cuerpo se encendía. [/FONT]
[FONT="]—Gracias, cocay —le contestó el Señor— veo que tú mismo has logrado una recompensa. Esa luz que sale de ti representa la nobleza de tus sentimientos y lo brillante de tu inteligencia. Desde hoy te acompañará siempre para guiar tu vida. [/FONT]
[FONT="]El cocay se despidió muy contento y fue a platicarle a los animales lo que había pasado. [/FONT]
[FONT="]Todos lo felicitaron por su nuevo don, menos la liebre, que sintió envidia de la luz del cocay y quiso robársela. [/FONT]
[FONT="]—Esa chispa me quedaría mejor a mí; ¿qué tal se me vería en un collar? —pensó la liebre. [/FONT]
[FONT="]Así, para lograr su deseo, esperó a que el cocay se despidiera y comenzó a seguirlo por el monte. [/FONT]
[FONT="]—¡Cocay! Ven, enséñame tu luz —le gritó al insecto cuando estuvo seguro de que nadie los veía. [/FONT]
[FONT="]—Claro que sí —dijo el cocay y detuvo su vuelo. Entonces, la liebre aprovechó y ¡zas! le saltó encima. El cocay quedó aplastado bajo su panza y ya casi no podía respirar cuando la liebre empezó a saltar de un lado a otro, porque creía que el cocay se le había escapado. [/FONT]
[FONT="]El cocay empezó a volar despacio para esconderse de la liebre. Ahora, fue él quien la persiguió un rato y en cuanto la vio distraída, quiso desquitarse. Entonces, voló arriba de ella y se puso encima de su frente, al mismo tiempo que se iluminaba. La liebre se llevó un susto terrible, pues creyó que le había caído un rayo en la cabeza y aunque brincaba, no podía apagar el fuego, pues el cocay seguía volando sobre ella. [/FONT]
[FONT="]En eso, llegó hasta un cenote y en su desesperación, creyó que lo mejor era echarse al agua, sólo así evitaría que se le quemara la cabeza. Pero en cuanto saltó, el cocay voló lejos y desde lo alto se rió mucho de la liebre, que trataba de salir del cenote toda empapada. [/FONT]
[FONT="]Desde entonces, hasta los animales más grandes respetan al cocay, no vaya a ser que un día los engañe con su luz.[/FONT]
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[FONT="]Había una vez un Señor muy querido por todos los habitantes de El Mayab, porque era el único que podía curar todas las enfermedades. Cuando los enfermos iban a rogarle que los aliviara, él sacaba una piedra verde de su bolsillo; después, la tomaba entre sus manos y susurraba algunas palabras. Eso era suficiente para sanar cualquier mal. [/FONT]
[FONT="]Pero una mañana, el Señor salió a pasear a la selva; allí quiso acostarse un rato y se entretuvo horas completas al escuchar el canto de los pájaros. De pronto, unas nubes negras se apoderaron del cielo y empezó a caer un gran aguacero. El Señor se levantó y corrió a refugiarse de la lluvia, pero por la prisa, no se dio cuenta que su piedra verde se le salió del bolsillo. Al llegar a su casa lo esperaba una mujer para pedirle que sanara a su hijo, entonces el Señor buscó su piedra y vio que no estaba. Muypreocupado, quiso salir a buscarla, pero creyó que se tardaría demasiado en hallarla, así que mandó reunir a varios animales. [/FONT]
[FONT="]Pronto llegaron el venado, la liebre, el zopilote y el cocay. Muy serio, el Señor les dijo: [/FONT]
[FONT="]—Necesito su ayuda; perdí mi piedra verde en la selva y sin ella no puedo curar. Ustedes conocen mejor que nadie los caminos, las cavernas y los rincones de la selva; busquen ahí mi piedra, quien la encuentre, será bien premiado. [/FONT]
[FONT="]Al oír esas últimas palabras, los animales corrieron en busca de la piedra verde. Mientras, el cocay, que era un insecto muy empeñado, volaba despacio y se preguntaba una y otra vez: [/FONT]
[FONT="]—¿Dónde estará la piedra? Tengo que encontrarla, sólo así el Señor podrá curar de nuevo. [/FONT]
[FONT="]Y aunque el cocay fue desde el inicio quien más se ocupó de la búsqueda, el venado encontró primero la piedra. Al verla tan bonita, no quiso compartirla con nadie y se la tragó. [/FONT]
[FONT="]—Aquí nadie la descubrirá —se dijo—. A partir de hoy, yo haré las curaciones y los enfermos tendrán que pagarme por ellas. [/FONT]
[FONT="]Pero en cuanto pensó esas palabras, el venado se sintió enfermo; le dio un dolor de panza tan fuerte que tuvo que devolver la piedra; luego huyó asustado. [/FONT]
[FONT="]Entre tanto, el cocay daba vueltas por toda la selva. Se metía en los huecos más pequeños, revisaba todos los rincones y las hojas de las plantas. No hablaba con nadie, sólo pensaba en qué lugar estaría la piedra verde. [/FONT]
[FONT="]Para ese entonces, los animales que iniciaron la búsqueda ya se habían cansado. El zopilote volaba demasiado alto y no alcanzaba a ver el suelo, la liebre corría muy aprisa sin ver a su alrededor y el venado no quería saber nada de la piedra; así, hubo un momento en que el único en buscar fue el cocay. [/FONT]
[FONT="]Un día, después de horas enteras de meditar sobre el paradero de la piedra, el cocay sintió un chispazo de luz en su cabeza: [/FONT]
[FONT="]—¡Ya sé dónde está! —gritó feliz, pues había visto en su mente el lugar en que estaba la piedra. Voló de inmediato hacia allí y aunque al principio no se dio cuenta, luego sintió cómo una luz salía de su cuerpo e iluminaba su camino. Muy pronto halló la piedra y más pronto se la llevó a su dueño. [/FONT]
[FONT="]—Señor, busqué en todos los rincones de la selva y por fin hoy di con tu piedra —le dijo el cocay muy contento, al tiempo que su cuerpo se encendía. [/FONT]
[FONT="]—Gracias, cocay —le contestó el Señor— veo que tú mismo has logrado una recompensa. Esa luz que sale de ti representa la nobleza de tus sentimientos y lo brillante de tu inteligencia. Desde hoy te acompañará siempre para guiar tu vida. [/FONT]
[FONT="]El cocay se despidió muy contento y fue a platicarle a los animales lo que había pasado. [/FONT]
[FONT="]Todos lo felicitaron por su nuevo don, menos la liebre, que sintió envidia de la luz del cocay y quiso robársela. [/FONT]
[FONT="]—Esa chispa me quedaría mejor a mí; ¿qué tal se me vería en un collar? —pensó la liebre. [/FONT]
[FONT="]Así, para lograr su deseo, esperó a que el cocay se despidiera y comenzó a seguirlo por el monte. [/FONT]
[FONT="]—¡Cocay! Ven, enséñame tu luz —le gritó al insecto cuando estuvo seguro de que nadie los veía. [/FONT]
[FONT="]—Claro que sí —dijo el cocay y detuvo su vuelo. Entonces, la liebre aprovechó y ¡zas! le saltó encima. El cocay quedó aplastado bajo su panza y ya casi no podía respirar cuando la liebre empezó a saltar de un lado a otro, porque creía que el cocay se le había escapado. [/FONT]
[FONT="]El cocay empezó a volar despacio para esconderse de la liebre. Ahora, fue él quien la persiguió un rato y en cuanto la vio distraída, quiso desquitarse. Entonces, voló arriba de ella y se puso encima de su frente, al mismo tiempo que se iluminaba. La liebre se llevó un susto terrible, pues creyó que le había caído un rayo en la cabeza y aunque brincaba, no podía apagar el fuego, pues el cocay seguía volando sobre ella. [/FONT]
[FONT="]En eso, llegó hasta un cenote y en su desesperación, creyó que lo mejor era echarse al agua, sólo así evitaría que se le quemara la cabeza. Pero en cuanto saltó, el cocay voló lejos y desde lo alto se rió mucho de la liebre, que trataba de salir del cenote toda empapada. [/FONT]
[FONT="]Desde entonces, hasta los animales más grandes respetan al cocay, no vaya a ser que un día los engañe con su luz.[/FONT]
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