tiburonxx
Bovino de la familia
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- 6 Nov 2005
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Guillermo Bermúdez y Martha Elena García
Milenio Diario
http://impreso.milenio.com/node/8580308
1. Hemos construido a pulso nuestra propia vulnerabilidad. La epidemia de influenza evidenció la gran susceptibilidad a resentir riesgos de distinto tipo y puso al desnudo tanto la precaria coordinación entre las autoridades para enfrentar con eficiencia cualquier desastre en la ciudad de México y en el resto del país, como la desconfianza de que estén a la altura de este desafío.
Debemos reconocer que no estamos preparados para ello y además hemos abandonado la universidad pública, la investigación científica y tecnológica, que podrían dar soluciones.
2. La forma caótica de organizarnos en la Ciudad de México y su zona metropolitana es un modelo de insustentabilidad y aumenta los riesgos de diversas catástrofes. Tan sólo entre 1970 y 1997, la mancha urbana devoró cada año 239 hectáreas de bosques y 173 de tierra de cultivo. Así, para 2030 la ciudad perderá 30% del actual suelo de conservación, junto con bienes y servicios ambientales imprescindibles para su sustentabilidad, como regulación del clima, suministro de agua y disminución de la contaminación atmosférica, con lo que la sobrevivencia de los capitalinos correrá grave riesgo.
3. Otro factor que revela la vulnerabilidad de la ciudad ante los desastres es el insuficiente de control de las actividades y sistemas urbanos, asociado a la discrecionalidad y corrupción en el cumplimiento de los reglamentos. Basta pensar en las nuevas edificaciones que no se apegan a los reglamentos de construcción, en los asentamientos irregulares de la periferia, en las miles de viviendas situadas en barrancas, en el uso irracional de los recursos y el manejo de residuos peligrosos, que se traduce en contaminación de agua, aire y suelo y en peligros de accidentes industriales.
4. Hoy, como antes, los gobiernos pretenden alejar a base de tubos el escenario apocalíptico del Zócalo y el aeropuerto inundados. Por ello se rehabilitó el Drenaje Profundo y se construye desde 2008 el Emisor Oriente (se concluirá en cuatro años). Pero no debe descartarse ese riesgo por muchos factores. La ciudad seguirá expandiéndose, los puntos que se inundan rebasarán los 200 y la sobreexplotación del acuífero prolongará el hundimiento que agudiza la vulnerabilidad a las inundaciones, resquebraja la red de distribución de agua e incrementa el riesgo ante los sismos. No se plantean soluciones a largo plazo.
5. Según los especialistas, es cuestión de tiempo para que ocurra un terremoto como el de 1985, que dejó 10 mil muertos, 30 mil damnificados y 400 edificios colapsados. Y es casi seguro que suceda no sólo porque México se localiza en una zona de gran sismicidad, sino porque es un fenómeno periódico: ha habido 150 sismos mayores de magnitud 6.5 en los últimos cien años. La catástrofe podría ser peor porque la ciudad se expandió en otros lugares de la zona del lago, a veces sin cumplir con el reglamento de construcción. Hay signos preocupantes de que no se percibe realmente el peligro sísmico.
6. Sabemos muy poco acerca del aire que respiramos y de los daños a la salud que provoca la exposición continua y prolongada. No nos percatamos de que está ocurriendo un desastre progresivo: cuando suben las concentraciones de ozono por encima de la norma (más de la mitad del año las rebasan dos horas), cuatro días después los médicos no se dan abasto para atender a los niños asmáticos; el incremento de las partículas eleva 6% la mortalidad de los adultos mayores; respiramos compuestos orgánicos volátiles y sustancias cancerígenas no medidas por el Imeca que disminuyen 60 días por año la esperanza de vida.
7. Aunque la actividad del volcán Popocatépetl es vigilada de manera continua y los programas de emergencia consideran la evacuación de la población amenazada, no indican qué se haría ante un escenario de 200 mil personas que llegaran de pronto a la capital ante una erupción mediana. Tampoco conocemos en detalle cómo se enfrentaría la posibilidad de que un manto de ceniza de diez centímetros cubriera diversas delegaciones, paralizando el tránsito aéreo y la comunicación inalámbrica ni las medidas en el caso de que lloviera, porque al mezclarse con el agua la ceniza taparía los drenajes.
8. El cambio climático es un desastre progresivo que agudizará los problemas de la ciudad: escasez de agua y riesgo de una gran inundación, deforestación e incendios forestales, contaminación del aire y el agua. Con el aumento de la temperatura son probables las olas de calor, que en Europa dejaron más de 20 mil muertos en 2003, y el arribo a la ciudad de insectos tropicales, transmisores del dengue y la malaria, aparte de otras epidemias como el cólera. Tampoco se descartan las hambrunas, pues se calcula que la producción de alimentos disminuirá 30%. No estamos preparados para este desafío.
9. Nos estamos preparando para que haya más desastres, no menos. Según esta visión, las catástrofes son inevitables y no queda más remedio que atender las emergencias, con el ejército por delante o hacer sonar la alerta… y a correr, aunque el demonio se lleve tu casa. Esas son nuestras perspectivas.
En realidad no hay “desastres naturales”. Un sismo o un huracán se convierten en desastres cuando revelan los puntos débiles de la sociedad, y éstos sobran en la ciudad. Sólo previniendo de verdad los riesgos, es decir anticipándonos a ellos, reduciremos nuestra vulnerabilidad, como documentamos en el libro México, DF: El desastre que viene.
10. La emergencia sanitaria mostró la ausencia de una estrategia adecuada de comunicación de riesgos, lo que profundizó la crisis de credibilidad en la información oficial. En tales condiciones, de ocurrir un desastre es previsible que en vez de contribuir a salir de la emergencia predominará un clima de incertidumbre e inseguridad.
Mientras la comunicación de riesgos no se realice de modo inteligente generará caos, pánico e inestabilidad económica. Es hora de que los ciudadanos hagamos valer nuestro derecho a conocer todos los peligros a los que estamos expuestos.
No tienen temor de los cuatro jinetes del Apocalipsis, me caegulp!
Milenio Diario
http://impreso.milenio.com/node/8580308
1. Hemos construido a pulso nuestra propia vulnerabilidad. La epidemia de influenza evidenció la gran susceptibilidad a resentir riesgos de distinto tipo y puso al desnudo tanto la precaria coordinación entre las autoridades para enfrentar con eficiencia cualquier desastre en la ciudad de México y en el resto del país, como la desconfianza de que estén a la altura de este desafío.
Debemos reconocer que no estamos preparados para ello y además hemos abandonado la universidad pública, la investigación científica y tecnológica, que podrían dar soluciones.
2. La forma caótica de organizarnos en la Ciudad de México y su zona metropolitana es un modelo de insustentabilidad y aumenta los riesgos de diversas catástrofes. Tan sólo entre 1970 y 1997, la mancha urbana devoró cada año 239 hectáreas de bosques y 173 de tierra de cultivo. Así, para 2030 la ciudad perderá 30% del actual suelo de conservación, junto con bienes y servicios ambientales imprescindibles para su sustentabilidad, como regulación del clima, suministro de agua y disminución de la contaminación atmosférica, con lo que la sobrevivencia de los capitalinos correrá grave riesgo.
3. Otro factor que revela la vulnerabilidad de la ciudad ante los desastres es el insuficiente de control de las actividades y sistemas urbanos, asociado a la discrecionalidad y corrupción en el cumplimiento de los reglamentos. Basta pensar en las nuevas edificaciones que no se apegan a los reglamentos de construcción, en los asentamientos irregulares de la periferia, en las miles de viviendas situadas en barrancas, en el uso irracional de los recursos y el manejo de residuos peligrosos, que se traduce en contaminación de agua, aire y suelo y en peligros de accidentes industriales.
4. Hoy, como antes, los gobiernos pretenden alejar a base de tubos el escenario apocalíptico del Zócalo y el aeropuerto inundados. Por ello se rehabilitó el Drenaje Profundo y se construye desde 2008 el Emisor Oriente (se concluirá en cuatro años). Pero no debe descartarse ese riesgo por muchos factores. La ciudad seguirá expandiéndose, los puntos que se inundan rebasarán los 200 y la sobreexplotación del acuífero prolongará el hundimiento que agudiza la vulnerabilidad a las inundaciones, resquebraja la red de distribución de agua e incrementa el riesgo ante los sismos. No se plantean soluciones a largo plazo.
5. Según los especialistas, es cuestión de tiempo para que ocurra un terremoto como el de 1985, que dejó 10 mil muertos, 30 mil damnificados y 400 edificios colapsados. Y es casi seguro que suceda no sólo porque México se localiza en una zona de gran sismicidad, sino porque es un fenómeno periódico: ha habido 150 sismos mayores de magnitud 6.5 en los últimos cien años. La catástrofe podría ser peor porque la ciudad se expandió en otros lugares de la zona del lago, a veces sin cumplir con el reglamento de construcción. Hay signos preocupantes de que no se percibe realmente el peligro sísmico.
6. Sabemos muy poco acerca del aire que respiramos y de los daños a la salud que provoca la exposición continua y prolongada. No nos percatamos de que está ocurriendo un desastre progresivo: cuando suben las concentraciones de ozono por encima de la norma (más de la mitad del año las rebasan dos horas), cuatro días después los médicos no se dan abasto para atender a los niños asmáticos; el incremento de las partículas eleva 6% la mortalidad de los adultos mayores; respiramos compuestos orgánicos volátiles y sustancias cancerígenas no medidas por el Imeca que disminuyen 60 días por año la esperanza de vida.
7. Aunque la actividad del volcán Popocatépetl es vigilada de manera continua y los programas de emergencia consideran la evacuación de la población amenazada, no indican qué se haría ante un escenario de 200 mil personas que llegaran de pronto a la capital ante una erupción mediana. Tampoco conocemos en detalle cómo se enfrentaría la posibilidad de que un manto de ceniza de diez centímetros cubriera diversas delegaciones, paralizando el tránsito aéreo y la comunicación inalámbrica ni las medidas en el caso de que lloviera, porque al mezclarse con el agua la ceniza taparía los drenajes.
8. El cambio climático es un desastre progresivo que agudizará los problemas de la ciudad: escasez de agua y riesgo de una gran inundación, deforestación e incendios forestales, contaminación del aire y el agua. Con el aumento de la temperatura son probables las olas de calor, que en Europa dejaron más de 20 mil muertos en 2003, y el arribo a la ciudad de insectos tropicales, transmisores del dengue y la malaria, aparte de otras epidemias como el cólera. Tampoco se descartan las hambrunas, pues se calcula que la producción de alimentos disminuirá 30%. No estamos preparados para este desafío.
9. Nos estamos preparando para que haya más desastres, no menos. Según esta visión, las catástrofes son inevitables y no queda más remedio que atender las emergencias, con el ejército por delante o hacer sonar la alerta… y a correr, aunque el demonio se lleve tu casa. Esas son nuestras perspectivas.
En realidad no hay “desastres naturales”. Un sismo o un huracán se convierten en desastres cuando revelan los puntos débiles de la sociedad, y éstos sobran en la ciudad. Sólo previniendo de verdad los riesgos, es decir anticipándonos a ellos, reduciremos nuestra vulnerabilidad, como documentamos en el libro México, DF: El desastre que viene.
10. La emergencia sanitaria mostró la ausencia de una estrategia adecuada de comunicación de riesgos, lo que profundizó la crisis de credibilidad en la información oficial. En tales condiciones, de ocurrir un desastre es previsible que en vez de contribuir a salir de la emergencia predominará un clima de incertidumbre e inseguridad.
Mientras la comunicación de riesgos no se realice de modo inteligente generará caos, pánico e inestabilidad económica. Es hora de que los ciudadanos hagamos valer nuestro derecho a conocer todos los peligros a los que estamos expuestos.
No tienen temor de los cuatro jinetes del Apocalipsis, me caegulp!