Mack
Bovino de la familia
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¡Me duele!... No sé que me duele más: ¿el agotamiento físico, las heridas de mi cuerpo o la lástima que despierto en mí y en la mayoría de aquellos que día a día encuentro a mi alrededor? ¿Por qué no mejor morir aquí?... Sería quizá la única salida a todos mis males… Morir aquí, ¿por qué no? ¿Qué más da?... Nada podría ser peor a esta miserable existencia.
Muchas veces me he preguntado ¿en qué fallé?, ¿qué hice mal?, ¿dónde me equivoqué?, ¿cuál es el craso error que me tiene sentenciado?...¿quién es el insensible juez que me condenó y cuál el ineficiente abogado que no supo defenderme?...
Mamá ¿dónde estás?, ¿acaso tú también fuiste víctima de este trágico sainete que el destino se empeñó que anduviéramos?...andar, andar y andar…¡qué irónico ¿no?.
Mi pecado es haber caído en manos de seres que reniegan de su condición de animales, sin caer en la cuenta que su insensibilidad e ignorancia los hace más animales que yo… Yo, el mismo que todos los días desde muy temprano y hasta ya entrada la noche no hago más que halar de una maltrecha carreta cargada de bultos de tierra… y otros bultos más dañinos.
Ser caballo tierrero es mi triste destino, un Rocinante urbano, un trotacalles cotidiano perpetuamente encadenado a su pesada carga, un despojo andante que deambula entre indiferencia de muchos y lástima de otros. Siempre al margen de la ley, negado de toda justicia... Ese soy yo.
El hambre me agobia, mi cuerpo es frágil y está maltratado, bajo mi piel plagada de pulgas se pueden contar todos mis huesos, a las heridas que me produce el látigo se suman las llagas formadas con el roce de las sogas y los arneses que me atan a la carreta o aquellas heridas que son consecuencia de caídas o descuidos de quienes me tienen a su cargo… Tengo sed, mucha sed. Hoy, esta tarde ya no puedo más… Llevo horas andando, no hemos vendido ni un costal de la carga… Los “tierreros” me obligan a ir más aprisa porque circulamos por una de las vías más rápidas de la ciudad, el periférico, donde los únicos caballos que galopan son los costosísimos Mustangs de gran cilindrada.
Estamos cerca de un distribuidor vial, me siento mal, la vista se me nubla, las patas me flaquean, ¡me voy a caer, es el fin! Hasta aquí llegué, todo se ha terminado… Oscuridad, silencio, un golpe y casi de inmediato la sensación del pavimento caliente abrazando mi cuerpo.
Un lamento… por la carga regada por la carretera, perdida total… “piloto y copiloto” salen ilesos… “¡Levántate!”, es la orden y un fuerte tirón el estímulo… Hagan de mí lo que quieran, no me voy a levantar… No me puedo levantar.
Personas que circulan con sus autos atestiguan la escena, que toca las fibras más profundas de sus sentimientos… ¿Coraje, lástima, indignación? No sé qué los mueve a detenerse y correr en mi auxilio… Algo que no esperas de alguien a quien no conoces y que anhelo de aquellos a los que se valen de mí para subsistir.
“Dale agua a ese pobre animal, no ves que tiene sed”, decía indignada una mujer...
“No tiene nada, sólo se resbaló, es mañoso, no tiene sed, responde el tierrero sin dejar de intentar levantarme a empellones”. Ya de pie, mientras como algunas hierbas del camino en el abrupto descanso, , continúa la discusión en torno mío…Tienes muy maltratado a éste animal, ¿por qué no le das descanso, alimento y agua?… y entonces la respuesta florece como un discurso muy bien ensayado, aprendido por nota, memorizado, contundente e infalible, justificante pues… “a caso cree usted que no cuidamos al caballo, si es mi herramienta de trabajo, se le da de comer bien y abundante, descansa toda la noche, vemos que no se enferme…no podemos tratarlo mejor sobre todo si la gente no compra la tierra, ¿de dónde vamos a sacar dinero para darle mejor vida; en vez de criticarnos apóyenos, compren nuestra tierra para que no los maltratemos, nosotros sabemos mas de caballos que mucha de la gente que nos dice que los maltratamos, y ahora mi caballo no tiene sed, sólo se resbaló, ya está acostumbrado”. En eso llegan algunos policías, un comandante revisa mi estado y cuestiona al “tierrero”, recibe por respuesta los mismos argumentos y justificaciones…entonces los manda al edificio de la SSP que está debajo del paso a desnivel, para que traiga una cubeta con agua para mí… Dos viajes son necesarios para apaciguar mi sed, que poco a poco me devuelve la vida… No sé… Tal vez mejor no debería beber, hacerlo me reanima y eso para el “tierrero” es suficiente para de nuevo atarme a la carreta.
Un fotógrafo llega, toma imágenes, conversa con la gente y los policías , los primeros se indignan con el maltrato al animal, los segundos también porque han sido testigos de ese maltrato en su andar cotidiano, mas se sienten impotentes de actuar toda vez que no hay delito que perseguir… las aristas de la ley son recovecos de la impunidad. ¿Qué despierto, lástima, compasión o indignación? ¿Por qué muevo a muchos a detenerse y protestar, a otros a apoyarme y solidarizarse y a un reportero a dedicarme algunas líneas? Tal vez porque la condición de ser humano esta íntimamente ligada a la capacidad de amar.
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Cabe aclarar que las líneas no son de mi autoría, sino del reportero gráfico Emmanuel Rincón Becerra, del Diario de Yucatán, quien tomó la foto y se inspiró -tristemente- a relatar este acto de barbarie que es muy común incluso en nuestros días. Se me hizo uno nudo en la garganta al leerlo y sentí indignación porque exista gente sin el más mínimo respeto por la vida, que ve al caballo como una herramienta de trabajo y no como un ser vivo que les ayuda para ganar unos cuantos pesos.
¿Qué sintieron ustedes al leerla?