nanchi1982
Bovino Milenario
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¿Crees que el amor influye actualmente en la política?
Nadie en su sano juicio puede desconocer el poder del amor en la construcción de la historia de la humanidad: en la ciencia, en el arte, en la política.
Con todo el carácter subjetivo que entraña esa palabra –de la que puede haber cientos de interpretaciones–, nadie puede desconocer la inmensa influencia objetiva que tiene en todas las actividades del ser humano, desde que nace hasta que muere.
La historia del mundo comprueba que si bien puede haber política de altas dimensiones ejecutada por hombres y mujeres célibes, lo común –y más interesante, sin duda- es que muchas de las decisiones que cambian la vida de una comunidad, crecen al calor de las sábanas matrimoniales, se cuecen en la desatada pasión de los amores prohibidos.
No todo es sexo, claro, también hay mucho de soporte moral en las relaciones de pareja que apuntalan o medran a los poderosos. Para decirlo en buen romance, alguna vez el jefe de gobierno o la ministra regresan al hogar y dirimen sus cuestiones existenciales en un sistema donde la posición de mando cede lugar a la vulnerabilidad que cobra forma en un par de viejas y cómodas pantuflas.
Si el compartir lecho y mesa de desayuno tiene o no implicancia en las decisiones de gobierno, es cuestión que ha sido largamente analizada por politólogos, sociólogos, historiadores, periodistas. Tantas y sesudas investigaciones, sin embargo, no alcanzan para establecer un patrón único de comportamiento. A la hora de la hora, hay de todo, como en botica.
De esos matrimonios donde el calor del tálamo conyugal hizo mucho para virar los destinos no sólo de un país, sino hasta de un continente, la historia tiene un ejemplo paradigmático. En la Inglaterra del siglo XV, cuando el matrimonio entre Enrique VIII y Catalina de Aragón atravesaba sus primeros y buenos tiempos, mucho antes de que la sufrida reina española se viera despojada de todos los honores por su déspota y mujeriego esposo, la monarca oficiaba como embajadora no oficial de los designios de su padre, el rey Fernando.
El regente de Castilla y máxima figura del reino de Aragón resultó ser un traidor que no sólo se mofaba de los arrebatos de su joven e inexperto yerno, sino que también obró en su contra, aliado con el emperador Maximiliano de Austria y Luis de Francia. Mucho tuvieron que ver los cantos de sirena que entonó en los oídos de su inocente hija, para que Enrique VIII hiciera una malograda incursión en los reinos de Francia y sufriera un primer fracaso militar cuando la prometida ayuda española comenzó a brillar por su ausencia.
¿Cuál hubiera sido la historia de Inglaterra si el rey hubiera seguido escuchando los consejos de Catalina o si esta no se hubiera dado cuenta a tiempo de las maniobras de su astuto progenitor?
Por suerte o para desgracia de la dinastía Tudor, apareció Thomas Wolsey en la esfera íntima del monarca y Enrique, que ya había partido a calentar lechos que le hacían más ilusión que los que ocupaba la reina, dejó de compartir las cuestiones políticas con Catalina.
La indiferencia del consorte
A veces, los gobernantes se casan con personas a las que el poder les vale un cacahuate, por decirlo en buen francés. Resultan ser seres casi anónimos que viven o casi vegetan a la sombra del árbol que riega el cónyuge poderoso. Suelen ser personas no muy bien vistas por el ojo público, una maquinaria voluble si las hay.
También en la vieja Europa vivió un matrimonio desparejo donde la reina Catalina de Navarra se desesperaba por la parsimonia de su marido, Jean d’Albret, un hombre más inclinado a la poesía que a las guerras y al que, la verdad, le daba mucha flojera tener que salir a defender su reino. Resultado de sus escasas dotes para la política, en un sistema donde debía ser el monarca quien tomara las mayores decisiones, el matrimonio debió ceder Navarra a la corona inglesa y refugiarse en Francia.
Más acá en el tiempo, poco brillo tuvo el atosigado marido de la Dama de Hierro Margaret Thatcher, que gobernó Gran Bretaña entre 1979 y 1990. Sir Denis, que así se llamaba, falleció en 2003 sin haber dejado nunca de ser satirizado por la opinión pública inglesa, que lo consideraba un esposo sumiso, aficionado al golf y a la ginebra y en quien la feroz mandataria solía descargar toda su ira.
El amor no solo se refiere al que se profesan las parejas sino también al que pueden sentir los políticos hacia su país. ¿Crees que el amor influye en las decisiones políticas?
Recuerdas un gran amor de políticos??
Nadie en su sano juicio puede desconocer el poder del amor en la construcción de la historia de la humanidad: en la ciencia, en el arte, en la política.
Con todo el carácter subjetivo que entraña esa palabra –de la que puede haber cientos de interpretaciones–, nadie puede desconocer la inmensa influencia objetiva que tiene en todas las actividades del ser humano, desde que nace hasta que muere.
La historia del mundo comprueba que si bien puede haber política de altas dimensiones ejecutada por hombres y mujeres célibes, lo común –y más interesante, sin duda- es que muchas de las decisiones que cambian la vida de una comunidad, crecen al calor de las sábanas matrimoniales, se cuecen en la desatada pasión de los amores prohibidos.
No todo es sexo, claro, también hay mucho de soporte moral en las relaciones de pareja que apuntalan o medran a los poderosos. Para decirlo en buen romance, alguna vez el jefe de gobierno o la ministra regresan al hogar y dirimen sus cuestiones existenciales en un sistema donde la posición de mando cede lugar a la vulnerabilidad que cobra forma en un par de viejas y cómodas pantuflas.
Si el compartir lecho y mesa de desayuno tiene o no implicancia en las decisiones de gobierno, es cuestión que ha sido largamente analizada por politólogos, sociólogos, historiadores, periodistas. Tantas y sesudas investigaciones, sin embargo, no alcanzan para establecer un patrón único de comportamiento. A la hora de la hora, hay de todo, como en botica.
De esos matrimonios donde el calor del tálamo conyugal hizo mucho para virar los destinos no sólo de un país, sino hasta de un continente, la historia tiene un ejemplo paradigmático. En la Inglaterra del siglo XV, cuando el matrimonio entre Enrique VIII y Catalina de Aragón atravesaba sus primeros y buenos tiempos, mucho antes de que la sufrida reina española se viera despojada de todos los honores por su déspota y mujeriego esposo, la monarca oficiaba como embajadora no oficial de los designios de su padre, el rey Fernando.
El regente de Castilla y máxima figura del reino de Aragón resultó ser un traidor que no sólo se mofaba de los arrebatos de su joven e inexperto yerno, sino que también obró en su contra, aliado con el emperador Maximiliano de Austria y Luis de Francia. Mucho tuvieron que ver los cantos de sirena que entonó en los oídos de su inocente hija, para que Enrique VIII hiciera una malograda incursión en los reinos de Francia y sufriera un primer fracaso militar cuando la prometida ayuda española comenzó a brillar por su ausencia.
¿Cuál hubiera sido la historia de Inglaterra si el rey hubiera seguido escuchando los consejos de Catalina o si esta no se hubiera dado cuenta a tiempo de las maniobras de su astuto progenitor?
Por suerte o para desgracia de la dinastía Tudor, apareció Thomas Wolsey en la esfera íntima del monarca y Enrique, que ya había partido a calentar lechos que le hacían más ilusión que los que ocupaba la reina, dejó de compartir las cuestiones políticas con Catalina.
La indiferencia del consorte
A veces, los gobernantes se casan con personas a las que el poder les vale un cacahuate, por decirlo en buen francés. Resultan ser seres casi anónimos que viven o casi vegetan a la sombra del árbol que riega el cónyuge poderoso. Suelen ser personas no muy bien vistas por el ojo público, una maquinaria voluble si las hay.
También en la vieja Europa vivió un matrimonio desparejo donde la reina Catalina de Navarra se desesperaba por la parsimonia de su marido, Jean d’Albret, un hombre más inclinado a la poesía que a las guerras y al que, la verdad, le daba mucha flojera tener que salir a defender su reino. Resultado de sus escasas dotes para la política, en un sistema donde debía ser el monarca quien tomara las mayores decisiones, el matrimonio debió ceder Navarra a la corona inglesa y refugiarse en Francia.
Más acá en el tiempo, poco brillo tuvo el atosigado marido de la Dama de Hierro Margaret Thatcher, que gobernó Gran Bretaña entre 1979 y 1990. Sir Denis, que así se llamaba, falleció en 2003 sin haber dejado nunca de ser satirizado por la opinión pública inglesa, que lo consideraba un esposo sumiso, aficionado al golf y a la ginebra y en quien la feroz mandataria solía descargar toda su ira.
El amor no solo se refiere al que se profesan las parejas sino también al que pueden sentir los políticos hacia su país. ¿Crees que el amor influye en las decisiones políticas?
Recuerdas un gran amor de políticos??