Los feretros que se movian (The Chase Vault )

Dr3y

Bovino Nihilista Positivo
#1
La bahía de Oistin, en la costa sur de la isla de Barbados, en las Indias Occidentales, se asemeja al ambiente que reflejan los carteles que anuncian viajes al Caribe. Su fama turística, sin embargo, no se basa en las palmeras ondulantes y las arenas coralinas. Aquí, en el cementerio de la Iglesia de Cristo, se encuentra uno de los grandes enigmas del siglo pasado.
Vista aérea de la Iglesia de Cristo​
La tumba no es sino una cripta masiva, de enorme tamaño, construida en parte sobre la superficie y en parte bajo tierra. Actualmente está vacía por completo y este vacío representa su secreto. Porque la cripta no pudo emplearse para su propósito original, como una cámara dignificada y tranquila de reposo para los muertos.

En los registros de la iglesia se hace referencia a la tumba como la cripta Chase, aunque otras personas que no pertenecían a la familia Chase recibieron sepultura en su interior. Una bóveda mortuoria semejante costaría una pequeña fortuna en la actualidad, y hace ciento setenta años se le consideraba muy costosa. Está construida de inmensos bloques de roca de coral, pegados firmemente con cemento; la cripta está hundida 70 centímetros dentro del duro terreno calizo. El techo, abovedado en el interior, aparece plano sobre la superficie. El interior mide cuatro metros de largo por tres de ancho. La entrada, ubicada a un lado, estaba cerrada con una enorme y pesada losa de mármol azul, misma que proporcionaba a la estructura el aire de una fortaleza, y un aura de impenetrabilidad egipcia.
Nada se sabe acerca de la primera persona sepultada aquí, excepto su nombre.
Se trataba de una mujer: Thomasina Goddard; su féretro se colocó dentro de la cripta en julio de 1807. En 1808 siguió el ataúd de la pequeña Mary Anna Chase, que murió debido a causas desconocidas a la edad de dos años. Después, el 6 de julio de 1812, llegó Dorcas, una hermana mayor de Mary Anna, cuya muerte dio origen a algunas murmuraciones. Se había divulgado que el tiránico padre de la chica la había atormentado hasta la desesperación, y que ella se había quitado la vida rehusando todo alimento. Sea cual fuere la validez de este rumor, su funeral se efectuó sin incidente.
Interior de la cripta​
Cuatro semanas más tarde la tumba tuvo que abrirse nuevamente para recibir el cuerpo del jefe de la familia Chase, el honorable Thomas Chase, quien era, según la opinión general, uno de los hombres más odiados de la isla. Y conforme la luz de la lámpara fue iluminando la cámara, se hizo claro que algo había sucedido. Los féretros no se encontraban en sus posiciones originales. El de la infante Chase había sido arrojado, con la cabeza hacia abajo, a la esquina opuesta, en tanto que el de la señora Goddard se encontraba sobre un costado, contra la pared.
Los miembros blancos del cortejo fúnebre se mostraron indignados ante esta profanación, culpando de ella inmediatamente a los obreros de color del cementerio. Los negros parecían estar mucho más molestos, aunque por una razón diferente. Los ataúdes fueron colocados nuevamente, con todo respeto, en orden; se añadió el de Thomas Chase a la hilera y se cerró una vez más la cripta.
Pasaron otros cuatro años. Entonces, el 25 de septiembre de 1816, la lúgubre losa de mármol en la entrada del sepulcro se alzó hacia un lado para dar entrada a otro niño. El amo Samuel Brewster Ames había muerto a la edad de once meses. Al entrar el grupo acompañante de dolientes a la cámara, clavaron la vista y se quedaron horrorizados. ¡Los profanadores habían hecho de las suyas una vez más! Los cuatro féretros yacían volcados en salvaje desorden.
La reacción inmediata fue de absoluta ira. Nadie dudaba que se trataba de la obra de los asquerosos negros. El mes de abril anterior, Barbados había sido escenario de uno de los muchos malogrados levantamientos de los esclavos, rebeliones que bañaban periódicamente en sangre las Indias Occidentales. La rebelión había sido aplastada, como lo eran la mayor parte de ellas. Esta profanación a los muertos era, claramente, un acto de venganza.
Pero una vez que se apaciguó el primer alboroto de enojo, los hechos comenzaron a aparecer considerablemente menos obvios. La cripta contaba únicamente con una entrada y la losa de mármol que la protegía se había encontrado firmemente en su sitio. El cemento que recubría las orillas de la entrada estaba duro como la piedra.
Además, estaba el asunto de los féretros mismos. El de la señora Goddard era una endeble caja de madera, fácil de mover. Pero el ataúd del honorable señor Chase era tremendamente pesado. Estaba construido por un armazón interior de madera; la caja exterior estaba hecha de plomo. Con Chase dentro del féretro (un hombre gigantesco, que pesaba alrededor de 118 kilos) habían sido necesarias ocho personas para poner el ataúd en su sitio. Ahora se encontraba sobre un costado, varios metros hacia la izquierda del sitio donde había sido colocado. ¿Cómo habían podido los vándalos, cuando menos ocho de ellos, penetrar en la tumba y realizar su trabajo sin que se les hubiera visto?
Los esclavos negros, que ejecutaban todas las faenas pesadas en los sepelios, estaban mucho más turbados que sus amos. Únicamente las órdenes bruscas los mantuvieron cerca de la cripta y los hicieron levantar los féretros y colocarlos nuevamente en honroso orden. En esta ocasión la plancha de mármol fue colocada con especial cuidado.
El siguiente sepelio tuvo lugar el subsecuente mes de noviembre, solamente 52 días más tarde. El hombre fallecido era Samuel Brewster, padre del niño que yacía ya en la cripta. Había sido apaleado hasta la muerte por sus esclavos durante la revuelta de abril y se le había inhumado temporalmente en otro sitio. Ahora, conforme el cortejo se acercaba a la cripta Chase, una multitud de curiosos fue siguiendo a la procesión. Se había divulgado el rumor de los hallazgos.
En esta ocasión la losa de mármol parecía estar definitivamente sin tocar; fue necesario un esfuerzo considerable para moverla. Pero al caer el primer rayo de luz dentro de la aterradora cámara, aquellos que se encontraban más cerca pudieron ver que había sucedido nuevamente.
Los féretros estaban esparcidos. El armazón de madera de la señora Goddard se había desarmado, si bien fue imposible determinar si esto se debió a causas naturales o al manejo brusco. Los otros cuatro, todos hechos de plomo, habían sido barajados como un monte de naipes.
Esta vez el reverendo Thomas Orderson, rector de la Iglesia de Cristo, junto con un magistrado y otros dos hombres, realizaron un registro minucioso de la cripta. Examinaron los muros y el techo abovedado en busca de humedad y encontraron el interior completamente seco. Escudriñaron el piso en busca de grietas y lo encontraron sólido. No había nada que ellos pudieran hacer, excepto supervisar la labor de colocar los féretros, una vez más, en el orden prescrito.
Los esclavos se encontraban bajo un estado de abyecto terror. Aunque los negros de Barbados estaban menos impregnados en el vudú de sus contrapartes de Haití, estaban convencidos que la cripta estaba maldita. Los poderes maléficos que se hallaban dentro de esa cámara podían atacar a cualquier persona que entrara en ella. Únicamente el temor más inmediato a sus amos los podía mantener en el trabajo. Una vez más, la losa se deslizó sobre la entrada y la tumba quedó en la oscuridad y el silencio.
En cuestión de semanas, todos los habitantes de Barbados y de las Indias Occidentales británicas se habían enterado de los sucesos acaecidos en la Iglesia de Cristo. Multitudes de curiosos se dirigían al cementerio, para después agolparse alrededor de la cripta, e irritaban al reverendo Orderson con preguntas que él no podía responder.
Los habitantes blancos de Barbados esperaron sumamente ansiosos el siguiente funeral, pidiendo a sus amigos y parientes que residían en el área, “que se aseguraran de hacérnoslo saber a tiempo”. Varios capitanes dirigían sus buques al interior de la bahía de Oistin, esperando la remota posibilidad de que la cripta pudiera ser abierta en tanto ellos se encontraran ahí. Por el contrario, la población de color se mantenía tan lejos del sitio como podía. Aun los templados encargados del cementerio se apartaban de la tumba, y siempre trabajaban cerca de ella por parejas, nunca a solas.
Los curiosos tuvieron que esperar casi tres años antes de que se llevara al cabo la siguiente inhumación. El 17 de julio de 1819 el ataúd de madera de la señora Thomasina Clarke fue preparado para su sitio de descanso dentro de esa cámara de inquietud. No había ninguna duda acerca de la importancia de la ocasión. Aunque la señora Clarke había sido una persona de poca importancia mientras vivió, sus restos se vieron acompañados de la presencia del gobernador de Barbados, lord Combermere, los edecanes de éste, el comandante de la guarnición y por la mayor parte del clero de la isla, y por cientos de espectadores.
Los negros tuvieron que trabajar arduamente y por largo tiempo para quitar la losa de mármol de la entrada de la tumba. El cemento que sostenía la puerta en su sitio se encontraba sólido y sin tocar: algo del interior parecía estar resistiendo, algo pesado e inerte. Cuando la losa fue finalmente movida, se hizo claro de qué se trataba: ¡El féretro del difunto Chase estaba atrancado firmemente contra la puerta de entrada, casi a dos metros de distancia del sitio donde había sido colocado!
Los otros ataúdes estaban dispersos. Los de los niños, que se habían colocado sobre los más grandes, yacían ahora sobre el piso de piedra. Únicamente la caja de madera de la señora Goddard se encontraba en el sitio donde había sido colocada.
Dibujos esquemáticos que muestran los cambios de posición de los ataúdes​
Éste era el detalle más desconcertante. La caja que contenía los restos de la señora Goddard se había encontrado sumamente deteriorada la ocasión anterior en que se había abierto la cripta. Los tablones de madera del féretro se estaban partiendo y tuvieron que atarse con un alambre. El féretro, por consiguiente, se había apoyado contra la pared del fondo de la cripta, lejos de todos los demás. Sin embargo, éste, el más endeble y el más precariamente colocado de todos, fue el único ataúd que no se había movido.
Durante largo tiempo, el cortejo fúnebre se quedó de pie, en silencio; el asombro se había apoderado de todos; nadie podía creer lo que veían sus ojos. Después, los murmullos de aquellos que se encontraban en el exterior de la cripta, empujando y dando codazos para poder mirar más de cerca, penetraron dentro de la cámara. Su excelencia el gobernador recordó su posición y la dignidad que debía de preservarse. Se puso en acción.
Lord Combermere era un viejo soldado de caballería, un intrépido militar que había encabezado cuatro ataques de sable contra los franceses durante las campañas españolas de Wellington, y tenía las cicatrices que lo demostraban. Sabía sobrellevar bien el temor. Ahora asignó a cada una de los hombres que integraban el cortejo una tarea específica. Examinaron el piso, las paredes, el techo, pie por pie, buscando la más pequeña grieta que pudiera indicar una entrada oculta o un túnel. Escudriñaron minuciosamente los féretros sellados, para ver si alguien había intentado abrirlos mediante una palanca.
Todas las líneas de investigación quedaron en blanco. No existía absolutamente ningún otro acceso para entrar en la cámara, salvo por el frente. Las tapas de las cajas estaban firmemente cerradas, sin ninguna marca o astilla que indicara que se había efectuado un intento por abrirlas. La cripta estaba seca. Aparentemente, estaba hermética.
Por cuarta y última vez, los féretros se alzaron de nuevo, para colocarlos en formación, situando los tres más grandes de plomo en el piso y los de los dos niños y el de madera de Thomazina Clarke sobre los de mayor tamaño.
Después, el gobernador supervisó personalmente que se esparciera una gruesa capa de suave arena blanca de la playa sobre el piso, arena que mostraría las huellas delatoras de cualquier persona que entrara en la cripta. La losa de mármol se alzó para ponerla en su sitio y se cerró con cemento. Como última salvaguarda, lord Combermere, su asistente y su secretario y otros dos hombres, hicieron varias impresiones en el cemento fresco con sus sellos personales.
Quienquiera que intentara abrir la puerta de ahora en adelante tendría que romper esas impresiones.
Durante los meses que siguieron, la Iglesia de Cristo se convirtió en el objeto de un sinnúmero de peregrinaciones. Muy a disgusto del reverendo Orderson, personas de todos los rincones de las Indias Occidentales tocaban constantemente a su puerta para obtener información, y pasaban largas horas mirando boquiabiertos, con morbosa fascinación, la silenciosa mole de piedra. Llegaban por grupos y en reuniones familiares desde sitios tan lejanos como Jamaica. Citando las palabras del sacristán de la parroquia, su conducta se distinguía por “carecer por completo de decoro cristiano y un poco de cortesía común. Parecían considerar que esa porción de tierra santificada no era más respetable que un toril o un teatro guiñol, y tenían la ventaja de que no les costaba un solo penique contemplarla”.
Los esclavos negros eran la excepción. Sentían pavor por el lugar y no se atrevían siquiera a mencionarlo. Los visitantes descubrieron muy pronto que era inútil pedir informes a un esclavo para llegar a la cripta. Ellos pretendían no haber oído hablar nunca de ella; inclusive la promesa de dinero fracasaba para sonsacar una respuesta.
El asunto de la cripta Chase agobiaba la mente del gobernador. El tema frecuentemente surgía en su conversación, particularmente con los hombres que lo habían ayudado a sellar la tumba.
Por la tarde del 18 de abril de 1820 prácticamente todo el grupo se encontraba reunido en la residencia de lord Combermere. La plática, una vez más, se centró alrededor del sepulcro. Habían pasado ya más de ocho meses desde el último entierro y su excelencia estaba francamente ansioso por saber si algo había sucedido “allá abajo”. Una de las ventajas de ser gobernador de una colonia durante aquellos días era que podía satisfacer sus más mínimos deseos sin consultar con nadie. Combermere sugirió que visitaran la tumba de inmediato.
El grupo se puso en marcha. Además del gobernador, estaban el mayor Finch, su secretario y tres miembros de su personal, de nombres Nathan Lucas, Rowland Cotton y Bowcher Clarke. Durante el trayecto, recogieron a dos albañiles para que se hicieran cargo de la labor manual, y también al rector Orderson, para prestar a la investigación un toque de solemnidad espiritual.
Bastó un vistazo para demostrar que ninguno de los seis sellos impresos en la entrada habían sido tocados. El cemento alrededor de la losa de mármol estaba duro como el granito. Los albañiles lo quebraban en silencio. Ninguno de los funcionarios hablaba.
Luego se hizo a un lado el voluminoso mármol y la tumba quedó al descubierto. Lentamente, los hombres fueron introduciéndose; sus ojos se acostumbraban gradualmente a la oscuridad y sus pulmones respiraban el aire frío y rancio.
¡La cripta se encontraba en un caos! Algunos de los féretros se hallaban volteados boca abajo, incluyendo el ataúd, tremendamente pesado, de Thomas Chase. El féretro de uno de los niños yacía ahora en los escalones que llevaban al interior de la cámara. Una vez más, el único féretro que estaba sin mover era el manojo de tablones atados con alambre que alojaba los restos de la señora Goddard. Se encontraba apoyado contra la pared, en el sitio donde se le había dejado originalmente.
La capa de arena cubría todavía el piso. No había huella alguna, una sola marca de ninguna especie, a la vista.
Lord Combermere realizó una vez más las maniobras para hacer examinar el sepulcro.
Este boceto ejecutado por el honorable Nathan Lucas, testigo presencial de los extraños eventos ocurridos en la isla de Barbados, muestra el cambio de posici6n de los ataúdes, antes y después de la confusión. Se encuentra dentro de la Iglesia de Cristo​
De acuerdo con el relato de Nathan Lucas:
“Yo examiné las paredes, la bóveda y todas las partes de la cripta y encontré todos los sitios viejos y similares, y un albañil, en mi presencia, golpeó cada uno de los rincones del fondo con su martillo, y todo estaba sólido. . . ”
Otros hombres escudriñaron minuciosamente los alrededores de la cripta, por la superficie, esperando encontrar algo que indicara la existencia de un túnel. No encontraron nada. La tumba estaba completamente hermética: la entrada, sellada. Y aun así, había penetrado alguna fuerza que podía volcar un féretro de plomo que había necesitado de ocho hombres fuertes para moverlo.
En este punto, el gobernador se dio por vencido. Ordenó que se evacuara la cripta y se sepultaran los féretros en otro sitio. La tumba ha estado vacía y abierta desde entonces.
Para tratar de resolver el enigma de la cripta Chase, nos encontramos obstaculizados por nuestra falta de información acerca de las personas inhumadas en ese sepulcro. El reverendo Orderson era el rector de la Iglesia de Cristo durante el periodo completo. Aunque él conservó un registro detallado de los eventos, no reveló el porqué tantos extraños fueron sepultados en la cripta Chase, ni tampoco quiénes eran ellos. En la mayor parte de los casos, ni siquiera declaraba la causa de la muerte.
Sabemos por otras fuentes que el honorable Thomas Chase tenía la mala reputación de ser un déspota con sus esclavos y de amedrentar constantemente a su familia.
No hay manera de decir si el resto de las personas eran tan odiadas como Chase, si fue efectivamente el odio lo que motivó el vandalismo cometido contra los féretros. El robo se puede descartar. Todas las personas involucradas profesaban la religión anglicana y fueron sepultados sin objetos de valor. Si fue una fuerza humana la que movió los ataúdes, esas manos los podrían haber forzado igualmente, para abrirlos. Sin embargo, todas las tapas permanecieron en su sitio.
Pero parece extremadamente improbable que los desórdenes hayan sido causados por alguna fuerza humana.
Se han sugerido tres posibles causas naturales para explicar los desórdenes: terremotos, fugas de gases e inundaciones. Ninguna de éstas, sin embargo, tiene mucho sentido.
Las Indias Occidentales forman, ciertamente, una región volcánica y llegan a registrarse ligeros sismos con bastante frecuencia. Pero nunca ha habido un terremoto que afectara únicamente un pedazo particular de terreno, de cuatro por dos metros, y permaneciera ignorado en todos los demás sitios. Sería aún más absurdo suponer que semejante sismo tan extravagante se fuera a producir en el mismo tramo cinco veces seguidas, afectando únicamente el contenido de la tumba, al tiempo que dejaba el suelo, las paredes y el techo sin ninguna señal.
En cuanto a las inundaciones, podría haberse filtrado agua de algún sitio, dentro de la cripta, para después mover el contenido de la misma y bajar de nivel antes de la siguiente inspección. Inclusive los féretros de plomo pueden flotar, siempre y cuando estén herméticos. Pero esta teoría también se desploma después de pensarla cuidadosamente.
Para empezar, un volumen semejante de agua se habría podido notar en el área adyacente. El grupo del gobernador tomó en cuenta la posibilidad de que hubiera ocurrido una inundación y ellos inspeccionaron diligentemente la cripta para encontrar vestigios de ella, tanto por dentro de la tumba como alrededor de la misma. Pero según expresó Lucas:
“No se descubrió vestigio alguno de agua en la cripta, ni señal de los sitios donde hubiera estado. . .” La refutación más eficaz a la suposición de la inundación es el hecho de que el ataúd de la señora Goddard, que consistía de simples tablas de madera, habría flotado con mayor facilidad que los de plomo. Sin embargo, ese féretro fue el único que permaneció firmemente en su sitio.
Lo cual agota todas las causas que podrían c1asificarse como “naturales”. De esta manera, queda el campo abierto para las causas sobrenaturales. Por consiguiente, intervienen los espiritistas:
Tres o cuatro investigadores con fuertes tendencias síquicas, de los cuales el más famoso es sir Arthur Conan Doyle, quedaron intrigados por el enigma e intentaron dar sus propias interpretaciones particulares. Todas las personas orientadas síquicamente señalaban un hecho que no parece haber pasado por la mente de las personas involucradas: la tumba se volvía “intranquila” únicamente después del entierro de un suicida. No se había reportado desorden de ninguna especie con anterioridad a la inhumación de Dorcas Chase.
Empero, una cosa era hacer resaltar esta verdad innegable, y otra muy diferente, sacar conclusiones a partir de ella. Todavía quedaba sin explicación la manera en que esto podía ser la causa del movimiento de los féretros.
Conan Doyle trató de arrojar un poco de luz sobre el asunto, pero en una forma que habría sacado de sus casillas a Sherlock Holmes. En el que fuera probablemente el artículo más insulso que jamás haya escrito, sir Arthur declaró que el desorden se debía a una sustancia llamada “efluvios”. Los esclavos que habían portado los féretros introdujeron los efluvios en la cripta. Ahora bien, efluvio, según el significado que da el diccionario, significa sencillamente “exhalación”. Pero Doyle, en una forma deliciosamente vaga, hace que los efluvios se combinen con ciertas “fuerzas” no citadas, dentro de la cripta sellada. La combinación entonces se convierte en una fuerza combustible que procede a lanzar de un lado a otro el contenido del sepulcro. El génesis de esta energía lo facilitó, de acuerdo con sir Arthur, la presencia de la “vitalidad sin uso” que, como él sostenía, persiste en todos los sitios donde la vida se ha interrumpido bruscamente mediante el suicidio o el asesinato.
Sir Arthur fue lo suficientemente modesto para llamar a ésta una “teoría provisional”. El gran detective de la eterna pipa que él creó, la habría llamado, sin duda, de otra manera.
La dificultad principal que se presenta para obtener una solución factible radica en la naturaleza de la evidencia. Los registros originales del reverendo Orderson se extraviaron durante el huracán que destruyó la Iglesia de Cristo en 1831, o en el incendio que acabó con las oficinas reconstruidas en 1935. Investigadores posteriores podían tratar únicamente con las copias de los registros, o con las copias de las copias. Una vez que un relato semejante se recibe de terceras personas pueden llegar a perderse gran cantidad de detalles esenciales.
Los relatos escritos por los miembros del personal del gobernador se conservaron; pero estos testigos oculares estuvieron presentes solamente en dos de las cinco aperturas de la cripta. En cuanto a las otras tres, simplemente declararon lo que habían escuchado. Estos huecos pueden no constituir una diferencia apreciable en el caso, pero los vacíos hacen la evidencia incompleta.
Imágenes de la cripta Chase, con su escudo familiar​
Una serie de eventos sorprendentemente similares tuvo lugar en otra isla, en una porción diferente del globo terráqueo, veinticuatro años más tarde. La isla se conocía entonces con el nombre de Osel, pero desde aquel tiempo se le cambió al de Saaremaa. Osel formaba parte de la provincia imperial rusa de Estonia, conocida actualmente como la República Soviética Socialista de Estonia. El pueblo al que haremos referencia se llamaba, en aquella época, Ahrensburg, pero se rebautizó desde entonces como Kuresaare. Los habitantes de Osel son baltos luteranos, sin relación con los rusos eslavos.
Durante el me de julio de 1844 varios visitantes del cementerio de Ahrensburg encontraron que sus caballos se aterrorizaban cuando los dejaban atados a las barandillas que circundaban el camposanto. Durante cuando menos seis ocasiones, los animales estacados se volvieron locos de miedo, encabritándose y tirando coces para poder liberarse, y uno de ellos murió realmente en sus frenéticos esfuerzos.
Las barandillas se encontraban a lo largo del camino que llevaba del pueblo al panteón. De frente a la carretera había tres capillas y criptas privadas pertenecientes a la nobleza. Entre ellas se encontraba la imponente tumba de la familia Buxhoewden, un antiguo clan de barones.
El 24 de julio fue sepultado uno de los Buxhoewden. El féretro de madera de encino yacía en la capilla e iba a ser transferido a la cripta. Cuando se abrió la puerta de la cámara mortuoria, los dolientes se encontraron frente a un fantástico espectáculo. Todos los ataúdes que estaban dentro de la cripta familiar, excepto tres de ellos, habían sido arrastrados de sus estantes de hierro y se hallaban amontonados en él centro del sepulcro.
Después de colocar los féretros nuevamente en su sitio, la familia presentó una queja ante el consistorio, una corte eclesiástica que presidía el barón de Guldenstubbé. Los miembros que integraban la corte eran: el obispo luterano, el alcalde del pueblo, un médico, dos legos del gremio artesanal y un secretario. El consistorio llegó a la conclusión de que el cementerio había recibido la visita de algunos profanadores, y tomó acción inmediata. La corte colocó guardias en los alrededores y añadió dos candados más a la entrada de la cripta, la cual contaba con una puerta interior y una exterior, cada una de ellas firmemente atrancada.
Tres días más tarde la corte inspeccionó la cripta. Los guardias, soldados de la guarnición de la isla, reportaron que no había habido desórdenes. Tanto los candados antiguos como los nuevos en ambas puertas estaban intactos. Sin embargo, en el interior de la tumba todo estaba de cabeza. Todos los féretros, salvo los tres que no se habían tocado en la ocasión anterior, habían sido bajados de sus estantes, dos se hallaban volcados y dos estaban sobre un costado.
Se llevó al cabo una investigación oficial, durante la cual el barón de Guldenstubbé y el obispo interrogaron a todos los trabajadores del cementerio y a muchos de los visitantes al mismo. Los soldados inspeccionaron la cripta en busca de un pasaje oculto; se escudriñó una amplia área alrededor del sitio en busca de señales de un túnel. No se encontró ninguna otra entrada. El examen minucioso de los candados tampoco reveló señales de que hubieran intentado forzarIos.
El consistorio ordenó entonces que se abrieran dos de los ataúdes desplazados, pero lo único que encontraron dentro de ellos fueron los restos humanos en diversas etapas de descomposición. La cripta se registró para encontrar vestigios de humedad, pero se encontró que estaba perfectamente seca. Finalmente, los trabajadores levantaron todo el embaldosado de la tumba y escudriñaron los cimientos de la capilla que se encontraba encima. .. ¡Nada!
Como precaución, se cambiaron una vez más todos los candados de las puertas, se rociaron cenizas menudas de madera sobre el piso de la cripta y se sellaron las puertas, tanto con los sellos de la municipalidad como con el de la familia Buxhoewden. Se esparció otra capa más de cenizas, de varias pulgadas de espesor, sobre los escalones que llevaban de la capilla a la cripta. Los guardias se formaron, en esta ocasión, en un círculo alrededor de la ubicación de la tumba.
El consistorio esperó solamente tres días antes de efectuar un registro. La cripta fue abierta y se encontró que estaba en un estado de caos. Los ataúdes estaban esparcidos, volcados, parados. La tapa de uno de ellos se había abierto; otros dos se hallaban agolpados en un rincón, como dos trocitos de leña.
Al igual que en la ocasión anterior, los mismos tres ataúdes habían quedado sin tocar. ¡Y el recubrimiento de cenizas presentaba una superficie suave e inalterada!
La corte admitió la derrota. Los féretros se sacaron y se sepultaron en un sitio diferente del cementerio. La cripta familiar de los Buxhoewden quedó vacía. Resulta extraño que el último miembro del clan Buxhoewden que se inhumó en ese sepulcro antes de que se iniciaran las dificultades haya sido un joven que, según se decía, se había suicidado de un tiro.
El relato anterior lo publicó por primera vez el erudito diplomático norteamericano, Robert Dale Owen, quien lo había escuchado de labios del hijo y la hija del barón de Guldenstubbé en París, en 1859, lo cual hace de la historia una narración de terceras personas y sitúa a la relación quince años después del evento, una forma, ciertamente, muy poco fidedigna de hacer una crónica. Los esfuerzos subsecuentes que realizaron los representantes de la Sociedad Británica para la Investigación Síquica no consiguieron descubrir alguna evidencia documental. Pero los habitantes más viejos de Osel recordaban muy bien la historia, y la cripta vacía se encontraba ahí para cualquier persona que la quisiera ver.
Exactamente qué fue lo que ocasionó que los dos suntuosos sepulcros familiares fueran abandonados, es algo que nadie ha logrado desentrañar. Como advirtió en una ocasión el reverendo Samuel Wesley:
“La imaginación, supongo, podrá encontrar alguna interpretación; pero la cordura, ninguna.”


http://en.wikipedia.org/wiki/Chase_Vault

:mota:
 
#7
chido
yo tenia un libro se llamaba Rumbo a lo desconocido de Read and ...
eso
donde ponian todo esto esta chido los de wiki se lo chacaleraon todo de ahi men..
Esther donde esta Esther quiero mi libro de vuelta
 

B3aT00.9

Bovino adolescente
#10
hay esta increible la info. pero despues de lo de la iglesia de cristo me dio weba haha
aun asi se te agradece la informacion
saludos!!!
 
#16
exelente aporte, hacia tiempo que no leia esta historia, la primera ves que la lei fue en una revista llamada duda, gracias por el buen rato de entretenimiento
 
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