La noche triste.

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La noche triste.


Para el año 1520, Hernán Cortés ya se había asentado en México y la conquista del inmenso Imperio Azteca no había producido mayores contratiempos a la armada española, la potencia militar más importante del mundo por entonces. Las huestes de Cortés (un fiel vasallo del rey Carlos V) dominaban el vasto territorio otrora gobernado a sangre y fuego por los temidos aztecas o mexicas. Ese mismo año partió de Cuba una expedición al mando de Pánfilo de Narváez, por iniciativa del gobernador Diego de Velázquez, con el objetivo de someter a Cortés a los dictados del Gobernador y para que aceptara la jurisdicción del mismo sobre los territorios recientemente conquistados. Para esta expedición se reclutó una gran cantidad de soldados, a los cuales se les prometió fuertes recompensas en oro. La arenga de Velázquez y Narváez surtió efecto: más de 900 soldados castellanos y 1.000 nativos formaron parte de la expedición punitiva contra el militar español. Las noticias de una flota que se avecinaba con las peores intenciones llegaron a Cortés que, conforme a su condición de excelente tiempista, tomó una decisión osada: reunió a sus soldados más valiosos, juntó a un puñado de indios amigos y avanzó al encuentro. Las tropas de Narváez chocaron con las de Cortés en Veracruz y América asistió como testigo al encarnizado enfrentamiento entre soldados españoles. Antes de su partida, Cortés procuró dejar Tenochtitlan en orden y colocó a Pedro de Alvarado a cargo del control de la ciudad, con un destacamento de 140 soldados escasamente armados y al rey azteca Moctezuma II bajo custodia. Esta situación, donde hombres blancos (supuestos enviados de los dioses) se peleaban entre ellos, alimentó las suspicacias de la elite indígena y también del pueblo azteca. En ausencia de Cortés, el rey solicitó autorización a Alvarado para realizar una celebración en honor de Huitzilopochtli, dios de la guerra. El comandante español autorizó la fiesta bajo condición que no se realizara ningún sacrificio humano, ni se adorasen a otros dioses paganos. Durante los días previos al festival corrieron rumores de una gran rebelión, que detonaría durante la celebración; y los indios amigos de los españoles, deseosos de venganza contra sus antiguos opresores aztecas, informaron a Alvarado.







Para la cultura mexica, los bailes y celebraciones no consistían únicamente en una diversión o ritual sino que, a través de las mismas, se buscaba obtener el favor de los dioses. Es por eso que estas celebraciones se preparaban con antelación y todo el pueblo participaba de manera entusiasta, confeccionando ropa, pieles, máscaras, tambores, etc. El festival en honor a Huitzilopochtli se realizó en un templo cercano al palacio donde residían los españoles y en el que estaba preso Moctezuma II. Los relatos señalan que había más de cuatrocientas personas bailando y miles de espectadores, cuando una comitiva armada de soldados españoles irrumpió en el templo y bloqueó las salidas. Bernardo de Sahagún recopiló testimonios de lo ocurrido aquella noche “(…) cercaron a los que bailaban (…) le dieron un tajo al que estaba tañendo: le cortaron ambos brazos. Lo decapitaron: lejos fue a caer su cabeza cercenada. Al momento todos acuchillan, alancean a la gente y les dan tajos. A algunos los acometieron por detrás, a otros les desgarraron la cabeza y a otros les dieron tajos en los hombros. (…) Todas las entrañas cayeron por tierra”. En el palacio, un grupo de soldados españoles se abalanzó sobre la nobleza azteca prisionera cuando comenzaron los disturbios en el templo. La dramática descripción da cuenta de la matanza perpetrada por los españoles sobre el pueblo azteca (el propio Alvarado llegó a señalar que ese día asesinó a dos o tres mil personas). Los sacerdotes mexicas llamaron a la guerra tañendo los tambores y convocando a recoger armas del templo. Miles de sofisticados guerreros aztecas, mujeres e incluso niños se dirigieron hacia el Palacio de Axayácatl e incendiaron los bergantines amarrados en los canales que rodeaban al mismo. Si bien los españoles lograron sofocar esta primera embestida, quedaron encerrados en el palacio, prácticamente sin agua potable, ni provisiones de alimentos. Hernán Cortés regresó a la Ciudad de México cuando habían transcurrido 40 días de sitio para los hombres que él había dejado a cargo. El escenario era devastador: sus valerosos soldados estaban al borde de la inanición, buena parte de la clase dirigente azteca había sido asesinada por la impericia de Pedro de Alvarado y el rey Moctezuma II estaba totalmente desacreditado ante los ojos de su pueblo. Además, Cuitláhuac (hermano de Moctezuma y experto guerrero) había logrado escapar del palacio y estaba organizando un plan de ataque. Por otra parte, las fuerzas de Cortés habían ascendido a 1.000 soldados españoles (parte del derrotado ejército de Narváez fue endulzado con la posibilidad dealzarse con oro y plata) y alrededor de 2.000 aliados indígenas.



BATALLA POR LA LIBERTAD







La posibilidad de instalar un orden pacífico era escasa. No obstante, Cortés comenzó a jugar sus cartas: intentó relegitimar al rey azteca ante su pueblo, pidiéndole que se pronunciara desde las alturas del palacio. El líder accedió y el balcón recibió una lluvia de flechas, lanzas y piedras de todos los tamaños que alcanzaron a herir a Moctezuma. Ese día, un miembro prominente de la elite indígena habría señalado ante el titubeante discurso del rey: “(…) qué es lo que dice ese bellaco de Moctezuma, mujer de los españoles, que tal se puede llamar, pues con ánimo mujeril se entregó a ellos de puro miedo (…) no le queremos obedecer, porque ya no es nuestro rey, y como a vil hombre le hemos de dar el castigo y pago (…)”. Moctezuma falleció días después, confinado en el palacio y negándose a recibir asistencia médica. El pueblo mexica se enteró de la muerte de su monarca y dio un ultimátum a los españoles en el que aclaraban que debían abandonar la ciudad en breve o se les daría muerte y se los comerían como animales salvajes.





Encerrados en el castillo, escasos de alimentos y rodeados por un pueblo que clamaba venganza, el ánimo comenzó a flaquear en las tropas españolas. Retirarse implicaba perder un tesoro valuado hoy día en más de seis millones de dólares. Razones menos mundanas enfatizarán en el compromiso asumido por Cortés de entregar la Ciudad de México al rey Carlos V y así consolidar el proceso de conquista y colonización del Nuevo Mundo. Pero el hambre y la sed comenzaron a acechar y, luego de arduas discusiones, se optó por un escape nocturno. La medianoche del 1 de Julio de 1520, Hernán Cortés, valeroso guerrero español, huyó del Palacio de Axayácatl, detrás de doscientos soldados, algunos generales y bajo una persistente llovizna. El plan de escape consistió en la utilización de unos puentes portátiles de madera, que les permitirían atravesar los canales y buscar apoyo. Sin embargo ésa no sería la noche de Cortés, ni de la armada española. Hay relatos que mencionan el grito de alerta de una lavandera. Otros, en cambio, describen el repique de los tambores de los sacerdotes que despertaron al pueblo en la oscuridad de la noche. Lo cierto es que el corazón de un pueblo sometido y ansioso de libertad no lograba descansar. Lo que ocurrió entonces no podría narrarse en su cabal dimensión: una inmensa lluvia de piedras, lanzas y flechas descendió sobre los soldados ibéricos. Miles de guerreros mexicas en canoas destruyeron los puentes portátiles, arrojando al agua a los invasores que se hundían por el peso del oro que llevaban en sus alforjas. Sólo los menos ambiciosos lograron cruzar los canales y ponerse a salvo de la furia azteca. Otros, simplemente fueron muertos a pedradas en la nuca, una práctica habitual que los indígenas aplicaban a los delincuentes. Los especialistas señalan que la derrota de los castellanos en los puentes de Tenochtitlan, en manos del pueblo azteca, fue el peor revés sufrido hasta entonces por los europeos en el Nuevo Mundo. Cortés, por su parte, logró escapar de la Ciudad de México pero los ánimos del gran estratega habían sido pulverizados.

El gran historiador americanista William H. Prescott señaló al respecto que “el español desmontó de su cansada montura, y sentándose en arbol, miró con tristeza las destrozadas filas a medida que pasaban frente a él. La caballería estaba mezclada con la infantería, sus corazas hechas añicos y sus destrozadas ropas chorreando lodo salino, mostrando a través de sus rasgaduras muchas magulladuras y terribles heridas, las brillantes armas manchadas, los orgullosos penachos y estandartes habían desaparecido, el equipaje, la artillería, todo. En pocas palabras, lo que constituía el orgullo y el despliegue de la magnífica guerra estaba perdido para siempre. Aunque acostumbrado a controlar sus emociones, o al menos a ocultarlas, la visión fue demasiado para él. Se cubrió la cara con las manos y las lágrimas que corrieron mostraron claramente la angustia de su espíritu”.





Tiempo después, Cortés rearmó su ejército y, apoyado por los indios amigos (un factor clave para una cabal comprensión de la conquista de América), volvió a Tenochtitlan y logró reconquistar la ciudad para la Corona Española.



Skate or die...

 
Y

YREN

Visitante
#2
Me gusta leer cuanto Cortes lloro la pérdida de Tenochtitlan y de la mitad de su ejército. Lastima que no todo quedo ahi, fue
volvió a Tenochtitlan y logró reconquistar la ciudad para la Corona Española
esa parte no m gusta... :(
 

uncle albert

Bovino maduro
#8
buen post bro....aunque el mal llamado arbol de la noche triste...deberia ser al reves...por culpa de los malditos españoles estoy bien pinche feo.....xq si no hubieran venido a llenarnos de enfermedades...yo fuera otra cosa....
 

*!!naT

Bovino de la familia
#9
Genial!! hace tanto que no leía sobre esto...
ya andamos en la conquista, habrá post de la colonia? :p
 
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