Hace 50 años...

Mack

Bovino de la familia
#1
Gagarin es de otra galaxia

Me fascina Gagarin. Lo admiro. Lo admito. Me resulta imposible sustraerme a la fuerza de atracción de su imagen encapsulada, con esa sonrisa que no le cabía en el casco, encajonado en la esfera Vostok como un muñeca matriohska.
Desde que lo vi por primera vez encaramado con pose torera a la columna de Leninski Prospekt, un poste de 33 metros de titanio estirado y estriado como churro, lo tengo en un pedestal.

En mi armario hay tantas camisetas con la cara de Gagarin como zamarras del Real Madrid (suficientes como para organizar un partido 'galáctico' de fútbol siete). Tengo un busto dorado de Gagarin que pesa dos kilosy que compré en Kiev (en el aeropuerto me lo hicieron sacar de la maleta creyendo que era armamento pesado), atesoro decenas de periódicos soviéticos de época con su gesta en primera plana, además de una colección 'gagarina' de cajas de cerillas(una rareza cósmica en peligro de ignición), así como una figurilla totémica suya de madera (las talla un artesano en el mercadillo de Ismaelovo).
También tengo un frasquito con arena del cosmódromo de Baikonur y colecciono documentales, películas y libros sobre Gagarin y otros cosmonautas soviéticos, como Valentina Tereshkova, la primera mujer en el espacio (que ayer precisamente me firmó un libro en un acto oficial cuyo valor en el Rastro podría alcanzar cotas astronómicas). "Yuri Gagarin sabía ser amigo de sus amigos [...] Era una persona muy lúcida y lista, que sabía cantar, descansar..", me dijo Tereshkova, que pone por las nubes a su camarada. Yo también lo hago.
-¿Pero no era comunista?, antepondrán algunos.
-Lo importante es que no fuera culé (en ese caso sí tendría que replantearme seriamente mi devoción).
En realidad no hace falta ensalzarlo: 50 años después de su órbita pionera (108 minutos que dieron la vuelta al mundo) Gagarin se mantiene él solito en todo lo alto, sin necesidad de que lo lleve ya en palmitas la larga mano de Moscú como embajador de la URSS (tras su órbita alrededor de la Tierra Gagarin no voló más al cosmos, pero dio varias vueltas al mundo visitando países extranjeros).

Precisamente Gagarin es el único mito de la era soviética que se mantiene por encima de las ideologías caídas, como si hubiera saltado a tiempo en paracaídas del desplome del comunismo, tal y como salió propulsado de su nave Vostok durante su reentrada. "Gagarin es casi mítico. En este país lo tratan como un Dios", me decía ayer el astronauta español de la NASA, Miguel López-Alegría, en el mismo acto donde estaba Tereshkkova, un encuentro de cosmonautas de todas las épocas que dieron cita en el museo de la cosmonáutca de Moscú para rendir culto al patriarca Gagarin.
Pero, ¿por qué nos gusta Gagarin y no los hombres-bala? ¿En qué reside su fuerza magnética? ¿Por qué las encuestas aparecidas estos días lo presentan como "la personalidad más atrayente del siglo XX"? Moscú lanza hoy salvas y cohetes para festejar un mito que es de traca.
Después de darle vueltas y gravitar sobre el asunto, creo que, en parte, su poder de atracción reside en su estela de 'mito' o de 'santidad', si quieren. Su icono, nimbado por su cofia de metal, sació de alguna manera esa sed de devoción del pueblo soviético, que pudio llenar con Gagarin las hornacinas vaciadas de santos por la hoz comunista.
Famosa es la chanza irreverente de Nikita Jrushchov, el jerarca comunista que apadrinó la carrera espacial, que al parecer le preguntó a Gagarin si había visto a Dios. Gagarin dijo que "niet" (se monta parda si dice que “da”). Gagarin no se daba cuenta, pero su 'descendimiento' en una campo de labor de Saratov lo había convertido en un 'dios en la tierra'. En un dios sin religión. Es un dios universal. En un país donde no estaba bien visto descollar, Gagarin se elevó por encima de todos.

Simbólico fue el encuentro del cosmonauta recién caído del cielo con una campesina y su nieta, a las que tranquilizó diciendo: "soy soviético" (si llega a caer en El Pardo y dice eso lo crucifican allí mismo).
El encuentro con aquellas mujeres adquiere forma de parábola, aunque para bola la Vostok, la esfera de metal que dejó plantada en medio de aquel sembrado, una pieza de Tetris difícil de encajar en la mentalidad cuadriculada de los campesinos.
La 'reentrada' de Gagarin en un Moscú colapsado por la masa que lo jaleaba y su misteriosa muerte a los 34 años durante un vuelo de entrenamiento, lo revistieron de un aura de 'santidad' que trascendía el ateísmo forzado de la URSS. Puestos a buscar 'señales celestiales' en su biografía, diremos que su padre era carpintero. Por no hablar de la cruz de humo que dibujaron los cuatro bloques propulsores de la primera etapa del cohete cuando se separaron dos minutos después del despegue sobre las yermas planicies de Kazajistán (paisaje bíblico donde los haya). A aquella señal celestial (de humo) la llaman ‘la cruz de Koroliov’ en homenaje al padre de programa espacial soviético.
A diferencia de Simeón, el asceta sirio que vivió 37 años en lo alto de una columna, Gagarin lleva ya 50 años en todo lo alto de su pedestal invisible, flotando por encima del bien y del mal. Gagarin es un mito ingrávido y geoestacionario.
A lo largo de los últimos diez años, he tenido la ocasión de dejarme caer en los lugares sagrados donde Gagarin dejó su huella. El peregrinaje me ha llevado hasta la casa verde de Baikonur (donde no durmió la víspera del vuelo, el museo de Saratov donde se conserva el primer avión que pilotó o el asfalto agrietado de la avenida de los Héroes del aeródromo de Engels donde una multitud se apiñó y lo arropó el 12 de abril de 1961 después de que hablara por teléfono con Jrushchov, 'el Dios comunista' en el edificio de investigaciones cientificas.

"El vuelo cósmico no me ha matado, pero ahora temo morir aplastado por vosotros", dijo Gagarin. Y entonces aquel mar de gente se abrió y el cosmonauta recién nacido pudo acceder hasta el coche verde (un Volga) que lo esperaba para llevarlo a Moscú. Esta frase de Gagarin me la contó Piotr Kvashniuk, un oficial que aquel 12 de abril se convirtió en el primer fotógrafo de Gagarin tras su vuelo, mientras me enseñaba sus fotos inéditas.
Aquella avenida que alfombró la 'venida' de Gagarin se me antoja un lugar tan legendario como puede serlo hoy la alameda de entrada de Yasnaia Polina por donde paseaba León Tolstoi. El asfalto, como en casi toda la ciudad, está agrietado. Los caminos en Rusia nunca fueron son buenos, pero no importa mientras la senda de cosmos esté bien pavimentada.

El lugar donde aterrizó Gagarin en campo abierto, a 20 kilómetros de Engels, está ocupado hoy por una estela de metal que representa un cohete en pleno despegue. Las parejas de recien casados acuden a este lugar (todavía levitando después de la boda) para fotografiarse junto a la base del cohete.
Es un monumento que no se entiende (¿un cohete ascendiendo en el lugar donde descendió Gagarin?). Lo suyo habría sido representar a la cápsula Vostok descendiendo a la Tierra, aunque en verdad eso no se sostiene (sobre ningún pedestal, quiero decir). De alguna manera esto viene a reafirmar la idea de que el mito de Gagarin siempre apunta hacia arriba, incluso cuando de lo que se trata de representar su 'caída'.
Días antes del aniversario los obreros repintaban el pedestal marrón del monumento, mientras adolescentes en vaqueros ensayaban lo números de baile que hoy ejecutarán con motivo del 50 aniversario del vuelo pionero de Gagarin. La música pop de los ensayos o la presencia del circuito cercano para carreras de jeeps y simulaciones de batallas rompían la poesía del paraje. La estaca de madera que colocaron los primeros miliatres que localizaron a Gagarin habría sido el mejor monolito para demarcar la gesta.
Un periodista local me dijo que en realidad ese no es el punto exacto donde aterrizó Gagarin. "En realidad dista unos kilómetros, pero que como era zona militar decidieron moverlo y ponerlo aquí", me dijo mientras compraba chapas conmemorativas del 50 aniversario y una figurita de plomo de Gagarin con el puño levantado que está muy bien. Con el kilómetro cero de las reentradas espaciales pasa un poco como con el año cero, que parece qu no fue el año en que nació Jesús.
Un dato del vuelo de Gagarin al que no suele darse importante pero que a mi me causa estupor, es el hecho de que el cosmonauta (pese al desvío considerable que sufrió su trayectoria durante la reentrada) aterrizara a tiro de piedra de Engels (donde se entrenó en 1960 en paracaídas antes de volar al cosmos) y de Saratov, la ciudad donde se había formado como piloto. Como fruto de una carambola cósmica, Gagarin aterrizaba en la plataforma de su despegue vocacional. ¿Eterno retorno?

Los museos rusos atesoran objetos terrenales de Gagarin como si fueran relliquias de santo (su maquinilla de afeitar, su gorro de piloto con orejeras o el tubo de pasta que chupeteó en órbita).
Asimismo, todos los cosmonautas que vuelan desde el cosmódromo de Baikonur emulan de forma robótica dos cosas que hizo Gagarin antes de despegar: plantar un árbol y hacer pis en la rueda del autobús que lo trasladaba a la plataforma de despegue. Menos mal que no le dio por plantar un pino (junto la rueda del autobús, quiero decir).
"Gagarin ha sido para los soviéticos el proyecto de propaganda más exitoso", estima Lev Danilkin, autor de la última biografía de Gagarin, cuyo exitoso lanzamiento acaba de tener lugar en Rusia. Si bien eso es cierto, el mérito no creo que deba recaer sobre la propaganda soviética en sí, sino sobre la fuerza de la propia figura, que tiene el aura de los personajes literarios. Gagarin como Mercedes La Bella pero con un cohete de cincuenta metros debajo del lumbago.
Pero además de mito pseudo-religioso o literario, Gagarin es un mito mitológico, valga la redundancia. Su serenidad hierática, como de diosa celtibérica, empotrado en su trono de metal con sus abalorios-auriculares de Dama de Elche le confieren un aire mítico. Su serenidad no parece humana.

Dicen que durante las dos horas que permaneció acurrucado en su cápsula Vostok en lo alto del cohete antes de despegar (durante ese tiempo le cambiaron una escotilla debido a un fallo de hermetización), sus pulsaciones fueron de 60-70 y nunca subieron por las nubes: sólo a falta de cinco minutos se dispararon a 110-133 (se me acelera más a mí el pulso pensando en el próximo Madrid-Barça).
Cuando en su obra sobre lo incosnciente colectivo Jung habla del arquetipo del niño, escribe que "a menudo el niño aparece en el cáliz de la flor o saliendo de un huevo de oro o como punto central del mándala. En los sueños aparece con frecuencia como hijo o hija, como niño, como joven adolescente o doncella, en ocasiones como de origen exótico, chino, indio, [¿por qué no ruso?, ya que estamos] de piel oscura, o más bien cósmico, bajo las estrellas (...)".
Jung apunta que el arquetipo el niño simboliza el futuro en potencia: ¿No voló Gagarin en su placenta de metal para anunciarnos precisamente eso, un futuro cósmico en potencia? Aun a riesgo de dar demasiada bola al simbolismo de la Vostok (la bola es "totalidad" según Jung), recordemos que la esfera ya fue manejada por Moscú cuando en 1957 coló en el pin- ball de las estrellas su sputnik, una bola de metal con antenas que se convirtió en el primer satélite artificial en orbitar la tierra.
Por cierto, en el museo de la cosmonáutica de Moscú, una maqueta del sputnik cuelga a la derecha de una estatua gigante de Gagarin, como ejerciendo funciones de espíritu santo.

Hay quienes intentan bajar a Gagarin de su pedestal apuntando bajo, apuntando sus bajezas (se ha escrito mucho de su afición al vodka y a las mujeres). Probablemente, Gagarin no fuera un santo, como tampoco lo eran los dioses griegos. Quienes intentan bajar a Gagarin de su pedestal estratosférico fracasan de igual modo que José Sazatornilcuando se lía a pegarle escopetazos al sol en la secuencia final de ‘Amanece que no es poco’.
Si existen otras civilizaciones desarrolladas en el universo, seguro que todas habrán tenido a su Gagarin. Lo que no sabemos es si hicieron algo (y el de qué color) en la rueda del autobús (o lo que fuera).
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Fuente:
Código:
[URL]http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/cronicasdesdeeuropa/2011/04/12/gagarin-es-de-otra-galaxia.html[/URL]
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#6
solo lastima el orgullo de los gringos por que aun que hallan llegado primero a la luna seguiran siendo los segundos en llegar al espacio jaja
 

ewok_makai

Bovino de alcurnia
#11
Danke mann, buena info.

La mente de los humanos es tan poderosa que es capaz de crear un dios que les arregla todos sus problemas.
 
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