Falopio
Bovino de la familia
- Desde
- 17 Nov 2009
- Mensajes
- 5.161
- Tema Autor
- #1
Su primera prueba, un poco de hielo!
I. El bar.
El bendito calor sofocaba esa tarde noche, justamente cuando caía el sol, la temperatura iba más arriba de los 30 grados, era un pequeño infierno caluroso.
Si mi Señor – había contestado minutos antes al celular…
Se conocieron sin querer, después de una copa en el bar, él se acercó lentamente a la mesa donde compartía unas sonrisas y habladurías de mujeres con una amiga.
¿Tienes novio? –le preguntaron a ella- porque tienes una sonrisa que me atrajo, ella se le quedó mirando como un bicho raro
No –le respondió ella y tú ¿tienes novio? Y soltó la carcajada, él no se inmutó.
¿Te hizo gracia? Le respondió el.
No, perdón, disculpa. Al contestarle él de esa manera su corazón latió con fuerza, no se había inmutado, no había compartido su gracia, era duro o era lo que siempre había estado buscando. No pudo evitar sentir entre sus piernas un leve cosquilleo, su pasión por la sumisión la había descubierto cuando tropezó en la red con algunos relatos, pero el cuadro que le pintaban la inquietó demasiado, había mucho dolor en la sumisión y no entendía muchas cosas pero ella sabía que tenía que servirle a alguien, lo deseaba de todo corazón, ser una “puta perra”, como lo había leído, era lo que ella realmente deseaba. Ojalá algún día encuentre alguien a quien pueda servirle, estaba sumida en sus pensamientos….
Hola -le dijeron de nuevo- ¿vives?
¿Ah? Si, perdón, es que... ¿me decías?
Su amiga vio la situación y se excusó con la clásica escapada al baño.
Se quedaron los dos, ¿charlar sobre qué? –pensó ella.
Al final de cuentas solo se dijeron de donde eran e intercambiaron correos electrónicos y se despidieron con un beso, fruto de la cordialidad.
Llegó su amiga, pagaron la cuenta y se fueron del bar.
II. Curiosidad
Transcurrieron dos meses, recuerda que lo había agregado a su cuenta electrónica pero nunca se acordó de saludarlo.
Hola, -aparecía escrito en la pantalla de su computadora, ¿me recuerdas?
Hola –respondió ella- ¿quién eres?
Nos conocimos en el bar, ¿recuerdas?
Ah, sí, eres el fanfarrón! y puso un ícono de una sonrisa.
Mmmmm, no entiendo porque fanfarrón si solo me acerqué a saludarte
Sí, pero eres algo creído, ¿no?
No, -dijo el- quizás es por mi tendencia que así me viste pero nada que ver.
Y ¿qué es eso de tendencias? –preguntó ella.
Le explicó las diversas y múltiples formas que tiene el ser humano de disfrutar la sexualidad, tocó diversos temas, ella notaba que era casi un experto o simplemente trataba de impresionarla.
Oye –lo interrumpió- que sabes de los que se dicen esclavas o esas cosas y Amos o Señores… no sé, algo así leí.
¿Por qué? – preguntó el.
Curiosidad, es que conocí un chico que dice que es Amo pero me dijo un montón de cosas que no le entendí, ¿Tu sabes de esas cosas? ¿Me lo explicas?
Y con toda la paciencia del mundo se dedicó a explicarle, primero a grandes pasos y luego en concreto el mundo diverso que representa el BDSM, le comentó las diversas manifestaciones que pueden haber entre el Am@ y sus sumis@s, la gama tan amplia del BDSM y que no es nada complicado, solo es otra forma más de explorar la sexualidad a ese nivel.
¿Por qué me preguntaste eso? –la interrogó
Es que… me da pena pero… está bien, el chico que te dije que es Amo me habló de penetraciones con pepinos a sus sumisas y otras cosas aberrantes que me espantó porque ¿sabes? creo que soy sumisa.
Y ¿cómo lo sabes?
Porque…. me gusta, ese chico me pidió que fuera su sumisa pero… la verdad estoy espantada, tengo miedo de hacer esas cosas y no me dijo lo que tú me explicaste, a ti te entendí perfectamente y estoy convencida de que esa es mi convicción, ¿tú crees que si soy su sumisa de ese chico, haga todo eso sin que yo no quiera?
Es posible, pero depende de los acuerdos.
Oye, -dijo ella- me hablaste de tendencias pero… ¿tú cuales tienes?
Le comentó que disfruta cada una de las que se vayan presentando sin encajar en ninguna pero todo lo que tenga que ver con mujeres, y la dominación era una de las partes en la cual se distinguía.
¿Eres un Amo? –le espetó directamente
¿Porque el interés?
Solo por saber.
Si, -le dijo con toda seguridad.
Ella sintió que su entrepierna se mojaba, lo que siempre había deseado estaba ahora con ella pero nunca le dijo si quería ser su sumisa, el trato era tan amable, tan gentil, era como una suave caricia a los sentidos, era un mundo diferente, además ya lo había conocido, con razón es así, pensó ella, por eso no se inmutó con lo que le dije en el bar, como me encanta; pero calló sus emociones, no quería despertar tampoco esa ilusión pero le había gustado la manera de tratarla.
Esa noche se despidieron con besos y con la promesa de volverse a encontrar, pero su mente no la dejó dormir tranquila, se debatía entre pensamientos, la atracción había sido instantánea, y ¿sí me rechaza? y ¿sí me veo como una ofrecida? y ¿sí me pide que sea su sumisa? y ¿qué tal si nunca me lo pide? Oh, qué cabeza… intentó conciliar el sueño lo más que pudo pero ya no lo podía borrar de su mente.
III. Entrega.
Pasaron dos días después de esa charla.
Ahora ella tomó la iniciativa esa mañana, fueron dos días desesperantes, su entrepierna lo reclamaba, lo que había vivido había sido intenso y lo deseaba.
Hola, ¿me recuerdas? –puso en su pantalla y le envió el mensaje.
Pasó un minuto, dos… llegó a cinco minutos y no obtenía respuesta, empezó a desesperarse, tenía miedo pero también la adrenalina la mantenía activa.
Hola – le respondieron- claro que si, ¿cómo estás?
Su cuerpo tembló, empezó a sudar frio, no sabía cómo empezar o como lo tomaría.
Te quiero confesar algo –le dijo
¿Me viste cara de sacerdote? –fue la respuesta y añadió un ícono sonriente.
El hielo por fin lo rompía el, se sintió más segura, ahora le resultó más encantador, si es tan humano, sintió su vibra, su energía, esa transmisión que no sabía que era pero que la ganaba.
Ella también sonrió con un ícono semejante.
Te quería decir, bueno, más bien te digo, la otra noche que charlamos, me gustó mucho y… me mojé con tu plática. Añadió un ícono de una carita apenada y sonrojada. Espero la respuesta, ya lo había dicho
Es un honor para mí –fue la respuesta concreta- y ¿cómo lo logré?
No lo sé -respondió ella- ¿te puedo preguntar algo?
Ya había tomado la iniciativa, ya no podía parar lo inevitable.
Si, dime.
Si yo….. bueno, ¿no te gustaría tener una sumisa más? … bueno… quiero ser tu sumisa. Fue con todo, su corazón latía a mil, su cuerpo estaba tenso, la adrenalina recorría su piel, sudaba, esperaba algo… una respuesta.
¿Una más? Quizás –fue la respuesta, no hubo más.
No era precisamente lo que esperaba pero la esperanza estaba latente.
Si me aceptaras, ¿qué me pedirías? –pregunto ella.
Entrega total –le respondieron. Sus respuestas eran concretas, sin más preámbulo, con una seguridad impresionante.
¿Puedo ser tu sumisa entonces?
Solo si estás convencida, y serás más que mi sumisa, serás mi puta perra.
Esas palabras la enloquecieron, lo que tanto había soñado, esa ilusión por fin se presentaba y su cuerpo se revolucionó.
Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii –fue su grito ahogado en su garganta- por fin lo sacaba a relucir, con esas ganas como una niña con un juguete nuevo, como una nube que jugaba con el viento dejándose llevar por el vaivén de sus emociones, su corazón era pura alegría… y empezó una nueva historia en este mundo tan grato donde las complacencias son parte del placer de dos personas o más en un mundo que pocos entienden pero que muchos lo desean.
IV. Una fría noche cálida
La entrega marchaba a la perfección, esa tarde noche a él se le ocurrió que le gustaría tomarse unos tragos en compañía de su puta perrita. La llamó por el celular.
Si mi Señor – había contestado minutos antes al celular…
La cita había sido precisamente en el mismo bar donde se habían conocido, le dijo que llevara una blusa sin mangas y con un escote pronunciado, sin sostén y una minúscula braga blanca de algodón. Prácticamente se veía como una putita cuando cruzó la puerta del bar, las miradas no se hicieron esperar ni los comentarios de algunos bebedores.
La adrenalina corría su cuerpo, al ver a su Señor en la barra un escalofrío recorrió su espalda, sus pezones se pusieron erectos, su braguita se mojó al instante, el recorrido hacia la barra se le hizo eterno y muy excitante, llegó hasta la barra y se quedó parada con la cabeza cabizbaja esperando.
Hola guapa –le dijo-
¿Tomas algo?
Señor, lo que Usted quiera.
Siéntate a mi lado -le dijo- Ella obedeció. Le ordenó un tequila y se le quedó mirando, le alzó el rostro, su cara notaba una felicidad que no podía ocultar, ya no era un desconocido, era su Señor, su Dueño, todo era diferente. Acercó su rostro al de ella y la besó, fue un beso profundo, ella lo agradeció de la misma manera, estaba excitada. Le sirvieron su tequila y lo apuró de un solo trago.
Los clientes observaban curiosa la escena, se preguntaban el porqué de esa actitud, era una puta que tenía cita con el chico o su novia, pero se veía muy puta, comentaban algunos.
Se acercó a su oído y le dijo que se marchaban a refrescarse de ese calor sofocante, hoy conocerás la magia del hielo, le había dicho, porque además de que quitaba el calor... acariciaba.
¿Hielo? -Pensó ella, sus piernas temblaron, su cuerpo se estremeció, el frio la recorrió y aun no había dicho él de que se trataba
Si mi Señor, -le respondió- y salieron del bar.
Llegaron a una casa, una residencia a las afueras casi de la ciudad, con un gusto medio gótico pero con el interior muy acogedor.
Por indicaciones de su Señor se dirigió al congelador y trajo consigo unos cubitos de hielo, él la miraba sentado, solo le daba órdenes mientras la observaba.
Se hincó, le ordenaron sacar sus tetas por encima de la blusa, lo hizo, emergieron sus tetas grandes, al fin estaban libres, sostenidas, apretadas y muy juntas por la presión de la misma ropa, con los pezones cafés y erectos, la sensación de lo desconocido y que fuera a pasar la tenía muy excitada.
Se paró junto a ella, le alzó la cabeza y la besó
No tengas miedo perrita, vamos a quitar un poco este calor que hace.
Mi Señor, no tengo miedo, soy suya, haga conmigo lo que quiera –le respondió-
Su corazón latía a más no poder por la incertidumbre de no saber que iba a pasar, él tomó un pedacito de hielo y se lo empezó a pasar por sus tetas, en su alrededor, sin tocar sus pezones, al sentir el frio sobre su piel, ya caliente, se le erizó y con esa sensación riquísima sus pezones se pusieron más duros, quería seguir así toda la noche, esa sensación jamás la había experimentado, le había gustado, el hielo se derritió, su piel estaba hirviendo, estaba sirviendo a su Señor y además lo estaba disfrutando muchísimo.
¿Te gusta perrita?
Si mi Señor, me gusta mucho, le quiero.
Después de eso le tocó el turno a su pelvis, estaba depilada, era lo que también le había pedido antes del encuentro, con sus dedos, con un pedazo de hielo en sus manos, se lo pasó por encima de sus bragas, fue una sensación de escalofríos que experimentó, lanzaba gemidos, su sexo estaba a punto de derramarse, de dejar escapar los mares de fluidos que no podía contener.
Mi Señor, estoy muy empapada, quiero correrme.. oooohhhhh
Aguántate perrita, pronto llegarás al orgasmo.
El frio jugaba de una manera especial con lo caliente de su piel, sus dedos fríos hicieron a un lado la braguita de ella y le dio un pellizco al clítoris hinchado que luchaba con el frio que sentía y lo caliente del sexo donde estaba, ella sintió un pequeño dolor pero riquísimo, su cuerpo respondía de una manera increíble, se estremecía, sentía que sus fluidos iban a explotar de un momento a otro, le suplicaba que parara o que la dejara correrse, casi lloraba, sus temblores no se hicieron esperar.
¡Ahora perra! – le ordenaron- justamente cuando un dedo frio hizo contacto con su ano, una pequeña estimulación que la llevó a abrir las piernas lo más que pudo y sus fluidos salieron como la lava del volcán buscando donde refugiarse, era una fuente que no paraba, se convulsionaba, sus piernas quería cerrarse, sus fluidos no paraban… cansada, cabizbaja preguntó si podía decir algo, le respondieron que sí.
Mi Señor, Mi Amo, gracias por darme tanto placer.
Al final sus piernas temblaban igual que su corazón, poco a poco fue recuperando su ritmo normal, fue una noche muy feliz y especial, su Señor se la había regalado, fue una fría noche cálida.
He dicho.
I. El bar.
El bendito calor sofocaba esa tarde noche, justamente cuando caía el sol, la temperatura iba más arriba de los 30 grados, era un pequeño infierno caluroso.
Si mi Señor – había contestado minutos antes al celular…
Se conocieron sin querer, después de una copa en el bar, él se acercó lentamente a la mesa donde compartía unas sonrisas y habladurías de mujeres con una amiga.
¿Tienes novio? –le preguntaron a ella- porque tienes una sonrisa que me atrajo, ella se le quedó mirando como un bicho raro
No –le respondió ella y tú ¿tienes novio? Y soltó la carcajada, él no se inmutó.
¿Te hizo gracia? Le respondió el.
No, perdón, disculpa. Al contestarle él de esa manera su corazón latió con fuerza, no se había inmutado, no había compartido su gracia, era duro o era lo que siempre había estado buscando. No pudo evitar sentir entre sus piernas un leve cosquilleo, su pasión por la sumisión la había descubierto cuando tropezó en la red con algunos relatos, pero el cuadro que le pintaban la inquietó demasiado, había mucho dolor en la sumisión y no entendía muchas cosas pero ella sabía que tenía que servirle a alguien, lo deseaba de todo corazón, ser una “puta perra”, como lo había leído, era lo que ella realmente deseaba. Ojalá algún día encuentre alguien a quien pueda servirle, estaba sumida en sus pensamientos….
Hola -le dijeron de nuevo- ¿vives?
¿Ah? Si, perdón, es que... ¿me decías?
Su amiga vio la situación y se excusó con la clásica escapada al baño.
Se quedaron los dos, ¿charlar sobre qué? –pensó ella.
Al final de cuentas solo se dijeron de donde eran e intercambiaron correos electrónicos y se despidieron con un beso, fruto de la cordialidad.
Llegó su amiga, pagaron la cuenta y se fueron del bar.
II. Curiosidad
Transcurrieron dos meses, recuerda que lo había agregado a su cuenta electrónica pero nunca se acordó de saludarlo.
Hola, -aparecía escrito en la pantalla de su computadora, ¿me recuerdas?
Hola –respondió ella- ¿quién eres?
Nos conocimos en el bar, ¿recuerdas?
Ah, sí, eres el fanfarrón! y puso un ícono de una sonrisa.
Mmmmm, no entiendo porque fanfarrón si solo me acerqué a saludarte
Sí, pero eres algo creído, ¿no?
No, -dijo el- quizás es por mi tendencia que así me viste pero nada que ver.
Y ¿qué es eso de tendencias? –preguntó ella.
Le explicó las diversas y múltiples formas que tiene el ser humano de disfrutar la sexualidad, tocó diversos temas, ella notaba que era casi un experto o simplemente trataba de impresionarla.
Oye –lo interrumpió- que sabes de los que se dicen esclavas o esas cosas y Amos o Señores… no sé, algo así leí.
¿Por qué? – preguntó el.
Curiosidad, es que conocí un chico que dice que es Amo pero me dijo un montón de cosas que no le entendí, ¿Tu sabes de esas cosas? ¿Me lo explicas?
Y con toda la paciencia del mundo se dedicó a explicarle, primero a grandes pasos y luego en concreto el mundo diverso que representa el BDSM, le comentó las diversas manifestaciones que pueden haber entre el Am@ y sus sumis@s, la gama tan amplia del BDSM y que no es nada complicado, solo es otra forma más de explorar la sexualidad a ese nivel.
¿Por qué me preguntaste eso? –la interrogó
Es que… me da pena pero… está bien, el chico que te dije que es Amo me habló de penetraciones con pepinos a sus sumisas y otras cosas aberrantes que me espantó porque ¿sabes? creo que soy sumisa.
Y ¿cómo lo sabes?
Porque…. me gusta, ese chico me pidió que fuera su sumisa pero… la verdad estoy espantada, tengo miedo de hacer esas cosas y no me dijo lo que tú me explicaste, a ti te entendí perfectamente y estoy convencida de que esa es mi convicción, ¿tú crees que si soy su sumisa de ese chico, haga todo eso sin que yo no quiera?
Es posible, pero depende de los acuerdos.
Oye, -dijo ella- me hablaste de tendencias pero… ¿tú cuales tienes?
Le comentó que disfruta cada una de las que se vayan presentando sin encajar en ninguna pero todo lo que tenga que ver con mujeres, y la dominación era una de las partes en la cual se distinguía.
¿Eres un Amo? –le espetó directamente
¿Porque el interés?
Solo por saber.
Si, -le dijo con toda seguridad.
Ella sintió que su entrepierna se mojaba, lo que siempre había deseado estaba ahora con ella pero nunca le dijo si quería ser su sumisa, el trato era tan amable, tan gentil, era como una suave caricia a los sentidos, era un mundo diferente, además ya lo había conocido, con razón es así, pensó ella, por eso no se inmutó con lo que le dije en el bar, como me encanta; pero calló sus emociones, no quería despertar tampoco esa ilusión pero le había gustado la manera de tratarla.
Esa noche se despidieron con besos y con la promesa de volverse a encontrar, pero su mente no la dejó dormir tranquila, se debatía entre pensamientos, la atracción había sido instantánea, y ¿sí me rechaza? y ¿sí me veo como una ofrecida? y ¿sí me pide que sea su sumisa? y ¿qué tal si nunca me lo pide? Oh, qué cabeza… intentó conciliar el sueño lo más que pudo pero ya no lo podía borrar de su mente.
III. Entrega.
Pasaron dos días después de esa charla.
Ahora ella tomó la iniciativa esa mañana, fueron dos días desesperantes, su entrepierna lo reclamaba, lo que había vivido había sido intenso y lo deseaba.
Hola, ¿me recuerdas? –puso en su pantalla y le envió el mensaje.
Pasó un minuto, dos… llegó a cinco minutos y no obtenía respuesta, empezó a desesperarse, tenía miedo pero también la adrenalina la mantenía activa.
Hola – le respondieron- claro que si, ¿cómo estás?
Su cuerpo tembló, empezó a sudar frio, no sabía cómo empezar o como lo tomaría.
Te quiero confesar algo –le dijo
¿Me viste cara de sacerdote? –fue la respuesta y añadió un ícono sonriente.
El hielo por fin lo rompía el, se sintió más segura, ahora le resultó más encantador, si es tan humano, sintió su vibra, su energía, esa transmisión que no sabía que era pero que la ganaba.
Ella también sonrió con un ícono semejante.
Te quería decir, bueno, más bien te digo, la otra noche que charlamos, me gustó mucho y… me mojé con tu plática. Añadió un ícono de una carita apenada y sonrojada. Espero la respuesta, ya lo había dicho
Es un honor para mí –fue la respuesta concreta- y ¿cómo lo logré?
No lo sé -respondió ella- ¿te puedo preguntar algo?
Ya había tomado la iniciativa, ya no podía parar lo inevitable.
Si, dime.
Si yo….. bueno, ¿no te gustaría tener una sumisa más? … bueno… quiero ser tu sumisa. Fue con todo, su corazón latía a mil, su cuerpo estaba tenso, la adrenalina recorría su piel, sudaba, esperaba algo… una respuesta.
¿Una más? Quizás –fue la respuesta, no hubo más.
No era precisamente lo que esperaba pero la esperanza estaba latente.
Si me aceptaras, ¿qué me pedirías? –pregunto ella.
Entrega total –le respondieron. Sus respuestas eran concretas, sin más preámbulo, con una seguridad impresionante.
¿Puedo ser tu sumisa entonces?
Solo si estás convencida, y serás más que mi sumisa, serás mi puta perra.
Esas palabras la enloquecieron, lo que tanto había soñado, esa ilusión por fin se presentaba y su cuerpo se revolucionó.
Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii –fue su grito ahogado en su garganta- por fin lo sacaba a relucir, con esas ganas como una niña con un juguete nuevo, como una nube que jugaba con el viento dejándose llevar por el vaivén de sus emociones, su corazón era pura alegría… y empezó una nueva historia en este mundo tan grato donde las complacencias son parte del placer de dos personas o más en un mundo que pocos entienden pero que muchos lo desean.
IV. Una fría noche cálida
La entrega marchaba a la perfección, esa tarde noche a él se le ocurrió que le gustaría tomarse unos tragos en compañía de su puta perrita. La llamó por el celular.
Si mi Señor – había contestado minutos antes al celular…
La cita había sido precisamente en el mismo bar donde se habían conocido, le dijo que llevara una blusa sin mangas y con un escote pronunciado, sin sostén y una minúscula braga blanca de algodón. Prácticamente se veía como una putita cuando cruzó la puerta del bar, las miradas no se hicieron esperar ni los comentarios de algunos bebedores.
La adrenalina corría su cuerpo, al ver a su Señor en la barra un escalofrío recorrió su espalda, sus pezones se pusieron erectos, su braguita se mojó al instante, el recorrido hacia la barra se le hizo eterno y muy excitante, llegó hasta la barra y se quedó parada con la cabeza cabizbaja esperando.
Hola guapa –le dijo-
¿Tomas algo?
Señor, lo que Usted quiera.
Siéntate a mi lado -le dijo- Ella obedeció. Le ordenó un tequila y se le quedó mirando, le alzó el rostro, su cara notaba una felicidad que no podía ocultar, ya no era un desconocido, era su Señor, su Dueño, todo era diferente. Acercó su rostro al de ella y la besó, fue un beso profundo, ella lo agradeció de la misma manera, estaba excitada. Le sirvieron su tequila y lo apuró de un solo trago.
Los clientes observaban curiosa la escena, se preguntaban el porqué de esa actitud, era una puta que tenía cita con el chico o su novia, pero se veía muy puta, comentaban algunos.
Se acercó a su oído y le dijo que se marchaban a refrescarse de ese calor sofocante, hoy conocerás la magia del hielo, le había dicho, porque además de que quitaba el calor... acariciaba.
¿Hielo? -Pensó ella, sus piernas temblaron, su cuerpo se estremeció, el frio la recorrió y aun no había dicho él de que se trataba
Si mi Señor, -le respondió- y salieron del bar.
Llegaron a una casa, una residencia a las afueras casi de la ciudad, con un gusto medio gótico pero con el interior muy acogedor.
Por indicaciones de su Señor se dirigió al congelador y trajo consigo unos cubitos de hielo, él la miraba sentado, solo le daba órdenes mientras la observaba.
Se hincó, le ordenaron sacar sus tetas por encima de la blusa, lo hizo, emergieron sus tetas grandes, al fin estaban libres, sostenidas, apretadas y muy juntas por la presión de la misma ropa, con los pezones cafés y erectos, la sensación de lo desconocido y que fuera a pasar la tenía muy excitada.
Se paró junto a ella, le alzó la cabeza y la besó
No tengas miedo perrita, vamos a quitar un poco este calor que hace.
Mi Señor, no tengo miedo, soy suya, haga conmigo lo que quiera –le respondió-
Su corazón latía a más no poder por la incertidumbre de no saber que iba a pasar, él tomó un pedacito de hielo y se lo empezó a pasar por sus tetas, en su alrededor, sin tocar sus pezones, al sentir el frio sobre su piel, ya caliente, se le erizó y con esa sensación riquísima sus pezones se pusieron más duros, quería seguir así toda la noche, esa sensación jamás la había experimentado, le había gustado, el hielo se derritió, su piel estaba hirviendo, estaba sirviendo a su Señor y además lo estaba disfrutando muchísimo.
¿Te gusta perrita?
Si mi Señor, me gusta mucho, le quiero.
Después de eso le tocó el turno a su pelvis, estaba depilada, era lo que también le había pedido antes del encuentro, con sus dedos, con un pedazo de hielo en sus manos, se lo pasó por encima de sus bragas, fue una sensación de escalofríos que experimentó, lanzaba gemidos, su sexo estaba a punto de derramarse, de dejar escapar los mares de fluidos que no podía contener.
Mi Señor, estoy muy empapada, quiero correrme.. oooohhhhh
Aguántate perrita, pronto llegarás al orgasmo.
El frio jugaba de una manera especial con lo caliente de su piel, sus dedos fríos hicieron a un lado la braguita de ella y le dio un pellizco al clítoris hinchado que luchaba con el frio que sentía y lo caliente del sexo donde estaba, ella sintió un pequeño dolor pero riquísimo, su cuerpo respondía de una manera increíble, se estremecía, sentía que sus fluidos iban a explotar de un momento a otro, le suplicaba que parara o que la dejara correrse, casi lloraba, sus temblores no se hicieron esperar.
¡Ahora perra! – le ordenaron- justamente cuando un dedo frio hizo contacto con su ano, una pequeña estimulación que la llevó a abrir las piernas lo más que pudo y sus fluidos salieron como la lava del volcán buscando donde refugiarse, era una fuente que no paraba, se convulsionaba, sus piernas quería cerrarse, sus fluidos no paraban… cansada, cabizbaja preguntó si podía decir algo, le respondieron que sí.
Mi Señor, Mi Amo, gracias por darme tanto placer.
Al final sus piernas temblaban igual que su corazón, poco a poco fue recuperando su ritmo normal, fue una noche muy feliz y especial, su Señor se la había regalado, fue una fría noche cálida.
He dicho.