dito de best
Bovino adicto
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- 8 May 2008
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Mi hermana y yo éramos personas muy distintas. Yo poseía lo que llamábamos “proporciones de jirafa”, extremadamente alta y desgarbada. Amy tenía una estatura promedio y la tan anhelada figura de reloj de arena. Mi comportamiento era el de una antisocial mientras que ella parecía caerle bien a todo mundo. Me definí como una persona asexual a los 15 años y durante toda la adolescencia ella solía decirme que era rara y jamás sería amada.
Entonces, hace tres años recibí una llamada inesperada de su parte para invitarme a su boda.
Me había mudado al otro lado del país y llevaba una vida decente trabajando como fotógrafa independiente, además que había empezado a desechar mis inseguridades. Ella había mantenido una relación intermitente con su amor de preparatoria desde la graduación hasta que finalmente él se armó de valor y le hizo la propuesta de matrimonio. Tras disculparse porque nuestra relación se fuera al caño una vez que vine a California, me ofreció pagar por el vuelo de regreso a casa así como cubrir los gastos de la habitación en el hotel.
En ese momento decidí olvidar los viejos rencores y le pregunté por las fechas.
Por supuesto que no me sorprendí para nada cuando los motivos ocultos salieron a flote. Ella sabía que era fotógrafa y que no podría negarme cuando me solicitara hacerme cargo de sus fotografías para la boda. Me lanzó una mirada pizpireta y me recordó que pagaría para que estuviera allí. Así terminé accediendo a su propuesta. Esperaba recuperar parte del dinero por mi trabajo cuando colocara las fotografías en mi portafolio digital.
Amy decidió que su boda sería temática y todo tendría que ver con los cuentos de hadas. Se las arregló para conseguir una pradera en el bosque que era realmente bellísima y se encontraba muy cerca de la casa donde habíamos pasado nuestra infancia. Incluso yo tuve que admitirlo – si el cielo se mantenía claro y el clima agradable, aquello sería perfecto para su boda soñada.
Creo que aquí fue cuando todo empezó. Amy no dejaba de hablar sobre lo verde que se veía el césped cuando tropezó con un hongo. Mi hermana empezó a chillar pues le parecía asqueroso, pero a mí me resultó fascinante y empecé a sacar fotografías. Aquel hongo enorme era parte de un círculo, un fenómeno de la naturaleza que jamás había atestiguado en persona.
“¿Qué estás haciendo?”, me preguntó mientras me observaba como si tuviera dos cabezas.
Me encogí de hombros. “Un anillo de hadas. Así se les llama. Son perfectos para una boda ambientada en un cuento de hadas, ¿no?”. Mi sonrisa por su disgusto probablemente resultó muy evidente.
“Bueno, parece que tendremos que quitarlos de aquí”. Amy sacó el teléfono celular y se alejó del círculo. “No voy a tener hongos por todas partes, van a matar el césped y provocar que el suelo se vuelva marrón. Estoy llamando a Dane, ¿te quedarás para ayudarnos a sacarlos?”.
Inmediatamente un extraño frío me recorrió la columna vertebral. Sacudí la cabeza y agité las manos. “De ninguna forma. Sólo déjalos en su lugar, Amy. Se integrarán perfectamente a la temática de la magia, te lo prometo”.
“¡Imposible! Son asquerosos”, dijo Amy mientras retorcía la boca. “Puedes irte si quieres. La verdad es que no te estoy pagando para que lo hagas”.
Empaqué la cámara y me fui. No estaba dispuesta a soportar otro de los berrinches de Amy. Además, el círculo de hadas me pareció una cosa maravillosa. Estaba avergonzada de que mi hermana fuera a arruinar algo así simplemente por que arruinaba su concepto de belleza.
Al día siguiente Amy me “invitó” a tomarle fotografías con su vestido de bodas, una pequeña sesión antes de la boda. Naturalmente, me vi obligada a esquivar las alharacas que se hubieran generado de rechazar su propuesta.
Amy se dejaba seducir por la cámara. Mostraba los labios, coqueteaba con sus rizos, y honestamente es una de las mejores modelos con que he trabajado. Sabía muy bien cómo salir bella en las fotografías.
Entonces empezó a gritar a una de sus damas de honor. “Julie, qué diablos. ¿Por qué me pellizcas?”.
Julie levantó ambas manos. “No te he pellizcado”.
“Entonces qué… Au! Ow!”.
Bajé la cámara mientras mi hermana empezó a golpear sus brazos y muslos, de repente desapareció aquella novia llena de dicha. El lazo en su pelo se aflojó y le cayó en el rostro, hecho que la enfureció aún más. Poco después las otras damas de compañía también están bailando y gritando, aplastando insectos invisibles.
Nos retiramos al automóvil mientras mi hermana me hacía pucheros. “No es justo, tú no vas a salir en las fotografías, ¿por qué no te hicieron nada?”, me dijo.
Me encogí todavía más en mi asiento. “No lo sé. Me puse spray para los mosquitos”.
Julie examinó sus brazos mientras fruncía el ceño. “No parecen picaduras de insecto. Mira”. Estiró sus brazos de forma que pude tener una mejor vista. Los brazos de aquella pobre mujer estaban cubiertos de verdugones muy desagradables, además que algunas de estas magulladuras empezaban a ponerse negras. Hice una mueca. “Ojalá que sanen para la boda”.
“Qué así sea o no te permitiré que te pares junto a mí”, la amenazó Amy.
Los ojos de la pobre Julie se llenaron de lágrimas y después se tapó el rostro con las manos para empezar a sollozar. Rápidamente puse el auto en marcha para sacar a las mujeres de ese lugar. Esa noche pasé por Julie para tomar unos tragos después que se quitara el vestido de dama de honor y se aplicara hielo en los brazos. A la mañana siguiente, los verdugones se habían convertido en un patrón moteado de hematomas color púrpura, aunque la tranquilicé asegurándole que desaparecerían para el día de la boda.
Entonces, hace tres años recibí una llamada inesperada de su parte para invitarme a su boda.
Me había mudado al otro lado del país y llevaba una vida decente trabajando como fotógrafa independiente, además que había empezado a desechar mis inseguridades. Ella había mantenido una relación intermitente con su amor de preparatoria desde la graduación hasta que finalmente él se armó de valor y le hizo la propuesta de matrimonio. Tras disculparse porque nuestra relación se fuera al caño una vez que vine a California, me ofreció pagar por el vuelo de regreso a casa así como cubrir los gastos de la habitación en el hotel.
En ese momento decidí olvidar los viejos rencores y le pregunté por las fechas.
Por supuesto que no me sorprendí para nada cuando los motivos ocultos salieron a flote. Ella sabía que era fotógrafa y que no podría negarme cuando me solicitara hacerme cargo de sus fotografías para la boda. Me lanzó una mirada pizpireta y me recordó que pagaría para que estuviera allí. Así terminé accediendo a su propuesta. Esperaba recuperar parte del dinero por mi trabajo cuando colocara las fotografías en mi portafolio digital.
Amy decidió que su boda sería temática y todo tendría que ver con los cuentos de hadas. Se las arregló para conseguir una pradera en el bosque que era realmente bellísima y se encontraba muy cerca de la casa donde habíamos pasado nuestra infancia. Incluso yo tuve que admitirlo – si el cielo se mantenía claro y el clima agradable, aquello sería perfecto para su boda soñada.
Creo que aquí fue cuando todo empezó. Amy no dejaba de hablar sobre lo verde que se veía el césped cuando tropezó con un hongo. Mi hermana empezó a chillar pues le parecía asqueroso, pero a mí me resultó fascinante y empecé a sacar fotografías. Aquel hongo enorme era parte de un círculo, un fenómeno de la naturaleza que jamás había atestiguado en persona.
“¿Qué estás haciendo?”, me preguntó mientras me observaba como si tuviera dos cabezas.
Me encogí de hombros. “Un anillo de hadas. Así se les llama. Son perfectos para una boda ambientada en un cuento de hadas, ¿no?”. Mi sonrisa por su disgusto probablemente resultó muy evidente.
“Bueno, parece que tendremos que quitarlos de aquí”. Amy sacó el teléfono celular y se alejó del círculo. “No voy a tener hongos por todas partes, van a matar el césped y provocar que el suelo se vuelva marrón. Estoy llamando a Dane, ¿te quedarás para ayudarnos a sacarlos?”.
Inmediatamente un extraño frío me recorrió la columna vertebral. Sacudí la cabeza y agité las manos. “De ninguna forma. Sólo déjalos en su lugar, Amy. Se integrarán perfectamente a la temática de la magia, te lo prometo”.
“¡Imposible! Son asquerosos”, dijo Amy mientras retorcía la boca. “Puedes irte si quieres. La verdad es que no te estoy pagando para que lo hagas”.
Empaqué la cámara y me fui. No estaba dispuesta a soportar otro de los berrinches de Amy. Además, el círculo de hadas me pareció una cosa maravillosa. Estaba avergonzada de que mi hermana fuera a arruinar algo así simplemente por que arruinaba su concepto de belleza.
Al día siguiente Amy me “invitó” a tomarle fotografías con su vestido de bodas, una pequeña sesión antes de la boda. Naturalmente, me vi obligada a esquivar las alharacas que se hubieran generado de rechazar su propuesta.
Amy se dejaba seducir por la cámara. Mostraba los labios, coqueteaba con sus rizos, y honestamente es una de las mejores modelos con que he trabajado. Sabía muy bien cómo salir bella en las fotografías.
Entonces empezó a gritar a una de sus damas de honor. “Julie, qué diablos. ¿Por qué me pellizcas?”.
Julie levantó ambas manos. “No te he pellizcado”.
“Entonces qué… Au! Ow!”.
Bajé la cámara mientras mi hermana empezó a golpear sus brazos y muslos, de repente desapareció aquella novia llena de dicha. El lazo en su pelo se aflojó y le cayó en el rostro, hecho que la enfureció aún más. Poco después las otras damas de compañía también están bailando y gritando, aplastando insectos invisibles.
Nos retiramos al automóvil mientras mi hermana me hacía pucheros. “No es justo, tú no vas a salir en las fotografías, ¿por qué no te hicieron nada?”, me dijo.
Me encogí todavía más en mi asiento. “No lo sé. Me puse spray para los mosquitos”.
Julie examinó sus brazos mientras fruncía el ceño. “No parecen picaduras de insecto. Mira”. Estiró sus brazos de forma que pude tener una mejor vista. Los brazos de aquella pobre mujer estaban cubiertos de verdugones muy desagradables, además que algunas de estas magulladuras empezaban a ponerse negras. Hice una mueca. “Ojalá que sanen para la boda”.
“Qué así sea o no te permitiré que te pares junto a mí”, la amenazó Amy.
Los ojos de la pobre Julie se llenaron de lágrimas y después se tapó el rostro con las manos para empezar a sollozar. Rápidamente puse el auto en marcha para sacar a las mujeres de ese lugar. Esa noche pasé por Julie para tomar unos tragos después que se quitara el vestido de dama de honor y se aplicara hielo en los brazos. A la mañana siguiente, los verdugones se habían convertido en un patrón moteado de hematomas color púrpura, aunque la tranquilicé asegurándole que desaparecerían para el día de la boda.