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Un terrible secreto en la habitación de mi hijo

dito de best

Bovino adicto
Desde
8 May 2008
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813
Soy un hombre profundamente religioso, y siempre procuré inculcar la misma ideología a mi familia, pero a ninguno de mis hijos agradó el estilo de vida. Particularmente a mi hijo Jake, que sería motivo de congoja para cualquier hombre que tuviera a Dios en su corazón. Jake solía mantener su habitación cerrada todo el tiempo. Siempre que estaba adentro, la puerta tenía seguro. Al salir, la aseguraba con su llave. Como no teníamos una copia, simplemente lo dejamos pasar.

Tras la muerte de Tyler, su hermano mayor, Jake se aisló todavía más. Eran muy raras las ocasiones en que hablaba conmigo o su madre. Solía pasar de largo frente a nosotros, como si no estuviéramos ahí, y jamás respondía lo que preguntábamos.

La muerte de Tyler fue difícil para toda la familia. Mi esposa y yo nos teníamos el uno al otro, pero Jake lo afrontó a solas. En ocasiones lo escuchaba sollozar al otro lado de la puerta, pero jamás aceptó nuestra ayuda. Simplemente quería estar solo.

Hasta cierto punto su actitud era comprensible. Entiendo lo tentador que resulta aislarse y protegerse de todo lo que te rodea. Resulta mucho más simple tener que preocuparte únicamente por ti. Tras perder a un hermano, a un mejor amigo, entiendo que Jake no quisiera acercarse a nadie nuevamente, pues había comprendido que en algún momento nosotros también partiríamos.

Jake no se presentó en el funeral. Al principio, me dio mucho coraje. Desde mi punto de vista no presentaba el debido respeto a la memoria de su hermano. Tyler había luchado por sus padres y por su hermano, así que despedirlo en su funeral era lo mínimo que podía esperarse. Pero el pastor terminó por tranquilizarme.

“Cada persona enfrenta el luto a su manera”, me dijo.

Hace poco empecé a preocuparme por Jake. Lo he escuchado llorar nuevamente. Cuando sale de la habitación con los ojos hinchados, se va a la escuela sin decir una sola palabra. El otro día intenté conversar con él, y me di cuenta de algo aterrador.

“¿Jake, no quieres desayunar antes de irte?”

“No”, respondió mientras aseguraba la puerta.

“Jake, extraño a mi hijo. Por favor, habla conmigo”.

Jake se detuvo. Se quedó inmóvil algunos segundos, pensando si debía responder o simplemente seguir su camino.

“¿Para qué, para que me arrastres a la iglesia? Por favor, ora por mí”. Sus palabras dolían como golpes en mi rostro.

Sin embargo, cuando se dio la vuelta sus palabras pasaron a segundo termino. Había notado otra cosa.

“¡Jake!”, le grité mientras lo sostenía por un brazo.

Arremangué su chamarra y se revelaron múltiples cortes.

“Jake…”, le dije mientras se formaba un nudo en mi garganta.

Mi hijo se zafó y salió por la puerta principal. Me derrumbé en el suelo mientras lloraba de forma incontrolable. No quería perder a mi otro hijo.

“¿Cariño, cariño, qué sucedió?”, preguntó mi esposa mientras bajaba a toda prisa por las escaleras para ayudarme.

Le expliqué lo que había descubierto. Nuestro hijo se había estado cortando. Mi esposa también se soltó a llorar, y ambos acordamos revisar la habitación de Jake. En ese lugar deberíamos encontrar algo que nos permitiera salvarle la vida.

Un miedo profundo se instaló en mi estómago. Mi esposa y yo habíamos estado frente a esa maldita puerta durante lo que parecían horas.

“No podemos hacer esto”, dijo mientras me apretaba el brazo.

“Es nuestro deber hacerlo. Si conseguimos tan sólo una cosa que nos ayude a salvar su vida… no puedo volver a pasar por lo mismo otra vez”.

Mi mujer asintió con la cabeza, respaldando mi decisión. No podíamos perder otro hijo.

Moví la manija y constaté que la puerta tenía seguro.

“¿Entonces, cómo entraremos, simplemente vamos a tirar la puerta?”.

“Quizá no es la única opción. Espera aquí”.

Me dirigí a la cocina y tomé un cuchillo. Metí la hoja entre el marco y la cerradura y giré la manija. Funcionó, la puerta estaba abierta.

“¡Por Dios! ¿Así de fácil?”, regresé a ver a mi esposa.

“Vamos, rápido”, me respondió.

Cuando abrí la puerta lo primero que distinguí fue el olor. Era perverso. El ambiente de esa habitación se había formado a lo largo de años y era lo primero que distinguías antes de siquiera poder abrir la boca.

Las paredes estaban repletas de posters. Multitud de bandas y películas, cosas que jamás imaginé le gustaran. Mi esposa empezó a revisar los cajones.

“Maldición…”, soltó mi mujer.

“¿Qué es?”.

Mi esposa se tapó la boca con las manos y su rostro empezó a ponerse pálido. Con una mano, me entregó un trozo de papel. Se trataba de una nota.

Ya no quiero vivir.

Me agaché y puse la cabeza entre las rodillas.

“Maldita sea… demonios”.

No podía perder a mi otro hijo. Empecé a orar en voz baja, solicitando al creador que me mostrara el camino a seguir. No podía perder a Jake.

“Sigamos buscando, querida”, le dije mientras acariciaba su espalda intentando reconfortarla un poco.

Cada uno se dedicó a una parte de la habitación y realizamos una búsqueda exhaustiva. Aquello era un total desorden, examinar todo nos llevaría horas. No encontramos casi nada que fuera relevante.

“Busquemos bajo la cama”, sugirió mi esposa en determinado momento.

Caminamos hasta la cama y cada uno levantó un lado del colchón. Mi esposa hizo una mueca de sorpresa.

“¿Qué es esto?”.

Sostenía una navaja de barbero. Creí que era la que utilizaba para cortarse los brazos. Sobre un costado escrito con tinta podía leerse “P*ta vida”.

Mi hijo quería morir y la culpa era nuestra. Deberíamos haberle hablado.

“¿Qué están haciendo?”, gritó Jake mientras entraba a la habitación.

“¡Jake!”, exclamé con una mezcla de sorpresa y alegría. “Deberías estar en la escuela”.

“Hoy sólo tuve la mitad de clases… ¿qué hacen con eso?”.

“Cariño”, mi esposa se levantó del piso donde había estado llorando. “Mi vida, sabemos que te quieres quitar la vida”.

“¿De qué rayos hablan?”, dijo Jake negándolo. “Fuera. Salgan de aquí ahora mismo”.

Me puse de pie y caminé hasta Jake. “Hijo, te amamos”.

“¿Pero, qué les pasa?”. Jake estaba paralizado, las lágrimas le escurrían por las mejillas. Mi esposa le dio un abrazo que no fue retribuido.

“Te amamos mucho, cariño. No queremos perder a otro hijo”.

“¿Por… por qué todavía sostienes la navaja”, preguntó Jake.

Yo lo contuve. Mi esposa hizo el trabajo. Cortes profundos y verticales en ambas muñecas. Gritaba, imploraba que nos detuviéramos, pero no podíamos. Él no podía matarse.

Los vecinos y la policía fueron muy amables y solidarios con nosotros. ¿Perder dos hijos a causa del suicidio? Imposible que no sintieran compasión. No lo merecíamos. Sabíamos que nos esperaba un lugar en el infierno. Y eso nos ponía muy felices.

Cuando Tyler regresó de Irak, estaba completamente destrozado. Le habían cortado la pierna derecha, su novia lo abandonó y su mejor amigo había muerto. Hicimos lo mejor para ayudarlo, pero nunca fue suficiente. Tyler dejó claro que no tenía intenciones de seguir viviendo.

Todas las señales estaban presentes. Tyler se quitaría la vida. Y lo haría dentro de muy poco. No dejaría que eso sucediera. No permitiría que mi hijo se suicidara. Logramos que fuera rápido y sin dolor. Unas cuantas pastillas en su café. El pecado fue nuestro, no de él.

Creí que ahí había terminado todo, desafortunadamente estaba equivocado. Jake también quería morir. Estaba harto del mundo y quería matarse. Y no podíamos permitir que eso sucediera. El suicidio es un pecado muy grande y jamás permitiría que mis hijos fueran al infierno.
 
Soy un hombre profundamente religioso, y siempre procuré inculcar la misma ideología a mi familia, pero a ninguno de mis hijos agradó el estilo de vida. Particularmente a mi hijo Jake, que sería motivo de congoja para cualquier hombre que tuviera a Dios en su corazón. Jake solía mantener su habitación cerrada todo el tiempo. Siempre que estaba adentro, la puerta tenía seguro. Al salir, la aseguraba con su llave. Como no teníamos una copia, simplemente lo dejamos pasar.

Tras la muerte de Tyler, su hermano mayor, Jake se aisló todavía más. Eran muy raras las ocasiones en que hablaba conmigo o su madre. Solía pasar de largo frente a nosotros, como si no estuviéramos ahí, y jamás respondía lo que preguntábamos.

La muerte de Tyler fue difícil para toda la familia. Mi esposa y yo nos teníamos el uno al otro, pero Jake lo afrontó a solas. En ocasiones lo escuchaba sollozar al otro lado de la puerta, pero jamás aceptó nuestra ayuda. Simplemente quería estar solo.

Hasta cierto punto su actitud era comprensible. Entiendo lo tentador que resulta aislarse y protegerse de todo lo que te rodea. Resulta mucho más simple tener que preocuparte únicamente por ti. Tras perder a un hermano, a un mejor amigo, entiendo que Jake no quisiera acercarse a nadie nuevamente, pues había comprendido que en algún momento nosotros también partiríamos.

Jake no se presentó en el funeral. Al principio, me dio mucho coraje. Desde mi punto de vista no presentaba el debido respeto a la memoria de su hermano. Tyler había luchado por sus padres y por su hermano, así que despedirlo en su funeral era lo mínimo que podía esperarse. Pero el pastor terminó por tranquilizarme.

“Cada persona enfrenta el luto a su manera”, me dijo.

Hace poco empecé a preocuparme por Jake. Lo he escuchado llorar nuevamente. Cuando sale de la habitación con los ojos hinchados, se va a la escuela sin decir una sola palabra. El otro día intenté conversar con él, y me di cuenta de algo aterrador.

“¿Jake, no quieres desayunar antes de irte?”

“No”, respondió mientras aseguraba la puerta.

“Jake, extraño a mi hijo. Por favor, habla conmigo”.

Jake se detuvo. Se quedó inmóvil algunos segundos, pensando si debía responder o simplemente seguir su camino.

“¿Para qué, para que me arrastres a la iglesia? Por favor, ora por mí”. Sus palabras dolían como golpes en mi rostro.

Sin embargo, cuando se dio la vuelta sus palabras pasaron a segundo termino. Había notado otra cosa.

“¡Jake!”, le grité mientras lo sostenía por un brazo.

Arremangué su chamarra y se revelaron múltiples cortes.

“Jake…”, le dije mientras se formaba un nudo en mi garganta.

Mi hijo se zafó y salió por la puerta principal. Me derrumbé en el suelo mientras lloraba de forma incontrolable. No quería perder a mi otro hijo.

“¿Cariño, cariño, qué sucedió?”, preguntó mi esposa mientras bajaba a toda prisa por las escaleras para ayudarme.

Le expliqué lo que había descubierto. Nuestro hijo se había estado cortando. Mi esposa también se soltó a llorar, y ambos acordamos revisar la habitación de Jake. En ese lugar deberíamos encontrar algo que nos permitiera salvarle la vida.

Un miedo profundo se instaló en mi estómago. Mi esposa y yo habíamos estado frente a esa maldita puerta durante lo que parecían horas.

“No podemos hacer esto”, dijo mientras me apretaba el brazo.

“Es nuestro deber hacerlo. Si conseguimos tan sólo una cosa que nos ayude a salvar su vida… no puedo volver a pasar por lo mismo otra vez”.

Mi mujer asintió con la cabeza, respaldando mi decisión. No podíamos perder otro hijo.

Moví la manija y constaté que la puerta tenía seguro.

“¿Entonces, cómo entraremos, simplemente vamos a tirar la puerta?”.

“Quizá no es la única opción. Espera aquí”.

Me dirigí a la cocina y tomé un cuchillo. Metí la hoja entre el marco y la cerradura y giré la manija. Funcionó, la puerta estaba abierta.

“¡Por Dios! ¿Así de fácil?”, regresé a ver a mi esposa.

“Vamos, rápido”, me respondió.

Cuando abrí la puerta lo primero que distinguí fue el olor. Era perverso. El ambiente de esa habitación se había formado a lo largo de años y era lo primero que distinguías antes de siquiera poder abrir la boca.

Las paredes estaban repletas de posters. Multitud de bandas y películas, cosas que jamás imaginé le gustaran. Mi esposa empezó a revisar los cajones.

“Maldición…”, soltó mi mujer.

“¿Qué es?”.

Mi esposa se tapó la boca con las manos y su rostro empezó a ponerse pálido. Con una mano, me entregó un trozo de papel. Se trataba de una nota.

Ya no quiero vivir.

Me agaché y puse la cabeza entre las rodillas.

“Maldita sea… demonios”.

No podía perder a mi otro hijo. Empecé a orar en voz baja, solicitando al creador que me mostrara el camino a seguir. No podía perder a Jake.

“Sigamos buscando, querida”, le dije mientras acariciaba su espalda intentando reconfortarla un poco.

Cada uno se dedicó a una parte de la habitación y realizamos una búsqueda exhaustiva. Aquello era un total desorden, examinar todo nos llevaría horas. No encontramos casi nada que fuera relevante.

“Busquemos bajo la cama”, sugirió mi esposa en determinado momento.

Caminamos hasta la cama y cada uno levantó un lado del colchón. Mi esposa hizo una mueca de sorpresa.

“¿Qué es esto?”.

Sostenía una navaja de barbero. Creí que era la que utilizaba para cortarse los brazos. Sobre un costado escrito con tinta podía leerse “P*ta vida”.

Mi hijo quería morir y la culpa era nuestra. Deberíamos haberle hablado.

“¿Qué están haciendo?”, gritó Jake mientras entraba a la habitación.

“¡Jake!”, exclamé con una mezcla de sorpresa y alegría. “Deberías estar en la escuela”.

“Hoy sólo tuve la mitad de clases… ¿qué hacen con eso?”.

“Cariño”, mi esposa se levantó del piso donde había estado llorando. “Mi vida, sabemos que te quieres quitar la vida”.

“¿De qué rayos hablan?”, dijo Jake negándolo. “Fuera. Salgan de aquí ahora mismo”.

Me puse de pie y caminé hasta Jake. “Hijo, te amamos”.

“¿Pero, qué les pasa?”. Jake estaba paralizado, las lágrimas le escurrían por las mejillas. Mi esposa le dio un abrazo que no fue retribuido.

“Te amamos mucho, cariño. No queremos perder a otro hijo”.

“¿Por… por qué todavía sostienes la navaja”, preguntó Jake.

Yo lo contuve. Mi esposa hizo el trabajo. Cortes profundos y verticales en ambas muñecas. Gritaba, imploraba que nos detuviéramos, pero no podíamos. Él no podía matarse.

Los vecinos y la policía fueron muy amables y solidarios con nosotros. ¿Perder dos hijos a causa del suicidio? Imposible que no sintieran compasión. No lo merecíamos. Sabíamos que nos esperaba un lugar en el infierno. Y eso nos ponía muy felices.

Cuando Tyler regresó de Irak, estaba completamente destrozado. Le habían cortado la pierna derecha, su novia lo abandonó y su mejor amigo había muerto. Hicimos lo mejor para ayudarlo, pero nunca fue suficiente. Tyler dejó claro que no tenía intenciones de seguir viviendo.

Todas las señales estaban presentes. Tyler se quitaría la vida. Y lo haría dentro de muy poco. No dejaría que eso sucediera. No permitiría que mi hijo se suicidara. Logramos que fuera rápido y sin dolor. Unas cuantas pastillas en su café. El pecado fue nuestro, no de él.

Creí que ahí había terminado todo, desafortunadamente estaba equivocado. Jake también quería morir. Estaba harto del mundo y quería matarse. Y no podíamos permitir que eso sucediera. El suicidio es un pecado muy grande y jamás permitiría que mis hijos fueran al infierno.


Maravillosa!!
genial. Me encantó.
 
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