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¿UN CAFÉ?

SRDorvas

Becerro
Desde
15 Jun 2015
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9
Las manos masculinas acarician suavemente sus pechos parándose en los pezones erizados de deseo. Gime cuando unos labios llenos de lujuria se apoderan de los suyos. Siente el placer recorrerle el cuerpo, la piel temblando, el sexo húmedo e hinchado.
Otras manos recorren sus muslos y sus nalgas, mientras las suyas propias exploran su vulva llenándose de jugos. Su cuerpo, entregado a las caricias de aquellos hombres, se retuerce de placer y deseo...
-Ringgggggg... Ringggggg...
Elena despierta sobresaltada. ¡El timbre! Aún desconcertada, se levanta, cubre su desnudez con una bata y arrebolada por lo soñado, el pelo revuelto, acude a abrir la puerta. Es el fontanero que viene para arreglar el grifo de la cocina. Le acompaña y, a través de la ventana, ve como el camión del butano gira en la esquina. Suena el teléfono. Su madre. Le envía con un mensajero, que llegará en cinco minutos, una muestra de la tarta para el cumpleaños de su sobrino.
-¡Lo que faltaba! -exclama- ¡Esto parece un desfile!
Deja al fontanero trabajando en la cocina y se mete en el baño para peinarse, tan cargada de estrés que se olvida de cerrar la puerta. Nota unos ojos clavados en la nuca. En la nuca y en otras partes que la bata, abierta, deja al descubierto. La cierra. Oye el entrechocar de las botellas de butano en la escalera pero el fontanero, amablemente, abre la puerta y el butanero las lleva a la cocina.
Suena el timbre de nuevo ¡La tarta! Sale del baño corriendo y abre la puerta justo en el momento en que cinturón de la bata cae y esta queda totalmente abierta. Ante la visión de tales encantos, el mensajero tropieza con el felpudo y le tira la tarta encima. Los tres hombres, pese a estar estupefactos, se miran cómplices y como son las once, la hora del almuerzo, optan por hacer ellos la limpieza y se acercan a ella golosos.
Elena suspira.
-¡No se puede luchar contra el destino!
El fontanero la despoja de la bata mientras el butanero, más acostumbrado a los pesos, la toma en brazos, la lleva al dormitorio y la deja tendida en la cama. El mensajero entra con el resto de la tarta y empieza a restregársela por todo el cuerpo. Otras cuatro manos se unen a la labor. Siente las caricias sobre su piel, el frescor del pastel sobre su sexo y se le escapa un gemido. Alguien, no importa quien, lame el chocolate de sus senos, los succiona, mordisquea los pezones... Unos dedos, dulces y amargos a la vez, se introducen en su boca y ella absorbe con deleite. Una lengua se pasea por su sexo. Gime, se siente morir, nota como sus jugos se mezclan con la nata y el licor de la tarta, imagina el sabor de la mezcla y le falta el aire. Con los ojos cerrados para sentir más intensamente las sensaciones que la recorren, sus manos buscan esos cuerpos que la enloquecen. Acaricia un miembro viril. Otro se le acerca a los labios que lo acogen entre suspiros. Uno de los hombres se introduce en ella y Elena grita, se retuerce y estalla en un orgasmo brutal. Es el primero porque ellos, buscando tanto su propio placer como el de ella, no le dan tregua besando, lamiendo, acariciando cada centímetro de esa piel que vibra y se estremece en cada roce. El dormitorio le da vueltas, la vista se le nubla, siente fuego en el sexo y le empiezan a doler los músculos pero quiere más. Su cuerpo se ha despertado y quiere sentir el placer en cada pliegue, en cada poro. Grita y gime sin parar. Un orgasmo sigue a otro. Oye los jadeos de los tres hombres dominados también por el deseo, la lujuria y el afán de hacerla gozar. Está entregándose a un nuevo orgasmo cuando, entre nubes, oye la voz familiar:
-¡Elena, cielo, ya estoy en casa!
Vuelve la cabeza con los ojos muy abiertos y ve a Fran, su marido, parado y lívido en la puerta. Quiere levantarse pero los tres hombres siguen acariciándola y ella acariciándoles a su vez. No puede hablar. Solo gemidos escapan de su garganta. El placer la invade y la domina más allá de su voluntad haciéndole relajar el cuerpo para alcanzar otro orgasmo ante la presencia de Fran que excitado por la escena, va ganando color en su piel y muestra en la entrepierna un bulto que crece rápidamente.
Con los ojos entrecerrados, Elena ve como desabrocha el pantalón, libera el pene y le dedica unas caricias. Le hace un gesto. Lo llama. Cuando se acerca, coge el pene con mucha suavidad, lo acaricia dulcemente, lo besa y se lo introduce en la boca. Fran gime y tiembla. Elena se da cuenta de que la excitación de su marido es extrema. Lo retira de la boca y lo dirige hacia su vulva. fran se introduce en ella. Chilla y se estremece. Nota aquel ariete llegándole hasta lo más profundo, presionando las paredes de la vagina por las que se desliza provocando el mayor roce nunca vivido. Siente sus jugos correr por su interior mientras manos, labios, lenguas la recorren por fuera. Grita, gime, contorsiona su cuerpo para adaptarlo a cada caricia, a cada roce y con Fran dentro de ella, se deja ir de nuevo entre jadeos, gemidos y convulsiones.
Todos han alcanzado ya el clímax excepto Fran que gime, estruja sus muslos clavándole las uñas y se lanza sobre sus pechos succionando el poco chocolate que aún queda en ellos. Le introduce dos dedos en la boca. Ella los muerde mientras él ruge, se arquea, tensa cada uno de sus músculos, deja de respirar unos segundos y con un grito seco, profundo, derrama sus jugos con potentes sacudidas. Elena, en un máximo esfuerzo, cruza las piernas abrazándole la cintura, estira de él, eleva la pelvis para disfrutar de la caricia de aquel vástago más profundamente. Palmotea el colchón, sacude la cabeza de uno a otro lado, chilla a la vez que se muerde el labio, se crispa y, arrancándolos desde lo más profundo de si misma, derrama sus jugos que se mezclan con los de Fran rebosando de aquella gruta inundada.
El fontanero, el butanero y el mensajero están un tanto desconcertados. Elena también. Fran los mira con una sonrisa serena.
-Os podéis duchar en el otro baño. ¿Quizá os apetezca un café antes de iros? Para acompañar la tarta, digo. ¡Creo que coincidiremos todos en que estaba muy buena!
©Dorvas,2015
 
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