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- #1
Espero recibir más comentarios, mis relatos anteriores han tenido muchas visitas pero apenas un par de comentarios, se los dejo a ver qué les parece. Saludos.
Supuse que se refería a su esposo, jajajaja el muy cornudo llegando de la chamba mientras ella llegaba de restregarle la concha a otro.
- Ay señor ¿Le puedo pedir otro favor?, me dijo sin siquiera abrir la puerta del coche.
- Dígame señorita, si puedo ayudarla, con todo gusto
- Déjeme cambiarme aquí en su coche, si me ven llegar con esta ropa se me arma la grande
Sobra decir cuál fue mi respuesta, de su bolsa sacó un blusa más arrugada que una anciana y un pantalón azul, primero se quitó sin preocupación por que la viera la blusa, fue cuando pude ver ahora sí en todo su esplendor aquellas tetas que se desparramaban por los bordes del brasier, no fue mucho lo que pude disfrutar de ellos, de inmediato se puso la otra blusa encima, luego, sin preámbulos se zafó por debajo la falda, ahí estaba yo volteado completamente hacía atrás abrazando mi asiento, viendo esas piernas exageradamente carnosas y el nacimiento de esas nalgas cuando levantaba una pierna para meterla al pantalón, lo hizo rápido, tanto que no se arregló la tanga que aún permanecía incrustada en su ingle; una vez que hubo acabado, sacó un espejo e intentó arreglarse.
- ¿Me veo muy mal? Me interrogó tratando de poner su mejor cara, se veía tan sensual.
- La verdad…sí. Por qué no nos damos otra vuelta aquí por la colonia a ver si se le baja- le dije sin pensarlo mucho y aceptó.
Anduve dando vueltas hasta que finalmente volví a apararme en el baldío aquel.
¿Se siente mejor?
Sí, gracias, qué pena con usted
No se preocupe, así es esto de la fiesta. Ya se ve mejor, es usted muy guapa pero ¿le puedo decir algo y no se enoja?
Claro, dígame
Pues que sin querer me fije mientras te cambiabas y pues noté que traes la tanga corrida, no te vayan a cachar por eso
Sorprendida más por la situación que por mi atrevimiento, se metió la mano en el pantalón tratando trabajosamente de acomodar la prenda, hacía unas caras que parecía que más que arreglarla, se estaba dedeando y me puse caliente de nuevo, pero nada como cuando sacando la mano y llevándose un dedo porque se rompió una uña me dijo:
Aún estoy muy peda y no puedo… ¿me ayudas?
Ni tardo ni perezoso extendí mi mano para meterla en medio de esos muslos, estaban tan cálidos, tan abundantes en carne y por fin sentí su mata de pelos enroscados y el calor a flor de piel de su concha. Me valió madre. Al sentir sus labios besando la palma de mi mano comencé a sobarla con descaro, mirándola a su cara que se descomponía por la sorpresa y el gozo. De la palma pasé a los dedos, comencé a frotarlos a su concha como buscando algo en su interior pero sin penetrar aún su raja que comenzaba a humedecerse. Su cuerpo comenzó a arquearse de la espalda, levantaba más sus caderas buscando la penetración y yo, todavía desde mi asiento me acercaba lo más posible para facilitar las cosas. Hacía un gesto que me prendía mucho, fruncía el ceño y entreabría la boca, de nuevo, como aguantándose un malestar, levantaba la pelvis todo lo que podía y con su mano derecha ejercía más presión entre mi mano y su vulva.
Miré a los alrededores por eso de las patrullas aunque me había situado debajo de unos árboles de pirul bastante frondosos, la vieja entonces comenzó a gemir como loca y yo súper caliente, me saqué la verga y comencé a meneármela sin sacarle los dedos de la concha, cuando se dio cuenta, no apartó su mirada de mi pito.
- ¿te gusta mamacita? La quieres bien adentro de tu raja ¿verdad?
- Sí, por favor, ya quiero sentir algo duro dentro de mi agujerito- me dijo en una especie de suplica infantil que terminó por convencerme
Como pude me pasé al asiento de atrás, la jalé para recostarla sobre él y le bajé el pantalón solo hasta las rodillas, la tanga seguía como la dejó el soldadito ese, corrida a un lado y sus pelos esparcidos por toda su concha, sin más ni más se la dejé ir, sentí increíble el calor de sus entrañas, su humedad ardiente, no sólo sus pelos eran los grandes, también su panocha lo era, mi pene que de por sí no es de muy gran tamaño, entraba y salía con gran facilidad. Ella gritaba con sus piernas al aire y su cara de placer doliente que me excitaba y me hacía embestirla duro, no hubo mucho contacto, sus pantalones y tanga que jamás le quité nos lo impidieron, sin embargo, la postura que ese hecho nos obligó a tomar me dejaban una hermosa vista de su culo abierto, de sus piernas aplastadas por sí mismas mientras las tenía al aire y de su panochón tragándose y devolviendo mi pene hasta que me vine, solté chorros y chorros de leche que se le guardaron, por un instante bien adentro de su pucha, pero que enseguida que saqué mi verga todavía palpitando, de inmediato regurgitó tiñendo de blanco toda su pelambrera y de paso mi sillón, lamenté no haberla hecho terminar, lo siento, pero mi turno estaba por terminar.
Después de arreglarnos la llevé de vuelta a su casa, aún lucía bastante borracha pero su marido ya la esperaba afuera con cara de pocos amigos, cuando la vio de inmediato abrió la puerta del taxi y la recriminó por su estado.
- ¿cuánto es de la dejada?- me preguntó el sujeto muy serio
- Serían 50 pesos joven- le dije pese a que el otro sujeto ya me había pagado. Sacó de su cartera un billete y la bajó.
- Ah, señorita- le dije- tenga una tarjeta, para cuando necesite taxi. Su marido me tiró una mirada como queriendo matarme ¡imbécil! Si supiera que lo que yo me tiré fue el coño de su vieja.
Al día siguiente mientras limpiaba el coche me encontré tirada la falda de la chica esta y la guardé en la cajuela, coincidentemente mi celular sonó.
- Hola, disculpe ¿usted es el taxista que me trajo a Campestre? venía yo algo tomada, me dijo seguida de una sonrisita de vergüenza
- Sí señorita soy yo ¿para qué soy bueno?
- Híjole, qué pena con usted. Lo que pasa es que quisiera ver si dejé ahí mi falda, me gusta mucho y quisiera recuperarla ¿Puede venir por mí en la noche?
- Claro que sí primor. Taxi libre.
FIN
Supuse que se refería a su esposo, jajajaja el muy cornudo llegando de la chamba mientras ella llegaba de restregarle la concha a otro.
- Ay señor ¿Le puedo pedir otro favor?, me dijo sin siquiera abrir la puerta del coche.
- Dígame señorita, si puedo ayudarla, con todo gusto
- Déjeme cambiarme aquí en su coche, si me ven llegar con esta ropa se me arma la grande
Sobra decir cuál fue mi respuesta, de su bolsa sacó un blusa más arrugada que una anciana y un pantalón azul, primero se quitó sin preocupación por que la viera la blusa, fue cuando pude ver ahora sí en todo su esplendor aquellas tetas que se desparramaban por los bordes del brasier, no fue mucho lo que pude disfrutar de ellos, de inmediato se puso la otra blusa encima, luego, sin preámbulos se zafó por debajo la falda, ahí estaba yo volteado completamente hacía atrás abrazando mi asiento, viendo esas piernas exageradamente carnosas y el nacimiento de esas nalgas cuando levantaba una pierna para meterla al pantalón, lo hizo rápido, tanto que no se arregló la tanga que aún permanecía incrustada en su ingle; una vez que hubo acabado, sacó un espejo e intentó arreglarse.
- ¿Me veo muy mal? Me interrogó tratando de poner su mejor cara, se veía tan sensual.
- La verdad…sí. Por qué no nos damos otra vuelta aquí por la colonia a ver si se le baja- le dije sin pensarlo mucho y aceptó.
Anduve dando vueltas hasta que finalmente volví a apararme en el baldío aquel.
¿Se siente mejor?
Sí, gracias, qué pena con usted
No se preocupe, así es esto de la fiesta. Ya se ve mejor, es usted muy guapa pero ¿le puedo decir algo y no se enoja?
Claro, dígame
Pues que sin querer me fije mientras te cambiabas y pues noté que traes la tanga corrida, no te vayan a cachar por eso
Sorprendida más por la situación que por mi atrevimiento, se metió la mano en el pantalón tratando trabajosamente de acomodar la prenda, hacía unas caras que parecía que más que arreglarla, se estaba dedeando y me puse caliente de nuevo, pero nada como cuando sacando la mano y llevándose un dedo porque se rompió una uña me dijo:
Aún estoy muy peda y no puedo… ¿me ayudas?
Ni tardo ni perezoso extendí mi mano para meterla en medio de esos muslos, estaban tan cálidos, tan abundantes en carne y por fin sentí su mata de pelos enroscados y el calor a flor de piel de su concha. Me valió madre. Al sentir sus labios besando la palma de mi mano comencé a sobarla con descaro, mirándola a su cara que se descomponía por la sorpresa y el gozo. De la palma pasé a los dedos, comencé a frotarlos a su concha como buscando algo en su interior pero sin penetrar aún su raja que comenzaba a humedecerse. Su cuerpo comenzó a arquearse de la espalda, levantaba más sus caderas buscando la penetración y yo, todavía desde mi asiento me acercaba lo más posible para facilitar las cosas. Hacía un gesto que me prendía mucho, fruncía el ceño y entreabría la boca, de nuevo, como aguantándose un malestar, levantaba la pelvis todo lo que podía y con su mano derecha ejercía más presión entre mi mano y su vulva.
Miré a los alrededores por eso de las patrullas aunque me había situado debajo de unos árboles de pirul bastante frondosos, la vieja entonces comenzó a gemir como loca y yo súper caliente, me saqué la verga y comencé a meneármela sin sacarle los dedos de la concha, cuando se dio cuenta, no apartó su mirada de mi pito.
- ¿te gusta mamacita? La quieres bien adentro de tu raja ¿verdad?
- Sí, por favor, ya quiero sentir algo duro dentro de mi agujerito- me dijo en una especie de suplica infantil que terminó por convencerme
Como pude me pasé al asiento de atrás, la jalé para recostarla sobre él y le bajé el pantalón solo hasta las rodillas, la tanga seguía como la dejó el soldadito ese, corrida a un lado y sus pelos esparcidos por toda su concha, sin más ni más se la dejé ir, sentí increíble el calor de sus entrañas, su humedad ardiente, no sólo sus pelos eran los grandes, también su panocha lo era, mi pene que de por sí no es de muy gran tamaño, entraba y salía con gran facilidad. Ella gritaba con sus piernas al aire y su cara de placer doliente que me excitaba y me hacía embestirla duro, no hubo mucho contacto, sus pantalones y tanga que jamás le quité nos lo impidieron, sin embargo, la postura que ese hecho nos obligó a tomar me dejaban una hermosa vista de su culo abierto, de sus piernas aplastadas por sí mismas mientras las tenía al aire y de su panochón tragándose y devolviendo mi pene hasta que me vine, solté chorros y chorros de leche que se le guardaron, por un instante bien adentro de su pucha, pero que enseguida que saqué mi verga todavía palpitando, de inmediato regurgitó tiñendo de blanco toda su pelambrera y de paso mi sillón, lamenté no haberla hecho terminar, lo siento, pero mi turno estaba por terminar.
Después de arreglarnos la llevé de vuelta a su casa, aún lucía bastante borracha pero su marido ya la esperaba afuera con cara de pocos amigos, cuando la vio de inmediato abrió la puerta del taxi y la recriminó por su estado.
- ¿cuánto es de la dejada?- me preguntó el sujeto muy serio
- Serían 50 pesos joven- le dije pese a que el otro sujeto ya me había pagado. Sacó de su cartera un billete y la bajó.
- Ah, señorita- le dije- tenga una tarjeta, para cuando necesite taxi. Su marido me tiró una mirada como queriendo matarme ¡imbécil! Si supiera que lo que yo me tiré fue el coño de su vieja.
Al día siguiente mientras limpiaba el coche me encontré tirada la falda de la chica esta y la guardé en la cajuela, coincidentemente mi celular sonó.
- Hola, disculpe ¿usted es el taxista que me trajo a Campestre? venía yo algo tomada, me dijo seguida de una sonrisita de vergüenza
- Sí señorita soy yo ¿para qué soy bueno?
- Híjole, qué pena con usted. Lo que pasa es que quisiera ver si dejé ahí mi falda, me gusta mucho y quisiera recuperarla ¿Puede venir por mí en la noche?
- Claro que sí primor. Taxi libre.
FIN