gerar10
Bovino de alcurnia
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- 26 Mar 2008
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Para los que me pidieron que subiera este relato cabe aclarar que no es mio yo solo se los comparto
El vestido rojo se pegaba prácticamente a cada centímetro de su cuerpo dibujando perfectamente y palmo a palmo su sinuosa y apetitosa figura. Su vestido llegaba un poco más arriba de sus rodillas, a cada paso que daba se notaba claramente un par de piernas hermosamente torneadas. Ella sabía que era producto de las horas trabajadas en el gimnasio. Doña Susy caminaba por las empedradas calles de su nuevo vecindario. Con unas zapatillas más bien bajas y sin medias por el calor de la zona, con una bolsa de mandado en cada mano, aún le faltaban un par de cuadras para llegar a su casa y su frente ya se perlaba por el sudor en esa mañana tan calurosa, típica de esos días. Después del encuentro con su casero, el viejo Margarito, de buenas a primeras su marido había tomado la decisión de cambiarse de casa, ella no objetó nada, simplemente obedeció cuál perfecta ama de casa, sumisa y obediente, sabedora que había otras cosas en las que ella, simplemente hacía lo que le venía en gana. Carlos, su marido, debería tener buenas razones. Hacía casi 7 años que se había casado, ahora a sus 37 y un poco más, y su marido rondando los 60, sentía de repente, una inquieta y delirante calentura resbalar por su cuerpo. Hacía casi el mismo tiempo que iba al gimnasio, primero como una necesidad de estar sana, luego eso se convirtió en la fuente de satisfacción al notar que muchos hombres –jóvenes o viejos- sin recato alguno volteaban a mirarla, descaradamente en todas sus zonas, especialmente sus nalgas y senos, al pasar por las calles. Susy sentía subir y bajar un delicioso calor por su hermoso y deseable cuerpo, y aunque quisiera engañarse, en más de una ocasión hubiera deseado que ese calor se transformara en las rudas y varoniles manos de quienes la miraban. Gozando de su cuerpo en ese preciso instante y en ese mismo lugar. Pero era una mujer casada, debía darse su lugar, y aunque a veces con palabrotas... "pelado".. "grosero", les decía a los más atrevidos, su rostro, sus ojos, su boca y su lengua decían claramente otra cosa. Estaba casada, pero ella bien sabía que no había nacido para ser mujer de un solo hombre.
A una distancia no muy lejana varios chiquillos jugaban al fútbol. Era verano y las vacaciones habían llegado hacía pocos días. De repente el balón botó con demasiada fuerza cerca de ella, pegando con la bolsa de mandado que traía en la mano derecha y en un bote caprichoso se levantó para pasar apenas a escasos milímetros de la cara de tan hermosa señora quien flexionando un poco las rodillas había alcanzado agacharse a tiempo para evitar ser blanco de tan potente disparo, sin embargo a la distancia parecía que le había golpeado en parte de la cara. La mayoría de los chiquillos corrieron para escabullirse y no ser reconocidos. Sólo Manuel y el "Chino" se quedaron parados como estatuas, sin atinar qué hacer. El "Chino" por ser un año mayor que Manuel le ordenó ir por la pelota, éste recién había cumplido los 16. Eran buenos amigos por lo que Manuel no chistó siquiera, y obediente corrió hasta donde estaba el balón, a escasos metros de doña Susy.
Chamaco de "porra", espetó la señora, por nada y me pegas.
Perdón señora, es que el "chino" le pegó muy fuerte y no lo pude parar.
"El chino"... "el chino"... repitió doña Susy, será el sereno pero por poco y me dejas con el ojo como de "cotorra". Ahora para que se te quite me ayudas con mis bolsas de mandado.
Sí señora, perdón, volvió a decir Manuel agachando la cabeza, y tomando entre sus manos el balón lo elevó un poco para patearlo con dirección hasta donde "el chino" estaba parado... "ahorita regreso", le gritó, no tardo.
Caminaron lo que faltaba para llegar a su casa. Doña Susy abrió la puerta y ordenándole que entrara le pidió que dejara las bolsas sobre la mesa del comedor. Dentro de la casa estaba Mary, una niña de escasos 12 años, que se había quedado cuidando a su nena, que apenas contaba con un poco más de cuatro años. Pagándole a Mary con unas monedas y dándole un bolso de regalo que le había comprado en el mercado, le agradeció muy efusivamente que le hubiera cuidado a su hija. La acompañó a la puerta y la despidió con un beso en la mejilla, no sin antes volver a agradecerle el tiempo dedicado a su nena. Regresó al interior de la casa donde Manuel estaba sentado en una silla del comedor.
voy a ponerme cómoda, le dijo, "¡espérame!"... sonó como una orden.
está bien, sólo murmuró entre dientes Manuel, quien estaba seguro un regaño mayor le esperaba al regreso de doña Susy.
Manuel abrió tremendos ojos cuando vio regresar a la señora Susy. Había escuchado en algunas películas esa frase "voy a ponerme cómoda" pero nunca se imaginó que algo parecido le podía suceder. Susy se había puesto un vestido típico de una región del Estado de Guerrero, en realidad no era un vestido, más bien era una blusa que terminaba en forma deshilachada, y que al no ser tan largo, apenas le llegaba a media pierna, realmente la visión para el chico era delirante. Susy se dirigió al refrigerador y tomando un refresco sirvió dos vasos y le extendió uno al joven muchacho. Se sentó frente a él y contra lo que Manuel esperaba, doña Susy se portó muy amable. Empezó a preguntarle cosas de su vida, y así fue conociéndolo un poco más. Cerca de 40 minutos después doña Susy cruzó las piernas y con ello le mostró un poco más de su hermoso cuerpo al adolescente. De repente se puso de pie, y sin esperar más le dijo:
Tu castigo aún no ha terminado, no sé cuánto tiempo pase para olvidar que estuviste a punto de pegarme.
No fui yo de verdad señora, fue "el chino", bueno yo no pude detener el balón pero fue "el chino" quien lo pateó.
Pues no lo sé Manuel –tuteándolo y parada frente a él- pero ahora aún me debes ese susto. Mira el jueves yo no puedo ir al mercado por que no tengo con quien dejar a mi nena. Ese va a ser tu castigo, vienes a la casa a las 10 y vas al mercado a comprar mi mandado. ¿qué dices? Le preguntó, mientras colocando sus manos alrededor de su cintura, movía entre amenazante y coquetamente su pierna izquierda.
Pero y ¿"el chino"? –replicó tímidamente el muchacho- él fue quien pateó el balón, argumentó como si eso le disminuyera el castigo.
No lo sé, dijo doña Susy, si puedes convéncelo para que te acompañe y entre los dos compren mi mandado. Además, yo sí te sugeriría que lo invitaras porque si vas a comprar algo de mandado y para que no te pese mucho, vayan los dos.
Llegó el jueves. Cerca de mediodía sonó el timbre de su casa. Doña Susy salió corriendo, vestida únicamente con una bata de baño. Aparentemente acababa de terminar de bañarse. Eran Manuel y "el Chino".
Pasen muchachos, pasen. Les dijo la hermosa señora. Me agarraron bañándome. Pongan las bolsas en el comedor. Regreso en un momento, voy a terminar de cambiarme.
Ambos adolescentes se quedaron mirando uno al otro. "El chino" tenía fama de estar ya "vivido". Manuel era un poco más inocente pero tenía lo suyo. Además era un chico bastante atractivo para la mayoría de las chicas de su edad. Su pelo largo, negro, suave y liso tenía ese punto de atracción que a las chicas le gustaba. Sus ojos grandes y negros contrastaba con su piel blanca. "El chino" era más bien un chico común, pero tenía fama de mujeriego. Ambos eran buenos amigos.
La señora Susy regreso enfundada en un pantalón de mezclilla deslavado, tal parecía que se lo había untado a su cuerpo. Unas zapatillas negras la hacían ver un poco más alta de lo que en realidad era. Una blusa blanca dibujaba sus perfectos senos, que sin ser grandes se levantaban erguidos desafiando la ley del tiempo. Una mascada azul rodeaba su cuello y unos aretes largos del mismo color redondeaban su arreglo. Alrededor de su cintura, por debajo de la falda la abrazaba fuertemente un cinturón de tela cuyos extremos colgaban a un lado de su pierna izquierda después de enredarse en un nudo perfectamente hecho por sus delicadas manos. Un juego de pulseras en su mano izquierda del mismo color de la mascada la hacía ver más bien dispuesta para una fiesta que el sólo hecho de recibir de los muchachos del mandado.
Chicos, les dijo, creo que les debo una recompensa por ser tan amables de ir por mi mandado.
No es nada señora, dijo "el chino", nada mejor podríamos hacer por usted después que este tontín no pudo detener ese balón que por poco y le pega, volteando a ver a Manuel le soltó un suave golpe en la cabeza que éste sólo alcanzó a esquivar un poco y lo miró retador con la mirada.
Ni me recuerdes eso, dijo doña Susy, ya olvidémoslo por que si no me enojo y ya no les festejo nada. ¿han jugado alguna vez dominó? Preguntó sin dejar que algunos de los muchachos replicaran más sobre el tema.
Yo sí, dijo Manuel, es muy fácil.
Yo también, dijo "el chino", con don Sebas he jugado en la "casa verde", y mostró al mismo tiempo un gesto de arrepentimiento temeroso de que doña Susy lo regañara.
Y qué vas a hacer tú a la "casa verde", le preguntó Susy, sabedora que más que una cantina era una casa de citas, pero no lo dejó contestar, y puntualizó... "no me digas, olvídalo"... "a ver siéntense que les voy a explicar las reglas de este juego especial de dominó". "El que gane tiene derecho a pedirle lo que sea al perdedor, quien será el que se quede con más puntos, cómo ven?"
¿Se vale pedir de todo? Preguntó ansioso "el chino", quién no dejaba de ver el maravilloso y sensual cuerpo de doña susy quien estaba de pie delante de ellos en el comedor.
Bueno, de todo pero que no vaya en contra de la seguridad de uno, es decir, no vale que pidas algo que puede lastimar al otro, ¿me explico?... "sí" contestaron los dos chicos... "fuera de eso, se puede pedir lo que sea" remató doña Susy.
La primera mano la ganó ella, que era una experta en el juego del dominó. Manuel fue quién más puntos tenía. A ver Manuel, le dijo, ha sido una mañana algo pesada para mi... ¿puedes darme un masaje en mi espalda? El chico titubeo, y "el chino" hizo un gesto de desagrado al tiempo que decía "no se vale doña, eso no es castigo". A ver "chino", le dijo doña Susy, "yo dije que podíamos pedir lo que fuera, no necesariamente un castigo, así es que eso es lo que yo quiero, está bien así?" Está bien, dijo "el chino" y se quedó mirando como las jóvenes manos de Manuel tocaban la piel de la señora quien se había quitado la mascada para facilitarle aún más la labor. La siguiente partida la volvió a ganar doña Susy, y esta vez quien perdió fue "el chino". Su "castigo" fue darle un masaje en los pies a tan linda dama, quien una vez que se quitó la mascada y los zapatos ya no se los volvió a poner. La tercera ronda fue decisiva, nuevamente ganó doña Susy y perdió Manuel. "Quiero que te quites una prenda" dijo la voz sensual de la señora, y al mismo tiempo marcó el rumbo de lo que debería seguir en el juego. El juego fue continuando, doña Susy tuvo que dejarse perder algunas partidas para que los chicos fueran pidiendo que se quitara prendas. Los chicos estaban en calzones únicamente y doña Susy ya sólo tenía el pantalón y su blusa puesta. La siguiente mano quien la perdiera enseñaría algo más. Aunque era evidente la excitación de los muchachos, pues las trusas de ambos se elevaban apuntando al cielo. "El chino" ganó y perdió doña Susy, "qué mala suerte exclamó ella"... los ojos del chico brillaron de lujuria, era incapaz de ocultarlo, su pene se puso más duro y apuntó con mayor fuerza al techo. Su corazón latía con tanta fuerza que a él le parecía que se escuchaba en toda la sala de la casa de tan linda señora. Era cierto, en "la casa verde" había visto a más de una en ropa interior o incluso semidesnuda pero ahora era diferente. Aquellas eran putas. La que estaba enfrente de él era una señora, toda una dama. Indeciso, "el chino" no sabía si pedirle que se quitara la blusa o su pantalón, pero también le daba cierto miedo de hacerla enojar. Aunque ella había dicho que se valía pedir lo que fuera él no estaba seguro que la señora Susy lo aceptara. Podía pararse, enojarse y correrlos de su casa. Con cierto tartamudeo y evidente sudoración en las manos, se atrevió: "quiero que se quite la blusa". "El chino" se escuchó lejos, como si no fuera él quien lo dijera. Todo pareció transcurrir en cámara lenta: Susy, se levantó, no dijo palabra alguna. Tomó los extremos interiores de su blusa con las manos cruzadas, la fue alzando ante los dos pares de ojos abiertos de los muchachos. Cuál sería su sorpresa. No se habían dado cuenta. Los dos esperaban verla en ropa interior, tal vez algún brassier de encaje, tal vez un brassier de algún color erótico pero éste no estaba ahí. Susy en un extremo de cachondez y lujuria no se había puesto sostén. Sus exquisitos senos se movieron lentamente cuando la blusa finalmente pasó por encima de su cabeza y descansó de su mano izquierda. Ahí estaba Susy delante de ellos con los senos al aire, deliciosa, sencilla y sensualmente deliciosa. Ninguno de los dos lo podía creer. Ninguno de los dos sabía que pasaría a continuación. "Esperen" dijo Susy, calzándose los zapatos, caminó hacia la cocina, su andar cadencioso parecía más notorio. Tomó dos vasos de la cocina, sirvió refresco y regresó a la sala donde estaban. Los azorados ojos de los muchachos se abrieron más. El cuadro no podía ser más excitante. Los brazos doblados de Susy, sosteniendo en cada mano un vaso de refresco levantaban un poco más sus perfectos senos, que ya de por sí estaban erguidos y firmes. A cada paso que daba se bamboleaban obligando a mirarlos con un movimiento de cabeza como cuando decimos "sí". Los ojos de los chicos brincaban de su lugar a cada movimiento de la señora.
Tengan, les dijo, dándole a cada uno su refresco. Pero todavía no empiecen voy por una cerveza para mi.
Yo quiero una, dijo "el chino", haciendo una mueca de "chin se va a enojar".
Nada de una cerveza, le regañó Susy, usted es menor de edad. Además debe de estar bien en sus cinco sentidos. Bueno, no sólo tú. Los dos deben estar "bien", dijo esto último recalcando su intención.
Bien para qué, preguntó "el chino".
Para el juego, dijo Susy, aún no hemos terminado, y diciendo esto se alejó a la cocina para traer su cerveza.
Regresó y los ojos de los chicos siguieron ya más descaradamente los movimientos sensuales de sus senos que bailaban cadenciosa y lujuriosamente delante de ellos, y que parecía que les gritaban "cómanme". En la otra mano Susy regresó con un bote de crema "chantilly", lo puso en el centro de la mesa, "como ya las prendas se van a acabar hay que pensar en otra variedad para el juego", dijo al mismo tiempo que se sentaba y tomaba un trago de su rica cerveza, no sin antes levantarla y brindar con los muchachos.
El vestido rojo se pegaba prácticamente a cada centímetro de su cuerpo dibujando perfectamente y palmo a palmo su sinuosa y apetitosa figura. Su vestido llegaba un poco más arriba de sus rodillas, a cada paso que daba se notaba claramente un par de piernas hermosamente torneadas. Ella sabía que era producto de las horas trabajadas en el gimnasio. Doña Susy caminaba por las empedradas calles de su nuevo vecindario. Con unas zapatillas más bien bajas y sin medias por el calor de la zona, con una bolsa de mandado en cada mano, aún le faltaban un par de cuadras para llegar a su casa y su frente ya se perlaba por el sudor en esa mañana tan calurosa, típica de esos días. Después del encuentro con su casero, el viejo Margarito, de buenas a primeras su marido había tomado la decisión de cambiarse de casa, ella no objetó nada, simplemente obedeció cuál perfecta ama de casa, sumisa y obediente, sabedora que había otras cosas en las que ella, simplemente hacía lo que le venía en gana. Carlos, su marido, debería tener buenas razones. Hacía casi 7 años que se había casado, ahora a sus 37 y un poco más, y su marido rondando los 60, sentía de repente, una inquieta y delirante calentura resbalar por su cuerpo. Hacía casi el mismo tiempo que iba al gimnasio, primero como una necesidad de estar sana, luego eso se convirtió en la fuente de satisfacción al notar que muchos hombres –jóvenes o viejos- sin recato alguno volteaban a mirarla, descaradamente en todas sus zonas, especialmente sus nalgas y senos, al pasar por las calles. Susy sentía subir y bajar un delicioso calor por su hermoso y deseable cuerpo, y aunque quisiera engañarse, en más de una ocasión hubiera deseado que ese calor se transformara en las rudas y varoniles manos de quienes la miraban. Gozando de su cuerpo en ese preciso instante y en ese mismo lugar. Pero era una mujer casada, debía darse su lugar, y aunque a veces con palabrotas... "pelado".. "grosero", les decía a los más atrevidos, su rostro, sus ojos, su boca y su lengua decían claramente otra cosa. Estaba casada, pero ella bien sabía que no había nacido para ser mujer de un solo hombre.
A una distancia no muy lejana varios chiquillos jugaban al fútbol. Era verano y las vacaciones habían llegado hacía pocos días. De repente el balón botó con demasiada fuerza cerca de ella, pegando con la bolsa de mandado que traía en la mano derecha y en un bote caprichoso se levantó para pasar apenas a escasos milímetros de la cara de tan hermosa señora quien flexionando un poco las rodillas había alcanzado agacharse a tiempo para evitar ser blanco de tan potente disparo, sin embargo a la distancia parecía que le había golpeado en parte de la cara. La mayoría de los chiquillos corrieron para escabullirse y no ser reconocidos. Sólo Manuel y el "Chino" se quedaron parados como estatuas, sin atinar qué hacer. El "Chino" por ser un año mayor que Manuel le ordenó ir por la pelota, éste recién había cumplido los 16. Eran buenos amigos por lo que Manuel no chistó siquiera, y obediente corrió hasta donde estaba el balón, a escasos metros de doña Susy.
Chamaco de "porra", espetó la señora, por nada y me pegas.
Perdón señora, es que el "chino" le pegó muy fuerte y no lo pude parar.
"El chino"... "el chino"... repitió doña Susy, será el sereno pero por poco y me dejas con el ojo como de "cotorra". Ahora para que se te quite me ayudas con mis bolsas de mandado.
Sí señora, perdón, volvió a decir Manuel agachando la cabeza, y tomando entre sus manos el balón lo elevó un poco para patearlo con dirección hasta donde "el chino" estaba parado... "ahorita regreso", le gritó, no tardo.
Caminaron lo que faltaba para llegar a su casa. Doña Susy abrió la puerta y ordenándole que entrara le pidió que dejara las bolsas sobre la mesa del comedor. Dentro de la casa estaba Mary, una niña de escasos 12 años, que se había quedado cuidando a su nena, que apenas contaba con un poco más de cuatro años. Pagándole a Mary con unas monedas y dándole un bolso de regalo que le había comprado en el mercado, le agradeció muy efusivamente que le hubiera cuidado a su hija. La acompañó a la puerta y la despidió con un beso en la mejilla, no sin antes volver a agradecerle el tiempo dedicado a su nena. Regresó al interior de la casa donde Manuel estaba sentado en una silla del comedor.
voy a ponerme cómoda, le dijo, "¡espérame!"... sonó como una orden.
está bien, sólo murmuró entre dientes Manuel, quien estaba seguro un regaño mayor le esperaba al regreso de doña Susy.
Manuel abrió tremendos ojos cuando vio regresar a la señora Susy. Había escuchado en algunas películas esa frase "voy a ponerme cómoda" pero nunca se imaginó que algo parecido le podía suceder. Susy se había puesto un vestido típico de una región del Estado de Guerrero, en realidad no era un vestido, más bien era una blusa que terminaba en forma deshilachada, y que al no ser tan largo, apenas le llegaba a media pierna, realmente la visión para el chico era delirante. Susy se dirigió al refrigerador y tomando un refresco sirvió dos vasos y le extendió uno al joven muchacho. Se sentó frente a él y contra lo que Manuel esperaba, doña Susy se portó muy amable. Empezó a preguntarle cosas de su vida, y así fue conociéndolo un poco más. Cerca de 40 minutos después doña Susy cruzó las piernas y con ello le mostró un poco más de su hermoso cuerpo al adolescente. De repente se puso de pie, y sin esperar más le dijo:
Tu castigo aún no ha terminado, no sé cuánto tiempo pase para olvidar que estuviste a punto de pegarme.
No fui yo de verdad señora, fue "el chino", bueno yo no pude detener el balón pero fue "el chino" quien lo pateó.
Pues no lo sé Manuel –tuteándolo y parada frente a él- pero ahora aún me debes ese susto. Mira el jueves yo no puedo ir al mercado por que no tengo con quien dejar a mi nena. Ese va a ser tu castigo, vienes a la casa a las 10 y vas al mercado a comprar mi mandado. ¿qué dices? Le preguntó, mientras colocando sus manos alrededor de su cintura, movía entre amenazante y coquetamente su pierna izquierda.
Pero y ¿"el chino"? –replicó tímidamente el muchacho- él fue quien pateó el balón, argumentó como si eso le disminuyera el castigo.
No lo sé, dijo doña Susy, si puedes convéncelo para que te acompañe y entre los dos compren mi mandado. Además, yo sí te sugeriría que lo invitaras porque si vas a comprar algo de mandado y para que no te pese mucho, vayan los dos.
Llegó el jueves. Cerca de mediodía sonó el timbre de su casa. Doña Susy salió corriendo, vestida únicamente con una bata de baño. Aparentemente acababa de terminar de bañarse. Eran Manuel y "el Chino".
Pasen muchachos, pasen. Les dijo la hermosa señora. Me agarraron bañándome. Pongan las bolsas en el comedor. Regreso en un momento, voy a terminar de cambiarme.
Ambos adolescentes se quedaron mirando uno al otro. "El chino" tenía fama de estar ya "vivido". Manuel era un poco más inocente pero tenía lo suyo. Además era un chico bastante atractivo para la mayoría de las chicas de su edad. Su pelo largo, negro, suave y liso tenía ese punto de atracción que a las chicas le gustaba. Sus ojos grandes y negros contrastaba con su piel blanca. "El chino" era más bien un chico común, pero tenía fama de mujeriego. Ambos eran buenos amigos.
La señora Susy regreso enfundada en un pantalón de mezclilla deslavado, tal parecía que se lo había untado a su cuerpo. Unas zapatillas negras la hacían ver un poco más alta de lo que en realidad era. Una blusa blanca dibujaba sus perfectos senos, que sin ser grandes se levantaban erguidos desafiando la ley del tiempo. Una mascada azul rodeaba su cuello y unos aretes largos del mismo color redondeaban su arreglo. Alrededor de su cintura, por debajo de la falda la abrazaba fuertemente un cinturón de tela cuyos extremos colgaban a un lado de su pierna izquierda después de enredarse en un nudo perfectamente hecho por sus delicadas manos. Un juego de pulseras en su mano izquierda del mismo color de la mascada la hacía ver más bien dispuesta para una fiesta que el sólo hecho de recibir de los muchachos del mandado.
Chicos, les dijo, creo que les debo una recompensa por ser tan amables de ir por mi mandado.
No es nada señora, dijo "el chino", nada mejor podríamos hacer por usted después que este tontín no pudo detener ese balón que por poco y le pega, volteando a ver a Manuel le soltó un suave golpe en la cabeza que éste sólo alcanzó a esquivar un poco y lo miró retador con la mirada.
Ni me recuerdes eso, dijo doña Susy, ya olvidémoslo por que si no me enojo y ya no les festejo nada. ¿han jugado alguna vez dominó? Preguntó sin dejar que algunos de los muchachos replicaran más sobre el tema.
Yo sí, dijo Manuel, es muy fácil.
Yo también, dijo "el chino", con don Sebas he jugado en la "casa verde", y mostró al mismo tiempo un gesto de arrepentimiento temeroso de que doña Susy lo regañara.
Y qué vas a hacer tú a la "casa verde", le preguntó Susy, sabedora que más que una cantina era una casa de citas, pero no lo dejó contestar, y puntualizó... "no me digas, olvídalo"... "a ver siéntense que les voy a explicar las reglas de este juego especial de dominó". "El que gane tiene derecho a pedirle lo que sea al perdedor, quien será el que se quede con más puntos, cómo ven?"
¿Se vale pedir de todo? Preguntó ansioso "el chino", quién no dejaba de ver el maravilloso y sensual cuerpo de doña susy quien estaba de pie delante de ellos en el comedor.
Bueno, de todo pero que no vaya en contra de la seguridad de uno, es decir, no vale que pidas algo que puede lastimar al otro, ¿me explico?... "sí" contestaron los dos chicos... "fuera de eso, se puede pedir lo que sea" remató doña Susy.
La primera mano la ganó ella, que era una experta en el juego del dominó. Manuel fue quién más puntos tenía. A ver Manuel, le dijo, ha sido una mañana algo pesada para mi... ¿puedes darme un masaje en mi espalda? El chico titubeo, y "el chino" hizo un gesto de desagrado al tiempo que decía "no se vale doña, eso no es castigo". A ver "chino", le dijo doña Susy, "yo dije que podíamos pedir lo que fuera, no necesariamente un castigo, así es que eso es lo que yo quiero, está bien así?" Está bien, dijo "el chino" y se quedó mirando como las jóvenes manos de Manuel tocaban la piel de la señora quien se había quitado la mascada para facilitarle aún más la labor. La siguiente partida la volvió a ganar doña Susy, y esta vez quien perdió fue "el chino". Su "castigo" fue darle un masaje en los pies a tan linda dama, quien una vez que se quitó la mascada y los zapatos ya no se los volvió a poner. La tercera ronda fue decisiva, nuevamente ganó doña Susy y perdió Manuel. "Quiero que te quites una prenda" dijo la voz sensual de la señora, y al mismo tiempo marcó el rumbo de lo que debería seguir en el juego. El juego fue continuando, doña Susy tuvo que dejarse perder algunas partidas para que los chicos fueran pidiendo que se quitara prendas. Los chicos estaban en calzones únicamente y doña Susy ya sólo tenía el pantalón y su blusa puesta. La siguiente mano quien la perdiera enseñaría algo más. Aunque era evidente la excitación de los muchachos, pues las trusas de ambos se elevaban apuntando al cielo. "El chino" ganó y perdió doña Susy, "qué mala suerte exclamó ella"... los ojos del chico brillaron de lujuria, era incapaz de ocultarlo, su pene se puso más duro y apuntó con mayor fuerza al techo. Su corazón latía con tanta fuerza que a él le parecía que se escuchaba en toda la sala de la casa de tan linda señora. Era cierto, en "la casa verde" había visto a más de una en ropa interior o incluso semidesnuda pero ahora era diferente. Aquellas eran putas. La que estaba enfrente de él era una señora, toda una dama. Indeciso, "el chino" no sabía si pedirle que se quitara la blusa o su pantalón, pero también le daba cierto miedo de hacerla enojar. Aunque ella había dicho que se valía pedir lo que fuera él no estaba seguro que la señora Susy lo aceptara. Podía pararse, enojarse y correrlos de su casa. Con cierto tartamudeo y evidente sudoración en las manos, se atrevió: "quiero que se quite la blusa". "El chino" se escuchó lejos, como si no fuera él quien lo dijera. Todo pareció transcurrir en cámara lenta: Susy, se levantó, no dijo palabra alguna. Tomó los extremos interiores de su blusa con las manos cruzadas, la fue alzando ante los dos pares de ojos abiertos de los muchachos. Cuál sería su sorpresa. No se habían dado cuenta. Los dos esperaban verla en ropa interior, tal vez algún brassier de encaje, tal vez un brassier de algún color erótico pero éste no estaba ahí. Susy en un extremo de cachondez y lujuria no se había puesto sostén. Sus exquisitos senos se movieron lentamente cuando la blusa finalmente pasó por encima de su cabeza y descansó de su mano izquierda. Ahí estaba Susy delante de ellos con los senos al aire, deliciosa, sencilla y sensualmente deliciosa. Ninguno de los dos lo podía creer. Ninguno de los dos sabía que pasaría a continuación. "Esperen" dijo Susy, calzándose los zapatos, caminó hacia la cocina, su andar cadencioso parecía más notorio. Tomó dos vasos de la cocina, sirvió refresco y regresó a la sala donde estaban. Los azorados ojos de los muchachos se abrieron más. El cuadro no podía ser más excitante. Los brazos doblados de Susy, sosteniendo en cada mano un vaso de refresco levantaban un poco más sus perfectos senos, que ya de por sí estaban erguidos y firmes. A cada paso que daba se bamboleaban obligando a mirarlos con un movimiento de cabeza como cuando decimos "sí". Los ojos de los chicos brincaban de su lugar a cada movimiento de la señora.
Tengan, les dijo, dándole a cada uno su refresco. Pero todavía no empiecen voy por una cerveza para mi.
Yo quiero una, dijo "el chino", haciendo una mueca de "chin se va a enojar".
Nada de una cerveza, le regañó Susy, usted es menor de edad. Además debe de estar bien en sus cinco sentidos. Bueno, no sólo tú. Los dos deben estar "bien", dijo esto último recalcando su intención.
Bien para qué, preguntó "el chino".
Para el juego, dijo Susy, aún no hemos terminado, y diciendo esto se alejó a la cocina para traer su cerveza.
Regresó y los ojos de los chicos siguieron ya más descaradamente los movimientos sensuales de sus senos que bailaban cadenciosa y lujuriosamente delante de ellos, y que parecía que les gritaban "cómanme". En la otra mano Susy regresó con un bote de crema "chantilly", lo puso en el centro de la mesa, "como ya las prendas se van a acabar hay que pensar en otra variedad para el juego", dijo al mismo tiempo que se sentaba y tomaba un trago de su rica cerveza, no sin antes levantarla y brindar con los muchachos.