ranger711
Becerro
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- 24 Mar 2010
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Entre las sabanas sentí una caricia mínima y suave. Apenas pude reconocer el trazo de tus líneas fantasmas rozando mi cuerpo. Las puntas de mis dedos jugando con tu ropa interior, humedeciéndote en cada caricia, apoderándome de ti cada silencioso segundo.
Me quedé quieto. Sujeto a la cama por lazos invisibles, atado por mi deseo, amordazado por las ganas de seguir disfrutando, de hacerte sentir mi tacto pendenciero, de ver hasta dónde pensabas dejarme llegar.
Y querías llegar a todo. Apretaste tus muslos, puse mis dedos con vigor sobre tu pubis tibio y deseoso. No era posible que pensara que así no te despertaría. Pulse los botones precisos para encenderte, te invadí, tocando todo, iniciando un incendio.
Te hice sentir palpitar tu entrepierna, te hice retorcer de placer y sentir el contacto con mi lengua traviesa y mi miembro duro que se frisó en tu cuerpo, aprisionándote después entre mí cuerpo y mi mano exploradora y atrevida. ¡Qué hermoso el sexo! Qué hermoso tu sexo, tu dulce feminidad que sentía cálida, húmeda, salvaje.
Te imaginé, entrar en ti, abrirme paso entre tus piernas y clavarme en tus entrañas, dotándote de gemidos de placer. Pero tenía que esperar, apenas me estaba preparando con un tacto impaciente, como quien prepara el campo para la siembra, trabajando la tierra para una buena cosecha. Te estaba poniendo, a mano y a fuego lento, la calentada de mi vida.
Me era difícil mantenerte quieta, tu espalda se arqueaba hacia atrás y escapaban de tus labios gemidos anhelantes. Hice a un lado tu lencería y palpe con suavidad los trazos de tu sexo, recogiendo la humedad, estimulándote el deseo, desquiciándolo, avivándolo, haciéndote estremecer.
Sentí entonces tu respiración trémula y tibia, abrasándome la piel. Sentí ese soplo de fuego que terminó de encenderme y volverme loco.
Tu clítoris se hinchaba entre mis dedos y los empapaba, tu cadera hacía círculos y tu recibías, encantada, mi índice que se abría paso en tu intimidad, clavándome hondo, perforándote, forzando tu placer, empujándote a una intensa sensación que poco a poco se iba formando y prometía ser enorme, fulminante, maravillosa, única, hasta que de pronto, como un golpe seco y tormentoso el jugueteo delicioso se detuvo.
Abrí los ojos y me levanté de súbito volteando hacia donde estabas, o hacia donde debías estar, pero no hubo ninguna cara que reconocer, no hubo un cuerpo caliente, ni una humedad dulce. No hubo mano osada, ni aliento agitado, sólo el timbre de mi teléfono celular que descansaba sobre la mesa de noche. Me senté y froté mis ojos.
Tomé un respiro profundo y me sente a la orilla de la cama, encontrándome (como era de esperarse) con la consecuencia erecta de mi ensoñación.
Decidí, frustrado, que sería mejor idea no atender el celular y volver a recostarme por un rato. A veces, si hay suerte, pueden recuperarse los sueños en el lugar donde los dejaste. Dudé… ¿A quién engaño? Eso nunca sucede. De todos modos cerré los ojos.
Empecé a tratar de recordar lo que durante la noche me convirtió en una máquina caliente, entre recuerdos vagos de una sombra desconocida toqueteándole hasta el alma.
Mis manos tomaron el impulso de deslizarse por mi vientre. Tome en un puño mi virilidad, y comencé a frotarme, estimulándome presionando hacia arriba y hacia abajo.
Era un tacto suave, pero constante. Cuando me sentía muy cerca, rápido y vigoroso, interrumpiendo al punto del orgasmo. Mi pene pulsaba contra mis dedos mientras me pedía mas. Apliqué con mis dedos presión sobre su nacimiento, antes de empezar a hacer patrones circulares sin pausar, fuerte, hasta sentir de plano que mi cuerpo perdió todo el control.
Mi espalda se arqueo, mi sexo latía con fuerza y me hacía convulsionar mi cuerpo de placer. Un gemido atrapante se adueñó de mi habitación, acompañado de nuevo por el timbrado escandaloso de mi celular, que esta vez llegó demasiado tarde para interrumpir de nuevo mi orgasmo mañanero.
Entonces abrí los ojos, rompiendo las cadenas que me mantenían unido a la almohada. Estiré la mano para tomar el celular, pero no alcancé a responder a tiempo. Decidí levantarme y tomar un baño cuando la tercera llamada del mismo número entró a mi teléfono. Y yo deseaba que fueras tu.
Hasta pronto.
Sinceramente.
Me quedé quieto. Sujeto a la cama por lazos invisibles, atado por mi deseo, amordazado por las ganas de seguir disfrutando, de hacerte sentir mi tacto pendenciero, de ver hasta dónde pensabas dejarme llegar.
Y querías llegar a todo. Apretaste tus muslos, puse mis dedos con vigor sobre tu pubis tibio y deseoso. No era posible que pensara que así no te despertaría. Pulse los botones precisos para encenderte, te invadí, tocando todo, iniciando un incendio.
Te hice sentir palpitar tu entrepierna, te hice retorcer de placer y sentir el contacto con mi lengua traviesa y mi miembro duro que se frisó en tu cuerpo, aprisionándote después entre mí cuerpo y mi mano exploradora y atrevida. ¡Qué hermoso el sexo! Qué hermoso tu sexo, tu dulce feminidad que sentía cálida, húmeda, salvaje.
Te imaginé, entrar en ti, abrirme paso entre tus piernas y clavarme en tus entrañas, dotándote de gemidos de placer. Pero tenía que esperar, apenas me estaba preparando con un tacto impaciente, como quien prepara el campo para la siembra, trabajando la tierra para una buena cosecha. Te estaba poniendo, a mano y a fuego lento, la calentada de mi vida.
Me era difícil mantenerte quieta, tu espalda se arqueaba hacia atrás y escapaban de tus labios gemidos anhelantes. Hice a un lado tu lencería y palpe con suavidad los trazos de tu sexo, recogiendo la humedad, estimulándote el deseo, desquiciándolo, avivándolo, haciéndote estremecer.
Sentí entonces tu respiración trémula y tibia, abrasándome la piel. Sentí ese soplo de fuego que terminó de encenderme y volverme loco.
Tu clítoris se hinchaba entre mis dedos y los empapaba, tu cadera hacía círculos y tu recibías, encantada, mi índice que se abría paso en tu intimidad, clavándome hondo, perforándote, forzando tu placer, empujándote a una intensa sensación que poco a poco se iba formando y prometía ser enorme, fulminante, maravillosa, única, hasta que de pronto, como un golpe seco y tormentoso el jugueteo delicioso se detuvo.
Abrí los ojos y me levanté de súbito volteando hacia donde estabas, o hacia donde debías estar, pero no hubo ninguna cara que reconocer, no hubo un cuerpo caliente, ni una humedad dulce. No hubo mano osada, ni aliento agitado, sólo el timbre de mi teléfono celular que descansaba sobre la mesa de noche. Me senté y froté mis ojos.
Tomé un respiro profundo y me sente a la orilla de la cama, encontrándome (como era de esperarse) con la consecuencia erecta de mi ensoñación.
Decidí, frustrado, que sería mejor idea no atender el celular y volver a recostarme por un rato. A veces, si hay suerte, pueden recuperarse los sueños en el lugar donde los dejaste. Dudé… ¿A quién engaño? Eso nunca sucede. De todos modos cerré los ojos.
Empecé a tratar de recordar lo que durante la noche me convirtió en una máquina caliente, entre recuerdos vagos de una sombra desconocida toqueteándole hasta el alma.
Mis manos tomaron el impulso de deslizarse por mi vientre. Tome en un puño mi virilidad, y comencé a frotarme, estimulándome presionando hacia arriba y hacia abajo.
Era un tacto suave, pero constante. Cuando me sentía muy cerca, rápido y vigoroso, interrumpiendo al punto del orgasmo. Mi pene pulsaba contra mis dedos mientras me pedía mas. Apliqué con mis dedos presión sobre su nacimiento, antes de empezar a hacer patrones circulares sin pausar, fuerte, hasta sentir de plano que mi cuerpo perdió todo el control.
Mi espalda se arqueo, mi sexo latía con fuerza y me hacía convulsionar mi cuerpo de placer. Un gemido atrapante se adueñó de mi habitación, acompañado de nuevo por el timbrado escandaloso de mi celular, que esta vez llegó demasiado tarde para interrumpir de nuevo mi orgasmo mañanero.
Entonces abrí los ojos, rompiendo las cadenas que me mantenían unido a la almohada. Estiré la mano para tomar el celular, pero no alcancé a responder a tiempo. Decidí levantarme y tomar un baño cuando la tercera llamada del mismo número entró a mi teléfono. Y yo deseaba que fueras tu.
Hasta pronto.
Sinceramente.