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- #1
Bien, pues ando en casa, bebiendo algo de vodka y escuchando un poco de UTrance y comiendo palomitas hechas en olla. Es por tanto buen momento para compartir algunos recuerdos, que son todos verídicos y que si veo que son de su agrado seguiré compartiendo con gusto. Finalmente me sirven de desahogo. Soy bisexual, de closet, y estar dentro del closet no es fácil.
Comenzaré comentando mi experiencia con Santiago.
Es de ley que todos los viernes, solo o con compañía, me emborracho a morir. Soy un alcohólico orgulloso de serlo. Y uno de mis lugares favoritos es el Go Bar, ubicado afuera del metro hidalgo. ¿Por qué este lugar? Alguna vez un amigo mío me lo recomendó asegurando que ahí iban muchos chacales, que es el perfil masculino que más me atrae. Cuando lo visité… no era precisamente lo que imaginaba, pero sí lo que necesitaba. Lo que hasta ahora me alegra es que jamás me he encontrado a conocido alguno, porque no es el tipo de lugares que visiten las personas con las que convivo.
El GoBar está feo, pero en él se puede ligar muy bien. Y ahí van muchos como yo: closeteros, con la intención de vivir asomarse siquiera a mirar afuera del closet. Y aunque no precisamente encuentra uno chacales, sí encuentra personas totalmente varoniles. De todas maneras, lo cierto es que siempre termino ligando algo decente.
Hay algo misterioso en ese lugar, sin embargo. La cerveza emborracha más de lo normal. Es decir, para caer como muerto yo requiero normalmente de seis caguamones. Pues en el GoBar no. En el GoBar caigo con cuatro caguamas ¡(ni siquiera caguamones)! Y no soy el único que piensa lo mismo. Pero… volvamos a lo erótico.
Pues un viernes fui, y estaba justamente despechado. Supe que mi novia me engañana con su exnovio, y desde luego iba dolido. Recuerdo que estaba dispuesto a revolcarme con el primero que me hiciera ojitos o me insinuara alguna atracción, con ciertas restricciones, desde luego.
La primera caguama la bebí casi de un solo trago, por el dolor sentimental que traía guardado. La segunda la bebí rápidamente igual. En la tercera ya estaba borracho, y comencé a beber con calma. Eran apenas las 10:30 de la noche, aproximadamente. Y ahí junto a los baños, vi a un morenito de aproximadamente 1.65 m de estatura mirándome en plan de ligue. Discretamente lo miré y no estaba mal: varonil, moreno (como me encantan), pelo corto y bien peinado, nalgoncito, y unos labios y sonrisa muy atractivos. Me hice el difícil, y noté que me miraba con insistencia. No pude cotizarme más por la carga emocional que traía encima, así que me acerqué a él y le pregunté su nombre.
-Santiago –contestó emocionado.
¿Les ha pasado que ven a un hombre bien varonil y con cara de malote, y cuando lo escuchan hablar su dignidad y virilidad se viene abajo? Pues fue este el caso. No obstante, ya por el despecho, ya por lo borracho o ya porque percibí una nobleza excepcional en ese chico, seguí conversando con él de buena manera.
El jovencito, que parecía de 19 años a lo mucho, tenía 25, un años menos que yo. Trabajaba para la policía de la ciudad de México y vivía muy cerca del centro de Tecamac. Cuando lo topé estaba bebiendo una caguama, pero bien claro percibí que lo hacía con desagrado. Asumí entonces que al igual que yo había ido con la mejor disposición de ligar.
Conversamos y se nos fue el tiempo. A las 11:10 él se despedía asegurando que debía llegar a Indios verdes antes de las 11:50, porque era la hora en la que el último camión salía. Le propuse irnos juntos a las 11:30 garantizándole que llegaría sin problemas. Él insistió en irse, pero cedió cuando le prometí acompañarlo hasta que abordara su autobús.
En esos 20 minutos bebí mi cuarta caguama (para quedar totalmente ebrio), y a las 11:30 salimos del lugar. Para entonces ya habían ocurrido besos y toqueteos. Antes de salir le dije que me diera el último beso lo más apasionado que su corazón le permitiera, porque en la calle ni loco le dejaría besarme ni agarrarme. El chico comprendió a la perfección y no cuestionó mi discreción, cosa que me agradó bastante.
Cuando me dirigía al metro, el chico, con su voz afeminada, su rostro moreno, sus ojos redondos y bien brillantes, y su boca pequeña, se paró frente a mí y me dijo:
-¿A dónde vamos?
-Al metro –contesté-.
-¡No! El metro no me gusta
¡Wow!. Se supone que no tolero a las mujeres por lo berrinchudas que son, y este chamaquito se atrevió a hacerme uno. Lo normal, es que suelo ahí ser cortante y culero. Sin embargo en esta ocasión al ver su mirada de indignación, me causó ternura y conmoción. Sentí impulso de darle un abrazo y un beso para calmarlo. Parecía verdaderamente furioso por mi intención de ir al metro. ¿Y cómo decirle que del metro hidalgo a Indios verdes son 15 minutos, y en camión es casi media hora? Pff, ya no alcanzaría transporte a su casa. Eso significaba… que tendría que pasar la noche con el muchacho… La idea me agradó.
Abordamos el camión que pasa sobre av. Revolución y que tiene como destino indios verdes. Descendimos a las 12:18 de la madrugada, y corrimos al andén B del paradero, donde se supone abordaría su transporte. No había nadie ya. Estaba vacío, sin fila de gente ni camiones ni combis.
Santiago entonces volvió a poner cara de enfado, y hasta unas lágrimas brotaron de sus ojos. Cruzó sus brazos y dijo: ¿Ves por qué me quería salir antes? ¿Y ahora qué voy a hacer?
Viéndolo fijamente a los ojos, le dije:
-Vente a quedar conmigo. Te invito.
-Tú lo que quieres es un acostón conmigo, nadamás –dijo conservando su expresión de berrinche.
-La verdad, no solo uno. Pero… te prometo no hacerte nada que tú no quieras –le dije-. Es mi responsabilidad que no hayas alcanzado camión. Es más. Si quieres tú te quedas en mi cama y yo duermo en el suelo.
Es necesario mencionar que en Ecatepec, rentaba un departamento en el que dormía con la chica responsable de mi despecho. Los viernes ella se iba a casa de sus padres porque sabía que yo me iba de parranda con mis amigos. Así que sin duda el lugar estaba solo. Y aunque me parecía desleal y poca madre llevar a un hombre a dormir conmigo en la misma cama donde dormía con mi novia, recordar el hecho de que ella me era infiel me dio valor y hasta hizo de la empresa un asunto de mucho interés y morbo. “Va la mía, Diana”, pensé.
Llegamos al departamento. Le ofrecí bañarse, le pregunté si quería que le preparara algo de cenar, o si prefería jugar algún conquián (amo jugar conquián con viejos groseros) o algún otro juego de mesa. A todo se negó. Con la intención de conocerlo mejor, le pedí que pusiera música de su celular. A lo largo de la vida he aprendido que las personas pueden mentir con palabras, pero no con acciones ni expresando gustos. Y dependiendo el tipo de música que a cada uno le gusta es posible establecer un perfil de personalidad atinado.
Conectamos su teléfono a las bocinas, y básicamente sonó pop en español. Sin embargo, sobresalían algunas canciones de Temerarios, o Bronco; Había otros géneros más extraños que me permitieron corroborar la idea de que se trataba de un chico noble…
Ya resguardados, destapé un caguamón y lo bebía mientras tanto. Él se negó a acompañarme a beber. Nos besábamos vorazmente mientras platicábamos, acariciando nuestros cuerpos. Sus labios estaban siempre humectados y suaves, como si se untara gloss. Era totalmente lampiño, y por los entrenamientos físicos que hacía en la academia de policía, conservaba buen cuerpo. Magníficos pectorales. Abdomen plano y duro, piernas delgadas pero bien torneadas. Sobra decir que mi verga estaba durísima.
A eso de las 3:00 am nos acostamos. Le dije que yo dormiría en el piso. Él me dijo: me conformo con que duermas con ropa. Mi plan era acostarme, e incitarlo a coger a base de caricias y besos. Eso nunca falla.
Nos acostamos, y perdí entonces la noción del tiempo. Mi estado de ebriedad me traicionó y caí en un profundo sueño.
De pronto desperté. Eran las seis de la mañana, y el chico me estaba desvistiendo tiernamente. Mi cabeza daba vueltas, y sin mayor remedio me dejaba desvestir por ese “desconocido” mientras reconstruía lo sucedido la noche anterior. Cuando recordé las cosas, ya estaba totalmente desnudo. Mi verga totalmente parada. Dura, como casi nunca suele estarlo. Sentía que iba a desgarrarse o a reventar. Palpitaba.
Santiago procedió a mamarla con una ternura y delicadeza extraordinaria. Fue así como terminé de despertar ¿Qué placer es mayor para un hombre que se le despierte de un sueño profundo con una mamada como aquellas? Acariciaba mis testículos (cosa que me prende mil), lengüeteaba mi verga desde la base hasta la cabeza (¿Cómo sabía ese morenito que eso era mi debilidad?), y con frecuencia chupaba a fondo. Sentía esa fabulosa presión de su garganta sobre mi glande. Luego de haber mamado por un buen rato comenzó a descender dándome de besos por las piernas hasta llegar a mis pies. Con sus labios recorría la planta y metía su lengua en el espacio que está entre los dedos. Nadie lo había hecho hasta entonces, y no pude evitar lanzar gruñidos de placer (porque los hombres no debemos gemir, sino gruñir).
Yo seguía mareado, borracho. Algo tiene mi cuerpo, que nunca he sentido una cruda o resaca tal cual. Sin embargo, duro borracho más tiempo de lo normal. Mi organismo metaboliza lentamente el alcohol, pues.
El morbo que caracteriza a un borracho aún, más, la gran excitación y lívido que sentimos los hombres todas las mañanas, más, una boca y lengua que sabían cómo besar y mamar, más, el despecho, más, el miedo a que en cualquier momento entrara Diana y mirara aquello… El lector imaginará pues lo excitado que estaba yo.
Mientras me conscentía con sus habilidades bucales y linguisticas, noté que salivaba con frecuencia su dedo y luego transfería tal saliva a su trasero. Todos sabemos lo que eso significa. Ya me saboreaba ese hermoso culito lampiño, bien formado, y durito.
Después de lamer mis pies volvió a mi verga, y luego se recostó encima de mí para besar mis labios. Envolví con mis brazos su cuerpo, y comencé a estrujar sus nalgas ya desnudas. Estaban grandes, y bien trabajadas. Decidí oprimirlas con la máxima fuerza que mis manos me permitían en la ebriedad, esperando un respingo o una expresión de dolor, y lo que hizo Santiago fue gemir de placer. En seguida dejó de besarme, y estando yo acostado se sentó sobre mi cuerpo y en un movimiento repleto de maestría ensartó mi verga en sus nalgas. ¡Imposible describir tal sensación de placer! ¡De verdad imposible! Sin embargo, aunque borracho, y contra todo hedonismo, reaccioné de inmediato violentamente. Con todas mis fuerzas me levanté y de un movimiento sometí al pobre Santiago sujetando su cuello. En un par de segundos, a lo mucho, él estaba boca arriba debajo de mi cuerpo con su cuello oprimido con mis manos.
-¿Qué te pasa, imbécil? –grité-. ¿Por qué no esperaste a que me pusiera un condón?
Sus párpados se oprimieron como esperando a que le diera unos chingadazos, que bien merecidos se los tenía. Su cuerpo se contrajo y con voz suplicante dijo:
-Perdón. No fue mi intención. Estaba muy caliente… es que tu verga, es hermosa…
De nueva cuenta, su forma de “ser afeminado” me conmovió. Sus ojos seguían cerrados, y contrario a la golpiza que esperaba, me acerqué a besar sus labios tiernamente. Me correspondió manifestando sumisión. Con sus brazos me abrazó fuertemente y acarició mi espalda clavándome las pocas uñas que tenía. Me excitaba que lo hiciera, más por el estímulo físico, porque es así como proceden las mujeres. Minutos más tarde abrió los ojos y dijo:
-Qué macho tan violento –y volvió a cerrarlos, retorciéndose esta vez emitiendo algunos gemidos femeninos.
Lo cierto es que ese sujeto sabía estimular mi orgullo de hombre Macho violento. Un calificativo que hinchaba mi vanidad masculina.
Fue entonces inevitable perder el control. Ese tal Santiago me había activado un deseo nunca antes conocido en mí, ni explorado por nadie. Procedí entonces no a cogérmelo, sino a violarlo. Con la misma agresividad con la que le reproché haberse ensartado sin condón, lo puse en posición de perro (de perra). Saqué de un cajón un condón y lo puse lo más a prisa que pude. Mientras lo hacía, el chico imploraba: “con cuidado, por favor. Despacio”. Me valió, y se le clavé mi verga de un solo chingadazo. El joven intentó zafarse, pero le di una nalgada con cierto coraje y le dije:
-¡No te muevas, perra!
¡Y obedeció!
Se la empecé a meter con furia. No era un placer físico, sino emocional. Apenas y podía escuchar el fuerte impacto piel con piel que producían mis embestidas. Él gemía de una manera peculiar de tal manera que era imposible asegurar si lo hacía por dolor o por placer. Tiempo después, haciendo uso de la fuerza, lo cambié de posición. Lo puse patitas al hombro, él recostado. Abrí con violencia sus piernas y dejé expuesto su ano. Se veía ya un orificio palpitante que hacía resaltar un interior rosado y lubricado. Antes de meterle la verga junté en mi boca una gran cantidad de saliva y se la escupí con una excelente puntería a aquél orificio que parecía agonizante. Me excitó ver la saliva espumosa regurgitar en ese hermoso orificio.
De un solo movimiento me lo volví a parchar. Esta vez sus gemidos se definieron más hacia el dolor, y algo muy excitante: podía ver sus ojos, que se ponían en blanco cada vez que le encajaba mi verga. Como su cuerpo era pequeño, me resultó sencillo acercarme a besar sus labios –húmedos y suaves- mientras me lo cogía. Con sus brazos envolvió mis hombros y entonces nuestras lenguas se enfrentaron apasionadamente. Con sus brazos me oprimía obsesivamente a su cuerpo, y con los míos me encargada de mantener abiertas sus piernas y posicionado su culo para hacer la penetración lo más profunda posible.
El contacto de ambas lenguas me excitó al grado de casi venirme. Tuve que disminuir el ritmo la fuerza con la que estaba cogiendo. Santiago se percató de ello, y con una fuerza inesperada fue ahora él quien me sometió físicamente dejándome recostado boca arriba nuevamente. De la misma manera en la que junté saliva para arrojarla a su ano, él juntó saliva y la arrojó con buena puntería a mi verga. Juntó luego más saliva y la arrojó a mis webos, lubricándolos. Con su mano los frotó cariñosamente mi escroto, y si no hubiera dándole un manotazo para apartar sus manos de ahí, la cogida habría llegado a su fin.
Estando yo boca arriba, Santiago se sentó en mi verga, y luego puso ambas plantas de los pies en mis hombros. Se reclinó hacia atrás y con sus manos sujetó mis tobillos. Jamás había hecho esa posición.
Su cadera se movía de arriba abajo con agilidad. Yo estaba a punto de venirme, de explotar, de librar todo ese cúmulo de fluidos que a los hombres nos hace pasar momentos de ansiedad y desesperación cuando se acumulan en cierto exceso. Aguanté lo más que pude.
Sentí gotas de líquido caliente caer sobre mi pecho y su cara. Vi de nuevo los ojitos en blanco que contrastaban a la perfección con la tez morena de Santiago. Estaba eyaculando. Por primera vez le puse atención a su verga: era pequeña, y delgada.
Sentí un alivio, y decidí jugar el rol de violencia.
-¡Idiota! Me ensusiaste –dije asegurándome de que su orgasmo hubiera terminado.
Con timidez me ofreció disculpas.
-Límpiamelo con la boca –ordené.
Y así lo hizo.
Yo ya quería terminar también, y recordando la mala jugada que hizo al meterse mi verga sin condón, decidí hacer lo siguiente:
Forcejeando lo volví a poner en posición de perra, y luego lo obligué a empinarse de tal manera que su orificio (ahora más abierto que un rato atrás) quedara expuesto.
-Sujeta tus nalgas y abre tu culo lo más que puedas.
Santiago obedeció. Supongo que imaginó que le metería la verga, pero no.
Para entonces yo ya había comenzado a sentir el orgasmo ayudado por mi mano. Rápidamente me quité el condón, y sin meterle la verga, derramé todo mi semen en su orificio. Nada quedó embarrado con sus nalgas. Todo fue depositado en ese agujero que parecía no tener llenadera. Santiago comprendió lo que hice, y vi su esfínter contraerse rítmicamente tragándose mis mecos. El charco blanco que podía percibirse rápidamente desapareció absorbido por las entrañas.
Mi verga seguía dura.
Santiago gemía
Mi cabeza daba vueltas.
Agarré otro condón y me lo puse. Lo seguí cogiendo como diez minutos más en posición de empinado. En esta ocasión mi mismo semen sirvió como un extraordinario lubricante que me hizo pensar por un momento que me estaba cogiendo a una vagina.
Volví a eyacular esta vez dentro del condón. Ambos terminamos jadeando.
Pronto nos volvimos a cubrir por las cobijas, y fue la primera vez que en lugar de sentir asco por ver a mi lado a un hombre después del orgasmo, sentí deseos de abrazarlo y besarlo tiernamente. Así lo hice. El cuerpo de Santiago se desvaneció por completo entregándose a mis brazos permitiéndome rodearlo a mi antojo. Sus labios perdieron tensión, y con los míos pude jugar con los suyos, inertes.
Puedo decir que con Santiago ha sido uno de los dos hombres con los que he hecho el amor en toda la extensión de la palabra.
En aquellos tiempos yo tenía broncas económicas y laborales. Santiago me invitaba recurrentemente a salir, y yo despreciaba sus invitaciones por la inseguridad que me causaba no tener dinero. Luego de insistir por un mes, dejó de hablarme. Dos meses más tarde, cuando finalmente encontré un buen trabajo, me comuniqué con él, y sus respuestas eran indiferentes y cortantes. Luego me asaltaron unos policías en Iztapalapa, y se llevaron mi teléfono celular, donde tenía guardado el contacto de ese muchacho.
Aquella vez fue la única y última vez que lo vi, y hasta ahora no sé nada de él.
Ya estoy muy ebrio, señores, y no puedo escribir más. Solo me resta manifestarles que disfruté mucho recordar detalles que aquéllos momentos. Nuevamente ofrezco disculpa por los errores ortográficos y de sintaxis, pero sinceramente no estoy en condiciones de revisar el texto para depurarlo.
Un cordial saludo a todos.
Atentamente, su amigo “El vago”
Comenzaré comentando mi experiencia con Santiago.
Es de ley que todos los viernes, solo o con compañía, me emborracho a morir. Soy un alcohólico orgulloso de serlo. Y uno de mis lugares favoritos es el Go Bar, ubicado afuera del metro hidalgo. ¿Por qué este lugar? Alguna vez un amigo mío me lo recomendó asegurando que ahí iban muchos chacales, que es el perfil masculino que más me atrae. Cuando lo visité… no era precisamente lo que imaginaba, pero sí lo que necesitaba. Lo que hasta ahora me alegra es que jamás me he encontrado a conocido alguno, porque no es el tipo de lugares que visiten las personas con las que convivo.
El GoBar está feo, pero en él se puede ligar muy bien. Y ahí van muchos como yo: closeteros, con la intención de vivir asomarse siquiera a mirar afuera del closet. Y aunque no precisamente encuentra uno chacales, sí encuentra personas totalmente varoniles. De todas maneras, lo cierto es que siempre termino ligando algo decente.
Hay algo misterioso en ese lugar, sin embargo. La cerveza emborracha más de lo normal. Es decir, para caer como muerto yo requiero normalmente de seis caguamones. Pues en el GoBar no. En el GoBar caigo con cuatro caguamas ¡(ni siquiera caguamones)! Y no soy el único que piensa lo mismo. Pero… volvamos a lo erótico.
Pues un viernes fui, y estaba justamente despechado. Supe que mi novia me engañana con su exnovio, y desde luego iba dolido. Recuerdo que estaba dispuesto a revolcarme con el primero que me hiciera ojitos o me insinuara alguna atracción, con ciertas restricciones, desde luego.
La primera caguama la bebí casi de un solo trago, por el dolor sentimental que traía guardado. La segunda la bebí rápidamente igual. En la tercera ya estaba borracho, y comencé a beber con calma. Eran apenas las 10:30 de la noche, aproximadamente. Y ahí junto a los baños, vi a un morenito de aproximadamente 1.65 m de estatura mirándome en plan de ligue. Discretamente lo miré y no estaba mal: varonil, moreno (como me encantan), pelo corto y bien peinado, nalgoncito, y unos labios y sonrisa muy atractivos. Me hice el difícil, y noté que me miraba con insistencia. No pude cotizarme más por la carga emocional que traía encima, así que me acerqué a él y le pregunté su nombre.
-Santiago –contestó emocionado.
¿Les ha pasado que ven a un hombre bien varonil y con cara de malote, y cuando lo escuchan hablar su dignidad y virilidad se viene abajo? Pues fue este el caso. No obstante, ya por el despecho, ya por lo borracho o ya porque percibí una nobleza excepcional en ese chico, seguí conversando con él de buena manera.
El jovencito, que parecía de 19 años a lo mucho, tenía 25, un años menos que yo. Trabajaba para la policía de la ciudad de México y vivía muy cerca del centro de Tecamac. Cuando lo topé estaba bebiendo una caguama, pero bien claro percibí que lo hacía con desagrado. Asumí entonces que al igual que yo había ido con la mejor disposición de ligar.
Conversamos y se nos fue el tiempo. A las 11:10 él se despedía asegurando que debía llegar a Indios verdes antes de las 11:50, porque era la hora en la que el último camión salía. Le propuse irnos juntos a las 11:30 garantizándole que llegaría sin problemas. Él insistió en irse, pero cedió cuando le prometí acompañarlo hasta que abordara su autobús.
En esos 20 minutos bebí mi cuarta caguama (para quedar totalmente ebrio), y a las 11:30 salimos del lugar. Para entonces ya habían ocurrido besos y toqueteos. Antes de salir le dije que me diera el último beso lo más apasionado que su corazón le permitiera, porque en la calle ni loco le dejaría besarme ni agarrarme. El chico comprendió a la perfección y no cuestionó mi discreción, cosa que me agradó bastante.
Cuando me dirigía al metro, el chico, con su voz afeminada, su rostro moreno, sus ojos redondos y bien brillantes, y su boca pequeña, se paró frente a mí y me dijo:
-¿A dónde vamos?
-Al metro –contesté-.
-¡No! El metro no me gusta
¡Wow!. Se supone que no tolero a las mujeres por lo berrinchudas que son, y este chamaquito se atrevió a hacerme uno. Lo normal, es que suelo ahí ser cortante y culero. Sin embargo en esta ocasión al ver su mirada de indignación, me causó ternura y conmoción. Sentí impulso de darle un abrazo y un beso para calmarlo. Parecía verdaderamente furioso por mi intención de ir al metro. ¿Y cómo decirle que del metro hidalgo a Indios verdes son 15 minutos, y en camión es casi media hora? Pff, ya no alcanzaría transporte a su casa. Eso significaba… que tendría que pasar la noche con el muchacho… La idea me agradó.
Abordamos el camión que pasa sobre av. Revolución y que tiene como destino indios verdes. Descendimos a las 12:18 de la madrugada, y corrimos al andén B del paradero, donde se supone abordaría su transporte. No había nadie ya. Estaba vacío, sin fila de gente ni camiones ni combis.
Santiago entonces volvió a poner cara de enfado, y hasta unas lágrimas brotaron de sus ojos. Cruzó sus brazos y dijo: ¿Ves por qué me quería salir antes? ¿Y ahora qué voy a hacer?
Viéndolo fijamente a los ojos, le dije:
-Vente a quedar conmigo. Te invito.
-Tú lo que quieres es un acostón conmigo, nadamás –dijo conservando su expresión de berrinche.
-La verdad, no solo uno. Pero… te prometo no hacerte nada que tú no quieras –le dije-. Es mi responsabilidad que no hayas alcanzado camión. Es más. Si quieres tú te quedas en mi cama y yo duermo en el suelo.
Es necesario mencionar que en Ecatepec, rentaba un departamento en el que dormía con la chica responsable de mi despecho. Los viernes ella se iba a casa de sus padres porque sabía que yo me iba de parranda con mis amigos. Así que sin duda el lugar estaba solo. Y aunque me parecía desleal y poca madre llevar a un hombre a dormir conmigo en la misma cama donde dormía con mi novia, recordar el hecho de que ella me era infiel me dio valor y hasta hizo de la empresa un asunto de mucho interés y morbo. “Va la mía, Diana”, pensé.
Llegamos al departamento. Le ofrecí bañarse, le pregunté si quería que le preparara algo de cenar, o si prefería jugar algún conquián (amo jugar conquián con viejos groseros) o algún otro juego de mesa. A todo se negó. Con la intención de conocerlo mejor, le pedí que pusiera música de su celular. A lo largo de la vida he aprendido que las personas pueden mentir con palabras, pero no con acciones ni expresando gustos. Y dependiendo el tipo de música que a cada uno le gusta es posible establecer un perfil de personalidad atinado.
Conectamos su teléfono a las bocinas, y básicamente sonó pop en español. Sin embargo, sobresalían algunas canciones de Temerarios, o Bronco; Había otros géneros más extraños que me permitieron corroborar la idea de que se trataba de un chico noble…
Ya resguardados, destapé un caguamón y lo bebía mientras tanto. Él se negó a acompañarme a beber. Nos besábamos vorazmente mientras platicábamos, acariciando nuestros cuerpos. Sus labios estaban siempre humectados y suaves, como si se untara gloss. Era totalmente lampiño, y por los entrenamientos físicos que hacía en la academia de policía, conservaba buen cuerpo. Magníficos pectorales. Abdomen plano y duro, piernas delgadas pero bien torneadas. Sobra decir que mi verga estaba durísima.
A eso de las 3:00 am nos acostamos. Le dije que yo dormiría en el piso. Él me dijo: me conformo con que duermas con ropa. Mi plan era acostarme, e incitarlo a coger a base de caricias y besos. Eso nunca falla.
Nos acostamos, y perdí entonces la noción del tiempo. Mi estado de ebriedad me traicionó y caí en un profundo sueño.
De pronto desperté. Eran las seis de la mañana, y el chico me estaba desvistiendo tiernamente. Mi cabeza daba vueltas, y sin mayor remedio me dejaba desvestir por ese “desconocido” mientras reconstruía lo sucedido la noche anterior. Cuando recordé las cosas, ya estaba totalmente desnudo. Mi verga totalmente parada. Dura, como casi nunca suele estarlo. Sentía que iba a desgarrarse o a reventar. Palpitaba.
Santiago procedió a mamarla con una ternura y delicadeza extraordinaria. Fue así como terminé de despertar ¿Qué placer es mayor para un hombre que se le despierte de un sueño profundo con una mamada como aquellas? Acariciaba mis testículos (cosa que me prende mil), lengüeteaba mi verga desde la base hasta la cabeza (¿Cómo sabía ese morenito que eso era mi debilidad?), y con frecuencia chupaba a fondo. Sentía esa fabulosa presión de su garganta sobre mi glande. Luego de haber mamado por un buen rato comenzó a descender dándome de besos por las piernas hasta llegar a mis pies. Con sus labios recorría la planta y metía su lengua en el espacio que está entre los dedos. Nadie lo había hecho hasta entonces, y no pude evitar lanzar gruñidos de placer (porque los hombres no debemos gemir, sino gruñir).
Yo seguía mareado, borracho. Algo tiene mi cuerpo, que nunca he sentido una cruda o resaca tal cual. Sin embargo, duro borracho más tiempo de lo normal. Mi organismo metaboliza lentamente el alcohol, pues.
El morbo que caracteriza a un borracho aún, más, la gran excitación y lívido que sentimos los hombres todas las mañanas, más, una boca y lengua que sabían cómo besar y mamar, más, el despecho, más, el miedo a que en cualquier momento entrara Diana y mirara aquello… El lector imaginará pues lo excitado que estaba yo.
Mientras me conscentía con sus habilidades bucales y linguisticas, noté que salivaba con frecuencia su dedo y luego transfería tal saliva a su trasero. Todos sabemos lo que eso significa. Ya me saboreaba ese hermoso culito lampiño, bien formado, y durito.
Después de lamer mis pies volvió a mi verga, y luego se recostó encima de mí para besar mis labios. Envolví con mis brazos su cuerpo, y comencé a estrujar sus nalgas ya desnudas. Estaban grandes, y bien trabajadas. Decidí oprimirlas con la máxima fuerza que mis manos me permitían en la ebriedad, esperando un respingo o una expresión de dolor, y lo que hizo Santiago fue gemir de placer. En seguida dejó de besarme, y estando yo acostado se sentó sobre mi cuerpo y en un movimiento repleto de maestría ensartó mi verga en sus nalgas. ¡Imposible describir tal sensación de placer! ¡De verdad imposible! Sin embargo, aunque borracho, y contra todo hedonismo, reaccioné de inmediato violentamente. Con todas mis fuerzas me levanté y de un movimiento sometí al pobre Santiago sujetando su cuello. En un par de segundos, a lo mucho, él estaba boca arriba debajo de mi cuerpo con su cuello oprimido con mis manos.
-¿Qué te pasa, imbécil? –grité-. ¿Por qué no esperaste a que me pusiera un condón?
Sus párpados se oprimieron como esperando a que le diera unos chingadazos, que bien merecidos se los tenía. Su cuerpo se contrajo y con voz suplicante dijo:
-Perdón. No fue mi intención. Estaba muy caliente… es que tu verga, es hermosa…
De nueva cuenta, su forma de “ser afeminado” me conmovió. Sus ojos seguían cerrados, y contrario a la golpiza que esperaba, me acerqué a besar sus labios tiernamente. Me correspondió manifestando sumisión. Con sus brazos me abrazó fuertemente y acarició mi espalda clavándome las pocas uñas que tenía. Me excitaba que lo hiciera, más por el estímulo físico, porque es así como proceden las mujeres. Minutos más tarde abrió los ojos y dijo:
-Qué macho tan violento –y volvió a cerrarlos, retorciéndose esta vez emitiendo algunos gemidos femeninos.
Lo cierto es que ese sujeto sabía estimular mi orgullo de hombre Macho violento. Un calificativo que hinchaba mi vanidad masculina.
Fue entonces inevitable perder el control. Ese tal Santiago me había activado un deseo nunca antes conocido en mí, ni explorado por nadie. Procedí entonces no a cogérmelo, sino a violarlo. Con la misma agresividad con la que le reproché haberse ensartado sin condón, lo puse en posición de perro (de perra). Saqué de un cajón un condón y lo puse lo más a prisa que pude. Mientras lo hacía, el chico imploraba: “con cuidado, por favor. Despacio”. Me valió, y se le clavé mi verga de un solo chingadazo. El joven intentó zafarse, pero le di una nalgada con cierto coraje y le dije:
-¡No te muevas, perra!
¡Y obedeció!
Se la empecé a meter con furia. No era un placer físico, sino emocional. Apenas y podía escuchar el fuerte impacto piel con piel que producían mis embestidas. Él gemía de una manera peculiar de tal manera que era imposible asegurar si lo hacía por dolor o por placer. Tiempo después, haciendo uso de la fuerza, lo cambié de posición. Lo puse patitas al hombro, él recostado. Abrí con violencia sus piernas y dejé expuesto su ano. Se veía ya un orificio palpitante que hacía resaltar un interior rosado y lubricado. Antes de meterle la verga junté en mi boca una gran cantidad de saliva y se la escupí con una excelente puntería a aquél orificio que parecía agonizante. Me excitó ver la saliva espumosa regurgitar en ese hermoso orificio.
De un solo movimiento me lo volví a parchar. Esta vez sus gemidos se definieron más hacia el dolor, y algo muy excitante: podía ver sus ojos, que se ponían en blanco cada vez que le encajaba mi verga. Como su cuerpo era pequeño, me resultó sencillo acercarme a besar sus labios –húmedos y suaves- mientras me lo cogía. Con sus brazos envolvió mis hombros y entonces nuestras lenguas se enfrentaron apasionadamente. Con sus brazos me oprimía obsesivamente a su cuerpo, y con los míos me encargada de mantener abiertas sus piernas y posicionado su culo para hacer la penetración lo más profunda posible.
El contacto de ambas lenguas me excitó al grado de casi venirme. Tuve que disminuir el ritmo la fuerza con la que estaba cogiendo. Santiago se percató de ello, y con una fuerza inesperada fue ahora él quien me sometió físicamente dejándome recostado boca arriba nuevamente. De la misma manera en la que junté saliva para arrojarla a su ano, él juntó saliva y la arrojó con buena puntería a mi verga. Juntó luego más saliva y la arrojó a mis webos, lubricándolos. Con su mano los frotó cariñosamente mi escroto, y si no hubiera dándole un manotazo para apartar sus manos de ahí, la cogida habría llegado a su fin.
Estando yo boca arriba, Santiago se sentó en mi verga, y luego puso ambas plantas de los pies en mis hombros. Se reclinó hacia atrás y con sus manos sujetó mis tobillos. Jamás había hecho esa posición.
Su cadera se movía de arriba abajo con agilidad. Yo estaba a punto de venirme, de explotar, de librar todo ese cúmulo de fluidos que a los hombres nos hace pasar momentos de ansiedad y desesperación cuando se acumulan en cierto exceso. Aguanté lo más que pude.
Sentí gotas de líquido caliente caer sobre mi pecho y su cara. Vi de nuevo los ojitos en blanco que contrastaban a la perfección con la tez morena de Santiago. Estaba eyaculando. Por primera vez le puse atención a su verga: era pequeña, y delgada.
Sentí un alivio, y decidí jugar el rol de violencia.
-¡Idiota! Me ensusiaste –dije asegurándome de que su orgasmo hubiera terminado.
Con timidez me ofreció disculpas.
-Límpiamelo con la boca –ordené.
Y así lo hizo.
Yo ya quería terminar también, y recordando la mala jugada que hizo al meterse mi verga sin condón, decidí hacer lo siguiente:
Forcejeando lo volví a poner en posición de perra, y luego lo obligué a empinarse de tal manera que su orificio (ahora más abierto que un rato atrás) quedara expuesto.
-Sujeta tus nalgas y abre tu culo lo más que puedas.
Santiago obedeció. Supongo que imaginó que le metería la verga, pero no.
Para entonces yo ya había comenzado a sentir el orgasmo ayudado por mi mano. Rápidamente me quité el condón, y sin meterle la verga, derramé todo mi semen en su orificio. Nada quedó embarrado con sus nalgas. Todo fue depositado en ese agujero que parecía no tener llenadera. Santiago comprendió lo que hice, y vi su esfínter contraerse rítmicamente tragándose mis mecos. El charco blanco que podía percibirse rápidamente desapareció absorbido por las entrañas.
Mi verga seguía dura.
Santiago gemía
Mi cabeza daba vueltas.
Agarré otro condón y me lo puse. Lo seguí cogiendo como diez minutos más en posición de empinado. En esta ocasión mi mismo semen sirvió como un extraordinario lubricante que me hizo pensar por un momento que me estaba cogiendo a una vagina.
Volví a eyacular esta vez dentro del condón. Ambos terminamos jadeando.
Pronto nos volvimos a cubrir por las cobijas, y fue la primera vez que en lugar de sentir asco por ver a mi lado a un hombre después del orgasmo, sentí deseos de abrazarlo y besarlo tiernamente. Así lo hice. El cuerpo de Santiago se desvaneció por completo entregándose a mis brazos permitiéndome rodearlo a mi antojo. Sus labios perdieron tensión, y con los míos pude jugar con los suyos, inertes.
Puedo decir que con Santiago ha sido uno de los dos hombres con los que he hecho el amor en toda la extensión de la palabra.
En aquellos tiempos yo tenía broncas económicas y laborales. Santiago me invitaba recurrentemente a salir, y yo despreciaba sus invitaciones por la inseguridad que me causaba no tener dinero. Luego de insistir por un mes, dejó de hablarme. Dos meses más tarde, cuando finalmente encontré un buen trabajo, me comuniqué con él, y sus respuestas eran indiferentes y cortantes. Luego me asaltaron unos policías en Iztapalapa, y se llevaron mi teléfono celular, donde tenía guardado el contacto de ese muchacho.
Aquella vez fue la única y última vez que lo vi, y hasta ahora no sé nada de él.
Ya estoy muy ebrio, señores, y no puedo escribir más. Solo me resta manifestarles que disfruté mucho recordar detalles que aquéllos momentos. Nuevamente ofrezco disculpa por los errores ortográficos y de sintaxis, pero sinceramente no estoy en condiciones de revisar el texto para depurarlo.
Un cordial saludo a todos.
Atentamente, su amigo “El vago”