Yuli69
Becerro
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- 5 Nov 2018
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Mi nombre es Giuliana, pero todos me dicen Yuli, tengo veintiún años, y mi trabajo, en la época en que se desarrollaban los acontecimientos, era como secretaria de dirección. Estábamos a finales de verano, y aún, mis compañeros mantenían la jornada laboral continua, por lo que no había nadie por la tarde, tan sólo el director, para quien trabajaba, y algún otro miembro del consejo de administración, que solían acudir a alguna reunión en la intimidad de la oficina.
Aquel día, me sentía realmente contenta. Era mi cumpleaños y después de la jornada de trabajo, me iría con mis amigos a unas vacaciones que me había regalado mi jefe, según él, por el buen rendimiento que había desarrollado en el último año.
Para que ningún compañero se molestase, me pidió que solicitase un permiso sin sueldo, que él, antes de marcharme me reintegraría con creces, además del regalo de unas vacaciones con todos los gastos pagados al Caribe.
Ese día, la mañana se desarrolló de manera normal, sólo con una sonrisa añadida en mi cara y en mis enormes ojos castaños, por la proximidad de mi descanso y de mi premio.
Por la tarde, yo me quedé en la oficina para terminar algunas cosas y preparar una reunión, que me solicitó Luis, el director.
Poco antes de las 4 de la tarde, llegaron tres personas, el señor José Angel, uno de los socios de la empresa, su hijo Marcos, amigo y compañero de mi primo, y por supuesto, el director, mi jefe directo, y quien me había regalado esas ansiadas vacaciones.
Los tres hombres se metieron en la sala de juntas. A los pocos minutos me llamaron. Habían abierto una botella de champán y me invitaron a brindar con ellos.
La sala de juntas de la empresa era enorme, tenía una mesa grande, de reuniones, para al menos diez personas, y luego, en un apartado, una mesa baja, que bordeaban dos sofás, también, preparados para albergar varias personas.
-Señora Yuli, tómese usted una copa en honor a mi hijo. Acaba de cumplir dieciocho años.
Mientras decía esto, me entregó una copa de champagne, y procedimos a brindar.
- Señorita, por favor. - le respondí, por edad y porque no tenía compromiso alguno.
Observé el celular que llevaba el chico, sin duda el regalo de cumpleaños que el padre le había hecho. No se sabía si era un teléfono con cámara de fotos, o una cámara de fotos con teléfono incorporado. En cualquier caso, sería un regalo muy caro.
Tomé media copa, e hice intención de salir, pero de nuevo José Angel, me dijo que debía apurarla. Aunque no me gusta demasiado el champagne, por no ofender a una persona importante dentro de la empresa, bebí el resto de la copa hasta apurarla, y regresé a mi mesa, situada junto al despacho de mi jefe.
Por mi trabajo, solía ir bien vestida. Ese día, una falda bordeando las rodillas, y una camisa blanca. Mi aspecto, modestia a parte, es excepcional. Soy rubia, tengo un abundante pecho, y aunque no soy demasiado alta, los hombres siempre me mirán cuando camino alrededor de ellos.
A los pocos momentos de estar sentada noté como si mis músculos flojeaban. No sabía muy bien que estaba pasando, pero sentía que mi cuerpo se paralizaba.
No podía sostener el cuerpo, y terminé con la cabeza encima de la mesa. Miraba mis dedos, y la verdad es que acertaba a moverlos, ligeramente. Era como si mis fuerzas se hubieran reducido al uno por ciento.
Estaba muy asustada, pensando en que pudiera haberme dado una parálisis. Intenté gritar, para avisar a los hombres que se encontraban en la sala de juntas, pero no podía articular palabra, tan sólo ligeros sonidos ininteligibles.
Oí que se abría la puerta y los pasos se acercaron a donde yo estaba.
-Señorita, se encuentra usted bien? - Dijo José Ángel sonriendo.
-No te preocupes, que sólo te hemos dado algo para inmovilizarte. En pocas horas volverás a estar igual que antes, y mañana podrás irte de vacaciones con tus amigos, comentó Luis. Vamos a celebrar el cumpleaños de Marcos, y él quería que estuvieses tú. En realidad eres su regalo. Y cómo hace poco fue el tuyo también velo de ese modo.
Me encontraba con la cabeza caída sobre la mesa. Mis músculos no respondían.
Me echaron hacia atrás en la silla, y no tuvieron problema en arrastrarme con las ruedas hasta la sala de juntas. Cuando llegaron allí, entre los tres me colocaron en la pequeña mesa que se encontraba junto a los sillones.
-Marcos, este es tu regalo de cumpleaños, como me solicitaste.
-Gracias papá, era mi sueño y gracias a ustedes puedo hacerlo realidad.
-Luis, dijo José Angel, eres un hombre en quien se puede confiar. Te agradezco mucho todo lo que has hecho para que mi hijo sea feliz hoy.
No sabía muy bien de que hablaban, aunque pronto me iba a dar cuenta de lo que aquellos canallas se proponían conmigo.
Aquel día, me sentía realmente contenta. Era mi cumpleaños y después de la jornada de trabajo, me iría con mis amigos a unas vacaciones que me había regalado mi jefe, según él, por el buen rendimiento que había desarrollado en el último año.
Para que ningún compañero se molestase, me pidió que solicitase un permiso sin sueldo, que él, antes de marcharme me reintegraría con creces, además del regalo de unas vacaciones con todos los gastos pagados al Caribe.
Ese día, la mañana se desarrolló de manera normal, sólo con una sonrisa añadida en mi cara y en mis enormes ojos castaños, por la proximidad de mi descanso y de mi premio.
Por la tarde, yo me quedé en la oficina para terminar algunas cosas y preparar una reunión, que me solicitó Luis, el director.
Poco antes de las 4 de la tarde, llegaron tres personas, el señor José Angel, uno de los socios de la empresa, su hijo Marcos, amigo y compañero de mi primo, y por supuesto, el director, mi jefe directo, y quien me había regalado esas ansiadas vacaciones.
Los tres hombres se metieron en la sala de juntas. A los pocos minutos me llamaron. Habían abierto una botella de champán y me invitaron a brindar con ellos.
La sala de juntas de la empresa era enorme, tenía una mesa grande, de reuniones, para al menos diez personas, y luego, en un apartado, una mesa baja, que bordeaban dos sofás, también, preparados para albergar varias personas.
-Señora Yuli, tómese usted una copa en honor a mi hijo. Acaba de cumplir dieciocho años.
Mientras decía esto, me entregó una copa de champagne, y procedimos a brindar.
- Señorita, por favor. - le respondí, por edad y porque no tenía compromiso alguno.
Observé el celular que llevaba el chico, sin duda el regalo de cumpleaños que el padre le había hecho. No se sabía si era un teléfono con cámara de fotos, o una cámara de fotos con teléfono incorporado. En cualquier caso, sería un regalo muy caro.
Tomé media copa, e hice intención de salir, pero de nuevo José Angel, me dijo que debía apurarla. Aunque no me gusta demasiado el champagne, por no ofender a una persona importante dentro de la empresa, bebí el resto de la copa hasta apurarla, y regresé a mi mesa, situada junto al despacho de mi jefe.
Por mi trabajo, solía ir bien vestida. Ese día, una falda bordeando las rodillas, y una camisa blanca. Mi aspecto, modestia a parte, es excepcional. Soy rubia, tengo un abundante pecho, y aunque no soy demasiado alta, los hombres siempre me mirán cuando camino alrededor de ellos.
A los pocos momentos de estar sentada noté como si mis músculos flojeaban. No sabía muy bien que estaba pasando, pero sentía que mi cuerpo se paralizaba.
No podía sostener el cuerpo, y terminé con la cabeza encima de la mesa. Miraba mis dedos, y la verdad es que acertaba a moverlos, ligeramente. Era como si mis fuerzas se hubieran reducido al uno por ciento.
Estaba muy asustada, pensando en que pudiera haberme dado una parálisis. Intenté gritar, para avisar a los hombres que se encontraban en la sala de juntas, pero no podía articular palabra, tan sólo ligeros sonidos ininteligibles.
Oí que se abría la puerta y los pasos se acercaron a donde yo estaba.
-Señorita, se encuentra usted bien? - Dijo José Ángel sonriendo.
-No te preocupes, que sólo te hemos dado algo para inmovilizarte. En pocas horas volverás a estar igual que antes, y mañana podrás irte de vacaciones con tus amigos, comentó Luis. Vamos a celebrar el cumpleaños de Marcos, y él quería que estuvieses tú. En realidad eres su regalo. Y cómo hace poco fue el tuyo también velo de ese modo.
Me encontraba con la cabeza caída sobre la mesa. Mis músculos no respondían.
Me echaron hacia atrás en la silla, y no tuvieron problema en arrastrarme con las ruedas hasta la sala de juntas. Cuando llegaron allí, entre los tres me colocaron en la pequeña mesa que se encontraba junto a los sillones.
-Marcos, este es tu regalo de cumpleaños, como me solicitaste.
-Gracias papá, era mi sueño y gracias a ustedes puedo hacerlo realidad.
-Luis, dijo José Angel, eres un hombre en quien se puede confiar. Te agradezco mucho todo lo que has hecho para que mi hijo sea feliz hoy.
No sabía muy bien de que hablaban, aunque pronto me iba a dar cuenta de lo que aquellos canallas se proponían conmigo.