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- #1
Holissss, aquí estoy de nuevo, en estos días no pasó nada interesante para contar, estuve algo ocupada con otras cosas, como ser el trabajo, los exámenes finales, y de yapa mi matrimonio al que cada día tengo que dedicarle más tiempo, pero como no quería dejar pasar mucho tiempo sin escribir se me ocurrió meterme una vez más en la “Máquina del Tiempo”, como ya hice alguna vez, y traerles algún recuerdo de mi pasado. Tengo 26 años, así que éste todavía esta fresco en mi memoria. Aún late y vive, esperando darse a conocer.
En esta ocasión quiero contarles como fue que lo hice por primera vez con un desconocido, con un completo y absoluto extraño, con alguien con quién habría de estar una sola vez y nunca más, y que habría de constituir para mí un evento por demás revelador. Una de esas situaciones que te dejan una marca y que rigen tu conducta a partir de entonces.
BUENOS AIRES, AÑO 2001:
Principios de año, todavía no había sucedido lo del “corralito” y la grave crisis posterior que provocó la abrupta caída del gobierno de turno. Tenía 18 años recién cumpliditos, hacía unos pocos meses había terminado el secundario y a instancia de unos conocidos de mis viejos empecé a trabajar en un estudio contable cuya oficina estaba en el barrio de San Telmo. La idea era juntar experiencia y también pagarme mis estudios con el modesto sueldo que ganaba. Todavía no había empezado la carrera de sociología ya que no sabía muy bien que seguir de ahí en más. Estaba con una crisis de vocación, lo que es algo absolutamente normal a esa edad. De lo que si estaba segura era de que me gustaba el sexo, claro que no podía dedicarme a ser puta, mi familia no me lo permitiría, jajajaja. Hasta entonces el único con el que cogía era con mi tío Carlos. Aunque ya para entonces me preguntaba que se sentiría hacerlo con alguien más. No me malentiendan, gozaba mucho cuándo estaba con él, pero ya desde ese tiempo me picaba el bichito de la infidelidad.
Mis tareas en el estudio eran sencillas, entraba temprano, acomodaba algunos papeles, sacaba fotocopias y luego salía a la calle a hacer algunos trámites, volviendo siempre cerca del mediodía. Obvio que al estar fuera casi toda la mañana podía disponer de varias oportunidades para resolver de una vez esa incógnita que me quitaba el sueño. Es más, los hombres se me acercaban con tales propuestas, pero aunque ya había debutado era bastante tímida como para seguirles la corriente. Lo cierto es que me moría de ganas de probar otra verga que no fuera la de mi tío. Así que me dije a mí misma que tenía que armarme de valor y hacerle frente a esas situaciones que aunque no quería desperdiciaba solo por no animarme.
Hasta que un día, y cuándo menos lo esperaba, mientras miraba la vidriera de un local de antigüedades, se me acerca un turista. Por el acento se notaba que era norteamericano. Me pregunta algo sobre unas pinturas autóctonas que se exhibían.
-La verdad que no sé- le digo –Tendría que preguntarle al vendedor-
Me mira y se sonríe.
-¿Qué pasa? ¿Tengo algo?- le pregunto ingenuamente.
-No, es que… solo quería comenzar una conversación contigo- termina confesándome.
Me sonrió también.
-Tienes una sonrisa muy bella- me piropea, mirándome en todo momento con unos intensos ojos azules.
-Gracias- le digo. No puedo evitar ponerme colorada.
Lo saludo y emprendo la retirada, pero enseguida me detiene.
-Espera, ¿podría invitarte a tomar algo?- me pregunta.
-Es que estoy trabajando- me excuso.
-Algo rápido- me insiste.
Quizás esto sea lo que estoy buscando, pensé, y de repente me sentí ya sin vergüenza alguna. Estaba como más decidida, más segura de mí misma como para aceptar la invitación de un completo desconocido. No sabía, por supuesto, si terminaría encamándome con él, pero por lo menos bien valía el intento, además, el que fuera un extranjero le agregaba cierto exotismo que me excitaba.
-Ok- asentí provocando una nueva sonrisa de su parte.
Me agradeció el que aceptara acompañarlo y entonces cuándo íbamos recorriendo las distintas confiterías para ver en cuál entrar, me propone de repente:
-¿Qué te parece si mejor vamos a mi hotel? No quiero que la gente piense que quiero emborracharte-
-¿A su hotel?- me sorprendo.
-Yes, esta acá cerca, a unas pocas cuadras, además en mi habitación tengo unas bebidas que estoy seguro van a ser de tu agrado- me dice con una simpatía que hace imposible decirle que no.
-Me gustaría, pero es que mi trabajo, usted sabe- titubeó.
Lo cierto es que tenía ganas de ir, pero me preocupaba no volver al estudio a la hora acostumbrada y que mis jefes se preocuparan, o peor, que lo tomaran a mal. Pero él mismo me dio la idea para la excusa.
-¿Por qué no llamas y les dices que estás retrasada?-
No sé porque no se me había ocurrido. Era lógico. Además ese día había tenido varias cosas para hacer, y de milagro había terminado temprano. Me prestó su celular e hice el llamado. Del estudio me dijeron que no me hiciera problema, que en cuánto terminara me fuera para mi casa, que al día siguiente llevara todos los trámites, que los mismos podían esperar un día más.
-¡Listo!- le dije cuándo corté.
-¡Fantástico!- exclamo y enseguida empezamos a caminar hacia su hotel.
Se hospedaba en el hotel Nogaró, el que esta sobre la diagonal, cerca de la plaza de Mayo. Llegamos en apenas unos pocos minutos. Entramos y subimos a su habitación. Era la primera vez que estaba a solas con un hombre después de mi tío, pero aún así no me sentía nerviosa ni nada, es más, estaba ansiosa. Me salía de la vaina por desnudarme y entregarme a él con moño y todo.
Sirvió un par de copas, brindamos, bebimos y entonces se me ocurrió preguntarle lo siguiente:
-¿Y… ya probaste la carne argentina?-
Creyendo que me refería al asado me contó que la noche anterior había estado con un grupo de amigos en una parrilla del centro.
-Que bueno- asentí –Pero yo me refería a otra clase de carne-
Por un momento me miro sorprendido, sin entender a que otra carne me refería.
-¡A esta carne!- exclamé a la vez que me agarraba los pechos con las manos y las ostentaba sin recelo alguno.
Al yanqui se le abrieron los ojos como platos.
-Eso me gusta de las argentinas- me dice –Que no tienen tapujos en mostrarse tal cual son-
-Para eso me trajiste, ¿no?- le hice notar.
-Bueno… si… pero no me pareció apropiado decírtelo- expresó.
-¿Para que complicarla si los dos buscamos lo mismo, no te parece?- le digo.
-Muy maduro de tu parte, ¿Qué edad tienes bonita?- me pregunta.
-18- le respondo.
Abre los ojos sorprendido.
-Tal parece que voy a cambiarte los pañales entonces-
Me reí. Me causó gracia su comentario, aunque se trataba de una adecuada analogía de lo que sucedería entre ambos, ya que debía de tener unos cincuenta años más o menos. Alto, mucho más alto que yo, de cuerpo robusto, cabello entrecano y ojos azules. Tranquilamente podría pasar como mi padre. Ahora que lo pienso quizás de esa época venga mi predilección por los maduros, ya que mi primer hombre fue mi tío, alguien de mucha más edad que la mía, y el segundo, otro que no le iba en zaga. Pero más allá de la brecha generacional existente con ambos habría de quedar más que satisfecha.
El yanqui, que estaba sentado a unos cuántos centímetros, se fue acercando de a poco, la mirada fija en esas dos montañas de carne argenta que hacia unos instantes le había ofrecido sin condición alguna. No se si serían las hormonas o que, pero después de haber pasado por las manos de mi tío me desarrollé abruptamente, y aunque ya tenía pechos desde los 12, a los 18 ya ostentaba una delantera digna de elogiar.
El yanqui me agarro una teta por sobre la ropa, y trato de besarme, pero lo evadí justo a tiempo y sin que se diera cuenta que no quería besarlo, recibiendo de su parte un fuerte chupón en la mejilla que me dejo por algunos días la fuerte marca de la succión. De ahí fue bajando, dejándome también marcas en el cuello, sin dejar de apretarme la teta, tras lo cuál me bajo la blusita que tenía puesta, y bajándome también el arco del corpiño, reveló en todo su esplendor esa exuberancia láctea que ya palpitaba y se estremecía bajo el influjo de la lujuria. Porque yo no estaba allí porque aquel hombre me gustara o sintiera algo por él, estaba por simple lujuria, eso era lo que me había arrastrado hasta la habitación de aquel hotel.
Me desnudó primero una y luego la otra, zambulléndose entonces entre medio de ellas para chupármelas con agresiva fruición, tanto que hasta me las mordía, retorciéndome los pezones con los dientes. Yo no me oponía en lo absoluto a tal desborde de pasión, muy por el contrario me entregaba sin resistencia alguna a él, agarrándolo de los pelos y atrayéndolo aún más hacia mí, disfrutando esas incitantes mordiditas que dejaban impresas en mi cuerpo las marcas de su calentura. Yo también estaba caliente, muy caliente, hervía, sentía que la piel me quemaba, transpiraba, pero por sobre todas las cosas sentía como mi conchita se humedecía en esa forma que solo creía que mi tío podía lograr. Así fue que encontré la respuesta que tanto había estado buscando, estaba gozando con otro hombre, mi tío no era el único, aquel extraño me estaba guiando también hacia esos lugares que últimamente estaba visitando con bastante asiduidad.
Aunque lo había estado deseando, la situación me resultaba por demás inusitada, derrumbada en el sillón de un hotel, con aquel turista norteamericano chupándome las tetas y metiéndome mano por entre las piernas, aunque se trataba de un perfecto extraño, alguien que había conocido tan solo una hora antes, me estaba haciendo gozar, me estaba desquiciando, liberando en mí la putita maniatada que no puede ni quiere resistirse a las tentaciones que le presenta la vida.
Yo no me quedaba quieta, obvio, ya que también por mi parte también le metía mano, palpando ansiosamente el prometedor bultazo que se le formaba a la altura de la bragueta. Pese a la aspereza del jeans que tenía puesto, lo sentía duro, rocoso, y hasta más prominente que el que solía formársele a mi tío Carlos. Ya desesperado se desabrochó él mismo el pantalón, sin permitirme tal gusto, y pelando su verga proveniente del gran país del norte, me dijo en un tono por demás exaltado:
-¡Suck me!-
No sabía ni sé inglés, pero sabía perfectamente lo que aquellas palabras significaban, así que me puse de rodillas en el sillón e inclinándome sobre aquella imponente erección empecé por lamérsela de a poco, la de tío me gustaba mucho, pero no sabía si la de otro hombre habría de resultarme igual de rica, así que la fui probando, de a poco, aunque dándome cuenta enseguida de lo satisfactorio que resultaba su sabor para mi paladar. Entonces, sin más reservas al respecto, me la comí y me puse a chupársela con todo mi entusiasmo, sobándole fuertemente las bolas mientras hacía que semejante volumen se deslizara por entre mis labios, tenía la carne encendida, al rojo vivo, y pegoteada de un denso fluido que brotaba espesamente del orificio de la punta impregnando todo su consistente volumen con ese sabor que ya se había constituido en una de mis máximas predilecciones.
Mientras se la chupaba prácticamente sin respiro, él deslizaba una mano por entre mis piernas y franqueando hábilmente mi ropa interior, me acariciaba la concha, metiéndome un dedo casi hasta su raíz, tocándome el lugar exacto para hacerme explotar. Su verga se hacía cada vez más jugosa y resbaladiza, de a ratos tenía que sacármela de la boca para escupir un poco de esos fluidos que de tan espesos hasta formaban burbujitas, y lo que no alcanzaba a escupir, me lo tragaba.
Sin decirme nada me hizo a un lado y me ayudo a desvestirme. Ya desnuda me tumbé de espalda y me abrí de piernas, recibiéndolo entre ellas para que me chupara a su antojo. Sin demora alguna me clavó la lengua justo en el medio, y empezó a subir y bajar, deslizándose por toda mi raya con una avidez descontrolada, llegando incluso hasta el agujero del culo, chupándome y mordiéndome los labios de la concha, recorriendo toda esa zona con la voracidad de quién esta saboreando un manjar único e irrepetible. Al igual que yo había hecho con él, también se bebía mis fluidos, aunque no se los tragaba de inmediato, los retenía en su paladar y los degustaba, los paladeaba, para luego si, dejar que se derramaran por su garganta.
Luego se puso un profiláctico y ubicándose entre mis piernas me penetró, me la metió despacio, como disfrutando cada momento, dejando que su carne fluyera por entre la mía, y cuándo por fin alcanzó la profundidad más recóndita, empezó a moverse, más fuerte con cada empujón, arrancándome unos quejidos por demás exaltados. Moviéndome con él, hasta donde podía, envolvía su cuerpo con mis piernas, acoplándome a su propio ritmo, buscando ansiosa cada ensarte, entregándome por completo a ese deleitable bombeo que tanto me complacía.
-¡That good fuck!- me decía, en tono exaltado, la voz ronca, los ojos inyectados.
Entraba y salía en toda su prominencia, rematando cada ensarte con un golpe final que me alucinaba.
-¡You are a lovely girl! ¡I'll take good fuck!- memorizaba cada una de sus expresiones para averiguar más tarde lo que significaban.
-¡Siiiiiiiiiiiii… siiiiiiiiiiiiii… dame… dámela toda…!- le respondía yo, en mi argentino natal, suspirando, gimiendo, jadeando, sintiendo como me la metía hasta lo más profundo, una y otra vez, repiqueteando insistentemente contra las puertas de mi útero.
-¡As i like the argentinians! ¡Are the best whores!- exclamaba, impulsándose una y otra vez contra mi cuerpo.
Luego de un rato me la sacó y me hizo un gesto:
-¡Turn around!- me dijo.
Le hice caso. Me di la vuelta y me puse en cuatro. Me palmeó la cola para que la levantara. La levanté a la vez que con una mano me separaba bien los cachetes. Ubicó la punta justo en la entrada y avanzó lento pero seguro, llenándome de a poco, tras lo cuál me aferró firmemente de la cintura y empezó a moverse con ese ritmo que ya le conocía. Entraba y salía, rebotando con sus bolas, mandándomela bien adentro, como si quisiera sacármela por la garganta, a lo que no pensaba resistirme, les diré.
Cada tanto me sacaba toda la pija y agarrándosela con una mano me daba unos fuertes golpecitos en las nalgas con ella, para luego volver a metérmela con todo, aumentando el ritmo que mantenía hasta entonces.
-¡You have a sexy ass!- me elogiaba entre pijazos y más pijazos, y estirando una mano por debajo de mi cuerpo para agarrarme una teta, agregaba:-¡And wonderful tits!-
Yo me sentía en la gloria absoluta, disfrutando de un orgasmo tras otro, mojándome sin control, sintiendo que todo mi cuerpo se estremecía intensamente ante cada arremetida.
-¡Take my cock, TAKE all, all for you!- bramó entonces y dejándomela bien clavada en el fondo acabó estrepitosamente.
Podía sentir con absoluta nitidez como el preservativo se llenaba de leche, entonces me la sacó muy despacio, sosteniendo el borde del forro para que no se escapara ni una sola gota y salió de mí emitiendo profusos y complacientes suspiros.
-¡Ahhhhhhhhh… que buen… ¿Cómo dicen ustedes? Polvo, ¿no? Que buen polvo!- expresó ahora en castellano, sosteniendo todavía su pija con una mano.
Luego nos recostamos en ese mismo sillón, muy cerca el uno del otro, y mientras recuperábamos energías, charlamos un ratito.
Entre otras cosas me contó que luego de estar en esa parrilla con unos amigos, fue a un lugar en donde había chicas, “de las que cobran”, y que había estado con un par, ya que estaba ansioso por disfrutar de la belleza argentina, pero que ninguna se la había chupado como se la había chupado yo hacía un rato.
-¡That well you suck!- supo elogiarme, a la vez que su verga comenzaba a alzare de nuevo.
-Eso es algo de lo que nunca me canso- le confirmó, agarrándosela con una mano para meneársela pausadamente, conduciéndola hacia una nueva y ostentosa erección.
Cuándo ya estuvo dura de nuevo, en su punto máximo, me incliné sobre ella, y me la metí en la boca, chupándosela con toda esa avidez y fruición que mi golosa boquita sabe muy bien dispensar. La verga del yanqui se estremecía entre mis labios, humedeciéndose de nuevo, empalagándome con ese juguito que brotaba incontenible.
Ahora fui yo la que le puso el preservativo, para enseguida subírmele encima y sentarme sobre esa hermosa poronga que me esperaba con suma ansiedad.
-¡Ahhhhhhhh… Ahhhhhhhh… Ahhhhhhhh…!- gemía gustosa a medida que la sentía entrar y llenarme con su contundente volumen.
Como estaba de frente a él, mientras subía y bajaba podía chuparme las tetas, lo que hacía como un enloquecido, mojándomelas con su saliva.
-¡That amazing tits!- exclamaba mientras me lengüeteaba con el mayor de los entusiasmos, dándome vueltas y vueltas alrededor de los pezones.
Yo subía y bajaba, subía y bajaba, aunque de ratos me quedaba clavada, bien estaqueada y me restregaba de un lado a otro, sintiendo aquella dureza exquisita repercutir en cada rinconcito de mi concha, entonces reiniciaba con más entusiasmo todavía, sacudiéndome, agitándome, echando la cabeza hacía atrás y gritando desaforada, gozando al máximo los sublimes orgasmos que aquella verga foránea me regalaba.
-¡I'm comiiiiiing…!- gritó él por su lado al alcanzar una nueva e incontenible explosión.
Acabé con él, acompañándolo en ese derroche de placer que nos envolvía con sus exultantes sensaciones. Nos abrazamos mientras sentíamos que nuestros cuerpos contenían aquel vibrante estallido y lo canalizaban hacia cada rincón, permitiéndonos disfrutar de un polvo de proporciones maravillosas.
-¡Fuck… that fucking incredible…!- me confirmó él, estremecido aún por aquel abanico de sensaciones que se había desplegado ante nosotros.
Aunque en un principio no había querido, ahora y como consecuencia de esa excitación que me colmaba de ansiedades, lo besé en la boca, bebiéndome su aliento caliente, agradeciéndole con ese beso los buenos momentos que me había hecho pasar.
-Espero que te lleves el mejor recuerdo de la Argentina- le dije luego, ya vestida y a punto de marcharme.
-The best of all… Now puedo decir que yo probé la famosa carne argentina- me dijo palmeándome la cola.
Le di un último beso y me fui. Antes quiso regalarme unos dólares, como una “atención”, me dijo, pero los rechacé gentilmente diciéndole que la “atención” había sido mía y que yo no era de las que cobraban, lo cuál entendió perfectamente.
Desde entonces supe que el sexo pasaría a formar una parte muy importante de mi vida, y ya vislumbraba que no solo me limitaría a hacerlo con mi pareja de turno, claro que no imaginaba convertirme en una infiel empedernida, aunque ya me daba cuenta que no podría tener la bombacha puesto por demasiado tiempo y que sabría sacármela con bastante facilidad, como había hecho con ese gringo, el primer desconocido de tantos.:metal:
MI BLOG: http://www.mariela-lainfiel.blogspot.com/
En esta ocasión quiero contarles como fue que lo hice por primera vez con un desconocido, con un completo y absoluto extraño, con alguien con quién habría de estar una sola vez y nunca más, y que habría de constituir para mí un evento por demás revelador. Una de esas situaciones que te dejan una marca y que rigen tu conducta a partir de entonces.
BUENOS AIRES, AÑO 2001:
Principios de año, todavía no había sucedido lo del “corralito” y la grave crisis posterior que provocó la abrupta caída del gobierno de turno. Tenía 18 años recién cumpliditos, hacía unos pocos meses había terminado el secundario y a instancia de unos conocidos de mis viejos empecé a trabajar en un estudio contable cuya oficina estaba en el barrio de San Telmo. La idea era juntar experiencia y también pagarme mis estudios con el modesto sueldo que ganaba. Todavía no había empezado la carrera de sociología ya que no sabía muy bien que seguir de ahí en más. Estaba con una crisis de vocación, lo que es algo absolutamente normal a esa edad. De lo que si estaba segura era de que me gustaba el sexo, claro que no podía dedicarme a ser puta, mi familia no me lo permitiría, jajajaja. Hasta entonces el único con el que cogía era con mi tío Carlos. Aunque ya para entonces me preguntaba que se sentiría hacerlo con alguien más. No me malentiendan, gozaba mucho cuándo estaba con él, pero ya desde ese tiempo me picaba el bichito de la infidelidad.
Mis tareas en el estudio eran sencillas, entraba temprano, acomodaba algunos papeles, sacaba fotocopias y luego salía a la calle a hacer algunos trámites, volviendo siempre cerca del mediodía. Obvio que al estar fuera casi toda la mañana podía disponer de varias oportunidades para resolver de una vez esa incógnita que me quitaba el sueño. Es más, los hombres se me acercaban con tales propuestas, pero aunque ya había debutado era bastante tímida como para seguirles la corriente. Lo cierto es que me moría de ganas de probar otra verga que no fuera la de mi tío. Así que me dije a mí misma que tenía que armarme de valor y hacerle frente a esas situaciones que aunque no quería desperdiciaba solo por no animarme.
Hasta que un día, y cuándo menos lo esperaba, mientras miraba la vidriera de un local de antigüedades, se me acerca un turista. Por el acento se notaba que era norteamericano. Me pregunta algo sobre unas pinturas autóctonas que se exhibían.
-La verdad que no sé- le digo –Tendría que preguntarle al vendedor-
Me mira y se sonríe.
-¿Qué pasa? ¿Tengo algo?- le pregunto ingenuamente.
-No, es que… solo quería comenzar una conversación contigo- termina confesándome.
Me sonrió también.
-Tienes una sonrisa muy bella- me piropea, mirándome en todo momento con unos intensos ojos azules.
-Gracias- le digo. No puedo evitar ponerme colorada.
Lo saludo y emprendo la retirada, pero enseguida me detiene.
-Espera, ¿podría invitarte a tomar algo?- me pregunta.
-Es que estoy trabajando- me excuso.
-Algo rápido- me insiste.
Quizás esto sea lo que estoy buscando, pensé, y de repente me sentí ya sin vergüenza alguna. Estaba como más decidida, más segura de mí misma como para aceptar la invitación de un completo desconocido. No sabía, por supuesto, si terminaría encamándome con él, pero por lo menos bien valía el intento, además, el que fuera un extranjero le agregaba cierto exotismo que me excitaba.
-Ok- asentí provocando una nueva sonrisa de su parte.
Me agradeció el que aceptara acompañarlo y entonces cuándo íbamos recorriendo las distintas confiterías para ver en cuál entrar, me propone de repente:
-¿Qué te parece si mejor vamos a mi hotel? No quiero que la gente piense que quiero emborracharte-
-¿A su hotel?- me sorprendo.
-Yes, esta acá cerca, a unas pocas cuadras, además en mi habitación tengo unas bebidas que estoy seguro van a ser de tu agrado- me dice con una simpatía que hace imposible decirle que no.
-Me gustaría, pero es que mi trabajo, usted sabe- titubeó.
Lo cierto es que tenía ganas de ir, pero me preocupaba no volver al estudio a la hora acostumbrada y que mis jefes se preocuparan, o peor, que lo tomaran a mal. Pero él mismo me dio la idea para la excusa.
-¿Por qué no llamas y les dices que estás retrasada?-
No sé porque no se me había ocurrido. Era lógico. Además ese día había tenido varias cosas para hacer, y de milagro había terminado temprano. Me prestó su celular e hice el llamado. Del estudio me dijeron que no me hiciera problema, que en cuánto terminara me fuera para mi casa, que al día siguiente llevara todos los trámites, que los mismos podían esperar un día más.
-¡Listo!- le dije cuándo corté.
-¡Fantástico!- exclamo y enseguida empezamos a caminar hacia su hotel.
Se hospedaba en el hotel Nogaró, el que esta sobre la diagonal, cerca de la plaza de Mayo. Llegamos en apenas unos pocos minutos. Entramos y subimos a su habitación. Era la primera vez que estaba a solas con un hombre después de mi tío, pero aún así no me sentía nerviosa ni nada, es más, estaba ansiosa. Me salía de la vaina por desnudarme y entregarme a él con moño y todo.
Sirvió un par de copas, brindamos, bebimos y entonces se me ocurrió preguntarle lo siguiente:
-¿Y… ya probaste la carne argentina?-
Creyendo que me refería al asado me contó que la noche anterior había estado con un grupo de amigos en una parrilla del centro.
-Que bueno- asentí –Pero yo me refería a otra clase de carne-
Por un momento me miro sorprendido, sin entender a que otra carne me refería.
-¡A esta carne!- exclamé a la vez que me agarraba los pechos con las manos y las ostentaba sin recelo alguno.
Al yanqui se le abrieron los ojos como platos.
-Eso me gusta de las argentinas- me dice –Que no tienen tapujos en mostrarse tal cual son-
-Para eso me trajiste, ¿no?- le hice notar.
-Bueno… si… pero no me pareció apropiado decírtelo- expresó.
-¿Para que complicarla si los dos buscamos lo mismo, no te parece?- le digo.
-Muy maduro de tu parte, ¿Qué edad tienes bonita?- me pregunta.
-18- le respondo.
Abre los ojos sorprendido.
-Tal parece que voy a cambiarte los pañales entonces-
Me reí. Me causó gracia su comentario, aunque se trataba de una adecuada analogía de lo que sucedería entre ambos, ya que debía de tener unos cincuenta años más o menos. Alto, mucho más alto que yo, de cuerpo robusto, cabello entrecano y ojos azules. Tranquilamente podría pasar como mi padre. Ahora que lo pienso quizás de esa época venga mi predilección por los maduros, ya que mi primer hombre fue mi tío, alguien de mucha más edad que la mía, y el segundo, otro que no le iba en zaga. Pero más allá de la brecha generacional existente con ambos habría de quedar más que satisfecha.
El yanqui, que estaba sentado a unos cuántos centímetros, se fue acercando de a poco, la mirada fija en esas dos montañas de carne argenta que hacia unos instantes le había ofrecido sin condición alguna. No se si serían las hormonas o que, pero después de haber pasado por las manos de mi tío me desarrollé abruptamente, y aunque ya tenía pechos desde los 12, a los 18 ya ostentaba una delantera digna de elogiar.
El yanqui me agarro una teta por sobre la ropa, y trato de besarme, pero lo evadí justo a tiempo y sin que se diera cuenta que no quería besarlo, recibiendo de su parte un fuerte chupón en la mejilla que me dejo por algunos días la fuerte marca de la succión. De ahí fue bajando, dejándome también marcas en el cuello, sin dejar de apretarme la teta, tras lo cuál me bajo la blusita que tenía puesta, y bajándome también el arco del corpiño, reveló en todo su esplendor esa exuberancia láctea que ya palpitaba y se estremecía bajo el influjo de la lujuria. Porque yo no estaba allí porque aquel hombre me gustara o sintiera algo por él, estaba por simple lujuria, eso era lo que me había arrastrado hasta la habitación de aquel hotel.
Me desnudó primero una y luego la otra, zambulléndose entonces entre medio de ellas para chupármelas con agresiva fruición, tanto que hasta me las mordía, retorciéndome los pezones con los dientes. Yo no me oponía en lo absoluto a tal desborde de pasión, muy por el contrario me entregaba sin resistencia alguna a él, agarrándolo de los pelos y atrayéndolo aún más hacia mí, disfrutando esas incitantes mordiditas que dejaban impresas en mi cuerpo las marcas de su calentura. Yo también estaba caliente, muy caliente, hervía, sentía que la piel me quemaba, transpiraba, pero por sobre todas las cosas sentía como mi conchita se humedecía en esa forma que solo creía que mi tío podía lograr. Así fue que encontré la respuesta que tanto había estado buscando, estaba gozando con otro hombre, mi tío no era el único, aquel extraño me estaba guiando también hacia esos lugares que últimamente estaba visitando con bastante asiduidad.
Aunque lo había estado deseando, la situación me resultaba por demás inusitada, derrumbada en el sillón de un hotel, con aquel turista norteamericano chupándome las tetas y metiéndome mano por entre las piernas, aunque se trataba de un perfecto extraño, alguien que había conocido tan solo una hora antes, me estaba haciendo gozar, me estaba desquiciando, liberando en mí la putita maniatada que no puede ni quiere resistirse a las tentaciones que le presenta la vida.
Yo no me quedaba quieta, obvio, ya que también por mi parte también le metía mano, palpando ansiosamente el prometedor bultazo que se le formaba a la altura de la bragueta. Pese a la aspereza del jeans que tenía puesto, lo sentía duro, rocoso, y hasta más prominente que el que solía formársele a mi tío Carlos. Ya desesperado se desabrochó él mismo el pantalón, sin permitirme tal gusto, y pelando su verga proveniente del gran país del norte, me dijo en un tono por demás exaltado:
-¡Suck me!-
No sabía ni sé inglés, pero sabía perfectamente lo que aquellas palabras significaban, así que me puse de rodillas en el sillón e inclinándome sobre aquella imponente erección empecé por lamérsela de a poco, la de tío me gustaba mucho, pero no sabía si la de otro hombre habría de resultarme igual de rica, así que la fui probando, de a poco, aunque dándome cuenta enseguida de lo satisfactorio que resultaba su sabor para mi paladar. Entonces, sin más reservas al respecto, me la comí y me puse a chupársela con todo mi entusiasmo, sobándole fuertemente las bolas mientras hacía que semejante volumen se deslizara por entre mis labios, tenía la carne encendida, al rojo vivo, y pegoteada de un denso fluido que brotaba espesamente del orificio de la punta impregnando todo su consistente volumen con ese sabor que ya se había constituido en una de mis máximas predilecciones.
Mientras se la chupaba prácticamente sin respiro, él deslizaba una mano por entre mis piernas y franqueando hábilmente mi ropa interior, me acariciaba la concha, metiéndome un dedo casi hasta su raíz, tocándome el lugar exacto para hacerme explotar. Su verga se hacía cada vez más jugosa y resbaladiza, de a ratos tenía que sacármela de la boca para escupir un poco de esos fluidos que de tan espesos hasta formaban burbujitas, y lo que no alcanzaba a escupir, me lo tragaba.
Sin decirme nada me hizo a un lado y me ayudo a desvestirme. Ya desnuda me tumbé de espalda y me abrí de piernas, recibiéndolo entre ellas para que me chupara a su antojo. Sin demora alguna me clavó la lengua justo en el medio, y empezó a subir y bajar, deslizándose por toda mi raya con una avidez descontrolada, llegando incluso hasta el agujero del culo, chupándome y mordiéndome los labios de la concha, recorriendo toda esa zona con la voracidad de quién esta saboreando un manjar único e irrepetible. Al igual que yo había hecho con él, también se bebía mis fluidos, aunque no se los tragaba de inmediato, los retenía en su paladar y los degustaba, los paladeaba, para luego si, dejar que se derramaran por su garganta.
Luego se puso un profiláctico y ubicándose entre mis piernas me penetró, me la metió despacio, como disfrutando cada momento, dejando que su carne fluyera por entre la mía, y cuándo por fin alcanzó la profundidad más recóndita, empezó a moverse, más fuerte con cada empujón, arrancándome unos quejidos por demás exaltados. Moviéndome con él, hasta donde podía, envolvía su cuerpo con mis piernas, acoplándome a su propio ritmo, buscando ansiosa cada ensarte, entregándome por completo a ese deleitable bombeo que tanto me complacía.
-¡That good fuck!- me decía, en tono exaltado, la voz ronca, los ojos inyectados.
Entraba y salía en toda su prominencia, rematando cada ensarte con un golpe final que me alucinaba.
-¡You are a lovely girl! ¡I'll take good fuck!- memorizaba cada una de sus expresiones para averiguar más tarde lo que significaban.
-¡Siiiiiiiiiiiii… siiiiiiiiiiiiii… dame… dámela toda…!- le respondía yo, en mi argentino natal, suspirando, gimiendo, jadeando, sintiendo como me la metía hasta lo más profundo, una y otra vez, repiqueteando insistentemente contra las puertas de mi útero.
-¡As i like the argentinians! ¡Are the best whores!- exclamaba, impulsándose una y otra vez contra mi cuerpo.
Luego de un rato me la sacó y me hizo un gesto:
-¡Turn around!- me dijo.
Le hice caso. Me di la vuelta y me puse en cuatro. Me palmeó la cola para que la levantara. La levanté a la vez que con una mano me separaba bien los cachetes. Ubicó la punta justo en la entrada y avanzó lento pero seguro, llenándome de a poco, tras lo cuál me aferró firmemente de la cintura y empezó a moverse con ese ritmo que ya le conocía. Entraba y salía, rebotando con sus bolas, mandándomela bien adentro, como si quisiera sacármela por la garganta, a lo que no pensaba resistirme, les diré.
Cada tanto me sacaba toda la pija y agarrándosela con una mano me daba unos fuertes golpecitos en las nalgas con ella, para luego volver a metérmela con todo, aumentando el ritmo que mantenía hasta entonces.
-¡You have a sexy ass!- me elogiaba entre pijazos y más pijazos, y estirando una mano por debajo de mi cuerpo para agarrarme una teta, agregaba:-¡And wonderful tits!-
Yo me sentía en la gloria absoluta, disfrutando de un orgasmo tras otro, mojándome sin control, sintiendo que todo mi cuerpo se estremecía intensamente ante cada arremetida.
-¡Take my cock, TAKE all, all for you!- bramó entonces y dejándomela bien clavada en el fondo acabó estrepitosamente.
Podía sentir con absoluta nitidez como el preservativo se llenaba de leche, entonces me la sacó muy despacio, sosteniendo el borde del forro para que no se escapara ni una sola gota y salió de mí emitiendo profusos y complacientes suspiros.
-¡Ahhhhhhhhh… que buen… ¿Cómo dicen ustedes? Polvo, ¿no? Que buen polvo!- expresó ahora en castellano, sosteniendo todavía su pija con una mano.
Luego nos recostamos en ese mismo sillón, muy cerca el uno del otro, y mientras recuperábamos energías, charlamos un ratito.
Entre otras cosas me contó que luego de estar en esa parrilla con unos amigos, fue a un lugar en donde había chicas, “de las que cobran”, y que había estado con un par, ya que estaba ansioso por disfrutar de la belleza argentina, pero que ninguna se la había chupado como se la había chupado yo hacía un rato.
-¡That well you suck!- supo elogiarme, a la vez que su verga comenzaba a alzare de nuevo.
-Eso es algo de lo que nunca me canso- le confirmó, agarrándosela con una mano para meneársela pausadamente, conduciéndola hacia una nueva y ostentosa erección.
Cuándo ya estuvo dura de nuevo, en su punto máximo, me incliné sobre ella, y me la metí en la boca, chupándosela con toda esa avidez y fruición que mi golosa boquita sabe muy bien dispensar. La verga del yanqui se estremecía entre mis labios, humedeciéndose de nuevo, empalagándome con ese juguito que brotaba incontenible.
Ahora fui yo la que le puso el preservativo, para enseguida subírmele encima y sentarme sobre esa hermosa poronga que me esperaba con suma ansiedad.
-¡Ahhhhhhhh… Ahhhhhhhh… Ahhhhhhhh…!- gemía gustosa a medida que la sentía entrar y llenarme con su contundente volumen.
Como estaba de frente a él, mientras subía y bajaba podía chuparme las tetas, lo que hacía como un enloquecido, mojándomelas con su saliva.
-¡That amazing tits!- exclamaba mientras me lengüeteaba con el mayor de los entusiasmos, dándome vueltas y vueltas alrededor de los pezones.
Yo subía y bajaba, subía y bajaba, aunque de ratos me quedaba clavada, bien estaqueada y me restregaba de un lado a otro, sintiendo aquella dureza exquisita repercutir en cada rinconcito de mi concha, entonces reiniciaba con más entusiasmo todavía, sacudiéndome, agitándome, echando la cabeza hacía atrás y gritando desaforada, gozando al máximo los sublimes orgasmos que aquella verga foránea me regalaba.
-¡I'm comiiiiiing…!- gritó él por su lado al alcanzar una nueva e incontenible explosión.
Acabé con él, acompañándolo en ese derroche de placer que nos envolvía con sus exultantes sensaciones. Nos abrazamos mientras sentíamos que nuestros cuerpos contenían aquel vibrante estallido y lo canalizaban hacia cada rincón, permitiéndonos disfrutar de un polvo de proporciones maravillosas.
-¡Fuck… that fucking incredible…!- me confirmó él, estremecido aún por aquel abanico de sensaciones que se había desplegado ante nosotros.
Aunque en un principio no había querido, ahora y como consecuencia de esa excitación que me colmaba de ansiedades, lo besé en la boca, bebiéndome su aliento caliente, agradeciéndole con ese beso los buenos momentos que me había hecho pasar.
-Espero que te lleves el mejor recuerdo de la Argentina- le dije luego, ya vestida y a punto de marcharme.
-The best of all… Now puedo decir que yo probé la famosa carne argentina- me dijo palmeándome la cola.
Le di un último beso y me fui. Antes quiso regalarme unos dólares, como una “atención”, me dijo, pero los rechacé gentilmente diciéndole que la “atención” había sido mía y que yo no era de las que cobraban, lo cuál entendió perfectamente.
Desde entonces supe que el sexo pasaría a formar una parte muy importante de mi vida, y ya vislumbraba que no solo me limitaría a hacerlo con mi pareja de turno, claro que no imaginaba convertirme en una infiel empedernida, aunque ya me daba cuenta que no podría tener la bombacha puesto por demasiado tiempo y que sabría sacármela con bastante facilidad, como había hecho con ese gringo, el primer desconocido de tantos.:metal:
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