- Tema Autor
- #1
Hola bakunos aqui les tengo este relato disfrutenlo
Jamás me hubiese imaginado que me encontraría frente a un monitor escribiendo esto. Sinceramente me cuesta mucho hablar de mis sentimientos, y mucho más aún de mis intimidades sexuales. Dicho eso, y habiendo dado con este sitio, pensé en contar lo que me sucedió para tratar de sacar desde lo más profundo de mi ser la pesadilla que significa para mi no animarme a contarlo.
Me llamo Alejandra, y estoy felizmente casada con Román. Somos un matrimonio joven de 30 y 35 años, Argentinos nativos, sin hijos, y viviendo en Sydney. Mi esposo y yo decidimos tiempo atrás realizar una experiencia en este hermoso país lleno de oportunidades. Siempre creímos que de no hacerlo nos lo reprocharíamos ya de ancianos. Tanto mi esposo como yo somos profesionales, y hemos tenido mucha suerte, considerando que al mes de haber llegado, Román se ubicó en una importante multinacional con un muy buen sueldo. Al poco tiempo y ya más tranquilos dejamos el alojamiento temporal, y alquilamos un lindo departamento en un edificio de varios pisos, con una vista envidiable.
Fue una vez instalados que conocimos a Darío, un señor de unos cincuenta años que posee una pequeña empresa, y que es quien se encarga de las tareas de limpieza y mantenimiento del edificio, como mantener la pileta de natación en condiciones y limpiar las instalaciones. Grande fue nuestra sorpresa cuando lo escuchamos hablar en castellano… Pronto nos enteramos que era uruguayo. Para mi fue tranquilizante el hecho de que alguien que hablaba castellano frecuentaba el edificio. Siempre fue muy servicial, en varias ocasiones nos aconsejó sobre como proceder de acuerdo a las costumbres australianas. Por supuesto, depositamos nuestra confianza en él.
Hace un mes, alrededor de las 10hs, cuando Román se encontraba en el trabajo, sonó el timbre. Atendí, y era Darío. Como otras veces, nos traía yerba mate argentina que compraba cerca de su casa. Yo estaba vestida con un camisón fino, 10 cm., arriba de las rodillas, y con amplias mangas, lo que permitía una generosa vista de mis pechos y piernas. Supongo que en una mujer de mi edad, rubia de ojos verdes, con senos medianos y lindas piernas debe verse atractivo. Especial para usarlo en casa con mí esposo. Fue una alegría recibir visita, aunque sea rápida, ya que seguramente tenía que seguir con su negocio. Darío subió y toco timbre. Nos saludamos con un beso en la mejilla, y lo invite a pasar. Nos sentamos en uno de los sillones del living, y preparé unos mates. Varias veces había dicho que tenía un tacto supremo con la temperatura, “ni fríos tereré, ni calientes al punto que se queme la yerba”. Charlábamos de la vida, cuando le comenté lo sola que me siento a veces cuando Román esta en el trabajo. Pronto su espíritu paternal afloró, se sentó a mi lado, y me contó que a su esposa le había pasado lo mismo cuando habían llegado, y ahora, décadas después, era muy feliz. Sus palabras me tranquilizaban, a tal punto que en un momento puso una mano en mi rodilla, y no le di importancia. Me contó de sus hijos, y de su tranquilidad económica, y nunca retiró su mano… No se como pudo pasarme, pero nunca dije nada sobre su actitud. Seguimos hablando, y su mano comenzó a acariciar mi pierna, suavemente. No pude evitar dirigir mi mirada hacia sus genitales, y me sorprendió ver un gran bulto dentro de su pantalón corto. Habrán pasado unos 5 segundos, en los que hipnotizada lo miraba fijamente. Cuando quise desviar la vista, Darío ya lo había notado. Mientras tanto él seguía hablando como si nada… subiendo cada vez más su mano derecha por mi muslo. Cuando quise reaccionar, ya era tarde. Dos de sus dedos habían sorteado los costados de mi tanga, y se estaban abriendo paso entre mis labios vaginales. Sentí una excitación sin precedentes. Sentía que me invadían, y eso me excitaba. Me debo haber mojado mucho, porque para ese entonces, Darío sabia que se estaba ganando a su presa, y a pesar que seguía hablando de la vida, avanzaba con seguridad dentro de mi sexo. Yo lo escuchaba, con los ojos entrecerrados, sin decir palabra. En un momento que no logro recordar, él se habría arrodillado en el piso de alfombras, y abierto mis piernas. Pronto sentí que sus ya tres dedos salían de mi vagina, y comenzaba a hurgar con su lengua. Habrá sido el durante ese mismo momento, que Darío abrió su short, y liberó un enorme pene, no podría decir sus medidas, pero definitivamente mucho más largo y grueso que él de Román.
En un momento hice un shock, y el sentimiento de culpa me invadió. Pensé en Román, y en como haría para mirarlo a la cara cuando regresara… Le dije “Darío, esto fue muy lejos, paremos” pero cada palabra que yo decía parecía ser aliciente para él… ya que continuaba lamiendo mi vagina, hasta llegar a mordisquear mi clítoris. En un momento debe haber tocado mi punto G, porque me sentí eyacular como un hombre, y era algo de no terminar nunca, incluyendo como ganas de orinar. Quería parar y no sabía como hacer.
Simultáneamente con su tarea lingual, Darío tomó mi mano y la dirigió a su ya completamente erecta verga, y me obligó a masturbarlo. Traté de soltarme, pero no pude. La verdad era que tenía una verga hermosa, y muchas mujeres quisieran haber estado en mi lugar. El problema era que yo soy casada. En un momento se paró enfrente de mí y su falo quedó muy cerca de mis labios. Lo acercó más, y más, y yo casi por instinto abrí la boca para que lo introduzca. Por primera vez largó un gemido de placer. Me la hizo chupar por unos 5 minutos, y en un momento se agitó, y comenzó a gemir fuerte. En ese momento sentí un río de esperma caliente aterrizando mayoritariamente en mi garganta, y parte en mis labios y parte visible de mis pechos. Me obligó a tragármela.
Cuando pensé que todo había terminado, con todo el sentimiento de culpa del mundo, me dirigí al baño a asearme. Cuando salí pensé en despedir a Darío, pero no podía evitar la excitación morbosa que me provocaba el hecho de haber tragado semen que no era de mi marido. A la salida del baño estaba él, esperándome, con su gran mástil nuevamente erecto. Me tomó de los brazos, y me llevó a nuestra habitación. Me tiró boca arriba en la cama, levantó nuevamente mi camisón, y lamió mi vagina por un corto periodo. Cuando me tuvo caliente, se paró en el piso, dijo cosas obscenas como “ahora vas a sentir una verdadera tranca dentro tuyo, no como la del afeminado de tu marido…”, acto seguido abrió mis piernas al máximo, acomodó la gruesa cabeza de su verga entre mis labios vaginales y comenzó a empujar.
Hasta ese momento no me había dado cuenta de lo que una verga de esas dimensiones podía hacer. El caso es que lenta, pero firmemente, entró su cabeza, y ahí fue cuando noté la diferencia de tamaño con el pene de Román. Me dolió mucho, grité “Noooooooo! me duele mucho sacala por faaaaaaavor!!!” pero Darío estaba demasiado caliente con la presa que había cazado, como para dar un paso atrás. Cuando escuchó mi negativa, y sintió mi intento de empujarlo, me tomó firmemente por la cintura, y presionó fuerte con su pelvis. Probablemente fue mi grado de lubricación, que su mástil entró hasta el fondo. Lloré mucho, y grité pidiendo que pare, pero mis suplicas no fueron escuchadas. Más yo lloraba, y más Darío se calentaba. Fue cuando mis gritos se transformaron en gemidos: Ay, ay! Si, si, así, dale, más, que él comenzó a apurar el ritmo de sus embestidas, sentía claramente sus bolas golpear contra mi ano, lo quería todo dentro de mí. Me habría estado cogiendo durante 15 minutos, cuando aceleró mucho su ritmo y escuché su grito profundo. Supe que estaba por eyacularme. Le dije “¡Darío, pará, me vas a embarazar! ¡No me estoy cuidando!”, pero a él parecía no importarle. “¡te lo suplico, me vas a embarazar, sacala por favor!”… nada… Siguió un par de embestidas, y sentí en la parte más profunda de mi vagina varios jeringazos de leche que me golpeaban fuertemente. Su leche era caliente, y el placer que sentí, jamás lo experimenté con Román. Me entregué y tuve otro orgasmo.
Una vez que termino de vaciarse dentro de mí la sacó dejándome en la cama. Su semen fluía por mis piernas. Con su pene ya flácido me miró a los ojos, me dio un fuerte beso en la boca, como queriendo comerme, y mostrarme quien era su macho, entró al baño, se higienizó, y diciendo, “Gracias bebe por el servicio. Pronto te voy a traer más yerba” se retiró. Me sentí humillada, sucia, pero terriblemente caliente.
Al rato llegó mi marido. No me había dado tiempo de limpiar el desastre que Darío había hecho en mí. Incluso en mis tetas había rastros de so esperma. Me dio mucho miedo, pero Román no lo notó. Había vuelto demasiado caliente, y necesitaba el servicio de su hembra. Con todo el cariño que siempre me tuvo y tiene, me tiró en la cama, me cogió por la vagina, y largó su leche dentro mío. A veces me pregunto si se imaginará que su semen se juntó con el de alguien más dentro de mí.
¿Que siento? Que amo mucho a mi marido, pero la verdad, cuando Darío toque de vuelta a mi puerta, no creo que pueda resistir los deseos de volver llenarme con su hermosa verga.
Jamás me hubiese imaginado que me encontraría frente a un monitor escribiendo esto. Sinceramente me cuesta mucho hablar de mis sentimientos, y mucho más aún de mis intimidades sexuales. Dicho eso, y habiendo dado con este sitio, pensé en contar lo que me sucedió para tratar de sacar desde lo más profundo de mi ser la pesadilla que significa para mi no animarme a contarlo.
Me llamo Alejandra, y estoy felizmente casada con Román. Somos un matrimonio joven de 30 y 35 años, Argentinos nativos, sin hijos, y viviendo en Sydney. Mi esposo y yo decidimos tiempo atrás realizar una experiencia en este hermoso país lleno de oportunidades. Siempre creímos que de no hacerlo nos lo reprocharíamos ya de ancianos. Tanto mi esposo como yo somos profesionales, y hemos tenido mucha suerte, considerando que al mes de haber llegado, Román se ubicó en una importante multinacional con un muy buen sueldo. Al poco tiempo y ya más tranquilos dejamos el alojamiento temporal, y alquilamos un lindo departamento en un edificio de varios pisos, con una vista envidiable.
Fue una vez instalados que conocimos a Darío, un señor de unos cincuenta años que posee una pequeña empresa, y que es quien se encarga de las tareas de limpieza y mantenimiento del edificio, como mantener la pileta de natación en condiciones y limpiar las instalaciones. Grande fue nuestra sorpresa cuando lo escuchamos hablar en castellano… Pronto nos enteramos que era uruguayo. Para mi fue tranquilizante el hecho de que alguien que hablaba castellano frecuentaba el edificio. Siempre fue muy servicial, en varias ocasiones nos aconsejó sobre como proceder de acuerdo a las costumbres australianas. Por supuesto, depositamos nuestra confianza en él.
Hace un mes, alrededor de las 10hs, cuando Román se encontraba en el trabajo, sonó el timbre. Atendí, y era Darío. Como otras veces, nos traía yerba mate argentina que compraba cerca de su casa. Yo estaba vestida con un camisón fino, 10 cm., arriba de las rodillas, y con amplias mangas, lo que permitía una generosa vista de mis pechos y piernas. Supongo que en una mujer de mi edad, rubia de ojos verdes, con senos medianos y lindas piernas debe verse atractivo. Especial para usarlo en casa con mí esposo. Fue una alegría recibir visita, aunque sea rápida, ya que seguramente tenía que seguir con su negocio. Darío subió y toco timbre. Nos saludamos con un beso en la mejilla, y lo invite a pasar. Nos sentamos en uno de los sillones del living, y preparé unos mates. Varias veces había dicho que tenía un tacto supremo con la temperatura, “ni fríos tereré, ni calientes al punto que se queme la yerba”. Charlábamos de la vida, cuando le comenté lo sola que me siento a veces cuando Román esta en el trabajo. Pronto su espíritu paternal afloró, se sentó a mi lado, y me contó que a su esposa le había pasado lo mismo cuando habían llegado, y ahora, décadas después, era muy feliz. Sus palabras me tranquilizaban, a tal punto que en un momento puso una mano en mi rodilla, y no le di importancia. Me contó de sus hijos, y de su tranquilidad económica, y nunca retiró su mano… No se como pudo pasarme, pero nunca dije nada sobre su actitud. Seguimos hablando, y su mano comenzó a acariciar mi pierna, suavemente. No pude evitar dirigir mi mirada hacia sus genitales, y me sorprendió ver un gran bulto dentro de su pantalón corto. Habrán pasado unos 5 segundos, en los que hipnotizada lo miraba fijamente. Cuando quise desviar la vista, Darío ya lo había notado. Mientras tanto él seguía hablando como si nada… subiendo cada vez más su mano derecha por mi muslo. Cuando quise reaccionar, ya era tarde. Dos de sus dedos habían sorteado los costados de mi tanga, y se estaban abriendo paso entre mis labios vaginales. Sentí una excitación sin precedentes. Sentía que me invadían, y eso me excitaba. Me debo haber mojado mucho, porque para ese entonces, Darío sabia que se estaba ganando a su presa, y a pesar que seguía hablando de la vida, avanzaba con seguridad dentro de mi sexo. Yo lo escuchaba, con los ojos entrecerrados, sin decir palabra. En un momento que no logro recordar, él se habría arrodillado en el piso de alfombras, y abierto mis piernas. Pronto sentí que sus ya tres dedos salían de mi vagina, y comenzaba a hurgar con su lengua. Habrá sido el durante ese mismo momento, que Darío abrió su short, y liberó un enorme pene, no podría decir sus medidas, pero definitivamente mucho más largo y grueso que él de Román.
En un momento hice un shock, y el sentimiento de culpa me invadió. Pensé en Román, y en como haría para mirarlo a la cara cuando regresara… Le dije “Darío, esto fue muy lejos, paremos” pero cada palabra que yo decía parecía ser aliciente para él… ya que continuaba lamiendo mi vagina, hasta llegar a mordisquear mi clítoris. En un momento debe haber tocado mi punto G, porque me sentí eyacular como un hombre, y era algo de no terminar nunca, incluyendo como ganas de orinar. Quería parar y no sabía como hacer.
Simultáneamente con su tarea lingual, Darío tomó mi mano y la dirigió a su ya completamente erecta verga, y me obligó a masturbarlo. Traté de soltarme, pero no pude. La verdad era que tenía una verga hermosa, y muchas mujeres quisieran haber estado en mi lugar. El problema era que yo soy casada. En un momento se paró enfrente de mí y su falo quedó muy cerca de mis labios. Lo acercó más, y más, y yo casi por instinto abrí la boca para que lo introduzca. Por primera vez largó un gemido de placer. Me la hizo chupar por unos 5 minutos, y en un momento se agitó, y comenzó a gemir fuerte. En ese momento sentí un río de esperma caliente aterrizando mayoritariamente en mi garganta, y parte en mis labios y parte visible de mis pechos. Me obligó a tragármela.
Cuando pensé que todo había terminado, con todo el sentimiento de culpa del mundo, me dirigí al baño a asearme. Cuando salí pensé en despedir a Darío, pero no podía evitar la excitación morbosa que me provocaba el hecho de haber tragado semen que no era de mi marido. A la salida del baño estaba él, esperándome, con su gran mástil nuevamente erecto. Me tomó de los brazos, y me llevó a nuestra habitación. Me tiró boca arriba en la cama, levantó nuevamente mi camisón, y lamió mi vagina por un corto periodo. Cuando me tuvo caliente, se paró en el piso, dijo cosas obscenas como “ahora vas a sentir una verdadera tranca dentro tuyo, no como la del afeminado de tu marido…”, acto seguido abrió mis piernas al máximo, acomodó la gruesa cabeza de su verga entre mis labios vaginales y comenzó a empujar.
Hasta ese momento no me había dado cuenta de lo que una verga de esas dimensiones podía hacer. El caso es que lenta, pero firmemente, entró su cabeza, y ahí fue cuando noté la diferencia de tamaño con el pene de Román. Me dolió mucho, grité “Noooooooo! me duele mucho sacala por faaaaaaavor!!!” pero Darío estaba demasiado caliente con la presa que había cazado, como para dar un paso atrás. Cuando escuchó mi negativa, y sintió mi intento de empujarlo, me tomó firmemente por la cintura, y presionó fuerte con su pelvis. Probablemente fue mi grado de lubricación, que su mástil entró hasta el fondo. Lloré mucho, y grité pidiendo que pare, pero mis suplicas no fueron escuchadas. Más yo lloraba, y más Darío se calentaba. Fue cuando mis gritos se transformaron en gemidos: Ay, ay! Si, si, así, dale, más, que él comenzó a apurar el ritmo de sus embestidas, sentía claramente sus bolas golpear contra mi ano, lo quería todo dentro de mí. Me habría estado cogiendo durante 15 minutos, cuando aceleró mucho su ritmo y escuché su grito profundo. Supe que estaba por eyacularme. Le dije “¡Darío, pará, me vas a embarazar! ¡No me estoy cuidando!”, pero a él parecía no importarle. “¡te lo suplico, me vas a embarazar, sacala por favor!”… nada… Siguió un par de embestidas, y sentí en la parte más profunda de mi vagina varios jeringazos de leche que me golpeaban fuertemente. Su leche era caliente, y el placer que sentí, jamás lo experimenté con Román. Me entregué y tuve otro orgasmo.
Una vez que termino de vaciarse dentro de mí la sacó dejándome en la cama. Su semen fluía por mis piernas. Con su pene ya flácido me miró a los ojos, me dio un fuerte beso en la boca, como queriendo comerme, y mostrarme quien era su macho, entró al baño, se higienizó, y diciendo, “Gracias bebe por el servicio. Pronto te voy a traer más yerba” se retiró. Me sentí humillada, sucia, pero terriblemente caliente.
Al rato llegó mi marido. No me había dado tiempo de limpiar el desastre que Darío había hecho en mí. Incluso en mis tetas había rastros de so esperma. Me dio mucho miedo, pero Román no lo notó. Había vuelto demasiado caliente, y necesitaba el servicio de su hembra. Con todo el cariño que siempre me tuvo y tiene, me tiró en la cama, me cogió por la vagina, y largó su leche dentro mío. A veces me pregunto si se imaginará que su semen se juntó con el de alguien más dentro de mí.
¿Que siento? Que amo mucho a mi marido, pero la verdad, cuando Darío toque de vuelta a mi puerta, no creo que pueda resistir los deseos de volver llenarme con su hermosa verga.