LATINO3011
Bovino Milenario
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Hoy quiero compartir con la comunidad bakuna un articulo que describe con palabras el sentimiento y la emoción que sentimos a ver jugar al mejor equipo del planeta, esta algo largo pero cada línea vale la pena ser leida,espero que les guste tanto como a mi, saludos
:metal::metal: Visca Barsa :metal::metal:
Hemos aprendido a admirarlo, a esperar sus partidos casi más que los denuestros propios clubes. Vivimos elogiándolo, hablando de sus jugadores, de suescuela, de su fútbol, de su filosofía. El Barcelona nos invade en lacotidianeidad, se nos mete en nuestra vida diaria con la misma pasmosaparsimonia con la que demuele al Man Utd en la final de una Champions League ole mete cinco al Real Madrid de Mourinho en una visita guiada por el Camp Nou.Ni nos damos cuenta, pero de repente tenemos a Xavi en nuestro living y aIniesta picando al vacío en nuestro patio. Ese equipo vive con nosotros. Seretroalimenta a partir de nuestro interés por él.
En facebook debemos elegir que el Barcelona “nos gusta” sólo porque nopodemos elegir que nos encanta, que nos enamora, que nos hace suspirar de unamanera estrepitosa. Es el amor por el fútbol, hoy simplificado en un amor porel Barça. Porque una cosa y la otra son lo mismo.
En la edición de este mes de El Gráfico, reflejamos las virtudes de este Barça,su dominio aún inacabado de una liga y un continente, su legado para el fútbolmundial en todos los estratos posibles. Es uno de los mejores equipos de todoslos tiempos, porque a veces es difícil ser terminante y afirmar lo que enrealidad no admite discusión: que es el mejor de siempre.
Festejamos cuando nos enteramos que La Masía había abierto una sucursal enArgentina. Llévense a nuestros talentos, transfórmenlos en fotocopias de Messi,por favor. Nosotros ya no sabemos cómo hacerlo. Ni en Argentina, donde losjuveniles dan pena, pero tampoco en México, Brasil o Venezuela. Jugamos a otracosa.
En México, la camiseta azulgrana se vende más que la del Atlante; quizástambién en Argentina más que la de San Lorenzo o en Italia más que la del Genoay el Bologna juntos. No nos hacen falta los números de ventas. Las vemos por lacalle, con total naturalidad. Las vemos en las playas, donde ya les hacenfrente a las del fútbol local, con un crecimiento sostenido que se repite enMar del Plata, en Dakar o en Phuket. Y cuando no son las blaugranas, están lasotras, esa paleta monocromática que incluye anaranjadas, amarillas flúo, gris overde agua. Son todas del Barça. Un equipo al que lo único que le queda porconseguir es la independencia de Catalunya. El resto, lo ha hecho todo.
¿Pero saben qué? Quizás haya llegado seriamente la hora de empezar a odiar alBarcelona. Sí, acaso sea una propuesta demasiado arriesgada; si se quiere,incluso tirana, pero no se me ocurre nada mejor que hacer con este equipo quese transformó en un castigo para todos. Con la lógica excepción de sus propioshinchas, cabe preguntarnos: ¿No estábamos todos mejor hasta antes de sufrir elefecto Barcelona?
Porque también está el Lado B, lo que nos hace sufrir a nosotros, los consumidoresde su fútbol, y a sus propios actores. Indirectamente, el Barcelona carga deforma negativa todo lo que toca. Messi no es en Argentina el extraterrestre demás de un gol por partido. Ni de enganche ni de wing, tampoco decentrodelantero. Le falta el resto de su equipo para serlo. Y entonces, sedesespera. Y sus hinchas se desesperan con él, por él. No sé qué pensarán losaficionados del Barcelona. Quizás hasta sufran ellos también, a la distancia,por las incontingencias de su niño mimado.
Pero el efecto Barça no termina con el mejor del mundo, al contrario,empieza con él. O acaso nos olvidamos de lo que han criticado a España en elMundial, por no haber sido el Barcelona. La derrota contra Suiza en el primerpartido, el posible desastre ante Paraguay, la sucesión de cerrados 1-0 y sufalta de cambio de ritmo hicieron sufrir a Xavi, Iniesta y compañía. Ellos notenían a Messi. Y España no podía ser como el Barcelona. Sólo el título mundialpudo cubrir los gastos ocasionados en el trayecto. Trayecto como el que cubreDani Alves en todos los partidos del Barcelona: ¿es un wing? ¿es un lateral?¿Es un avión? No, es un brasileño que cuando se pone la de verdeamarelha,también se desespera. La pelota no le llega igual. Las coberturas de suscompañeros no son las mismas. Tampoco el pressing alto o las devoluciones alvacío. Y entonces, lo vemos ante Venezuela y el twitter explota con mensajestipo: ¿Pero es este el mismo Dani Alves que juega en el Barcelona? Y larespuesta, como de costumbre, es que no, que esa es una copia borroneada de Alves.
El modelo del Barcelona admite la destrucción de sus piezas cuando noestán sometidas a su escudo galáctico (¿se permite usar ese término en un textoque no sea sobre el Real Madrid?), pero también contempla la sanaciónautomática al regresar a casa. O cuántas veces pensamos en que el Messi que lesdevolvíamos, devastado por las críticas y actuaciones indolentes de lasEliminatorias o el Mundial, sería como una especie de virus informático en elsistema operativo del mejor equipo del mundo. Lo hemos pensado nosotros, lo hanpensado en la selección española, en la brasileña o en la camerunesa (Eto’o nopateando aquel penal con Camerún ante Egipto, por ejemplo). “Uy, ahora despuésde esto, el Barcelona no será igual”. Y sin embargo no, allí siguen, dandocátedra como si nada hubiera pasado, con la moral alta, la cabeza levantada yla pelota pegada al pie.
Guardiola aún no ha decidido irse porque sabe que si cruza esa puerta,comenzará su declive. Podrá ganar títulos en 7 ligas distintas, pero siempre,siempre, le endilgarán cuánto le falta para que su Milan, o su Bayern Munich, osu Manchester United o su Dynamo de Kiev jueguen como aquel Barcelona. Comoeste Barcelona, que ahora también exporta su know-how. Y ahí va la Roma,decidida entonces a que el técnico del Barcelona B, Luis Enrique, se transformeen el Guardiola de la Serie A. Fichemos a Luis Enrique, entonces. Traigamos,también, a Bojan Krkic. Repliquemos el modelo Barça. Fracasemosestrepitosamente. No lo lograrán. Nadie lo hará.
Y así podríamos seguir, con todos y cada uno de sus integrantes, por separado,convertidos en jugadores mortales, sin los superpoderes que confluyen sólo enun punto del universo, con una camiseta azulgrana y con Guardiola en el banco.Los planetas se alinean sólo en el Camp Nou. El resto es un gran agujero negroque se consume a sí mismo. El Barcelona es el Big Bang. Ni siquiera logramosentenderlo cuando ya cambió de forma y apunta a otra dirección. Estamos a añosluz de él y sin embargo nos sentimos tan cerca.
Ahora nos enteramos quemientras todo el mundo intenta imitarlo, sin el menor grado de éxito, Guardiolaya piensa en reformular su módulo y seguir innovando. Sueña con aplicar un3-4-3 sin perder fidelidad ni resultados. Hoy Pep se sienta a la misma mesa queSteve Jobs. El decide y el mundo corre detrás, para tratar de copiarlo, sinpoder hacerlo. Si todo sale bien, a la orquesta catalana se sumará Cesc, quienaprendió la partitura cuando aún no estaba escrita la ópera. Quizás en lapróxima temporada, Mascherano nos sorprenda jugando de centrodelantero. O Messise transforme en el líbero. Y entonces los haremos jugar de lo mismo de estelado del mundo. Y no será lo mismo. Y volveremos a hablar de lo que hacen alláy lo que no hacen acá.
Maldito Barcelona. Nos invade hasta dejarnos insatisfechos con todo lo queantes no habría requerido un juicio tan demoledor. Nos hace creer que el fútboles simple, que los jugadores pueden ser etéreos, que las defensas más férreasson conos que se derriten durante los partidos.
Maldito Barcelona. Desearía no haberlo visto jugar. Pero después, pienso ydigo, no, es imposible desear eso. Como un amor platónico adolescente, sedisfruta en el dolor de no tenerlo. De no poder lograrlo. Nunca seremos elBarça.
Maldito Barcelona, cuánto te amo, cuánto te detesto por hacerme sufrir así.
Fuente Original
:metal::metal: Visca Barsa :metal::metal:
Hemos aprendido a admirarlo, a esperar sus partidos casi más que los denuestros propios clubes. Vivimos elogiándolo, hablando de sus jugadores, de suescuela, de su fútbol, de su filosofía. El Barcelona nos invade en lacotidianeidad, se nos mete en nuestra vida diaria con la misma pasmosaparsimonia con la que demuele al Man Utd en la final de una Champions League ole mete cinco al Real Madrid de Mourinho en una visita guiada por el Camp Nou.Ni nos damos cuenta, pero de repente tenemos a Xavi en nuestro living y aIniesta picando al vacío en nuestro patio. Ese equipo vive con nosotros. Seretroalimenta a partir de nuestro interés por él.
En facebook debemos elegir que el Barcelona “nos gusta” sólo porque nopodemos elegir que nos encanta, que nos enamora, que nos hace suspirar de unamanera estrepitosa. Es el amor por el fútbol, hoy simplificado en un amor porel Barça. Porque una cosa y la otra son lo mismo.
En la edición de este mes de El Gráfico, reflejamos las virtudes de este Barça,su dominio aún inacabado de una liga y un continente, su legado para el fútbolmundial en todos los estratos posibles. Es uno de los mejores equipos de todoslos tiempos, porque a veces es difícil ser terminante y afirmar lo que enrealidad no admite discusión: que es el mejor de siempre.
Festejamos cuando nos enteramos que La Masía había abierto una sucursal enArgentina. Llévense a nuestros talentos, transfórmenlos en fotocopias de Messi,por favor. Nosotros ya no sabemos cómo hacerlo. Ni en Argentina, donde losjuveniles dan pena, pero tampoco en México, Brasil o Venezuela. Jugamos a otracosa.
En México, la camiseta azulgrana se vende más que la del Atlante; quizástambién en Argentina más que la de San Lorenzo o en Italia más que la del Genoay el Bologna juntos. No nos hacen falta los números de ventas. Las vemos por lacalle, con total naturalidad. Las vemos en las playas, donde ya les hacenfrente a las del fútbol local, con un crecimiento sostenido que se repite enMar del Plata, en Dakar o en Phuket. Y cuando no son las blaugranas, están lasotras, esa paleta monocromática que incluye anaranjadas, amarillas flúo, gris overde agua. Son todas del Barça. Un equipo al que lo único que le queda porconseguir es la independencia de Catalunya. El resto, lo ha hecho todo.
¿Pero saben qué? Quizás haya llegado seriamente la hora de empezar a odiar alBarcelona. Sí, acaso sea una propuesta demasiado arriesgada; si se quiere,incluso tirana, pero no se me ocurre nada mejor que hacer con este equipo quese transformó en un castigo para todos. Con la lógica excepción de sus propioshinchas, cabe preguntarnos: ¿No estábamos todos mejor hasta antes de sufrir elefecto Barcelona?
Porque también está el Lado B, lo que nos hace sufrir a nosotros, los consumidoresde su fútbol, y a sus propios actores. Indirectamente, el Barcelona carga deforma negativa todo lo que toca. Messi no es en Argentina el extraterrestre demás de un gol por partido. Ni de enganche ni de wing, tampoco decentrodelantero. Le falta el resto de su equipo para serlo. Y entonces, sedesespera. Y sus hinchas se desesperan con él, por él. No sé qué pensarán losaficionados del Barcelona. Quizás hasta sufran ellos también, a la distancia,por las incontingencias de su niño mimado.
Pero el efecto Barça no termina con el mejor del mundo, al contrario,empieza con él. O acaso nos olvidamos de lo que han criticado a España en elMundial, por no haber sido el Barcelona. La derrota contra Suiza en el primerpartido, el posible desastre ante Paraguay, la sucesión de cerrados 1-0 y sufalta de cambio de ritmo hicieron sufrir a Xavi, Iniesta y compañía. Ellos notenían a Messi. Y España no podía ser como el Barcelona. Sólo el título mundialpudo cubrir los gastos ocasionados en el trayecto. Trayecto como el que cubreDani Alves en todos los partidos del Barcelona: ¿es un wing? ¿es un lateral?¿Es un avión? No, es un brasileño que cuando se pone la de verdeamarelha,también se desespera. La pelota no le llega igual. Las coberturas de suscompañeros no son las mismas. Tampoco el pressing alto o las devoluciones alvacío. Y entonces, lo vemos ante Venezuela y el twitter explota con mensajestipo: ¿Pero es este el mismo Dani Alves que juega en el Barcelona? Y larespuesta, como de costumbre, es que no, que esa es una copia borroneada de Alves.
El modelo del Barcelona admite la destrucción de sus piezas cuando noestán sometidas a su escudo galáctico (¿se permite usar ese término en un textoque no sea sobre el Real Madrid?), pero también contempla la sanaciónautomática al regresar a casa. O cuántas veces pensamos en que el Messi que lesdevolvíamos, devastado por las críticas y actuaciones indolentes de lasEliminatorias o el Mundial, sería como una especie de virus informático en elsistema operativo del mejor equipo del mundo. Lo hemos pensado nosotros, lo hanpensado en la selección española, en la brasileña o en la camerunesa (Eto’o nopateando aquel penal con Camerún ante Egipto, por ejemplo). “Uy, ahora despuésde esto, el Barcelona no será igual”. Y sin embargo no, allí siguen, dandocátedra como si nada hubiera pasado, con la moral alta, la cabeza levantada yla pelota pegada al pie.
Guardiola aún no ha decidido irse porque sabe que si cruza esa puerta,comenzará su declive. Podrá ganar títulos en 7 ligas distintas, pero siempre,siempre, le endilgarán cuánto le falta para que su Milan, o su Bayern Munich, osu Manchester United o su Dynamo de Kiev jueguen como aquel Barcelona. Comoeste Barcelona, que ahora también exporta su know-how. Y ahí va la Roma,decidida entonces a que el técnico del Barcelona B, Luis Enrique, se transformeen el Guardiola de la Serie A. Fichemos a Luis Enrique, entonces. Traigamos,también, a Bojan Krkic. Repliquemos el modelo Barça. Fracasemosestrepitosamente. No lo lograrán. Nadie lo hará.
Y así podríamos seguir, con todos y cada uno de sus integrantes, por separado,convertidos en jugadores mortales, sin los superpoderes que confluyen sólo enun punto del universo, con una camiseta azulgrana y con Guardiola en el banco.Los planetas se alinean sólo en el Camp Nou. El resto es un gran agujero negroque se consume a sí mismo. El Barcelona es el Big Bang. Ni siquiera logramosentenderlo cuando ya cambió de forma y apunta a otra dirección. Estamos a añosluz de él y sin embargo nos sentimos tan cerca.
Ahora nos enteramos quemientras todo el mundo intenta imitarlo, sin el menor grado de éxito, Guardiolaya piensa en reformular su módulo y seguir innovando. Sueña con aplicar un3-4-3 sin perder fidelidad ni resultados. Hoy Pep se sienta a la misma mesa queSteve Jobs. El decide y el mundo corre detrás, para tratar de copiarlo, sinpoder hacerlo. Si todo sale bien, a la orquesta catalana se sumará Cesc, quienaprendió la partitura cuando aún no estaba escrita la ópera. Quizás en lapróxima temporada, Mascherano nos sorprenda jugando de centrodelantero. O Messise transforme en el líbero. Y entonces los haremos jugar de lo mismo de estelado del mundo. Y no será lo mismo. Y volveremos a hablar de lo que hacen alláy lo que no hacen acá.
Maldito Barcelona. Nos invade hasta dejarnos insatisfechos con todo lo queantes no habría requerido un juicio tan demoledor. Nos hace creer que el fútboles simple, que los jugadores pueden ser etéreos, que las defensas más férreasson conos que se derriten durante los partidos.
Maldito Barcelona. Desearía no haberlo visto jugar. Pero después, pienso ydigo, no, es imposible desear eso. Como un amor platónico adolescente, sedisfruta en el dolor de no tenerlo. De no poder lograrlo. Nunca seremos elBarça.
Maldito Barcelona, cuánto te amo, cuánto te detesto por hacerme sufrir así.
Fuente Original