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LOCURA

SRDorvas

Becerro
Desde
15 Jun 2015
Mensajes
9
¿Qué ocultas detrás de ti?
¿Por qué tapas mis ojos?
¿Por qué me atas?
Tampoco llego a entender porqué llevas las manos en la espalda. Te conozco y te adivino. Se que estás perversa hoy pero no intuyo de qué serás capaz. Percibo, eso si, tu excitación. Lo noto en tu respirar y en tu silencio. Empiezo a excitarme porque se que tú estás excitada. El olor de tu sexo me dice que estás mojada. Te acercas y percibo tu calor. Estiro el cuello tratando de besar tu piel, tu vulva que siento pegada a mi pero me lo impides empujándome con el pie. El fino tacón se me clava en el pecho dejando, estoy seguro, una marca en él. Protesto pero te ríes. Me besas y me a mordazas. Huele a ti, sabe a ti. Mi miembro responde y recibe la caricia incierta que no adivino. Algo agita el aire y un latigazo seco cae sobre mi espalda. El gemido brota de mi interior pero se ahoga en mi boca amordazada. Tu mano me acaricia dibujando con un dedo las marcas que, deduzco, dejó el látigo. El latigazo cae ahora sobre mis nalgas. Me retuerzo, gimo, vuelve otro azote, una lágrima brota de mis ojos y es tu lengua la que, ahora, recorre las marcas. Tiemblo, presa de una mezcla de dolor y placer. Mi excitación es extrema. Quiero tocarte, besarte, pero no puedo y eso me excita aún más. Cae de nuevo el azote seguido de tus caricias, de tus besos.
Mis sentidos están en máxima alerta. Me llega el sonido del látigo cortando el aire, estrellándose en mi piel, me llega tu respiración entrecortada, agitada, excitada y me llega el olor. El olor de tu sexo que testifica la suma excitación que te domina. Y todo este sentir acrecienta mi deseo, enciende mi ansia de ti y me hace olvidar el dolor de tu castigo. Mi excitación es tal que, cuando me abrazas, tu calor es un dulce bálsamo para mi maltrecha piel, siento que ya no tengo control sobre mi. Tus manos se apoderan de mi miembro, lo acarician, se extienden por toda la zona y aplican pequeños y picantes pellizcos en el escroto. Me falta el aire. Me estremezco, me retuerzo y mis ojos te suplican la liberación. No los miras. Te introduces mi miembro en la boca y lo rascas con los dientes presionando de cuando en cuando. Un escalofrío me recorre, un inmenso calor asciende por mi interior. Pero te das cuenta. No es aún el momento. Presionas su base con los dedos y paras. Azotas suavemente mi zona genital y me besas por encima de la mordaza. Quiero morder tus labios, acariciar tus pechos, introducir mis dedos en ti, pero no puedo. Mis ojos vuelven a suplicarte pero aún sin mirarlos, acercas tu sexo a ellos. Rosado, brillante, inundado de tus jugos. Tu excitación también es patente. Pequeños temblores te recorren y un ligero reguero de tu elixir desciende por los muslos.
Por fin me haces girar. La postura no es cómoda pero mi pene te mira desafiante. Pasas una pierna por encima mio y lo introduces en la vagina. Lo siento resbalar hacia el inmenso calor interior. Pierdo la respiración y la consciencia se me va por un momento. Tu cara, los ojos cerrados, la boca abierta, refleja el éxtasis que sientes. Jadeas cabalgando sobre mi. Los labios de la vagina aprietan mi pene y lo absorben una y otra vez. Mi placer es extremo pero tú, muy atenta a mis reacciones, paras el ritmo y aflojas la presión cuando me sientes a punto de estallar. El látigo sigue en tu mano. Surca el aire pero ahora se estrella contra tu espalda. El chasquido, sorprendentemente fuerte, es ahogado por la intensidad de tu gemido. Dos, tres... tu vulva estrangula mi pene. La locura me invade. Me falta el aire. Gimes sin parar, tiras el látigo, golpeas mi pecho con tus manos y clavas las uñas en él. Aflojas mi miembro y con una fuerte sacudida, derramas tus jugos sobre mi. Tenso los músculos, mi pene cabecea y te acompaño. Exploto con un sordo gemido y mi esperma se mezcla con tus jugos rebosando de ti e inundando las sábanas.
Estamos los dos rendidos y desmadejados. Te estiras sobre mi, casi asfixiándome con tus senos, para soltar mis manos. Acaricio tu espalda, tus nalgas. Mi miembro, aún dentro de ti, sigue totalmente erecto. Sacas la mordaza de mi boca y me lanzo sobre la tuya para besarla, lamerla, sorberla con toda mi pasión. Respondes suavemente. Estás calmada. Acaricio tus pezones, suave. Jadeas y, de pronto, los pellizco con fuerza, incluso, con algo de rabia. Gimes y te estremeces. Los beso cálidamente. Mi miembro no cede en su tersura. Cojo tu cabeza entre mis manos y te miro a los ojos con pasión. Sonríes e inicias un suave y cadencioso contoneo con tus caderas. Suave, suave... muy suave.
 
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